(¿Alguien dijo “Intelectuales”? (por Jan Doxrud)
“Antes de deshonrarse por sus crímenes, el fascismo constituyó una esperanza. Sedujo no sólo a millones de hombres sino a muchos intelectuales. En cuanto al comunismo, aún podemos avistar sus mejores días, ya que como mito político y como idea social sobrevivió largo tiempo a sus fracasos y a sus crímenes (…)”
(François Furet. El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX)
“Si uno desea encontrar intelectuales a los que no les guste el capitalismo, los mejores lugares donde puede encontrarlos son ciertas facultades de Harvard, Oxford o el Collège de France”
(Alan S. Kahan. Mind vs. Money: The War Between Intellectuals and Capitalism)
El enigma es el siguiente: mientras que los países europeos llevan casi doscientos años comprometidos con el ideal democrático, ideal apoyado por la gran mayoría de sus pueblos, los intelectuales, que constituyen en principio el sector más lúcido, han optado más bien por la defensa de regímenes violentos y tiránicos. Si el voto estuviese reservado únicamente a los intelectuales, viviríamos hoy en día bajo regímenes totalitarios, ¡y ya ni siquiera votaríamos”.
(Tzvetan Todorov. El hombre desplazado)
Las características mencionadas en el artículo anterior, hacen de esta clase de intelectual una figura cínica e inmoral, que padece una distorsionada autopercepción de grandeza que le hace inmune a la evidencia que proporciona la ciencia y las lecciones de la historia. En suma, estamos ante un personaje que carece completamente de conocimiento acerca de cómo opera la realidad económica, política y social, y juegan a ser el “rey filósofo” de Platón en su pequeña Calípolis. Para este personaje tanto la realidad como los seres humanos son infinitamente plásticos y moldeables, y sólo se necesitan de las personas “adecuadas” para implementar el proyecto de constructivismo y diseño social.
Hollander cita también las palabras de Mark Lilla, para quien el Comunismo tenía una específica y especial particularidad y es que demandaba y recibía una considerable inversión psicológica lo que hacía de esta inmune a refutación empírica y racional. Incluso una vez que sucumbió el proyecto socialista, autores como Eric Hobsbawm (otro preso del grillete intelectual staliniano) o Jacques Derrida continuaban defendiendo “el proyecto” o “la idea” socialista. Estos y otros autores son incapaces de separa la razón teórica de la práctica, y terminan por refugiarse en el ideal utópico que, por definición, es inmune a la crítica. Y si esto no fuese suficiente, osan criticar el sistema realmente existente, en nombre de un sistema idealmente existente, que sólo existe en sus cerebros y libros de texto. Más aún, estas personas no son capaces de reconocer ninguna diferencia entre tiranías y las sociedades libres del mundo occidental. No es raro encontrar personas que busquen absurdas equivalencias morales entre Estados Unidos y Corea del Norte o, entre Chile y Cuba. El juego de las equivalencias morales consiste en simplemente detectar algún defecto en el país X para, posteriormente, pasar homologarlo al país Y, de manera que el país X no tiene ningún derecho a critica al país Y. El absurdo llega a tales extremos que, para estas personas, vivir en Corea del Norte sería similar a vivir en Estados Unidos y vivir en Chile sería similar que vivir en Cuba, puesto que en todos estos países se violan los Derechos Humanos , lo que hace de estos países sean todos equivalentes. Pero el problema es que muchos de esto críticos viajan a Miami y no a Caracas o a Pyongyang. La ola de refugiados se dirige hacia Estados Unidos y, en el caso de Europa, a países como Alemania o Inglaterra, y no hacia Venezuela, Cuba, China o Corea del Norte. Pero estos argumentos tan básicos no constituyen argumentos de peso para los intelectuales, puesto que la realidad para ellos es irrelevante.
En fin, como escribió George Orwell
“Las acciones son tenidas como buenas o malas, no en atención a sus propios méritos, sino de acuerdo a quién las realiza, y prácticamente no hay clase alguna de barbarie – tortura, la toma de rehenes, trabajo forzado, deportaciones en masa, penas de cárcel, o ejecuciones sin juicio previo, falsificación, asesinato, el bombardeo de poblaciones civiles – cuya calificación moral no cambie cuando es cometida por “nuestro” bando.”
