(I) Economía, escasez y mercado (por Jan Doxrud)
“Ya no se puede relegar la economía al estrecho marco de las aulas universitarias, a las oficinas de estadística o cálculos esotéricos. Es la filosofía de la vida y de la actividad humana y afectas a todos y a todo. Es la base misma de la civilización y de la propia existencia del hombre”.(Ludwig von Mises, La acción humana. Tratado de Economía, 1949)
“Pues la economía, que nos afecta a todos en nuestro día a día, no es propiedad exclusiva de los expertos; es accesible siempre que se sepa ver más allá de las apariencias. Y es apasionante una vez que se han identificado y superado los primeros obstáculos”(Jean Tirole, La economía del bien común, 2016)
En el presente artículo abordaré algunos términos familiares para todos nosotros: la escasez, al economía y el mercado. El filósofo escocés, David Hume, destacaba que las circunstancias con que nos enfrentábamos eran 3:
a) El interés propio.
b) Nuestra generosidad limitada para con los demás.
c) La escasez de recursos disponibles para satisfacer nuestras necesidades
Todo sabemos que es la escasez y más aún la experimentamos a diario cuando no tenemos tiempo para hacer todo lo que queremos en un mismo día. Como explica el economista estadounidense, Thomas Sowell, la escasez se da cuando demasiada gente desea un producto, del cual no hay suficiente para todo. ¿Simple y fácil de entender? Al parecer la respuesta es afirmativa, pero vemos que en la práctica, existen personas que parecen no comprender esta lección. Sowell afirmó en una ocasión que la primera lección de la economía es la escasez, esto es, nunca hay suficiente de algo para satisfacer a todos aquellos que lo deseen. Y añadía que la primera lección de la política es hacer caso omiso de esa primera lección económica. Otros autores como Peter Diamandis de la Singularity University, afirma en su libro “Abundancia”, que nada es escaso en la Tierra y lo que se necesita es de tecnología que constituye una fuerza liberadora de recursos. Si bien Diamandis tiene algo de razón (y la historia lo ha probado, por ejemplo el incumplimiento de la “catrástrofe maltusiana”), la realidad actual está más del lado de Sowell que de Diamandis: vivimos en un mundo de escasez y no de abundancia.
Es un hecho que, independiente de los sistemas económicos e instituciones políticas que tengamos, no hay suficiente para satisfacer todos nuestros deseos con plenitud. Así, continúa explicando Sowell, siempre existirán necesidades insatisfechas independiente que vivamos bajo un régimen feudal o capitalista, de manera que el reino de la abundancia solo pueden existir en las utopías. Por su parte, el Premio Nóbel de Economía Jean Tirole, explica que el hecho de que los bienes sean escasos se traduce en que el consumo de una persona impide a otra hacerlo. Es este uno de los problemas centrales que tiene que hacer frente cualquier sistema económico: ¿cómo gestionar la escasez de recursos? Pero, como añade Sowell, tenemos que esos múltiples recursos tienen además usos alternativos, de manera que un sistema económico eficiente deberá también hacer frente a la siguiente pregunta: ¿cuánto de cada recurso debe asignarse a cada uno de sus muchos usos? Pero si queremos complicar aún más las cosas, tenemos que ni siquiera lo que nosotros denominamos como recursos “están dados”, sino que alguien debe descubrir esos recursos y sus múltiples utilidades (salitre, cobre, grafeno, etc).
¿Cómo puede un sistema económico hacer frente a estos problemas? A lo largo de miles de años los seres humanos ha tenido que dar respuestas a estas interrogantes, desde el Imperio Romano hasta la actual Italia. ¿Cómo puede enfrentarse el problema de la escasez a nivel mundial? ¿Cómo es posible que no exista una escasez o problemas de desabastecimiento a nivel mundial? ¿Quién está cargo de que el comercio internacional de bienes y servicios opere de manera eficiente y que los supermercados de los países no estén vacíos? Ante lo que Marx denominaba como la anarquía de la producción, surgieron teóricos de la economía que pensaron que la mejor manera de gestionar las economías nacionales era por medio de una planificación centralmente planificada por el Estado. Como ya he explicado en otro artículo, la planificación central siempre resultará ser un fracaso puesto que, como ya apuntaron Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, esta no puede reemplazar a la planificación descentralizada de empresarios dentro de un contexto de libre mercado. En suma, una economía de libre mercado y propiedad privada sujeta a un Estado de Derecho, resulta ser el sistema más óptimo que la humanidad hasta ahora ha tenido. Sin mercado no existiría un mercado para los factores de producción así como para el mercado de bienes y servicios finales. Sin mercado no existen aquellas útiles señales que conocemos bajo el nombre de precios que refleje la escasez y abundancia de los recursos. Sin propiedad privada, el funcionamiento de un libre mercado sería imposible.
