Pero sucede que la palabra pedagogía ha sufrido un desplazamiento semántico. Significaba hasta hace poco el arte de enseñar, y que depende de la capacidad de hablar claramente y de saber escuchar, de la capacidad de entusiasmarse y de entusiasmar a los demás, de la capacidad de combinar cierta dosis de autoridad y severidad (que inevitablemente son necesarias si se ha de educar a alguien) con la cortesía, la serenidad y las buenas maneras.
Ricardo Moreno Castillo. La conjura de los ignorante.
9) Hablemos de educación (por Jan Doxrud)
También es importante la relación del profesor con los alumnos, en donde el primero sea percibido como una persona correcta, justa, exigente y que demuestre que lo que hace realmente le gusta y apasiona. Sumado a esto es relevante que el profesor se interese por sus alumnos en sus diferentes dimensiones, como sus necesidades intelectuales pero también emocionales (el manejo de estos temas, obviamente, dependerá de la personalidad y el estilo particular del profesor).
Así, un profesor que no tenga autoridad (peor aun: ni autoridad moral), que carezca de la habilidad para mantener un ambiente adecuado en la clase y que no es capaz de mantener una buena relación con sus alumnos (sin caer en los amiguismos) el resultado será una clase mediocre y poco estimulantes, que será más bien un lastre más que una motivación, tanto para el profesor como para lo estudiante.
Tenemos, de acuerdo a lo anterior, una suerte escala piramidal que debemos satisfacer y en la base tenemos (sacrificando otros factores) aquella dimensión que involucra el orden y las relaciones interpersonales. Ahora bien, en esto puede ser de gran ayuda el que el profesor domine sus contenidos, sea ordenado, planificado, coherente y creativo a la hora de impartir su clase. Sin duda alguna se le hará más fácil sortear aquellos factores que hemos puesto en la base de la pirámide.
Regresemos al tema que nos convoca y preguntémonos ¿cómo enseñar? Obviamente esto dependerá de la disciplina específica, pero en este caso asumiré que tal disciplina cabe dentro del radar de las ciencias sociales. Como señalé, escuchamos que la clase expositiva ya es una cosa del pasado y que, invocando a las neurociencias, se nos señala que los alumnos tienen un límite temporal más allá del cual su atención se desvía hacia las alturas del Everest. Esto es cierto, y digamos que no tuvimos que esperar a las neurociencias para saber eso, quizás estas aportaron con mayor precisión el número de minutos que los alumnos son capaces de estar concentrados y las zonas cerebrales involucradas.
Con esto quiero dar a entender que lo anterior es verdadero y se fundamenta en una experiencia subjetiva y que, jugando con la terminología económica, diremos que existen “rendimientos decrecientes” para la concentración a lo largo de un período determinado de tiempo. O, quizás, tenemos una “curva de indiferencia” entre tiempo y concentración. Como los alumnos no son capaces de estar atentos por mucho tiempo, entonces es aquí donde entra las metodologías “activas” que apuntan a que los alumnos sean los protagonistas de la educación y el profesor sea un mediador. Incluso algunos puede ir más allá y señalar que el profesor ni siquiera tiene que proporcionar información puesto que todo aquello está en la red. Pero esto es falso y el mayor acceso a conocimientos por medio de internet no se ha traducido en estudiantes más informados.
Pero de acuerdo a esta lógica, entonces los seres humanos y estudiantes no podrían asistir a obras de teatro en vivo, de manera que deberían ser grabadas y proyectadas por parte, de manera que se adecúe ala capacidad de concentración que tiene el ser humano. Pero sabemos que no es lo mismo, ni para el actor ni para el espectador, mirar una obra de teatro en vivo y otra grabada. Tampoco será factible reducir el tiempo de las obras de teatro (o ballet, opera o concierto) a 20 o 30 minutos. Pensará alguno que no es lo mismo una obra de teatro que una clase. La respuesta es que una obra de teatro también requiere concentración y atención, para seguir el hilo conductor de la obra y apreciar el desempeño de cada actor en su papel respectivo. Todo lo anterior requiere de concentración y atención.
