(II) El Manifiesto Comunista (por Jan Doxrud)
El proletariado, de acuerdo a los autores, “no puede limitarse simplemente a tomar posesión a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines”[1]. Por otro lado, la crítica a la literatura socialista estaba incompleta, ya que llegaba sólo hasta 1847. Las ideas expresadas en el capítulo IV sobre la actitud de los partidos comunistas ante los partidos de oposición, habían quedado atrás para su aplicación práctica, “ya que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran”[2]. Concluyenlos autores: “Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico que no tenemos derecho a modificar. Una edición posterior quizá vaya precedida de un prefacio que puede llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros días…”[3].
En 1882 se redactó el último Prefacio en que participaría Marx, quien falleció en 1883. En este, los autores centran su atención en Estados Unidos y Rusia. Con respecto a Estados Unidos, destacan el preponderante papel de esta nueva nación que se encumbraba por encima de la vieja Europa. El gran desarrollo de la agricultura de este país había puesto en jaque la capacidad competitiva de la grande y pequeña propiedad territorial de Europa. En aquella época los precios de los cereales se desplomaron producto de la intensificación del uso del barco a vapor, así como la penetración en las praderas gracias al ferrocarril, sumado a la migración norteamericana hacia el oeste. Esto tendría como repercusión la implementación de medidas proteccionistas, como en el caso de Alemania. Estados Unidos, escriben en el prefacio, terminaría con el monopolio industrial de Europa occidental, especialmente el de Inglaterra.
En cuanto a Rusia, Marx había dedicado algunos estudios sobre este gran imperio y era consciente de que su composición era mayoritariamente campesina. En aquella época gobernaba Alejandro III quien sucedió a su padre Alejandro II, quien había liberado a los siervos y posteriormente fue asesinado en 1881. Alejandro III gobernó con mano de hierro. Los autores se preguntaban si la comunidad rural, la obshchina, podría pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, esto es, a la forma comunista o, por el contrario, debería cruzar por un proceso de disolución como un prerrequisito necesario como lo fue en el caso del desarrollo de Occidente. La respuesta de los autores es que si la revolución en Rusia “da la señal para una revoluciónproletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida para el desarrollo comunista”[4].
Marx afirmó en la primera edición de El Capital (1867) que el país más industrializado tan sólo enseña al país menos desarrollado la imagen de su propio futuro, en este caso, Alemania y Rusia debian seguir el ejemplo de Gran Bretaña, por lo que esas naciones debían abrirse al desarrollo capitalista. Marx se sorprendería años después, a finales de 1869, al darse cuenta que donde más se discutían sus ideas no era en el país más industrializado, sino que en Rusia, por lo que se interesó en el vasto imperio euroasiático, aprendió ruso y se interesó en el estudio sobre las posibilidades del desarrollo del capitalismo.
Marx también leyó a Nikolai Chernishevsky, sobre la propiedad comunidad de la tierra y la posibilidad de que países retrasados desde el punto de vista económico y social pudiesen, gracias a la ayuda de las potencias avanzadas, pasar directamente a una etapa superior de desarrollo. En el Prefacio a la edición alemana de 1883, Engels repasa la idea fundamental del Manifiesto, señalando que la producción económica y la estructura social que de esta se deriva constituye la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de una época. La historia es la historia de la lucha de clases, siempre ha sido así, en las distintas fases de desarrollo, lucha entre una clase opresora y oprimida. Pero se ha llegado a la fase en donde la clase oprimida, es decir, el proletariado, no puede emanciparse de la clase opresora, la burguesía, sin liberar al mismo tiempo a toda la sociedad. En 1890 Engels se lamenta de que Marx no fuesetestigo de lo que sucedía, en el momento que escribía Engels: “ el proletariado de Europa y América pasa revista a sus fuerzas, movilizadas por vezprimera en un solo ejército, bajo una sola bandera y para un solo objetivo inmediato: lafijación legal de la jornada normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el congresoInternacional celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de París. El espectáculo de hoy demostrará a los capitalistas y a los terratenientes de todos los países, en efecto, los proletarios de todos los países unidos”[5].
