10/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La ética: la fundamentación de la metafísica de las costumbres (por Jan Doxrud)
Entremos ahora a examinar la fundamentación. Los estudiosos de Kant coinciden en que, a pesar de la corta extensión de la obra, esta muestra a Kant en su mejor momento. Comienza con un Prefacio donde parte de una observación sobre la división común de las disciplinas filosóficas que realizaron los antiguos en física, ética y lógica. Kant señala que esta división deja en la oscuridad la distinción entre ciencias formales y materiales. Toda ciencia tiene una parte formal, que se ocupa de los principios lógicos o matemáticos y una parte material, que se ocupa de su materia o el contenido particular. La filosofía crítica de Kant constituye una contribución al aspecto formal de la ciencia y lo mismo sucede con su filosofía moral, donde deja fuera su contenido para concentrarse en sus aspectos formales. Como esribió Kuehn:
“Puesto que sus pretensiones son universales, la forma de la filosofía moral debe ser justamente tan a priori como la de la filosofía teórica. Por lo tanto, la Fundamentación no fue diseñada para ofrecer toda la metafísica de la moral. Kant sostiene que con ella sólo pretendió describir y establecer el principio supremo de la moralidad”[1].
Dentro de la ética se puede distinguir entre ética formal y ética material. El componente formal es característico de la doctrina ética kantiana. En cambio, una ética material es la que indica qué hacer en determinada situación para conseguir un fin que se ha fijado previamente, generalmente una vida feliz. También es material la ética que obtiene sus preceptos de la experiencia. Kant en cambio exige que todos los conceptos morales sean siempre y sin excepción completamente a priori.
Sigamos con la Fundamentación. Existen tres secciones. El concepto central de la primera sección, bajo el título “Tránsito del conocimiento racional moral ordinario al filosófico”, es el de una buena voluntad. Una buena voluntad no es buena por causa de sus efectos, sino por causa de su propia volición. Kant distingue entre actuar por deber y actuar de acuerdo con el deber. Pueden haber acciones que las realizamos no sólo por deber sino que por causas adicionales. Podemos preguntarnos si no robamos porque eso significaría ir preso, pagar una multa o tener una fuerte sanción social, o no robamos porque simplemente no se debe robar.
Nuestras acciones pueden coincidir con el deber, pero no fueron hechas por deber. Siempre existen deseos egoístas tras nuestros actos. Por ejemplo, podemos ser honestos, pero ¿por qué lo somos? ¿Es acaso una buena estrategia para ser valorado? ¿Acaso debemos decir que el vendedor es honesto y no se aprovecha de un consumidor extranjero porque considera que este es el comportamiento moral, o porque tendrá efectos beneficiosos para su negocio? ¿Somos generosos y honestos porque nos sentimos bien con nosotros mismos o para ser mejor que los demás? Por lo tanto, ¿existe un verdadero acto moral? Tenemos que las acciones tienen valor moral cuando son realizadas por deber.
El valor moral de estas acciones hay que buscarlo en el principio subjetivo de la volición y no en el propósito o meta que las acciones se proponen alcanzar. Para Kant dicho principio práctico de la volición es la “máxima”. Las máximas son principios generales de acción que definen ciertos cursos de acción Desde el punto de vista de la antropología o la psicología, las máximas actúan como mecanismo constructores del carácter. De acuerdo a la teoría psicológica o antropológica de Kant los cuarenta años tenían una importancia fundamental en la vida de un ser humano, ya que era esa edad cuando adquiríamos nuestro carácter definitivo.
El carácter es así una creación nuestra a lo largo de la vida. El carácter se forma a base de máximas. Como ya señalé anteriormente, las máximas dentro del contexto de la antropología kantiana son preceptos o normas generales aprendidas directamente de otros o mediante la lectura y que adoptamos como principios de vida, reglas para vivir (Lebensregeln). Para Kant sólo cuando las máximas son constantes es cuando las denominamos carácter. En el contexto de la filosofía moral pura relativa al aspecto formal de la moralidad, las máximas son fundamental para determinar si una voluntad es o no es moralmente buena.
Las buenas máximas o máximas que tienen un valor moral, son las que la voluntad buena querría, y la mala voluntad o máximas sin valor moral son aquellas que una voluntad buena no querría. Para Kant, “toda máxima que envuelva motivaciones que no estén inspiradas por el deber mismo, sino que meramente están de acuerdo con el deber, son máximas que una voluntad buena no podría querer”[2]. Por otra parte, Kant identifica una voluntad absolutamente buena con una voluntad cuyo principio es la conformidad universal de sus acciones con la ley.
La voluntad absolutamente buena es una voluntad cuyas voliciones provienen del principio de que nunca se debe proceder más que de modo tal “que yo pueda querer también que mi máxima se convierta en una ley universal.” Este principio Kant lo identificaría con el imperativo categórico, que reside en la razón humana ordinaria y por lo tanto es accesible y aceptado por todo agente moral. En la segunda sección de la fundamentación Kant continúa argumentando que sólo los actos ejecutados por deber tienen valor moral y solamente una filosofía moral pura que reconozca este hecho puede dar sentido a la moralidad.