También se nos dirá que debemos diversificar la enseñanza teniendo en cuenta los estilos de aprendizaje de los alumnos, lo cual es cierto, pero personalmente creo que esa idea tiene un límite y llevarla a su extremo lógico es una utopía. Una utopía porque el profesor no tiene tiempo para diversificar de acuerdo a las necesidades de los alumnos y existen contenidos que para aprenderlos requieren de una paleta limitada de medios. Así, el “input” debe ser diversificado (hasta ciertos límites) pero también el “output”, es decir, como el estudiante da cuenta o evidencia sus aprendizajes debe ser diversificado: un mapa conceptual, mapa semántico, una canción, un video, una actuación o un sketchnote.
Ahora bien, hay que tomarse con calma todas estas estrategias y no entusiasmarse como un niño con juguete nuevo, ya que los mismos teóricos, como los del Project Zero de Harvard, advierten que no se debe abusar, por ejemplo, de las rutinas de pensamiento ni tampoco pretender utilizarlas todas en durante el año escolar.Si se nos dice que la clase expositiva puede cansar y hasta aburrir, lo mismo vale para estas otras estrategias.
Por ende, e insisto, el tema no pasa por establecer una dicotomía irreconciliable entre el “mundo de los contenidos” y el “mundo de las metodologías”. Ya señalé que estas se complementan, pero también destaqué el hecho de que se tome como punto de partida un dudoso supuesto que nos dice que lo que el profesor necesita es, mediante cursos de perfeccionamiento o estudios de potsgrado, aprender metodologías. Todo lo que tenga relación con el dominio de los contenidos por parte del profesor se da “por dado”, es decir, “es así”, casi una “obviedad”. Jugando nuevamente con términos económicos, tenemos que “X” (X =“el dominio que el profesor tiene sobre los contenidos”) deja de ser una “variable” para transformarse en una “constante”.
Así, aplicamos el célebre “ceteris paribus”, esto es, si mantenemos “todo lo demás constante”, en este caso “X” (el profesor es un experto en los contenidos) entonces lo que tenemos que hacer es maximizar solo una variable a saber, “Y” (Y = enseñanza de metodologías) para así tener “Z” (Z= profesor de calidad). Para seguir con el juego tenemos que, en términos funcionales, “Z” es función de “Y” y los demás factores como “X” se mantienen como una constante. Se da por supuesto que el profesor solo necesita “Y” de manera explícita y no “X”, porque se da por hecho que el profesor es “un experto”. Es por ello que los cursos de perfeccionamiento de profesores se enfocan en “Y” y no en “X”.
Así, debemos enfocarnos en que los profesores no solamente sean versados en diversas metodologías. Se debe restablecer un equilibrio puesto que la balanza esta extremadamente cargada a que los profesores sean expertos meteorólogos pero no hay preocupación acerca de si esos mismos profesores manejan bien sus contenidos o si, por el contrario, solo tienen un manejo superficial que es escondido o camuflado detrás de tales metodologías. Hay muchas cualidades y requisitos que debe tener un profesor pero existen unos que son indispensables y sin los cuales tal profesor no debería estar impartiendo clases.
El Doctor ven Geología, David Rabadà, ha dedicado varios escritos sobre el tema de la educación y las nocivas consecuencias que ha tenido la pedagogía. Frente a esto, el autor propone algunas medidas paliativas de sentido común que pueden ayudar a evitar el declive de la educación. En primer lugar se debe evitar a los pedagogos teóricos que “alejados de las aulas hacen imposible el correcto desarrollo de la actividad docente en las aulas”. En segundo lugar es importante promover, tanto en la escuela como en la casa un ambiente de orden, silencio y concentración para facilitar la memorización y la comprensión de conceptos.
En tercer lugar el autor afirma que debe existir rutinas en clase y en casa a nivel de estudio, juego y descanso para los estudiantes. En cuarto lugar señala que los centros educativos deben contar con maestros “con excelentes conocimientos en su especialidad y con un dominio rico, elegante y preciso de los idiomas oficiales”. En quinto y último lugar Rabadà escribe que se debe poner mucho esfuerzo en potenciar la comprensión lectora y sintaxis, puesto que “sin destreza en el lenguaje no se pueden comprender, memorizar o expresar los conocimientos”.
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