2) Federico Finchelstein: el Fascismo (por Jan Doxrud)
Como señalé anteriormente, Finchelstein defiende la idea de un “fascismo transnacional” en oposición al enfoque genérico. Desde esta óptica transnacional el fascismo es concebido como una“ideología global con movimientos y regímenes nacionales”. Explica que esta interpretación genérica homogeniza lo que es el fascismo y desatiende diferencias nacionales existente y proponen así una mera interpretación europea que margina cualquier posibilidad de fascismos transeuropeos”. En el fondo la pregunta es ¿Por qué razón, de todas las ideologías nacidas en Europa, el fascismo tiene prohibido trascender estas mismas fronteras europeas? En palabras de Finchelstein:
“El fascismo fue una experiencia vívida y, como el liberalismo y el marxismo, terminó convirtiéndose en una ideología política global significativamente distinta según los contextos nacionales”
Otra característica de estos historiadores genéricos es su búsqueda de una suerte de “esencia” fascista o, como señala Finchelstein, un “mínimo fascista” o una especie de Santo Grial de la historiografía del fascismo, lo cual coincidiría con la creencia de Mussolini en una “matriz fascista”que vendría a ser una “sagrada dimensión fundante” o “núcleo esencial”. Frente a esto, Finchelstein explica que tal visión reduce el fascismo a una serie de rasgos (renacimiento nacional, modernismo y biopolítica) omitiendo así “el análisis de procesos fascistas de circulación, adaptación y reformulación globales”. Ante esto, el autor cita al historiador de la Universidad de Trier (Alemania), Benjamin Zachariah y su propuesta de un “repertorio fascista” (en contraposición a la idea del “mínimo fascista”) en base a el estudio realizado del fascismo en India. De acuerdo a Zachariah se hace necesario dejar de pensar al fascismo como una importación específica de Europa que llega completamente formada y con total claridad. Por su parte Fincheltein señala:
“Como resultado del uso de esta lente eurocéntrica, el fascismo extraeuropeo es visto como un tema sin peso propio, o que ha sido reemplazado por estereotipos tales como islamofascismo en el mundo árabe, o el imperio del caudillo en América Latina. Es curioso que los investigadores en historia europea estén dispuestos a estudiar la circulación global del liberalismo y el marxismo, pero ante la participación europea en los intercambios fascistas globales prefieran hacer hincapié en una visión más eurocéntrica”.
Continúa explicando Finchelstein que la historia de lo transnacional considera no sólo las transferencias ideológicas y los intercambios sociales, culturales y económicos. También resulta de relevancia tomar en consideración aquellas cosas que no fueron transferidas o no pudieron exportarse con éxito por la especificidad de las historias nacionales. Este enfoque transnacional, por ende, toma distancia de la búsqueda de formas ideales y definiciones mínimas del fascismo. En términos concretos se puede hablar de un fascismo argentino, japonés, peruano, mexicano e indio. El fascismo japonés se materializó en el estatismo de la era Showa (temprana) que corresponde la reinado del emperador Hirohito(1926-1989) y que se caracterizo por el nacionalismo extremo, el capitalismo de Estado y el militarismo. A esto podemos añadir su antioccidentalismo, tal como lo destacan Ian Buruma y Avishai Margalit.
Como ya he explicado en otro artículo, estos dos autores nos recuerdan aquel congreso en japón en donde se reunieron literatos románticos, intelectuales y filósofos que se encontraban bajo la influencia tanto del buddhismo como por las ideas del pensador alemán Hegel. En este congreso, destacaba también la figura del crítico literario Hayashi Fusao (1903-1975), ex marxista convertido al extremo nacionalismo, señalaba que el ataque a Occidente lo colmaba de júbilo. Uno de los aspectos interesantes era la visión que estos personajes tenían de Occidente. Este último era presentado como una enfermedad que había contagiado el espíritu nipón. Sus invectivas apuntaban a la ciencia, el pensamiento científico, la tecnología, la concepción mecanicista de la naturaleza, el materialismo y el capitalismo. En palabras de Margalit y Buruma:
“Occidente y, en especial Estados Unidos, era fríamente mecanicista. Un oriente holístico y tradicional, aglutinado bajo el divino poder imperial de Japón, s ería capaz de restablecer en una cálida comunidad orgánica la salud espiritual perdida. Tal como dijo uno de los participantes, la lucha se había entablado entre la sangre japonesa y el intelecto occidental”.
