21) La Guerra Civil Española . El Segundo Bienio, 1934-1936 (por Jan Doxrud)
Por su parte, Raymond Carr destaca otros aspectos del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera como su rechazo del nacionalismo catalán que creía que estaba basado en falsos criterios de raza y lenguaje. Junto a esto criticaba a la democracia parlamentaria, el individualismo liberal y el socialismo. También rechazaba que los “intereses de clase” se encumbraran por encima de los intereses de la nación o “destino nacional”.
El pensamiento de Primo de Rivera era claramente anti marxista y antibolchevique, puesto que consideraba a esta ideología como una materialista que realizaba una interpretación reduccionista de la historia basada en la infraestructura económica. Así, el bolchevismo no se limitaba a sus políticas fracasadas de colectivización, puesto que su objetivo era – como lo señaló Primo de Rivera en un artículo de 1935 titulado “Bolchevismo” – “arrancar del pueblo toda religión, en destruir la célula familiar, en materializar la existencia”.
El embajador chileno en España, Aurelio Núñez Morgado, también dedica palabras (elogiosas) al fundador de la Falange. Señala en su libro que, a pesar de su ascendencia aristocrática, sus costumbres y modos de “gentilhombre”, percibió que, ante la anarquía que se venía acercando gradualmente, se hacía necesario “encauzar al obrero sano de espíritu y patriota hacia una renovación social profunda”.
De acuerdo al diplomático chileno, la Falange Española constituyó un baluarte contra la intromisión de ideas y prácticas bolcheviques y d ahí que esta agrupación fuera homologada – por la izquierda – con el fascismo y el nazismo. Ahora bien, en vida José Antonio Primo de Rivera no alcanzó a gozar de una importancia gravitante y sería, más bien, su injusto fusilamiento lo que daría comienzo al mito en trono a sus ideas y su figura.
Junto a la Falange tenemos también el “Bloque Nacional” (1934). Como señalé anteriormente, y siguiendo a Pío Moa, en marzo de 1933 se había consumado la división dentro de la derecha. Ese año nació, como ya tuvimos oportunidad de ver, “Renovación Española”, un grupo monárquico que apoyaba la figura de Alfonso XIII, de ahí el nombre de “alfonsinos”, el cual estaba encabezado por el ya mencionado Antonio Goicoechea (1876-1953). Por otro lado, se constituía la CEDA bajo la hegemonía de Gil-Robles y Acción Popular. Explica Moa que la diferencia entre estas 2 derechas radicaba en que “Renovación” aspiraba a restaurar la monarquía, mientras que la CEDA no aspiraba a aquello y, sumado a esto, rechazaba los métodos violentos al margen de la ley.
En cuanto al mencionado “Bloque Nacional”, este fue fundado por Calvo Sotelo y el editor y académico Pedro Sainz Rodríguez (1897 - 1986) para, como señala Moa, forzar la unión de las derechas. El bloque promovió una postura agresiva y combativa, especialmente teniendo en consideración la experiencia de la rebelión de 1934. Lo que sus líderes denunciaban era la existencia de un Estado decrépito y la crisis moral de una sociedad que contemplaba “con impacibilidad suicida la organización metódica de su propio aniquilamiento (…)”.
Regresemos a la sublevación de 1934. Como señalé, para Moa, la insurrección de 1934 fue crucial, cuando los sublevados armados atacaron puestos de la Guardia Civil con rifles y dinamita. En Barcelona la Alianza Obrera, explica Moa, ideó la estrategia consistente en explota el radicalismo de la Esquerra en favor de la revolución. El hecho fue que la insurrección de Asturias fue la más emblemática y los sublevados lograron tomar el control del centro minero y metalúrgico de Mieres, con 42 mil habitantes. En el ayuntamiento se formó un Comité de Alianza Obrera que gestionó las operaciones. Otra ciudada portuaria que cayó en Asturias fue Gijón, que contaba con 75 mil habitantes.
La extensión de los disturbios en distintas localidades forzó al gobierno a recurrir al ejército. Como señalé anteriormente, aquí entró en escena un militar que conocía bien Asturias, me refiero al futuro vencedor de la guerra civil y dictador de España: Francico Franco. El militar había hecho su carrera en Marruecos llegando a convertirse en el capitán más joven de España y, posteriormente el general más joven de Europa.
