3) Libro: La guerra del retorno. Cómo la indulgencia occidental con el sueño palestino ha obstaculizado el camino hacia la paz. (por Jan Doxrud)
Como he señalado, esto constituye el punto central de libro de los autores y es que el problema entre Israel y Palestina. no se solucionará hasta que el tema de los refugiados no esté subordinado (e instrumentalizado) a otro objetivo a saber: la eliminación el Estado de Israel. Por ende, no es difícil llegar a la conclusión de que el Estado de Israel no podía de manera ingenua abrir nuevamente sus fronteras para que los refugiados regresaran puesto que estarían poniendo en peligro su propia seguridad. Como afirman Schwartz y Wilf: “El razonamiento era obvio: la población árabe era un bando en la guerra. Mientras se prolongase el conflicto, no había motivo para que Israel debilitase sus posiciones en el campo de batalla devolviendo a los palestinos a casa para que empezasen a luchar de nuevo”.
Frente a este tema David Ben Gurión (1886-1973) afirmó que a los árabes que se habían quedado en Haiffa había que tratarlos con respeto e igualdad cívica y humana, pero que a ellos no les correspondía preocuparse por el regreso de aquellos que habían huido. Por ende, la única opción viable que quedaba era que los palestinos se reintegraran en los demás países como Egipto, Siria, Jordania y el Líbano (aunque se abrían a la posibilidad de la repatriación de un número reducido bajo condiciones específicas).
En suma, Israel no podía permitir el retorno masivo de refugiados y menos sin ningún tratado de por medio y, peor aún, a sabiendas de que la contraparte no ocultaba su intención de erradicarlos como Estado. Como comentan los autores:
“Al Estado de Israel, entonces, los árabes le estaban pidiendo una acción extraordinaria: le exigían que admitiese dentro de su territorio soberano a cientos de miles de árabes contraviniendo la normativa internacional del momento, sin un tratado de paz y a la vez que Palestina y el mundo árabe seguían amenazándolo con otra guerra, calificando incluso a los refugiados como una fuerza de avanzadilla para esa finalidad. Israel estaba totalmente justificado en su rechazo a esta demanda, pues era prácticamente equivalente al suicidio”.
Para el año 1950 la Liga Árabe aprobó una resolución en virtud de la cual ningún país perteneciente a esta podía negociar o concluir un tratado de paz con Israel por separado, así como también acuerdos de carácter económico o militar. Schwartz y Wilf dedican página a quien considera uno de los grandes culpables del “pecado original” de introducir la idea de un “derecho al retorno”: el noble, militar y diplomático Folk Bernardotte (1895-1948). Bernardotte se desempeñó como mediador de la ONU en Palestina y, de acuerdo con los autores, su ideas y medidas relacionadas con el conflicto en Palestina estaban influenciados por los intereses geoestratégicos de potencia occidentales, los cuales buscaban mantener buenas relaciones con los Estados Árabes.
Schwartz y Wilf llegan a señalar que, si no fuera por esta cuestión geopolítica que involucraba a las grandes potencias occidentales, la exigencia árabe de retorno no hubiese pasado de ser una disputa particular entre Israel y los árabes, sin una dimensión internacional. Pero tal no fue el caso y Bernardotte “hizo arraigar el tema como un asunto internacional con entidad jurídica y moral la cual se han apoyado desde entonces los palestinos”. Bernardotte llego a concebir la idea de revertir el plan de partición y, por lo tanto, poner en entredicho la independencia de Israel, lo cual era complejo porque el Estado ya existía y había sido reconocido tanto por los Estados Unidos como la Unión Soviética.
Los autores reconocen lo difícil que resulta discernir los motivos de Bernardotte, es decir, su condescendencia con los árabes y una actitud más hostil hacia los judíos. Finalmente sería asesinado por el grupo terrorista Lehi a causa de su postura, de manera que su plan nunca sería puesto en acción, aunque tampoco moriría del todo su legado.
Al respecto comentan los autores:
“Aunque el plan se archivó, Bernardotte había sentado una serie de precedentes respecto a los refugiados árabes, que seguirían marcando, e incluso avivando, el conflicto árabe-israelí. Fue el primero en decidir que la responsabilidad de los refugiados palestinos sin Estado debía recaer en la comunidad internacional, a través de las Naciones Unidas”.
La lógica de Bernardotte era que, como el Mandato británico de Palestina, que se extendió desde 1920 a 1948, había sido encomendada por la extinta Sociedad de las Naciones al Reino Unido, es decir, por la comunidad internacional. Por ende, era ahora responsable de continuar con esta responsabilidad la sucesora de la Sociedad de las Naciones: las Naciones Unidas. Pero como apuntan Schwartz y Wilf, el sueco pasó por alto la responsabilidad de los árabes en relación con destino y su decisión de no aceptar la partición y un Estado propio que le había ofrecido la comunidad internacional. En resumen, para los autores la actitud de Bernardotte no tenía precedentes y sus propuestas no llevarían a la paz.
