1) El Estado emprendedor de Mariana Mazzucato (por Jan Doxrud)
En esta serie de artículos me referiré a las ideas planteadas por la economista Mariana Mazzucato en su libro “El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado”. Este libro es una expansión de su monografía (2011) que se encuentra disponible en el sitio web del think tank “Demos”. Dicho esto, cabe también añadir que estos artículos trascenderán lo planteado específicamente por el libro de Mazzucato para abordar el tema que subyace a su libro. Me refiero al largo y espinoso tema de las relaciones entre mercado y Estado. En virtud de lo anterior se hace necesario delimitar correctamente los conceptos que son clave en este debate y que ya he abordado en otros artículos previos, como por ejemplo: Estado, mercado, innovación y emprendimiento. Para ello, dejaré al final de cada artículo los links para que el lector pueda consultar mis demás escritos relacionados con este tema.
¿Quién es Mariana Mazzucato? Es una economista ítalo-estadounidense nacida en la ciudad de Roma pero que se mudó junto a su familia hacia los Estados Unidos (New Jersey) a comienzos de la década de 1970 debido a que su padre Ernesto, obtuvo un puesto en el Plasma Physics Laboratory de la Universidad de Princeton. En Estados Unidos, Mazzucato cursó sus estudios en relaciones internacionales en la Universidad de Tufts y economía en la New School for Social Research. Esta última Universidad, hasta la fecha, se caracteriza por incluir en su currículo la enseñanza de teoría económica pertenecientes a escuelas económicas que toman distancia de lo que se conoce como la “ortodoxia” o “maintream economics”, como por ejemplo el post-keynesianismo, estructuralismo, marxismo y otros enfoques “heterodoxos”.
Actualmente Mazzucato es académica de Economía de la Innovación y el Valor Público en el University College London. También se desempeña como directora y fundadora del Institute for Innovation & Public Purpose de la misma Universidad. Entre sus libros traducidos al español se encuentran (además del ya mencionado): “El valor de todas las cosas. Quién produce y quién gana en la economía global” y “Misión economía. Una guía para cambiar el capitalismo”.
¿Por qué abordar el tema planteado por Mazzucato en su libro? Debido a que, al igual con lo que sucedió con “El Capital en el siglo XXI” del economista francés Thomas Piketty, las ideas de la autora han sido alabadas por ese mundo denominado como “progresista” (en el caso de Piketty fue su idea de un impuesto global al capital). Para ser más preciso, el progresismo se ha valido de la obra y enseñanzas de Mazzucato no sólo para reivindicar el rol del Estado dentro de la economía, sino que también para asignarle un papel clave en la innovación y la actividad empresarial. Pero también están aquellos oportunistas quienes solo ven en la obra de Mazzucato un pretexto para expandir la intervención estatal en la sociedad. Estos últimos son quienes malinterpretan a Mazzucatto o lisa y llanamente no han leído su libro y lo utilizan únicamente para abogar por una mayor injerencia estatal en la economía.
Tomemos el ejemplo de mi país: Chile. En una primera versión del eje programático del candidato Gabriel Boric se hacía mención explícita a Mariana Mazzucato, pero posteriormente fue borrado del programa. Aun así podemos leer algunas ideas propias del Estado Emprendedor de Mazzucato. Es posible leer que el Estado debe jugar un rol proactivo en la innovación pública y privada. Esta participación activa del Estado se traduce en que éste deberá investigar o generar innovación en alianza con el sector privado. También puede hacerlo “ofreciendo cooperación técnica para el desarrollo, adaptación y adopción de nuevos procesos o productos”. Sumado a lo anterior, tenemos que el Estado emprendedor debe jugar un rol activo en la economía, “financiando y participando en emprendimientos innovadores”, así como también “apostando por nuevas ideas, teniendo en particular consideración la emergencia climática y promoviendo la igualdad de género”.
Lo que Mazzucato recomienda al mundo de la izquierda progresista es actualizar su relato y advierte en este sentido que han sido más exitosos los “populistas” y “neoliberales” en esta competencia entre narrativas económicas. El objetivo de la autora es reorientar el sistema capitalista mediante una transformación estructural de la economía mundial. Esto de buscar un “modelo alternativo” no es nuevo y está presente en autores como Paul Mason y su “poscapitalismo” o Joseph Stiglitz y su “capitalismo progresista” ( y el último libro de Mazzucato). Así, estos y otros autores (podemos añadir a Naomi Klein) buscarán trascender el capitalismo en nombre de la sostenibilidad, la justicia, la pobreza o la desigualdad.
