5) Libro: La guerra del retorno. Cómo la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)
Con el tiempo los campos de refugiados cambiaron su composición, puesto que comenzaron a ser integrados por personas nacidas después de la guerra de 1948. (la ONU decretó en 1982 que los descendientes de refugiados también tendrían el status de refugiado). También cambio su fisionomía, ya que dejaron de parecer campos de refugiados para transformarse en barrios de vivienda permanentes en las afueras de las ciudades con casas de cemento y ladrillos. De acuerdo con los autores esta nueva generación de refugiados se crió con una educación más sofisticada que sus predecesores, así como también con una ideología más firme.
De acuerdo con esto, Schwartz y Wilf señalan estaba “imbuida de una lealtad ideológica hacia su nación, su tierra y lo colectivo”, de manera que se estaba ante una nación nueva criada bajo el odio visceral contra Israel y la esperanza de un retorno a su tierra. En cuanto a los países árabes – salvo Jordania – no integraron a los palestinos en sus territorios. Incluso fueron discriminados social y laboralmente como fue el caso del Líbano, Siria y Egipto. Sobre este tema de la identidad de esta nueva generación de refugiados comentan los autores:
“La política de discriminación de los Estado árabes jugaba un papel fundamental en la construcción de una identidad política palestina diferenciada. Privados de la ciudadanía en todos los Estados árabes menos Jordania, las cartillas de refugiados emitidas por la UNRWA se convirtieron, en la práctica, en carnés de identidad de los refugiados y en los únicos documentos internacionales oficiales que confirmaban su origen y su identidad. Recibir ayuda de la UNRW equivalía a ser palestino, y la palabra refugiado se hizo sinónimo de palestino”.
Otros problemas que surgieron guardaban relación con la falta de control de la UNRWA de los campos, por ejemplo, en el conteo del número de refugiados, identidades y en la aplicación de políticas que resultaron ser contraproducentes . Por ejemplo, los miles de palestinos que migraron hacia Estados del golfo en busca de trabajo parecieron no repercutir en el número de refugiados en los campos. La UNRWA continuó otorgando raciones diarias de comidas aun cuando los refugiados podían comprar su propia comida. Esto tuvo como consecuencia el que se formara un mercado negro en donde se vendían estos vales de comida. La conclusión de los autores es que, al menos a partir de la década de 1960, la UNRWA se transformó de “una agencia fracasada para la integración de los refugiados a organización muy exitosa para el desarrollo de una identidad y conciencia nacional palestina”.
La difusión de esta ideología nacionalista y belicista se difundió con efectividad debido al financiamiento de la UNRWA en materia educativa. Los autores afirman que el sistema educativo de esta agencia se transformó en un “instrumento para la movilización de la población de los campos en favor de la lucha armada palestina”.La ONU llegó a forma un comité de expertos para examinar los textos de estudios y evaluar si eran coherentes y armónicos con los principios universales de educación. En 1969 el informe del comité concluyó que los libros (79 de 127) debían prohibirse por su contenido bélico y por la excesiva politización, de manera que de lo que se trataba era más bien de adoctrinamiento que de educación.
Los autores. explican que a comienzos de la década de los 60 el senador Robert Kennedy se sorprendió con esta relación simbiótica que implicaba a la UNWRA, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), la cultura de los campos de refugiados y el proceso de radicalización al interior de estos. Más grave aún fue darse cuenta que Estados Unidos se estaba viendo perjudicado directamente, puesto que Ahmad Shukeiri (1908-1980), primer director de la OLP, había prometido enviar fuerzas palestinas a Vietnam para ayudar en la lucha contra Estados Unidos.
Así, los autores destacan otro hecho relevante y que fue la creciente influencia de la OLP en los campos de refugiados de donde reclutaba a miles de jóvenes. Esto llegó a tal. punto que el rey de Jordania terminó por expulsar a la OLP. Al Fatah, señalan Schwartz y Wilf había declarado su deseo de convertir Amán (capital de Jordania) en el “Hanoi palestino”, “un trampolín para los ataques al Saigón israelí en Tel Aviv. Si esto no fuera suficiente, el Frente Popular para la Liberación de Palestina del terrorista George Habash (1926-2008) secuestró tres aviones que pertenecían a aerolíneas occidentales y que obligaron a aterrizar en Jordania.
Con el avance de la Guerra Fría, el anti occidentalismo continuó a lo largo de varios países árabes, los cuales comenzaron – a pesar de un supuesto no alineamiento – a la URSS. Lo que los unía era el hecho de que muchas de estas naciones habían dependido de una u otra forma (como colonias o protectorados) de alguna potencia “occidental”, habían sufrido la explotación, ya no de una clase social por otra (como en el marxismo-leninsmo), sino que de una cultura sobre otra.
En el caso palestinos, estos también habían sido víctimas del colonialismo europeo (específicamente inglés), de la comunidad internacional (la extinta Sociedad de las Naciones) y de la ONU (que estableció la Resolución 181). Incluso en nuestros días es común que la izquierda – por ejemplo, en América Latina y en Europa – se mantengan muestran como leales aliados de la causa palestina en contra del Estado de Israel.