Finalmente, la ONU aprobaría 3 meses después de la muerte de Bernardotte la Resolución 194 la cual pedía la resolución pacífica de toda disputa entre Israel y los árabes. De especial interés es el párrafo 11 en donde se señala que se debería permitir que los refugiados regresasen a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, pudiesen hacerlo lo antes posible. Junto con esto se debía pagar una compensación por la propiedad de aquellos que decidan no regresar y por pérdidas o daños. Sobre la Resolución 194 los autores aclaran que – y en contra de su interpretación actual – esta no constituye un enjuiciamiento de la comunidad internacional sobre la manera más moral y justa de dar solución al problema.
De acuerdo a Schwartz y Wilf el documento refleja más bien las “aspiraciones políticas y coloniales de Occidente de mantener su influencia en Oriente Próximo y al mundo árabe bajo su patronato”. Los países árabes la aceptaron la resolución, pero hicieron una lectura sesgada y a medias de esta, centrándose exclusivamente en la cláusula 11 e ignorando cualquier intento de negociación entre los Estados árabes e Israel. Un año después (1949) el enviado israelí, Abba Eban, declaró en las Naciones Unidas que no se podía realizar una lectura sesgada de la resolución. En palabras de Eban:
“La idea de que el objetivo primordial de aquella resolución – restaurar la paz – podía desatenderse y dejarse de lado mientras uno de los objetivos específicos que afectan a los refugiados podía satisfacerse, nunca, nunca, se le ocurrió a nadie”.
Por ende, la creencia de que la Resolución 194 confiere un derecho completo e incondicional no resultaba ser cierto. Como explican los autores, la Asamblea General de la ONU tiene atribuciones limitadas y no puede conceder derechos vinculantes ni jurídicos, por lo que la resolución es puramente consultiva. De acuerdo a lo anterior, la decisión soberana de si acaso los refugiados deberían volver era exclusivamente de Israel. Pero además se añadía una dificultad más y era cómo saber qué refugiados deseaban vivir en paz, quién lo determinaría y cómo. En palabras de Schwartz y Wilf:
“Distinguir a los refugiados palestinos que aceptaban la existencia de un Estado judío, y que ahora deseaban regresar y vivir en paz en su seno, de los refugiados palestinos que deseaban volver y tomar las armas contra los judíos dentro del Estado era una tarea absolutamente imposible. Por tanto, hubiese sido suicida que el Estado judío que nacía aceptase ciegamente un regreso masivo de esos refugiados palestinos”.
Durante los inicios de la Guerra Fría, Israel no contó con un apoyo completo e incondicional de los Estados Unidos. Si bien el Presidente Harry Truman era pro israelí, no era el caso de todos los políticos y del establishment militar. Sin ir más lejos el propio Secretario de Estado George Marshall no sentía simpatía por la causa israelí. Ahora bien, esta postura tenía razones que descansaban en la geopolítica y una importante dosis de realpolitik (realismo político), es decir, la importancia de asegurarse el control del petróleo y mantener alejada la URSS de la región.
El vicesecretario de Estado de Asuntos de Oriente Próximo de Estados Unidos, George McGhee, explicaba ante el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes que la preocupación por el tema de los refugiados no era solamente humanitario. A esto se sumaba la preocupación que la situación de inestabilidad en la región fuese explotado por los comunistas y otros elementos disruptivos.
Finalmente, Estados Unidos presionó y amenazó fuertemente al Estado de Israel en relación con el tema de la repatriación de los refugiados. El Presiente Ben Gurión, tras leer el telegrama de Truman, le preguntó al embajador estadounidense McDonald cómo podrían permitir que enemigos potenciales retornaran a sus tierras y si acaso Estados Unidos ayudaría con armas en caso de guerra.
El resultado es que, bajo estas presiones, Israel ideó 2 planes siendo el primero el “Plan Gaza”, de acuerdo al cual Egipto transferiría esta franja (que quedó en poder tras la guerra) e Israel se comprometía a dar la ciudadanía israelí a los árabes residentes o desplazados, y se comprometería a reasentarlos e integrarlos. Estados Unidos apoyó el plan pero deseaba que Israel compensase a Egipto y Ben Gurión accedió a ceder parte del noroeste del Néguev, pero Egipcio no accedió. El segundo plan era la “Propuesta de los Cien Mil”, en virtud del cual Israel se comprometía a absorber 100 mil refugiados en el contexto de un tratado de paz, pero también fue rechazado por los árabes. Sobre este tema comentan Schwartz y Wilf:
“Los dos planes de Israel mostraban su voluntad en contribuir en lo que le correspondía según un acuerdo integral en la que todas las partes del conflicto aportaban lo suyo. Para los árabes, el sufrimiento humanitario de los refugiados no tenía un papel muy significativo, ya que era útil sobre todo como arma política contra Israel”.