4/8-Estructura de mercado: consideraciones críticas sobre el monopolio y el concepto de competencia.
En relación con el concepto de monopolio, también cabe hacer observaciones. En primer lugar, estamos ante un concepto que no es moralmente neutral. Cuando nos dicen “monopolio” a alguno se le vendrá a la cabeza John D. Rockefeller, la Standard Oil y sus acuerdos con las ferroviarias para obtener descuentos y reembolsos. Pero nadie repara también en los aportes de este y otros personajes como Carnegie o Ford, en el sentido que fueron innovadores y buscaron instaurar métodos de trabajo eficientes. Pero sucede que siempre son los aspectos negativos los resaltados en lugar de los positivos de manera que estos personajes son retratados como unos monopolistas inescrupulosos. Los famosos “Robber barons” se han transformado en el estereotipo de lo que es un monopolio. Ahora bien, y como escribió Thomas Sowell en su clásico “Economía Básica”:
“Ni la mayoría de las grandes empresas son monopolios, ni todos los monopolios son grandes empresas. En los días previos a la llegada del automóvil y los ferrocarriles, la tienda de una comunidad rural aislada podía ser fácilmente la única en kilómetros a la redonda, y podía funcionar como un verdadero monopolio, como cualquier empresa de la lista de las 500 mayores de la revista Fortune, a pesar de que era, habitualmente, una empresa de tamaño muy modesto”.
Así si usted es una persona que instala un restaurant de comida tailandesa, un restaurant vegano, un gimnasio donde enseña artes marciales mixtas o un centro de meditación, puede transformarse en un monopolista, puesto que en ese momento nadie más ofrece su servicio, pero el detalle es que esto puede ser un fenómeno temporal. Quizás, con el tiempo, entrará la competencia y sus beneficios se verán reducidos. Pero podría pasar que la gente continuaría eligiendo sus servicios e instalaciones puesto que las considera de mejor calidad. Así de un monopolio pasamos a la competencia monopolística donde los restaurants comenzaran a hacer campañas, marketing y a colocar letreros para atraer clientela.
Pero si sucede que usted es el que acapara mayor cantidad de clientes, a usted no lo podrían acusar de monopolista, salvo que estuviese utilizando medio ilegales o coercitivos para mantener su cuota de mercado. Como escribió Schumpeter en la obra citada, se debía rechazar aquellas hipótesis que planteaban una “calma perenne” en el mercado, lo cual se explica por el hecho de que el proceso económico es uno de tipo orgánico y en constante movimiento. Esto se vincula a lo que señalé en un comienzo y es que la economía es un sistema complejo de manera que no podemos entender del todo las partes que la componen sin entender las relaciones con las demás partes. En palabras de Schumpeter:
“Cada fragmento de la estrategia económica sólo adquiere su verdadero significado poniéndolo en relación con este proceso y dentro de la situación creada por él. El papel que desempeña hay que verlo dentro del vendaval perenne de la destrucción creativa; no puede ser comprendido independientemente, ni sobre la base de la hipótesis de una calma perenne”.”
Cabe preguntarse si, de existir un monopolio en el sentido etimológico de la palabra ¿debe acaso importarnos? ¿acaso es el número lo que importa? Podemos ver que Mondelez es dueño de numeroas marcas de dulces, chocolates y galletas, y se ha hecho con otras empresas por medio de la compra de acciones. Lo mismo sucede en el sector cervecero donde unas pocas compañías tienen una importante cuota de mercado como AbInBev, Molson Coors, Heineken y Diageo entre otras. Lo mismo sucede con Nestlé o Mars, pero la pregunta es ¿es el número es en sí lo relevante? Aquí no estoy emitiendo un juicio a priori ya que no dispongo de datos ni conocimientos como para saber si las compañías mencionadas están perjudicando al consumidor y si acaso sería mejor que existieran más compañías. Solo se realiza la pregunta si podemos juzgar solo y exclusivamente un mercado por el número de productores.
