(II) El debate en torno a la Naturaleza Humana (por Jan Doxrud)
¿Por qué causa tanta polémica afirmar que el ser humano posea una naturaleza? Quizás sea, como afirman algunos autores, que constituye una reacción contra la idea de que los seres humanos no seamos iguales, contra el darwinismo social y contra la eugenesia social. La idea de la naturaleza humana atentaría contra la idea del perfeccionamiento del ser humano por medio, por ejemplo, de la educación. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y las atrocidades cometidas por los nazis, el denominado Modelo Estándar se las Ciencias Sociales (MECS) se transformó en el paradigma predominante y hegemónico en las Ciencias Sociales. Una de las ideas medulares del MECS es la de concebir al ser humano como una entidad maleable y como una pizarra en blanco, una idea muy afin al conductismo y el existencialismo que predominó también durante el período de post-guerra con Heidegger y Sartre a la cabeza). En los escritos de Sartre o Heidegger, la ciencia y la biología no juegan ningún rol, similar al sujeto trascendental kantiano que era un sujeto sin cuerpo. Incluso teóricas como Judith Butler reconocen la importancia del cuerpo aunque, añade, incluso el cuerpo se encuentra sometido al moldeamiento de la cultura (piénsese en cómo ha la evolucionado la fisionomía los cuerpos que se ajustan a las normas de belleza que han predominado durante siglos) En ese sentido Butler señala que el cuerpo es tanto naturaleza como cultura. Ahora bien, algo completamente diferente sería decir que “el cuerp es una construcción social”, ontológicamente hablando.
Jesus Mosterín explica en su libro sobre la naturaleza humana que entre los fantasmas que ha producido el delirio de la razón, destaca debido a su extravagancia y recurrencia, aquella idea filosófica sobre la supuesta inexistencia de una naturaleza humana. Así, de todas las otras especies animales tendrían una naturaleza, pero los seres humanos serían la excepción. Mosterín cita en extenso un pasaje de Pico Della Mirandola (1463-1494) en su “Oratio de hominis dignitate” que refleja bien la postura de la tábula rasa y el ser humano como una entidad infinitamente maleable:
Por eso Dios escogió al hombre como obra de naturaleza indefinida, y una vez que lo hubo colocado en el centro del mundo, le habló así: —No te he dado, oh Adán, ningún lugar determinado, ni un aspecto propio ni ninguna prerrogativa exclusiva tuya; sino que aquel lugar, aquel aspecto, aquellas prerrogativas que tú desees, las obtendrás y conservarás según tus deseos. La naturaleza limitada de las demás criaturas está constreñida por las leyes que les he prescrito. Pero tú determinarás tu propia naturaleza sin ninguna barrera, según tu arbitrio, y al parecer de tu arbitrio la entrego. Te he puesto en el medio del mundo para que desde ese centro puedas ver más cómodamente todo lo que hay. No te he hecho celeste ni terrestre, mortal ni inmortal, para que por ti mismo, como libre y soberano artífice, te formes y te esculpas en la forma que hayas escogido”.
Un autor que tuvo que tuvo que soportar y combatir al pensamiento dominante de la época fue el catedrático de la universidad de Harvard, Edward O. Wilson, fundador d e la Sociobiología. Como explica Chris Buskes, la Sociobilogía es una disciplina interdisciplinaria que investiga sistemáticamente la base del comportamiento social humano y animal. Por motivo de la obra de Wilson surgida en la década 1970, el entomólogo fue acusado de racismo, nazi y determinista genético. Como bien explica Chris Buskes, el quid del problema consistía en lo siguiente: es cierto que el comportamiento de los animales puede estar determinada desde un punto de vista biológico, pero sucede que los seres humanos no son cualquier clase de animal, es decir, estos son capaces de crear una realidad social independiente de cualquier influencia biológica, afirma Buskes. Otro punto que incomodaba a los científicos sociales era que las ideas de Wilson atentaban contra la idea del progreso humano y la mejora de la sociedad.