Pasemos ahora a examinar el contenido de este escrito. Como ya se señaló más arriba, la primera sección comienza con la famosa frase acerca del fantasma del comunismo que recorre Europa. Para Marx, el comunismo se había constituido como una fuerza para las potencias europeas y prueba de esto era el uso peyorativo que se hacía de este.. El comunismo tiene esta carta de reconocimiento por medio del rechazo que genera dentro de las fuerzas reaccionarias europeas, desde la monarquía hasta el papado. De acuerdo a Marx ya era hora de que los comunistas levantasen su voz, y expusieran a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo u manifiesto del propio partido. El fantasma tiene que materializarse y exponer sus ideas, y así Marx comienza a explicar las principales ideas del movimiento. En primer lugar los autores señalan que la historia de todas las sociedades es la historia de las luchas de clases. La base a partir de la cual se fundamenta esta idea, como escribió Engels en el Prefacio a la edición inglesa de 1888, pertenece a Marx. Esta base consiste en que “en cada época histórica, el modo de producción e intercambio económico predominantes y la organización social que necesariamente deriva de él, forma la base a partir de la cual se construye la historia política e intelectual de esa época, y desde la cual – y sólo desde ella – se puede explicar esa historia”[6].
De esta manera se han enfrentado hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, es decir, la historia se ha visto marcada por la lucha constante entre opresores y oprimidos. En esta historia, la sociedad burguesa tiene un papel fundamental. Para los autores, la burguesía son los capitalistas, los propietarios de los medios de producción social que emplean a los trabajadores asalariados. Para Marx, la burguesía tiene un papel fundamental, protagónico y necesario dentro de su esquema de la historia. Sin la burguesía, la profecía marxista no se cumple. De acuerdo a Marx, la burguesía, que emergió de las ruinas de la sociedad feudal, ha sustituido las viejas clases y condiciones de explotación. Como escribió Engels en el Prefacio a la edición italiana de 1893, Italia fue la primera nación capitalista, ya que marcó el fin del Medioevo feudal y destaca la figura de Dante quien fue a la vez el último poeta del Medioevo, así como el primero de los tiemposmodernos. Así termina preguntándose: “¿Nos dará Italia al nuevo Dante que marque la hora del nacimiento de esta nueva era proletaria? El antagonista de la burguesía en esta fase es el proletario. No está claro qué es el proletario salvo que es una clase trabajadora urbana, asalariados que trabajan con sus manos en las fábricas. Raymon Aron se preguntaba acerca de este concepto:
“Por qué se considera con frecuencia difícil la definición de clase obrera? Ninguna definición traza netamente los límites de na categoría. ¿Apartir de que escalón de la jerarquía deja de pertenecer el trabajador calificado al proletariado? El trabajador manual de los servicios públicos, ¿es un proletario aunque reciba su salario del Estado y no de un empresario prvado?”[7]
¿Existe una suerte de “esencia proletaria”? Si no es posible encontrar esta esencia y siendo que Marx le asignaba a esta clase una misión redentora, podemos preguntarnos junto a Aron: “¿Cómo pueden ser, los millones de obreros de fábricas, dispersos entre millares de empresas, el sujeto de tal cumplimiento?”[8]. Aron no sólo hacía ver lo problemático del concepto de proletario sino que también el problema de su unidad. Existe una separación entre el proletario como agente de cambio en la historia y el proletario como objeto de estudio sociológico. El proletario inglés no era el mismo que proletario brasileño o italiano. Para Sartre la unidad del proletariado se encontrba en su lucha, en ser una minoría combatiente, por lo que los que si no cumplían con tal requisito, no serían proletarios. Este carácter combativo lleva a otra interrogante: ¿Por qué el proletariado tiene esta misión guerrillera y revolucionaria en la historia? Existían y hoy existen trabajadores que no tienen conciencia de ser explotados y otros simplemnte aceptan su situación.
Como bien nos recuerda Aron, el propio Lenin se percató de que el proletario no es espontáneamente revolucionario. “Lenin fue clarividente al comprobar la indiferencia de los obreros para con su vocación, su preocupación por reformas hic et nunc. La teoría del partido como vanguardia del proletario nació precisamente de la necesidad reconocida de arrastrar a las masas, que aspiran a una suerte mejor, pero a las que el Apocalipsis repugna”[9]. ¿Acaso el proletariado fue escogido sin saberlo para una misión que nunca estuvo preparado? Aron escribe al respecto: “Muy lejos de ser el marxismo la ciencia de la desdicha obrera y el comunismo la filosofía inmanente del proletariado, el maxismo es una filosofía de intelectuales que ha seducido a fracciones del proletariado y el comunismo utiliza esta pseudociencia para alcanzar su fin propio: el poder. Los obreros no se creen por sí mismos elegidos para la salvación de la humanidad. Experimentan, muy por el contrario, la nostalgia de una ascensión hacia la burguesía”[10].
[1] Ibid., 138.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid., 140.
[5] Ibid., 151.
[6] Ibid., 144.
[7] Raymond Aron, El opio de los intelectuales (España:RBA Libros,2011),98.
[8] Ibid., 99.
[9] Ibid., 102.
[10] Ibid., 116.