Quizás lo importante es preguntarse cómo obtuvo esa empresa tal posición dentro del mercado respectivo y si beneficia o no al consumidor, así como también a los trabajadores. Edwin S. Rockefeller en su escrito titulado “La religión del antimonopolio” critica el lenguaje que se utiliza dentro de la comunidad antimonopolio, como por ejemplo el de “poder de mercado”. Para Rockefeller se trata de un concepto imaginario que no tiene correlato en el mundo real.
Este poder de mercado se manifestaría en la capacidad de una empresa o un grupo de empresas de establecer precios superiores al nivel de la competencia por un largo período. Pero, para Rockefeller, la definición de poder de mercado es redundante ya que una empresa tiene poder de mercado si posee poder de mercado. El problema radica en que el poder de mercado no es algo real ya que es un concepto analítico de la teoría económica y que se deriva de modelos de competencia perfecta y de monopolio sacados de libros de texto. A esto añade el mismo autor:
“Es un poder imaginario, como la hechicería. Es el poder que una empresa o un grupo de empresas tendría en una situación imaginaria: aquella en la que la empresa o un grupo de ellas no tiene competidores durante un período prolongado y en la que no existen sustitutos cercanos ni potenciales. Esta capacidad imaginaria de una empresa o un grupo de empresas imaginarias en una situación hipotética fue incorporada a la interpretación y aplicación de ordenamientos jurídicos
Más adelante añade:
“El “poder” de mercado es el poder imaginario que podría tener un vendedor si se diera un futuro supuesto, que no puede verificarse y en el que todas las demás cosas permanecen invariables. El Esta- do obliga a los ciudadanos a pagar impuestos. Eso es un poder real. Las empresas no pueden obligar a los ciudadanos a pagar nada. No puede obtenerse poder con un volumen elevado de ventas. No existe el derecho a vender. Nadie puede ser obligado a comprar”.
Lo que deberíamos condenar son los que podrían denominarse como “monopolios coercitivos”, es decir, aquellos que se mantienen por el uso de la fuerza o la amenaza de la fuerza para prohibir la competencia o con l ayuda de alguna autoridad polítca. En cambio un supuesto “monopolio puro” fruto de la competencia, es uno que no puede impedir la competencia mediante el uso de la fuerza física ni legal, y tampoco puede forzar a las personas a comprarles. Como explican Rodríguez Braun y Rallo, no parece acertado calificar de monopolio a una empresa que carece de competencia puesto que lo que esta empresa estaría haciendo es batir a la competencia continuamente. A esto añaden que es preferible entender por monopolio “no aquella situación en la que no hay competidores, sino aquella en la que no puede haberlos porque está prohibido o restringido legalmente que los haya”.
Un tema medular guarda relación con la naturaleza misma de la competencia, un concepto familiar, pero que hace referencia a una realidad extremadamente compleja, heterogénea y dinámica a la cual no podemos colocar en una suerte de “lecho de Procusto” (o someterlo a modelos matemáticos abstractos) para que se ajuste o amolde a las concepciones de las autoridades políticas para que puedan implementar sus política regulatorias. Milton Friedman (1912-2006) en su clásico escrito junto con Rose Friedman “Capitalismo y Libertad”, explica que en el lenguaje ordinario competencia significa rivalidad personal, un individuo que busca superar a otro.
En cambio, para Friedman, este concepto tiene otro significado en el mundo económico, puesto que en este ámbito “la esencia de un mercado competitivo es su carácter impersonal”. Más adelante añade que la competencia “pura” es un ideal como una línea o punto euclidiano: “Nadie ha visto nunca una línea euclidiana – que tiene un cero de ancho y profundidad – , sin embargo, a todos nos resulta útil considerar el volumen euclidiano – como la cuerda de un topógrafo – como una línea euclidiana”.