Pero también existe un límite epistemológico y es que el Estado sin importar el tamaño de la burocracia y la disponibilidad de tecnologías, no puede simplemente abordar la gran cantidad de información que fluye en un sistema económico. ¿Cómo se puede determinar el precio de millones de bienes y servicios así como las materias primas necesarias para su producción? ¿Cómo puede un órgano central dar respuesta al “qué”, “como” y para quién” producir? ¿Cómo puede el Estado por sí solo gestionar el problema de la escasez de productos con usos alternativos? Jean Tirole explica que, históricamente, se ha gestionado de diversos modos de lidiar con la escasez: colas de espera, el sorteo, reparto de bienes por el Estado, violencia, corrupción y favoritismo entre otros. El otro mecanismo para asignar recursos escasos con usos alternativos es el mercado o, mejor dicho, los mercados. Es el mercado como sistema el que de manera más eficiente da una mejor solución al problema de la escasez de recursos escasos con usos alternativos. El mercado entendido como un sistema compuesto por varios elementos como miles de millones de seres humanos así como los millones de bienes y servicios que se transan, es un verdadero procesador de información. La poco intuitivo de este sistema es que no existe un gran planificador central que esté gestionando la economía mundial.
Como explica Alberto Benegas-Lynch:
Hay en la naturaleza un orden espontáneo, es decir, una coordinación de múltiples tareas que no son dirigidas por una persona o entidad central sino que son consecuencia de millones de acciones que operan en base a incentivos y desincentivos que las mismas relaciones sociales ponen de manifiesto (…)Es imposible que una mente o un agencia central pueda conocer y dirigir esta madeja intrincada y compleja de interrelaciones, y no es solo porque las variables son de una cantidad inmensa (lo cual podría ser eventualmente resuelto con una computadora de suficiente memoria) sino porque no se conoce ni puede conocerse ex ante la información correspondiente ya que las valorizaciones son de carácter subjetivo y se ponen de manifiesto frente a la acción concreta (ni el propio sujeto actuante conoce a ciencia cierta lo que hará la semana que viene, podrá conjeturar pero al cambiar las circunstancias modificará sus acciones, prioridades y preferencias).
Es aquí donde entra en el escenario una de las más célebres y potentes metáforas en la historia económica: la mano invisible, la cual nos viene a dar a entender que existen procesos cuyas consecuencias no son el resultado el designio (planificado e intencional) de los seres humanos. Por ende, el mercado no es una anarquía sino que más bien se trata de un orden planificado de manera descentralizada. Como explica Sowell:
“El hecho de que no sea un solo individuo o grupo de individuos quienes controlan o coordinan las innumerables actividades económica en una economía de mercado, no significa que éstas ocurran al azar o de manera caótica. Cada consumidor, productor, vendedor minorista, propietario de terrenos de alquiler o trabajador realiza transacciones individuales con otros individuos en términos previamente acordados”.
Otro componente esencial es la mal comprendida competencia. La competencia no es negativa en economía, puesto que es, digamos…como el fútbol, es decir, existe la cooperación y la competencia. En esta clase de deportes no sólo existe competencia entre equipos sino que entre los mismos jugadores para tener un puesto en el equipo. Beneficios de la competencia es la disminución de los precios, la eficacia, la innovación y productos de mejor calidad. Ahora bien el libre mercado no es la panacea ni una solución mágica a todos los problemas. Por lo demás rara vez se da un mercado libre y menos aún una competencia “perfecta” porque lo que los empresarios buscan es desplazar a su competencia. Ahora bien no deja de ser cierto que en ocasiones, los que violan el libre mercado son justamente aquellos empresarios que, en el discurso, son sus más fervientes defensores (piense en los casos de colusión ocurridos en Chile). Lo que hay que comprender, tal como sostiene David Boaz, es que la competencia no es sinónimo de violencia, hostil, feroz y despiadada. Afirmar lo anterior es no entender en absoluto como operan los mercados. No todos los mercados operan de igual manera, pero lo que sí puede afirmarse es que los mercados operan bajo tanto la cooperación como la competencia. Como señala Boaz, el mercado las personas compiten para cooperar. En otras palabras la economía de mercado es incompatible con una visión atomista y egoísta de la sociedad (caricatura que suele hacerse del liberalismo)
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