En el caso de Jacques Derrida (quien hacía apología del proyecto soviético), Hollander señala que constituía un ejemplo más del intelectual obstinado, que abraza un utopismo no diluido y que sentía una irresistible atracción por la “promesa mesiánica”. Para Derrida, esta promesa mesiánica se encumbraba por encima del desastre “tecno-económico” y en las perversiones totalitarias en que derivaron los socialismo reales. Si bien tal promesa no se cumplió, añade el mismo autor, sí imprimió una marca única e inaugural única en la historia. También podemos observar el caso de Noam Chomsky quien, además de la lingüística, ha hecho una verdadera carrera académica (y económica) como intelectual público atacando al propio país donde vive. Durante la Guerra Fría la sensibilidad política y social de Chomsky era bastante desequilibrada siempre colocando la carga en contra de Estados Unidos y alivianando la carga moral de otros países como fue el caso de la dictadura Camboyana bajo los Jemeres Rojos. En nuestro siglo XXI no resultó ser una sorpresa ver a Chomsky elogiando a la figura de Hugo Chávez y su proyecto de un Socialismo para el siglo XXI. Para Chomsky, Chávez estaba construyen un mundo diferente y posible. Tras la debacle económico y social bolivariano, Chomsky ya no solo tomó distancia del régimen, sino que lo ha criticado y tildado de desastre. Esta misma postura adoptó otro ideólogo y cercano a Chávez, me refiero al sociólogo alemán Heinz Dieterich. Como escribí en mi artículo sobre la “invitación bolivariana”, en el 2010 los economistas venezolanos disidentes ya presagiaban el desastre que se avecinaba sobre Venezuela. Pero Chomsky, al carecer de conocimientos básicos de economía, insiste en elogiar gobiernos inviables eme el largo plazo.
Pero no nos equivoquemos en el caso de Chomsky, puesto que su lógica opera de manera similar a la del creyente en la “promesa mesiánica”. Para Chomsky lo que ha fracasado no es el sistema socialista y estatista de Chávez, sino que “algo” habría pasado en el camino y que tuvo como consecuencia un severo desvío del noble ideal que se deseaba alcanzar. En el año 2017 Chomsky mostraba esperanzas en que mejorase la situación en Venezuela dado que el país gozaba de un índice de Desarrollo Humano superior al de Brasil. Por su parte Naomi Klein en 2013 retwiteaba un artículo en donde se señalaba que Hugo Chávez había dejado como legado el país más democrático del hemisferio occidental. Por lo general, esta clase de intelectuales como Chomsky padecen de un gran vacío de conocimientos en materia económica, lo cual los lleva a apoyar esta clase de regímenes y proyectos como el bolivariano. Esta actitud negativa ante el capitalismo basado en el libre mercado y la propiedad privada no es nueva, y ha sido abordada por Ludwig von Mises (1881-1973) en su “Mentalidad anticapitalista”, Jean-François Revel (1924-2006) en “La tentación totalitaria”y Robert Nozick en un ensayo “¿Por qué se oponen los intelectuales al capitalismo?”.
Pero Chomsky nunca reconocerá errores, actitud que armoniza con el titular de Blomberg de Noah Smith: “Being an Ideologue Means Never Having to Say You're Wrong”. El escritor húngaro Arthur Koestler (1905 - 1983) denominó como doctrina de los “cimientos inquebrantables” (unshaken foundations) a la creencia irracional, por parte de las personas, a la bondad trascendental de la causa a la cual se comprometieron, en este caso, a la del comunismo (aunque pueden ser también los fanáticos religioso). Esta doctrina permitía, por lo demás, al “creyente” a resistir y superar la duda que surgían ante aquellas situaciones que le planteaban derivados de un defecto específico del sistema al cual se adhirió. De ahí el rasgo particular de la creencia de estas personas, similar a la de los fundamentalistas religiosos: es una creencia inquebrantable.
El intelectual es un anticapitalista apasionado (aunque no comprenda el término) y ha integrado más reciente a su lista de enemigos al aún más difuso término: el neoliberalismo. Como señala Rainer Zitelmann en su libro “El capitalismo no es el problemas la solución”, el anticapitalista se ha convertido en una verdadera “religión secular” entre los intelectuales. Citando el trabajo del historiador Alan S. Kahan titulado “Mind vs. Money: The War Between Intellectuals and Capitalism”, Zitelmann señala que para los intelectuales el anticapitalismo se ha convertido en “el compromiso espiritual más extendido”.