Los autores destacan este apoyo a la Unión Soviética por el denominado en ese entonces como “Tercer Mundo” y como se tradujo en que cualquier resolución presentada por esta sería inevitablemente aprobada gracias al apoyo de aquellos países y, por consiguiente, las condenas a Israel serían igualmente fáciles de aprobar. Los autores citan las irónicas palabras de Abba Eban: “si Argelia introdujese una resolución declarando que la tierra es plana y que Israel la había aplanado, se aprobaría por una votación de 164 contra 13, con 26 abstenciones”.
De acuerdo con Schwartz y Wilf la orientación anti-israelí de la ONU se haría más evidente tras la Guerra de los Seis Días (1967) y que daría inicio a lo que llaman como una “marea de resoluciones unilaterales” que se cuadraban con el relato palestino. Esta guerra terminó por decidirse en horas, ya que cuando los aviones Mirage israelíes acabaron con la fuerza aérea egipcia, Israel ya se había asegurado la victoria. El triunfo israelí significó que se quedara con toda la península del Sinaí, la franja de Gaza y Cisjordania.
La ONU llegó al límite de violar la soberanía de un Estado miembro (Israel) cuando señaló en 1973 – y en virtud de la Resolución 3236 – que el derecho de los refugiados a regresar a sus hogares y propiedades constituía una condición indispensable para la solución de los refugiados y para que Palestina tuviese su derecho a la autodeterminación. Añaden los autores que en 1974 la ONU reconoció la OLP como representante del pueblo palestino y también como observador. Hubo países que hicieron observaciones pertinentes a esta resolución como fue el caso de barbados quien afirmó que, para apoyar tal resolución, debía entender dónde se encontraba exactamente aquella “Palestina” a la que los refugiados debían volver. Añadía que, si por “Palestina” debía entenderse el territorio del Estado de Israel, entonces tal resolución violaría el derecho de existir de Israel
Ahora bien, hacia finales de la Guerra Fría el tema palestino ya no gozaba del interés y apoyo del joven secretario general Gorbachov. En 1988 hizo ver su disgusto de tener que reunirse con Yasser Arafat, puesto que ya no era alguien útil en el nuevo escenario internacional. Incluso los autores afirman que el Kremlin filtró a la prensa que Gorbachov había presionado a Arafat para que reconociese el derecho de Israel a existir. Así, los soviéticos restringieron la ayuda a la OLP y cerró las oficinas de la OLP en Moscú. Así, Arafat se vio en una situación compleja y comenzaría a buscar nuevos aliados y continuó su trabajo consistente en cambiar su imagen ante la comunidad internacional.
En palabras de Schwartz y Wilf:
“Para apelar a la sensibilidad occidental, Arafat tenía que encontrar una manera de cambiar sustancialmente la retórica asociada a la lucha palestina, pero sin abandonar la causa. Como táctica general, Arafat empleaba cada vez más un lenguaje ambiguo y vago que estaba diseñado para sonar moderado a oídos occidentales, pero sin alejarse de la exigencia de retorno de todos los refugiados al territorio israelí, y la consecuente liberación total de Palestina”.
Ya desde la década de 1970 Arafat comenzó a hablar de una sola Palestina “laica y democrática”, lo cual pasaba por alta el hecho de que en Oriente Medio, el mundo árabe se caracterizaba por un evidente déficit democrático. También comenzó a tomar protagonismo el concepto de “autodeterminación”. Pero las palabras importan y es por ello que había que dilucidar qué es lo que entendía Arafat y los palestinos por esos conceptos.
Por ejemplo, Arafat hablaba de una solución “justa” y “consensuada” al problema de los refugiados. Los autores se preguntan qué se debe entender por “justa” y “consensuada”. En el cao del primer concepto, este podría significar para los palestinos la devolución de Palestina y rechazar la existencia de Israel. Nasser en Egipto también habló de una “paz basada en la justicia, pero se refería a aquella que reinaría una vez el Estado de Israel hubiese desparecido.
Respecto a este tema comentan los autores:
“En este contexto, una «solución justa» significa lo contrario de una solución basada en un statu quo que mantenga a Israel en su lugar. Recordemos que, a ojos de los árabes, el establecimiento del Estado de Israel se considera una injusticia sin parangón y un crimen que solo se pueden remediar por medio de la eliminación de Israel. Así, cuando un refugiado de ochenta años del campo de Ain al Hilweh, en Líbano, oyó a líderes árabes como Arafat hablar de una «solución justa al problema del refugiado» (el resaltado es nuestro), entendió que significaba la vuelta de los refugiados y la instauración de un Estado árabe en lugar de Israelí”.
En relación con la palabra “consensuada”, los autores explican que esta también resulta ser engañosa. Resulta que el derecho a retorno es uno individual, inalienable e incluso imprescriptible, de manera que ningún líder palestino puede actuar como interlocutor válido de cada uno de los palestinos.