En el caso de Perú tenemos la Unión Revolucionaria, autoprlamada como fascista, antiliberal y xenófobo, específicamente, hacia la población japonesa. Este fue fundado en 1931 por Luis Miguel Sánchez cerro, militar y político peruano (1889-1933) y quien dio un golpe de Estado contra Augusto Leguía en 1930 instaurando así una Junta de Gobierno. A comienzos de marzo dejó el poder debido a la fuerte inestabildad que había en el país, para después retornar como Presidente en diciembre, gobernando entre 1931-1933. Sanchez sería asesinado en 1933 y quien continuaría propagando las ideas del partido fue Luis Alberto Flores (1899-1969). Entre los estatutos del partido se pueden encontrar los siguientes:
Artículo 3. La Unión Revolucionaria, por el fallecimiento del fundador, reconoce como Jefe Supremo al Doctor Luis A. Flores, elegido por aclamación de las masas y ratificado por el Congreso del Partido el 22 de agosto de 1935.
Artículo 4. El vínculo entre el partido y su jefe es indisoluble e indestructible. Su mantenimiento se considera condición indispensable de la existencia del partido.
Artículo 13. El Jefe del Partido, tiene el atributo de la Autoridad Suprema, pudiendo derogar o desaprobar todos los acuerdos de los organismos del Partido y nombrar y remover todos los cargos existentes.
Artículo 14. Todos los afiliados prestará al Jefe juramento de adhesión, fidelidad y disciplina.
En lo que respecta al fascismo colombiano, destacan “Los Leopardos”, un grupo que operó en la década de 1920 y parte de la de 1930 que nació de una escisión del partido conservador, siendo así también una pugna intergeneracional. Como explica Finchelstein, para este grupo no existían enemigos a la derecha, de manera que el fascismo constituía, desde un punto de vista nacional e internacional, una solución dictatorial para estados de emergencia nacionales. Continúa explicando el mismo autor que Los Leopeardos destacaban que las formas latinoamericanas de extrema derecha debían tener su raigambre en el antiimperialismo (en contra de las ambiciones de las razas anglosajonas) en los ideales bolivarianos.
En México, al igual que en perú, tambiéne xistió un Partido Fascista, formado en 1922 por Gustavo Sáenz de Sicilia. Como explica Javier MacGregor Campuzano ( Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa) en un escrito1, este movimiento se originó en Jalapa, autoproclamándose como antireaccionario y enemigo de los intereses creados que no tuviesen relación con la justicia. Como explica MacGregor, este planteo principios claros plasmados en el “Manifiesto del Partido Fascista a la Nación” (1922) y en “Los principios fundamentales del Fascismo Nacional Mexicano”. En el Manifiesto de 1922 el partido declara su deseo de la aplicación de la ley en beneficio universal, mostrando así un cierto rechazo a las élites en favor de políticas que fomentaran la cohesión de los diversos grupos sociales.
Como señala MacGregor, los fascistas se oponían tanto a la tiranía del “capital” sobre el trabajo como a la tiranía del “trabajo” sobre el “capital”, optando por un modelo de sociedad en donde los distintos gremios no impusieran una voluntad arbitraria sobre otros. Otro rasgo del fascismo mexicano fue la ausencia, en sus comienzos, de antisemitismo aunque sí una fuerte oposición ante la amenaza bolchevique, así como también sus interacciones con la Iglesia y el sector terrteniente. Como señala Finchelstein, el fascismo mexicano defendía la identidad mestiza de su sociedad, el legado hispánico en contra de la influencia de los poderes del norte y la idealización del catolicismo así como también de su pasado indígena.
En suma el fascismo transnacional, tal como explica Finchelstein, nos presenta al fascismo como un modelo político que, si bien tomó el poder, en primer lugar, en Italia, posteriormente asumió inflexiones regionales e interregionales. Añade que los fascismos eran distintos e, incluso, incompatibles según los distintos lugares puesto que “sus causas y efectos cambiaban en función de historias nacionales más amplias, así como de contextos internacionales cambiantes, de la Gran Guerra a la Guerra Fría y más allá”.
Finzalizo con las siguientes palabras:
“Comprender las dimensiones globales y transnacionales del fascismo requiere comprender su historia, primero tal como se articula en el nivel nacional, y segundo, en función del modo en que esa manifestación del fascismo se vincula con intercambios intelectuales que cruzan el océano Atlántico y van más allá”.
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George H. Sabine: El Fascismo (por Jan Doxrud)
1“Orden y Justicia: el Partido fascista mexicano, 1922-1923”