11/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica de la razón práctica (por Jan Doxrud)
Comencemos con una primera aproximación a esta obra. Tenemos que hay dos puntos importantes en la ética de Kant: en primer lugar la independencia del acto moral respecto de la ciencia y su irreductibilidad al sentimiento. Como anteriormente señalé, la Crítica de la Razón Pura concluye que no tenemos acceso al nóumeno ya que los límites de la experiencia son insuperables. Si la ciencia no constituye la vía de acceso al nóumeno lo será entonces la ética.
Alcancé a adelantar algunas ideas anteriormente sobre esta obra de Kant. Repitamos entonces una vez más que la razón no es sólo teorética sino que también práctica, capaz de determinar a la voluntad y a la acción moral. La Crítica de la Razón Práctica se ocupa de este aspecto de la razón humana. La razón práctica a diferencia de la razón pura, no corre el riesgo de aventurarse más allá de los límites de la experiencia. Esto se debe a que la razón práctica tiene como objetivo el determinar la voluntad y por ende, posee una realidad objetiva, que es la de determinar o mover la voluntad.
En esta obra el objeto de la crítica no será la razón pura práctica, sino que la razón práctica en general, específicamente la razón práctica empíricamente condicionada. Por lo tanto, en la Crítica de la Razón Práctica Kant criticó la pretensiones de la razón práctica de permanecer ligada siempre y sólo a la experiencia, mientras que en su otra Crítica criticó a la razón pura de querer trascender los límites de la experiencia. De ahí se sigue la el título de la obra fuese Crítica de la Razón Práctica y no Crítica de la Razón Pura Práctica.
Por lo tanto, si la vía de la ciencia no es la adecuada para ir más allá del mundo fenoménico, nos queda la vía de la ética, podemos acceder a la realidad nouménica prácticamente. El imperativo moral aparecerá en Kant como una síntesis a priori que no se basa en la intuición sensible ni tampoco sobre la experiencia. De lo que trata esta obra es mostrar que la razón pura, es decir, la razón sin ayuda de los impulsos sensibles, puede mover la voluntad. Otros aspecto relevante que se debe tener en consideración es el concepto de libertad que, para Kant, no es un mero pensamiento, sino que está fundado verdaderamente en la moralidad.
Pero el ser humano no puede ser estrictamente libre y sólo es la experiencia de nuestra moralidad lo que nos da derecho a creer en nuestra libertad. La moralidad y la libertad también nos da el derecho a creer en la realidad de dos ideas de la razón que son Dios y la mortalidad. Es necesario postular la realidad de estas ideas como se verá más adelante, ya que nos permite actuar como seres morales en el mundo.
Así postular las nociones de Dios e inmortalidad, son “prerrequisitos para la realización del súmmum bonum o bien supremo, hacen posible para Kant la empresa moral, y por ello debemos creer en su realidad”[1]. La creencia en Dios está basada en la naturaleza de la moralidad, y de esa forma, se puede justificar la moralidad por referencia a Dios. Para Kant, es nuestra autonomía la que constituye la base de la ley moral, y no los mandatos de Dios, asi Kant pone de cabeza abajo el punto de vista de la teología tradicional.
Teniendo está pequeña sinopsis, comencemos a adentrarnos en esta obra. Comencemos con el concepto de “principios prácticos”, denominación que Kant da a las reglas generales o las determinaciones generales de la voluntad bajo la cual se encuentran las demás reglas prácticas particulares. Estos principios prácticos se dividen en dos grandes grupos. En primer lugar tenemos las ya mencionadas máximas, que son principios prácticos que valen para los sujetos que se los proponen y son subjetivas. Estas máximas no valen para todos, por ejemplo para aquellos que se rigen por las vendettas, es decir, vengarse ante cualquier daño que reciba.
Las máximas valen para aquel que se lo propone, pero no para todo ser racional. Así como tampoco pueden aplicarse principios como “simula ser honrado” o “divide y vencerás”. En segundo lugar tenemos los imperativos que, a diferencia de las máximas, son principios básicos objetivos que son válidos para todos. Estos imperativos son deberes o mandatos que expresan necesidad objetiva de la acción. Los imperativos a su vez pueden ser de dos tipos. Los primeros son los llamados imperativos hipotéticos que determinan a la voluntad con la condición de que ella quiera alcanzar determinados objetivos.