De acuerdo a Moa, habría sido iniciativa de Franco desembarcar en Asturias el Ejército de Marruecos, una bandera (batallón) de la Legión, un batallón de cazadores, seguido de dos tábores (unidad militar) Regulares y otra bandera. Fue Juan Yagüe (1891-1952) quien se puso al mando de la Legión y los Regulares y lograría imponer el orden. Ante la sublevación del la Generalitat en Cataluña, el general Domingo Batet (1872-1937) logró frustrar los planes de Luis Companys, de manera que la insurrección que, en un comienzo amenazaba a casi toda España, terminó por ser sofocada cuando fueron derrotados los sublevados en Asturias. El final de la insurrección no significó el cierre de las heridas.
Otra conclusión de Moa es que la crisis decisiva de la Segunda República fue abierta por las elecciones de 1933. Fue la victoria de la centro-derecha y la reacción de la izquierda la que decidiría la cuestión sobre qué tipo de régimen iba a imperar, esto es, si verdaderamente se deseaba una democracia con alternancia en el poder. El resultado de las elecciones echó por tierra esto último u, como explica Moa, esto no se debió la actitud de la CEDA, “moderada por no decir timorata”, sino por la reacción de las izquierdas, las cuales no pudieron aceptar perder las riendas del poder. En palabras del historiador español:
“Éstas rechazaron de modo terminante el veredicto popular y trataron desde el primer momento de hacer imposible la vida del gobierno salido de las urnas”.
Más adelante añade en su libro sobre los orígenes de la guerra civil:
“La conducta de estas izquierdas partía del principio de que gobernar la república exigía no tanto los votos como unos «títulos» de los que ellos serían depositarios privilegiados. Es difícil encontrar la base de semejante titularidad”.
Ramón Tamames, por su parte, escribió que lo más grave de este hecho, del lado del gobierno, fue que los radicales y la CEDA, fueron ineficientes en “restaurar el espíritu de concordia después del trauma de octubre de 1934”. Así el gobierno quedó marcado por la violencia ejercida en la represión. De ahí surgiría, producto de la propaganda, el nombre de “Bienio Negro” para calificar al gobierno liderado por la centro derecha.
De acuerdo a Stanley Payne, tras los sucesos de 1934, España se llenó de historias de atrocidades procedentes tanto de la izquierda como la derecha, creándose así “un discurso apocalíptico que intensificó la polarización y provocó respuestas extremas”. Añade el mismo autor que la propaganda sobre lo acontecido en Asturias, y la posterior represión, habrían desempeñado un importante papel en el estallido de la Guerra Civil. Continúa explicando el mismo historiador:
“Como resultado, la represión estuvo entre dos aguas. Fue lo bastante cruel como para enfurecer a la izquierda y proporcionarle su principal tema para los siguientes dieciséis meses, pero, en general, no se la reprimió de un modo definitivo. En poco más de un año, todos los insurrectos pudieron regresar a la vida política activa, oportunidad que aprovecharon para embarcarse en una violenta campaña de propaganda, así que, a finales de 1935, la represión no era sino una cuestión publicitaria”.
Añade Payne que, incluso, la Segunda República habría sido bastante moderada en la aplicación de la fuerza si se le compara con la represión de la Comuna de París (1871) por parte de la Tercera República francesa y otros regímenes europeos. El hecho fue que España logró mantenerse como una República, las y fuerzas de la centro-derecha no tomaron ventaja de la situación para imponer un régimen autoritario como sí ocurrió en otros países. Por último, el mismo autor añade las siguientes palabras:
“El fracaso a la hora de castigar de un modo significativo a los revolucionarios no supuso beneficio alguno para la democracia liberal en España, y pudo acelerar su muerte”.
Más adelante añade el mal manejo político para administrar la victoria obtenida mediante las armas:
“Como ya se ha explicado, los Gobiernos de centro-derecha no lograron llevar a cabo una represión verdaderamente rigurosa ni siguieron la lógica de su propia moderación de facto, preocupándose apenas por mediar con la izquierda o por animarla a unirse a un consenso constitucional. Esta contradicción surgía de las diferencias básicas entre el centro y la derecha”.
Sumado a esto, tenemos las acciones del Presidente Alcalá-Zamora que, con su estilo personalista y sus ambiciones personales, obstruyeron el funcionamiento del gobierno. Como señala Payne, el Jefe de Estado tenía una suerte de “complejo mesiánico y un “ego inmenso que le llevó a pensar que tenía derecho a manipular todos los aspectos del gobierno tanto como quisiera”.
En relación con el rótulo de “Bienio Negro”, Payne no concuerda, en el sentido de que se hace necesario distinguir el gobierno de los radicales en 1934 y el de la CEDA en 1935. De acuerdo al historiador, el gobierno de los radicales fue, posiblemente, el más justo de la República, puesto que fue “el único que se aproximó a conceder un trato igualitario a todos los sectores sociales”.