Ahora bien, la idea de la crisis del capitalismo no es nueva y se viene vaticinando al menos desde Marx, pasando por Joseph Schumpeter. Pero tal colapso no ha ocurrido. Lo que sí ha ocurrido es la mutación del capitalismo, así como también la coexistencia de diversas formas de capitalismo. Ya he señalado en otro artículo que se debe quizás dejar el término capitalismo para describir el sistema actual, puesto que es una parte y no constituye el todo del sistema. Así, no tiene sentido hablar de trascender o cambiar el capitalismo, puesto que no existe una modalidad y habría que especificar que elementos de este sistema habría que modificar o desechar.
El hecho es que Mazzucato busca repensar el rol que le corresponde al Estado y que es lo que aborda en su libro. La idea de Mazzucato es que la izquierda deje únicamente de centrarse en la redistribución, para focalizarse también en la experimentación, la innovación y la creación de riqueza. En una entrevista para el diario El País en mayo del 2021, Mazzucato señalaba lo siguiente:
“La izquierda se ha vuelto muy perezosa. Fíjese en Latinoamérica, por ejemplo, en Venezuela. En E uropa tenemos el mismo problema, pero a un nivel diferente. Todo el discurso se centra en la redistribución. No existe una narrativa progresista adecuada que explique bien de dónde surge la riqueza. Yo creo cada vez más en la necesidad de hablar de la predistribución. Cómo somos capaces de crear más valor, de un modo diferente, en vez de esperar a recoger los restos. Todo eso necesita un discurso y una discusión diferentes. Por supuesto que necesitamos una política fiscal progresiva, para redistribuir, pero la agenda progresista necesita centrarse tanto también en la creación de riqueza”
En el capítulo 2 del “EE” la economista señala que las políticas de redistribución, por sí mismas, no generan crecimiento, aunque sí garantiza que los resultados del crecimiento sean justos. Junto a esto añade que la desigualdad puede dañar el crecimiento, pero esta no lo fomenta por sí misma. En virtud de lo anterior, Mazzucato afirma que lo que muchos keynesianos de izquierda han olvidado es “una agenda de crecimiento que cree riqueza, al mismo tiempo que la redistribuya”.
Otra razón de la importancia del libro es el hecho de que el emprendimiento y la innovación constituyen componentes esenciales de las economías modernas y resulta de interés reflexionar acerca de los factores que estimulan la innovación y tomar distancia de explicaciones reduccionistas. Como explica el economista francés, Jean Tirole, la teoría clásica del crecimiento económico se fundamentaba principalmente en dos pilares a saber: la acumulación de capital y la fuerza de trabajo. Con los trabajos de Robert Solow se añadió otro componente esencial: el progreso tecnológico. Por su parte, el economista del desarrollo estadounidense, William Easterly, también destaca la provocativa idea de Solow y es que la inversión en maquinaria no puede ser fuente de crecimiento en el largo plazo (debido a los rendimientos decrecientes). Sobre la intuición de Solow comentan los economistas Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo:
“Su argumento, básicamente, era que a medida que sube el PIB per cápita la gente ahorra más y, por lo tanto, hay más dinero para invertir y más capital disponible por trabajador. Esto hace que el capital sea menos productivo; si ahora hay dos máquinas en una fábrica en la que solo había una, los mismos trabajadores tendrán que hacer funcionar las dos al mismo tiempo. Por supuesto, una fábrica puede contratar a más trabajadores si tiene más máquinas. Pero la economía en general no puede (si la migración no varía), una vez se agote su reserva de trabajadores infrautilizados. Por lo tanto las máquinas extras compradas con los ahorros adicionales tendrán que funcionar con menos trabajadores. Cada nueva máquina y, como consecuencia, cada unidad adicional de capital, contribuirá cada vez menos al PIB”.
