35) La reacción internacional ante la Guerra Civil en España (por Jan Doxrud)
Siguiendo a Courtois y Panné, en Barcelona se realizaron una versión del “proceso de Moscú”. Entre el 11 y el 22 de octubre de 1938, lo miembros del comité ejecutivo del POUM fueron citados ante un tribunal especial. Para alivio de los acusados no se pronunció ninguna pena de muerte como lo deseaban los comunistas, pero fueron condenados a prisión, por haber ordenado que el gobierno de la República se encontraba bajo las órdenes de Moscú. Si bien en ambos bandos se cometieron atrocidades, llama la atención esta guerra interna a muerte que se generó dentro de la izquierda en donde la URSS se dedicó tanto a combatir a las tropas de Franco pero también a imponer la ortodoxia comunista por medio del terror stalinista.
Como comenta Paul Preston escribió que los republicanos padecieron numerosos problemas virtualmente desconocidos en la zona nacional, puesto que nunca disfrutaron de nada parecido a la unidad de propósitos. Añade que era imposible manejar los “elementos incontrolados” y mantener bajo control la “marea de sentimientos antiderechistas largo tiempo reprimidos (…)”. En cuanto a la escandalosa persecución del POUM, Preston señala que esta debe verse dentro del contexto tanto de los intereses soviéticos, republicanos, socialistas y comunistas: imponer orden y disciplina (afirmación bastante simplista y discutible).
Por otro lado, Fernando del Rey en su libro “Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española” recuerda las palabras de otro historiador, Santos Juliá, para quien los crímenes cometidos en territorio republicano no podían pasarse por alto o despacharse como simples desmanes o actos de incontrolados “o cualquier otra excusa por el simple hecho de que, si los militares no se hubieran sublevado, esos crímenes nunca se habrían producido”. De acuerdo a Fernando del Rey, en ocasiones, la represión contaba con la organización y coordinación entre comités y los ayuntamientos, incluso hasta llegar al Gobierno Civil.
Junto a esto, añade en el epílogo que tampoco había noticias de que hubiesen asesores soviéticos en las zonas donde se desataba la violencia. De acuerdo a esto, del rey escribe que tanto los inspiradores, como los matarifes de la retaguardia fueron reclutados de entre las fuerzas encuadradas en los partidos, sindicatos y organizaciones juveniles que ya existían y ejercían el poder local a partir de febrero de 1936. En palabras del autor:
“Tras el golpe de Estado estas fuerzas se reorganizaron en los llamados comités de Defensa y en las milicias, protagonistas ambos del proceso revolucionario. Además de ocupar los principales resortes del poder municipal, colectivizar la economía y responsabilizarse del abastecimiento de las poblaciones, se encargaron de aplicar la política de limpieza selectiva dirigida a neutralizar al enemigo interior, en tanto que potencial aliado de los rebeldes”.
Ahora bien, el autor hace una precisión y es que no se trató de represión por parte del “pueblo” o de las “masas” sino que, más bien se trataba de una minorías muy activas, politizadas y organizadas. A esto añade el mismo autor que hace necesario, a estas alturas, descartar aquella la imagen mítica de supuestos elementos “incontrolado” o de criminales excarcelados dueños de la situación aprovechando el vacío de poder. A esto añade las palabras del historiador español, Julian Casanova, quien da a entender que estos represores no eran delincuentes comunes, sino que personas profundamente convencidas de lo que hacían en nombre de su ideología.
De acuerdo a esto, del Rey afirma que la represión en la retaguardia republicana, la “violencia revolucionaria”, “hubo escasa espontaneidad, muy poco descontrol y sí mucho cálculo racional, por más que las emociones se hallaran a flor de piel, atrapados sus protagonistas – víctimas y verdugos – por la pasión, el miedo y la tensión propios de un contexto tan extraordinario”.