La idea de que el ser humano es un ser cultural y social, independiente de cualquier influencia biológica fue consolidada por el trabajo de la antropóloga estadounidense Margaret Mead. Mead realizó un estudio en la isla de Ta’u en el archipiélago de las Manu’a perteneciente a la Samoa estadounidense. Los estudios, observaciones y entrevistas realizadas por Mead se transformaron en un célebre libro que marcaría fuertemente a las ciencias sociales: Coming of an age in Samoa (1928) ¿Qué plantea Mead en su estudio? Fue una precursora de los estudios de género puesto que defendió la idea de que la conducta y femenina estaban influidos por el entorno social. En su obra “Sexo, temperamento en las sociedades primitivas (1973), Mead afirmaba que muchos, sino todos los rasgos de la personalidad que hemos denominado como “masculinos” y “femeninos” van tan poco ligados al sexo como el vestido, los ademanes y las formas de peinarse que una sociedad, en una época determinada, asigna a cada sexo.
Una de las afirmaciones más polémicas de Mead es que las adolescentes samoanas no sufrían, como las occidentales, ningún tipo de anomalía en su comportamiento producto de la pubertad. En otras palabras, todos los comportamiento y problemas relacionados co n la pubertad no constituían un fenómeno biológico, sino que social y cultural. Es como si afirmásemos que todos los problemas y malestares asociados al embarazo de las mujeres no constituyen fenómenos biológicos, sino que son de tipo social, dictado por el entorno cultural. Adolescencia, menopausia serían meras construcciones sociales occidental, de manera que se experimentan dependiendo de la cultura a la cual uno perteneces (posteriormente Foucault, la antipsiquiatría e incluso la cienciología dirán que las enfermedades mentales son también construcciones sociales). Las razones de este fenómeno, de acuerdo a Mead, se debía la forma de vida que tenían los samoanos. Por ejemplo, el amor era libre, no existían ningún tipo de tabúes en torno al sexo, no había represión. En breves resumen, era una sociedad espontánea y natural (una visión bastante rousseauniana del “Buen Salvaje”).
Habría que esperar años para el surgimiento de una ácida crítica al trabajo de Mead. Fue Derek Freeman quien, en su “Margaret Mead and Samoa, the making and unmaking of an anthropological myth”, llevó una crítica destructiva a Mead. Feeman se dedicó a desmontar cada una de las afirmaciones deMead señalando que Samoa no era el paraíso indígena que Mead describía en su obra de manera que, alparecer Mead vio lo ella quería ver. De acuerdo a Freeman en Samoa no había promiscuidad sexual, al virginidad era considerada importante (no sólo entre los grupos de la elite), habían importantes niveles de violencia incluida la violación y, más importante aún, que las adolescentes samoanas presentaban comportamientos muy similares a las occidentales. Es más, al parecer, como llegó a confesar una samoana anciana, Mead fue víctima de mentiras y bromas por parte de algunos de los habitantes
¿Por qué resulta ser importante el tema sobre la naturaleza humana? Steven Pinker, catedrático en la Universidad de Harvard señala que la negativa recocnocer la naturaleza humana es como la vergüenza que el sexo producía en la era victoriana en Inglaterra. Pero el tema de fondo es que el negar la naturaleza humana es vivir en un mundo pre (¿o post?) científico, es vivir dándole la espalda a la ciencia. Como señala Pinker, esta idea puede llevar a creer que para que un niño sea bueno basta con que sus padres lo traten con cariño, sean responsables y dialogantes, es decir, una crianza basada en el conductismo puro donde el niño es una “caja negra” con un input y un out put (lo mismo acontece en la educación). Esta mentalidad es la que ha llevado a líderes de regimenes dictatoriales y totalitarios a concebir la sociedad civil como una masa amorfa a la cual pueden moldear ideológicamente como desean.
En suma, la Tabula Rasa, la idea de que el ser humano es una pizarra en blanco, nos conduce a los peligros que representa la ingeniería social, por ejemplo, los actos cometidos por los comunistas Jemeres Rojos en Cambodia (para quienes sólo los recién nacidos no tenían manchas), los Ceacescu en Rumania y Mao en China: todos guiados por el ideal de que la sociedad era una arcilla que podía ser modificada por medio de la voluntad de los líderes. Los regímenes totalitarios con vocación de transformar de raíz a sus ciudadanos y adoctrinarlos a su ideología precisan de una concepción antropológica que niegue por completo cualquier insinuación de una naturaleza humana. Pero en la práctica somos testigos de que las personas no se adaptan a regímenes en donde las libertades son coartadas tal como sucede en Cuba, Venezuela (fracaso de la construcción del “hombre bolivariano” e incluso en la dictadura más hermética de todas: Corea del Norte.
Hay que abandonar el miedo consistente en que, si reconcoemos la naturaleza humana, entonces justificamos el racismo, el sexismo, sepultamos el feminismo y justificamos las desigualdades.