Lo anterior es parte de lo que denomina como “fundamentalismo del capital”, esto es, “la creencia de que invertir en edificaciones y máquinas es el determinante fundamental del crecimiento”. Por ende es el cambio tecnológico lo crucial, es decir, lo que permite el crecimiento económico por medio del ahorro de trabajo. Ahora bien, como apunta Easterly, Solow aplicó su teoría al caso estadounidense, pero en la academia se utilizó su modelo como “el modelo” incluso aplicándose a países tropicales. Como se percató Robert Lucas, el capital no fluía hacia los países pobres, lo cual no tenía sentido puesto que la rentabilidad sería mayor en esos países donde la maquinaria era escasa. La explicación puede encontrarse en la economía institucional y el papel que juegan las instituciones y los incentivos que generan en los inversionistas.
Por su parte, los académicos Philippe Aghion, Céline Antonin y Simon Bunel , en su libro “El poder de la destrucción creativa. ¿Qué impulsa el crecimiento económico?”, destacan la importancia de la evolución conjunta de la ciencia y la tecnología, y el diálogo entre el saber proposicional (teórico) y prescriptivo (práctico). Ha corrido bastante agua bajo el puente desde los trabajos de Solow en la década de 1950 y, como señala Tirole: “Hoy, mucho más aún que en 1956, la innovación tecnológica está en el centro del mecanismo de crecimiento. La economía del siglo XXI es, como se dice, la del conocimiento; y, evidentemente, la de una mutación tecnológica de gran amplitud”.
La innovación implica creatividad y, como afirma el economista Xavier Sala-i-Martin, es la creación e implementación de ideas por parte de gente normal dentro de un entorno que permita que aquellos suceda: que florezcan las ideas. Por su parte Aghion, Antonin y Bunel también arrojan luces sobre el tema de la innovación. Los autores presentan una serie de ideas medulares que posteriormente van desarrollando en diversos capítulos. En primer lugar tenemos que la innovación y difusión del conocimiento están en el corazón del crecimiento económico. Junto a esto, los autores explican que este paradigma schumpeteriano de la destrucción creativa implica que la fuente primaria del crecimiento es la acumulación de innovaciones en donde el Estado juega un papel importante.
En segundo lugar destacan que la innovación depende de los incentivos y de la protección de los derechos de autor, en donde es el Estado el que debe velar por que se cumpla. Ahora bien, advierten los autores que, si bien se debe recompensar la innovación con rentas, también debe existir una regulación que eviten que tales rentas conduzcan a la desaparición de la competencia, afectando así a las innovaciones futuras. Por último tenemos que la destrucción creativa es inherente al capitalismo de libre mercado, lo que se traduce en que las nuevas innovaciones hacen obsoletas a las viejas. ¿Qué hay del rol del Estado?
Los autores apoyan la idea de un Estado inversor “que estimule la economía del conocimiento y de la innovación”, así como también un “Estado asegurador” que pueda proteger a la sociedad “de los riesgos inducidos por la innovación y la destrucción creativa”. Más adelante añaden que la innovación depende “sobre todo del mercado y de las empresas”, pero que el Estado igualmente necesario como inversor y asegurador. No o bstante lo anterior, en el capítulo 15, los autores advierten sobre los peligros de un Estado muy fuerte y omnipresente.
Explican que el Estado no es una entidad homogénea, puesto que es un agregado complejo “constituido por individuos motivados por un compromiso con el servicio público, pero que, en distintos grados, también persiguen sus propios intereses y responden a una variedad de incentivos (financieros, profesionales o prestigio)”. Aquí los autores traen a la palestra a la Escuela Public Choice y a sus dos representantes: James M. Buchanan (1919-2013) y Gordon Tullock (1922-2014).
Lo que estos autores hicieron fue estudiar el Estado, sus acciones, objetivos e incentivos crudamente, purgado de cualquier idealización de esta institución. El punto de los autores es enfatizar la importancia de la existencia de una Constitución que establezca límites al Poder Ejecutivo, el imperio de un sólido Estado de Derecho, junto a la existencia de controles y balances que puedan restringirla colusión entre el Poder Ejecutivo y grupos de intereses privados. En palabras de Aghion, Antonin y Bunel:
“ Limitar el poder ejecutivo es esencial para el funcionamiento de una economía innovadora. En particular, el monitoreo del ejecutivo limita la probabilidad de colusión entre funcionarios públicos y empresas ya establecidas que buscan mantener sus rentas. En otras palabras, apoya la entrada de nuevas empresas innovadoras y así estimula el proceso de destrucción creativa”.