Ejemplos de esto son “debo ser más eficiente si quiero que me promuevan” o “debo ser simpático para tener amigos”. Estos imperativos valen a condición de que se desee el fin a los que se orientan y por esa razón son hipotéticos. En otras palabras, los imperativos hipotéticos prescriben una acción como buena por la razón de que dicha acción es necesaria para conseguir un propósito. Los segundos son los imperativos categóricos o apodícticos son mandatos con carácter universal y necesario.
Estos prescriben una acción como buena de manera incondicionada, es decir manda algo por el hecho de ser inherentemente bueno independiente de lo que se pueda conseguir a través de esa acción. Este es para Kant el imperativo de la moralidad. Las leyes morales son imperativos categóricos, que determinan la voluntad no con el objetivo de obtener un efecto específico, sino simplemente como voluntad. El imperativo categórico no dice “si quieres…debes” sino que “debes porque debes”. Por lo tanto tenemos que las leyes morales son los imperativos categóricos.
A diferencia de las leyes naturales, la leyes morales son universales y necesarios. Las leyes naturales se tienen que cumplir mientras que las morales pueden no cumplirse. Así, la necesidad de la ley moral consiste en su validez para todos los seres racionales, en cambio, la necesidad de la ley natural consiste en su inevitable cumplimiento. Kant ya lo había señalado en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, en donde formula que debemos obrar según una máxima tal que yo pueda querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal.
Esta es una proposición sintética a priori que determina de forma a priori la voluntad. La ley moral no depende del contenido. Recordemos que Kant critica las éticas materiales (no confundirlas con éticas materialistas) que son heterónomas, y defiende una ética formal que no se centra en los contenidos. Las éticas materiales son heterónomas debido a que las leyes que rigen la conducta no están en el ser humano, sino que vienen impuestas desde el exterior. Las éticas materiales son heterónomas porque describen una acción como buena porque es un buen medio para la realización de un determinado fin.
La ética de Kant es formal, entendiendo por la “forma” del imperativo el grado de universalidad o particularidad que tiene el imperativo. En cambio, la “materia” del imperativo es aquello que es mandado, por ejemplo, “debes ser eficiente”. Lo relevante de la ética kantiana no es lo querido o la materia de la voluntad, sino que la legitimidad de una máxima que es su posibilidad de que se convierta en universal. La ética de Kant es también autónoma en cuanto ya que establece que sólo las acciones morales son autónomas y es en las acciones morales donde encontramos la libertad.
Por lo tanto, tenemos que el imperativo categórico o la ley moral no depende del contenido, ya que si la ley moral queda subordinada al contenido se cae en el Utilitarismo y Empirismo. La esencia del imperativo consiste en su validez en virtud de su racionalidad. La ley moral me ordena respetarla por el hecho de ser ley y es tal porque es universalmente válida. Kant describe su formalismo moral diciendo si en una ley se prescinde de toda materia (del objeto de la voluntad), no queda más que la forma de una legislación universal. En pocas palabras, la moralidad de acuerdo a Kant no consiste en lo que se hace, sino en cómo se hace.
¿Cuál es la formulación del imperativo categórico? Ya lo había adelantado cuando abordé la Fundamentación: “Actúa de modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal.”. Así, la máxima, que es subjetiva, debe convertirse en ley universal, esto es, objetiva. Esta es la única fórmula que Kant conserva de la Fundamentación.
Por ejemplo, en esta formula que debemos actuar de tal modo que consideremos a nosotros mismos y a la humanidad, siempre como fines en sí ismos y nunca como un simple medio. Esta fórmula no aparece en la Critica de la razón práctica debido a que Kant quiere llevar su formalismo hacia sus consecuencias últimas., prescindiendo de cualquier fin. También aparece en la Fundamentación lo siguiente: “Actúa de modo que la voluntad, con su máxima, pueda considerarse como universalmente legisladora respecto de sí misma”. A diferencia de la primera formulación, esta pone de relieve más la voluntad que la ley, es decir, que no estamos sometidos a ninguna ley, siendo esta última fruto de nuestra racionalidad.