En un paper de Paul J. McNulty (1967) titulado “A Note on the History of Perfect Competition” (donde realiza algunos comentarios a propósito del paper ya mencionado de George Stigler) explica la diferencia entre la competencia, tal como la concebía Adam Smith, y el posterior desarrollo en el siglo XIX. En el caso de Smith la competencia no solo significaba rivalidad entre empresas sino que no la concebía como una “situación”, sino que como un proceso que llevaba a un resultado. Así, la competencia de Smith se asemejaría más a la competencia “imperfecta” puesto que las empresas no son pasivas respecto al precio, lo que significa que si hay un exceso de oferta respecto a la demanda, entonces la empresa disminuirá el precio para llegar al equilibrio.
En cambio con los economistas matemáticos, la competencia, explica McNulty, non era concebida como un proceso en donde entraban en escena el comportamiento de productores y consumidores, sino que más bien, la consideraban como una situación en donde el proceso había llegado a su límite. De acuerdo con McNulty, con los economistas matemáticos la competencia pasó a ser una “situación hipotética realizada en la que la rivalidad empresarial o la competencia en el sentido smithiano, estaba descartada por definición. La competencia perfecta, como ha observado convincentemente Hayek, "significa de hecho la ausencia de todas las actividades competitivas".
Por su parte, Friedrich Hayek (1899-1992) en su libro “Nuevos Estudios de Filosofía, Política, Economía e Historia de las Ideas” escribió:
“Es difícil defender a los economistas de la acusación de haber discutido sobre la competencia, durante cuarenta o cincuenta años, partiendo de supuestos que, si ciertamente se aplicaran al mundo real, la harían completamente carente de interés e inútil”
Para Hayek la competencia es un método de descubrimiento, en el sentido de que los bienes que tienen un valor o incluso que un recurso sea considerado como tal, es lo que la competencia debe descubrir. Sabemos que el salitre, el cobre o el petróleo se volvieron recursos valiosos y útiles porque alguien tuvo que haberlo descubierto. Por lo demás, en este proceso de descubrimiento de los múltiples usos de un recurso, su producción y distribución intervinieron múltiples agentes, desde científicos, empresas de ferrocarriles, empresas navieras, marina mercante, etc.
Es en este sentido que hay que entender el planteamiento de Hayek de que la competencia solo tiene valor porque sus resultados son imprevisibles y en su conjunto, diferentes de lo que nosotros hubiésemos esperado. No hubo un planificador central en el descubrimiento del valor y utilidad de ciertos recursos, por ejemplo, que el petróleo podía ser sometido al proceso de destilación fraccionaria y obtener subproductos útiles para ser comerciados en el mercado.
Siguiendo a Hayek, a lo sumo podemos aspirar a controlar la competencia mediante modelos conceptuales y verificarlas en situaciones reales creadas artificialmente, pero sucede que en esos casos el resultado ya es conocido por el observador. Frente a esto comenta Hayek: “(…) en estos casos la competencia no tiene ningún valor práctico, de modo que no vale la pena hacer el experimento. Si no conocemos los hechos que esperamos”. No es de extrañar que Hayek considere absurda la competencia “perfecta” puesto que no hay competencia, al menos, como la concibe Hayek.
Otro autor que ha hecho contribuciones en lo que respecta a la naturaleza de la competencia es el nonagenario economista Israel Kirzner (representante de la Escuela Austríaca de Economía). En su libro “Competencia y Empresarialidad” Kirzner establece una distinción entre la competencia como proceso y como situación resultante de ese proceso, y afirma que los economistas han ignorado durante mucho tiempo la necesidad de analizar la función del “proceso” competitivo.
De acuerdo con lo anterior el resultado ha sido la carencia de una teoría del proceso de mercado que, para Kirzner, siempre es empresarial y por ende competitivo. El empresario debe anticipar las necesidades de los consumidores, descubrir oportunidades de ganancias y coordinarse con otros agentes en vistas de satisfacer las necesidades de los consumidores así como también obtener ganancias como resultado de esto.
Sistemas y sistemismo (por Jan Doxrud)
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(II) Algunas palabras sobre el status científico de la Economía (por Jan Doxrud)
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