De acuerdo con Kant los conceptos morales no pueden ser derivados de la experiencia, por lo que su origen es a priori y se encuentra en la razón pura. La filosofía moral pura se ocupa de la voluntad pura, de una voluntad cuyos motivos “están representados de modo completamente a priori por la razón solamente, y no de la volición humana, que está caracterizada por motivo con base empírica”[3]. En este aspecto Kant se separa de Wolff y su concepción de la filosofía práctica universal. Mientras que el pensamiento de Wolff gira en torno a la volición en general, el de Kant se ocupa de la voluntad pura. En palabras de Kuehn:
“Kant no se propone ocuparse de las situaciones cotidianas de los agentes morales ordinarios. Lo que tiene entre manos es más bien un ideal de la razón pura que es enteramente a priori”[4].
Este ideal al que Kant denomina imperativo categórico no está dado en la experiencia. Es una proposición sintético-práctica a priori, cuya posibilidad misma es compleja de ver. Así Kant finaliza señalando que no concebimos la necesidad incondicionada práctica del imperativo categórico, conocemos sólo su inconcebibilidad.
Regresemos al imperativo categórico, al mandato incondicionado de la moralidad. Kant lo formula de tres modos diferentes. En primer lugar Kant señala: “Obra sólo según la máxima a través de las cuales puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal”. En segundo lugar Kant formula lo siguiente: “Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona o en la de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como medio”. La tercera versión del imperativo categórico señala que todo ser racional tiene que considerarse a través de todas las máximas de su voluntad como legislador universal para enjuiciarse a sí mismo y a todas sus acciones.
Un concepto importante es el de autonomía o “principio supremo de la moralidad”, que es el principio que la Fundamentación intenta establecer. ¿En qué consiste la autonomía? Consiste en que nosotros como seres racionales que llevamos la ley en nuestro interior y somos libres de darnos nuestras propia leyes. En este sentido, como afirma Kuehn, la tercera versión del imperativo categórico es más fructífera ya que es la que le permite “introducir la idea de un reino de fines en tanto que opuesto a un reino de la naturaleza, y a distinguir la autonomía de la heteronomía”[5].
Ahora bien, las leyes que nos damos a nosotros mismos tienen que ser tales que sean válidas para todo ser racional. Somos nuestros propios amos y nada ni nadie puede imponernos leyes morales. ¿Qué recepción tendría esta nueva moralidad kantiana dentro de la sociedad prusiana? Nada de buena ciertamente. El concepto de libertad es clave en la explicación de la autonomía de la voluntad. Pero esta libertad tenemos que presuponerla si queremos pensar en un ser como racional y consciente de su propia causalidad en lo que se refiere a las acciones.
Kant necesita presuponer la libertad para establecer que el imperativo categórico captura la esencia de la moralidad. Lo que Kant muestra en la Fundamentación es que la libertad como autonomía es el principio supremo de la moralidad y ofrece la primera formulación exacta del imperativo categórico. La libertad es entendida aquí como libertad de coacción externa. Así, si yo como agente estoy influido por alguien o por la codicia o la fama, no soy libre. El agente moral es libre siempre que actúe libre de influencias externas. Demos por terminada esta rápida alusión a la Fundamentación para centrarnos en la Crítica de la razón práctica, publicada en 1788, cerca de tres años después de la Fundamentación.
Como señalé, la Crítica de la Razón Práctica se vio influenciada por la ética de Rousseau. Anteriormente Kant se sintió atraído por los sentimentalistas ingleses, pero fue la lectura de Rousseau la que resultó ser una revelación para Kant, específicamente el sentimiento de la dignidad humana. Rousseau despertó a Kant del sueño de valorar a la humanidad según su grado de conocimientos y se dio cuenta que esa es una superioridad ilusoria y que la ciencia es en sí inútil si no sirve para valorizar a la humanidad.
Esta obra fue publicada en 1788 aunque ejemplares de esta estaban disponibles en Königsberg en 1887. En términos general esta segunda Crítica sigue las líneas maestras de la primera. Está compuesta por una extensa primera parte titulada “Teoría elemental de la razón pura práctica”. Esta primera parte se divide a su vez en una Analítica y una Dialéctica, y contienen una Deducción, una Típica, que corresponde al esquematismo de la primera Crítica, y una Antinomia.
Kant se proponía resolver dos tareas en esta obra. Si en la Fundamentación Kant creyó dar cumplimiento a la primera tarea, esto es, identificar y establecer el principio de la moralidad, con su Segunda Crítica quería resolver las dos tareas restantes: examinar críticamente la razón pura práctica y establecer una metafísica de las costumbres. Kant sólo pudo atender a la segunda tarea.
[1] Ibid., 399.
[2] Ibid., 400.
[3] Ibid., 401.
[4] Ibid., 401.
[5] Ibid., 403.