(III) ¿Se puede comprender la violencia racista del nazismo? (por Jan Doxrud)
Otro autor que trató de dar respuesta al fenómeno de la violencia de los nacionalsocialista fue el miembro de la Escuela de Frankfurt: Theodor Adorno (1903 - 1969), quién tuvo que huir de Alemania tras el ascenso de Hitler en 1933. Adorno creó el concepto de “personalidad autoritaria”, la cual tenía las siguientes características: rígida adhesión a los valores tradicionales, sumisión a las figuras de autoridad, agresividad contra lo que no pertenece a su grupo, oposición a la introspección, a la reflexión y a la creatividad, tendencia a la superstición y a forjar estereotipos, preocupación por el poder y la dureza, carácter destructivo y cinismo y preocupación excesiva por la sexualidad. Por su parte, Ervin Staub, Profesor Emérito de Psicología en la Universidad de Massachusetts, Amherst y Director del programa de doctorado sobre la psicología de la guerra y de la paz, señaló que la maldad que surge del pensamiento normal y que es cometida por personas corrientes es la norma, no la excepción. El académico estadounidense Stanley Milgram (1933-1984) afirmó que costaba muy poco inducir a los seres humanos a cometer un asesinato. De acuerdo al sociólogo polaco, Zygmunt Baumann (1925 - 2017) la “excepción” a la que se refiere Staub la constituyen aquellos sujetos que son capaces de resistirse a la autoridad, que se mantenerse fiel a su autonomía moral y son capaces de rechazar el “rol” o “papel” que el la sociedad les proporciona. Otra explicación, y que fue una excusa común utilizada por los nazis en los juicios de Nuremberg, fue el siguiente : “sólo seguíamos órdenes” y que no tenían elección puesto que serían severamente castigados o incluso fusilados (aunque, como explica Browning, no hay evidencia contundente sobre las posibles represalias para aquellos que se negaran a seguir órdenes). Browning explica que esto puede constituir un sesgo evolutivo que favorece la supervivencia de las personas que se adaptan a las situaciones y jerárquicas y a la actividad social organizada. Continúa explicando Browning:
“Los conceptos de lealtad, deber, disciplina, al requerir un desempeño competente ante la autoridad, se convierten en imperativos morales que anulan cualquier identificación con la víctima. Los individuos normales entran en un estado de agente en el que son el instrumento de los deseos de otro. En tal estado ya no se sienten personalmente responsables del contenido de sus acciones, sino solo del bien que lo hacen”.
Stanley Milgram añadía que las personas invocan a la autoridad con mayor frecuencia que a la conformidad, puesto que apelando al primero pueden absolverse de la responsabilidad personal de sus acciones, de manera que la obediencia se transforma en la explicación de sus acciones. El historiador británico Richard Overy en su estudio sobre los interrogatorios de los principales nazis en Nüremberg señala que es muy seductor, para quienes fueron parte de una dictadura unipersonal suspender la propia conducta moral alegando a la obediencia al jefe. Rudolf Hess (1894-1987) quien colaboró con Hitler desde sus comienzos había borrado por completo de su mente la realidad (hay que añadir que Hess fue apresado porlos ingleses en 1941 cuando este voló en su Messerschmitt Bf 110 (hacia la isla británica). Otros jerarcas del nazismo como Joachim von Ribbentrop (1893-1946) quien encabezó el pacto de no agresión con la Unión Soviética de Stalin no reconocían su culpabilidad, refugiándose como los demás que eran simples funcionarios administrativos u “órganos ejecutivos”. Solo Hans Frank (1900-1946), Gobernador general de Polonia, se habría mostrado dispuesto a confesar que había servido a una mala causa a sabiendas y que estaba profundamente arrepentido. Richard Rhodes cita el testimonio del Standartenführer de la SS, Walter Blume (1906-1974), joven de 35 años y con un Doctorado en Derecho, sobre las ejecuciones en Minsk (actual Bielorusia):
“Si me pregunta ahora la actitud interior que mantuvo entonces, sólo puedo decir que me hallaba profundamente dividido. Por una parte, estaban las órdenes estrictas de mi superior (…) que, como soldado, debía obedecer. Por otro lado, consideraba esas ejecuciones como algo cruel y humanamente imposible. Mi presencia en esta ejecución me convenció de ello de manera definitiva (…) Después del fusilamiento de 10 hombres había siempre una pausa hasta que se traía a los 10 siguientes. Durante estas pausas permitía que mis hombres se sentaran y descansaran, y yo me unía a ellos. Sé que, en aquellos momentos, pronuncié literalmente estas palabras: “Como tal, no es tarea de alemanes y de soldados el fusilar gente indefensa, pero el Führer a ordenado estos fusilamientos porque está convencido de que, si no, estos hombres dispararían contra nosotros como partisanos o lo harían contra nuestros camaradas, y nuestras mujeres y niños también estarían protegidos si llevamos a cabo estas ejecuciones”
Otros actores dentro del proceso de aniquilamiento de los judíos fueron los “asesinos de oficina”, esto es, los burócratas que, si bien no participaron directamente en las matanzas, si fueron parte del engranaje de la maquinaria asesina nazi, tal es el enfoque del voluminoso libro de Raul Hilberg sobre la destrucción de los judíos europeos. Al respecto explica Browning:
“Este enfoque pone de relieve el grado en que la vida burocrática moderna fomenta un distanciamiento funcional y físico de la misma manera que la guerra y los estereotipos raciales negativos promueven un distanciamiento psicológico entre el autor del crimen y la víctima (…)”
Respecto al trabajo del burócrata nazi continúa explicando Browning:
“A menudo su trabajo era un paso minúsculo dentro del proceso total de aniquilación y lo realizaba de manera rutinaria, sin ver nunca a las víctimas a las que afectaba sus acciones. Dividido, rutinario y despersonalizado, el trabajo del burócrata o especialista tanto si se trataba de confiscar propiedades, programar trenes, redactar borradores de las leyes, mandar telegramas o compilar listas, se podía realizar sin enfrentarse a la realidad de los asesinatos en masa”.