Un intelectual debe cumplir ciertos requisitos mínimos para “ostentar” tal denominación, puesto que son personas que pueden llegar a tener una tremenda repercusión en la sociedad y más aún con el acceso a las redes sociales. Recordemos la advertencia de Hayek para así evitar caer en eso que podríamos denominar como “falacia práctica” entendida como la creencia de que el ser humano es pura praxis/acción y que se encuentra totalmente purificado de cualquier teoría. El problema es que la existencia de intelectuales que se sometan a estrictos estándares racionales y éticos parecen brillar por su ausencia y uno de los problemas son los colegios y universidades. Lamentablemente esta falta de estándares intelectuales es patente en nuestros días, por ejemplo, en las Humanidades, lo cual ha sido dejado en evidencia por Alan Sokal y Jean Bricmont que, por medio de un trabajo, dejaron en ridículo a la revista Social Text que aceptó un trabajo rico en neologismos y fraseología exuberante, pero precaria en argumentación. Lo mismo sucedió este año con otros tres autores, Peter Boghossian, James A. Lindsay y Helen Pluckrose, quienes lograron publicar sus papers en algunas revistas como el Journal of Feminist Geography, que terminó llamando la atención de los medios quedando en evidencia el fraude académico.
¿Qué rasgos debe tener un intelectual? Un intelectual debe defender la idea de una ética mínima universal (flexible que admite excepciones a la regla) que no puede fragmentarse y relativizarse en virtud de la “raza”, “etnia”, “clase social”, ideología “género”, nacionalidad, religión, posición política, cultura, etc. En suma, pienso que es posible construir una moral universal a partir de una reflexión filosófica cuidadosa que maximice el bienestar y la cohesión social. Hay valores que se encuentran por encima de cualquier cultura o tradición. Como afirmaba Julián Marías, el intelectual debe evitar la conciencia fanatizada que puede encarnarse en nacionalismos extremos, ideologización política o fundamentalismos religiosos. El intelectual serio no puede desechar la ciencia, el método científico y la racionalidad científica ( que no es sinónimo de racionalismo). Esta racionalidad científica es antidogmática, es consistente, es objetiva y, por último, es provisional. En virtud de lo anterior, quienes acusan a la ciencia de ser dogmática es debido a que no comprenden qué es la ciencia. El intelectual debe ser también una persona que aprenda de las lecciones que nos brinda la históricas para desechar aquellas experiencias que resultaron ser perjudiciales para la humanidad y no volver a repetirlas.
El intelectual debe ser una persona que contraste sus ideas con la realidad, de manera que la racionalidad teórica no basta puesto que la racionalidad práctica resulta ser fundamental (validez formal y material). En pocas palabras, lo que no es operativo en la realidad, las ideas que son incompatibles con la realidad deben ser descartadas por ser irracionales, de manera que, si bien todos tenemos un conjuntos de ideas a través de las cuales interpretamos la realidad, no todas estas ideologías son válidas formal y materialmente hablando. Las ideas que necesitan de la coerción sistemática para que puedan ser implementadas y mantenerse en el tiempo deben ser abandonadas. El intelectual debe evitar caer en las diversas falacias que la lógica nos enseña. Me refiero a aquellos errores de razonamiento o argumentación que aparentan tener una conexión lógica que en realidad carecen. El intelectual debe evitar caer en la erística o aquel arte de argumentar, contraargumentar, así como hacer uso de artilugios y estrategias que tienen el solo objetivo de obtener la victoria y no la búsqueda de la verdad (tal como lo exponía Arthur Schopenhauer). Como afirmaba Platón en el Eutidemo, la erística (Diosa Eris de la disputa y la discordia) consistía en el arte de triunfar en una contienda, mientras que la dialéctica se centraba en el diálogo y el debate para tratar de alcanzar la verdad.
El intelectual no debe incurrir en reduccionismos groseros a saber que reducen la totalidad, sistémica y compleja, a una de sus partes. El intelectual debe ser autónomo y con coraje, lo cual implica que la verdad está por encima de lo que las mayorías piensan, sobre la cultura, sobre la tradición y lo que el poder establece. El intelectual debe ser honesto y humilde en el sentido de saber abandonar y desprenderse de ideas erróneas y, peor aún, dañinas. El intelectual debe abandonar la sobrevalorada mentalidad utópica así como la idea de que los individuos y la realidad social son infinitamente plásticas de al modo que pueden ser manipuladas a voluntad. El intelectual debe ser claro y preciso a la hora de explicar por escrito o de manera oral sus ideas, evitando así sucumbir a la tentación de la moda de usar en un lenguaje oscuro e ininteligible. Por último, y de gran relevancia, un intelectual no debe perder el sentido del humor. Como señaló el recién fallecido escritor Amoz Oz (1939-2018):“No he visto nunca un fanático con sentido del humor”.