Así, somos nosotros quienes nos damos la ley a nosotros mismos, con nuestra voluntad y racionalidad. Esto supone la autonomía de la ley moral que lo abordaré posteriormente. Kant no menciona esta formulación en la segunda Crítica, ya que el imperativo categórico es una proposición que determina a la voluntad a priori, siendo la razón pura en sí práctica porque determina a la voluntad sin que intervengan otros factores, sólo basta la pura ley. Esta ley moral o imperativo categórico no tiene necesidad de ser probada. De acuerdo con Kant esta se opone a la conciencia como un hecho de la razón y este hecho se puede explicar sólo si se admite la libertad.
La conciencia de este hecho, que es la ley moral, no deriva de algo anterior a esta, por ejemplo, no deriva de la libertad, sino que adquirimos conciencia de la libertad por qué primero tenemos conciencia del deber. Por ejemplo una persona puede obligarme a culpar a alguien de un crimen que no cometió bajo amenaza de que si me niego, habrán represalias hacia mi persona. Puede suceder que tras denunciar a la persona y que a esta la encierren o condenen a muerte, emerja en mi un sentimiento de culpa, remordimiento. Puedo flagelarme mentalmente, recriminarme por haber mentido y no haber dicho la verdad, y si debí haber dicho la verdad también podía hacerlo. De esto tenemos entonces que el “debes” precede al “puedes”.
¿Qué se entiende aquí por libertad? En sentido negativo, es decir, desde el punto de vista de lo que esta excluye, es la independencia respecto de la ley natural de los fenómenos o como independencia de los contenidos de la ley moral. En un sentido positivo, podemos agregar a lo anterior que la voluntad es independiente, capaz de determinarse por sí misma. A este aspecto positivo de la libertad Kant la denomina autonomía, es decir, darse a sí mismo la ley. Su contrario es la heteronomía que es cuando la voluntad es determinada por algo que es distinto a la ley.
Resumamos: la libertad es el único postulado que puede explicar la existencia de la ley moral. Nosotros conocemos la ley moral o el deber como hecho de la razón e inferimos de esta la libertad como su fundamento. El hecho de que tenga un deber me comunica de que soy libre y así también me comunica la dimensión no fenoménica de la libertad. La libertad es la independencia de la voluntad de la ley natural de los fenómenos. La libertad explica todo en el ámbito moral, pero no así en el ámbito fenoménico. Había señalado antes que la ética de Kant es formalista, por lo que critica a las morales fundadas sobre contenidos, ya que afectan a la autonomía de la voluntad.
De esta forma las morales de los pensadores anteriores a Kant son heterónomas. Los motivos materiales que determinan a la voluntad en el principio de la moralidad pueden ser subjetivos, los que a su vez pueden ser externos, como los provenientes de la educación. También pueden ser internos, como los provenientes del sentimiento moral y físico. Los motivos materiales también son objetivos y pueden ser externos como por ejemplo la perfección, e internos, como la voluntad de Dios.
Ni siquiera Aristóteles se escapa de esta crítica a las morales heterónomas, ya que el Estagirita elaboró una ética fundada sobre la búsqueda de la verdad y, por lo tanto, se introduce un fin material que obscurece la pureza de la intención y de la voluntad ya que mira hacia determinados fines. La ética eudemonista griegaqueda reemplazada por la moral evangélica que proclama la pureza del principio moral. De esta manera no debemos actuar para obtener la felicidad, nuestra voluntad no debe quedar condicionada por esto.
Pero no hay que pensar que la felicidad no es relevante ya que, si bien hay que actuar por puro deber, el ser humano al proceder de esa manera se hace digno de la felicidad. Tenemos así que todas las éticas prekantianas determinaban lo que era el bien y el mal moral, y desde ahí se deducía la ley moral. Pero con la ética formal de Kant la situación se invierte ya que los conceptos de bueno y malo no se determinan en primer lugar, sino que es la ley moral la que indica y hace el bien moral. De acuerdo con el filósofo prusiano, es la intención pura lo que hace bueno lo que ella quiere, es decir, no hay contenido alguno del que pueda derivarse la voluntad y la intención pura.
[1] Ibid., 437.