Como explica el historiador austriaco Raul Hilberg (1926 - 2007) la burocracia nazi intentó no solamente camuflar sus actos ante el exterior, sino que también de la mirada censuradora de su conciencia por medio de la represión y la racionalización de sus actos. Esta racionalización apelaba a la “doctrina de las órdenes superiores”, es decir, que las órdenes se daban para obedecerlas. Hilberg señala que el mismo Himmler señaló a los soldados alemanes apostados en Minsk que no tenían de qué preocuparse puesto que ellos, como soldados, estaban obligados a cumplir las órdenes recibidas. Otro mecanismo de racionalización del burócrata que destaca Hilberg es el sentido del deber, un “deber” concebido como una “senda asignada” o como su “destino”. En virtud de este mecanismo de racionalización, el burócrata señalaba que no tenía nada personal en contra de los judío y ni siquiera los odiaba, lo que deja en evidencia que este personaje era capaz de distinguir entre el “deber” y sus sentimientos personales. Otro mecanismo, explica Hilberg, se fundamentó en la premisa de que ningún por sí solo puede destruir a los judíos. En palabras de Hilberg:
“El participante en el proceso de destrucción estaba siempre en compañía. Entre sus superiores, siempre podía encontrar a aquellos que hacían más que él; entre sus subordinados, podían hallar siempre a aquellos que querían ocupar que querían ocupar su lugar. No importaba adonde mirase, era uno entre miles. Su propia importancia había disminuido, y se sentía reemplazable, quizá prescindible”
La propaganda también tuvo un papel en demonizar al enemigo hasta privarlo de cualquier rasgo humano. De acuerdo a Overy el rol de la propaganda y el lenguaje antisemita consiguieron crear en Alemania de la década de los treinta “una mentalidad predispuesta a la adopción de una política racial incluso con aspectos radicales”. Continúa explicando Overy: “La incesante repetición de ideas antisemitas, fuera de la propaganda del NSDAP o en las conversaciones cotidianas, se alojó en la psique colectiva de tal modo que reducía la capacidad de muchísimos alemanes para cuestionar la política racial y les animaba a respaldarla”. Overy recuerda una de las últimas cartas de Robert Ley (1890-1945) quien encabezó el Frente de Trabajo Alemán, señalaba que todo era visto bajo el prisma antisemita y que la guerra prácticamente había pasado a ser contra los judío y no contra franceses, americanos o ingleses. Browning por su parte destaca esta dimensión ideológica del régimen, en especial el adiestramiento ideológico de la SS y la policía de seguridad. Himmler no quería solamente combatientes diestros en el campo de batalla sino que también luchadores ideológicos empapados de la cosmovisión nacionalsocialista . Algunos de los temas tratados en estos cursos de adoctrinamiento era el de “la raza como base de nuestra visión de mundo”, “ la cuestión judía en Alemania”y "Mantener la pureza de la sangre alemana". Por ejemplo, el Reichsminister del Interior (1933-1943) y posteriormente Reichsprotektor de Bohemia y Moravia, Wilhelm Frick (1877-1946) afirmó en un interrogatorio en Nüremeberg:
“No era cuestión de superioridad, sino sólo de conservar las cualidades características de la raza, porque es una verdad incuestionablemente científica que el fruto del matrimonio mixto adquieren defectos que se manifiestan en la reproducción, y así sucesivamente, y para proteger al pueblo hay que pensar en la pureza de la raza. Estas cosas están totalmente justificadas (…) En realidad los mismos judíos se han mantenido fieles a una doctrina racial muy minuciosa y administran castigos muy serios cuando se producen matrimonios mixtos (…)”
Por su parte Rhodes cita las siguientes palabras el historiador Yehuda Bauer:
“En el caso nazi (…) la persecución de los judíos fue pura y abstracta ideología antisemita en medio de un contexto de racismo biológico y se convirtió en el principal factor de la guerra de Hitler contra el mundo. En la mente de la élite nazi, los principales enemigos de Alemania – la Unión Soviética, Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña – estaban controlados por los judíos. La prueba del control judío sobre un país residía en el simple hecho de que éste se ponía en contra de Alemania”