En virtud de lo anterior, la revolución implicaba limpiar o purgar el ambiente, por medio de un ejercicio fino de cirugía contra burgueses, militares, curas y terratenientes (clase parasitaria). Pero el terror llegó incluso a extranjeros como fue el caso de Dolores y Concepción Aguiar Mella y Díaz, hermanas del vice-consul de Uruguay en Madrid, quienes fueron raptadas y asesinadas, lo que causó la ruptura de relaciones entre ambos países
En esta acción, estuvieron involucrados socialistas, anarcosindicalistas, comunistas y republicanos, quienes optaron por responder al golpe militar con las armas y volverlas en contra de las izquierdas. El mismo anarquista Juan García Oliver (1901-1980) aseveró que la violencia fue apadrinada por organizaciones sindicales y políticas revolucionarias. El mismo socialista Luis Araquistáin señaló, en una carta dirigida a Largo Caballero a mediados de agosto de 1936 lo siguiente “Todavía pasará algún tiempo en barrer de todo el país a los sediciosos. La limpia va a ser tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio
Así, Fernando del Rey destaca la desunión que existía dentro de los componentes del frente popular, siendo esta fragmentación “una de las principales características de la política republicana durante la guerra (…)”. Continúa explicando el autor que los discursos de combate, exclusión e intransigencia que inundaron tanto las calles como los medios de comunicación, terminaron por enrarecer la convivencia. Estos eran discursos ya presentes en el año 1934 a propósito de las sublevaciones acontecidas, especialmente la de Asturias, los cuales se reprodujeron en la campaña electoral de 1936.
En cuanto al golpe dado por los militares, Fernando del rey afirma que este solo sirvió para que tales discurso de odio superaran unos niveles nunca antes vistos en la década de 1930. Así, del rey señala que mucho se ha escrito sobre las intenciones exterminadores de quienes realizaron el golpe de Estado, pero poca atención se ha puesto en las mismas intenciones que prevalecían en el campo contrario. En palabras del mismo historiador:
“Tras el escaparate de la solidaridad «antifascista», el territorio gubernamental fue testigo de una lucha por el liderazgo muy intensa, a cubierto de una rivalidad que venía del período anterior a la guerra y que se tradujo en continuos choques entre las distintas organizaciones y en profundas luchas internas. Cuando se produjo la sublevación, la aparente unidad de las izquierdas bajo las siglas del Frente Popular escondía un panorama muy complicado, plagado de desconfianzas y recelos en múltiples planos”.
El punto es que estos bandos que se enfrentaban dentro de la izquierdas, a la larga, basaban sus ideas en personajes nefastos, movidos por el odio, el resentimiento y en su creencia que en nombre de una revolución clasista “todo estaba permitido.” Algunos seguían a Lenin, otros Stalin, otros a Trotsky, Bakunin, Kropotkin o Nechaiev. Pero estos 3 personajes era simplemente distintas variantes de una misma ideología que solo ha traído sufrimientos y muertes. Los 3 fueron cómplices de un golpe de Estado que puso fin a la Asamblea Constituyente en Rusia, así como también de masacres y genocidios. Por ende, hora de deribar el mito del “malo de Stalin” que traicionó al “bueno de Lenin y Trosky”.
Por ende el debate entre guerra o revolución que enfrentó a la izquierdas puede ser relevante estudiarlo per, como señala Federico Jiménez Losantos en su “Memoria del Comunismo” todas estas agrupaciones izquierdistas así como sus representantes tenía en común el acabar con la libertad y el derecho a vivir. Otro punto que toca Losantos es que el terror no comenzó con la llegada de “agentes soviéticos”, puesto que antes de su llegada el “terror rojo” de clase o ideas – al estilo leninista – ya operaba a toda máquina.
La conclusión de esto es que la “ República” era inexistente y, de admitir su existencia – era nominal, sin poder real y capacidad de generar orden social. Losantos, en contra de toda una larga lista de autores como Santos Juliá, Alberto Reig Tapia y Paul Preston (entre otros) afirma (como lo hacen otros estudiosos) que la República no existía. César Vidal en su interesante (y macabro) libro titulado “Checas de Madrid. Las cárceles republicanas al descubierto”, afirma de entrada que esta red de centros de tortura y exterminio contaron con el respaldo directo de los aparatos del Estado así como con el “apoyo o silencio de los que habían sido erigidos en referentes morales de la sociedad”.