(3) Marxismo y Economía Neoclásica (por Jan Doxrud)
La división en clases que realizan Wolff y Resnick obedece a la lógica de que existen, por un lado, los productores de dicho trabajo excedente y, por otro lado, los extractores de este mismo. Las “clases subsumidas”, no producen ni extraen trabajo excedente, sino que desempeñan ciertas funciones sociales específicas y se sostienen mediante la participación en el trabajo excedente que se les distribuye de una u otra de las clases fundamentales extractoras. Los autores también añaden que se puede pertenecer a varias clases a la vez, por ejemplo ser un manager y a la vez miembro del directorio, de manera que las sumas de valores fluyen entre los mismos capitalistas. ¿Quiénes son estos actores? En primer lugar estan los prestamistas, aquellos que liberan recursos a los capitalistas industriales a cambio de un precio: el interés. ¿De donde sale el interés? Del capitalista que se apropia de la plusvalía.
En segundo lugar, estan aquellos que ayudan a que la producción sea lo más eficiente posible y lograr así un máximo de eficiencia en el uso de los recursos físicos, así como el tiempo (piénsese en el taylorismo). Al manager habría que pagarle una suma por sus servicios, que se obtiene del plusvalor del capitalista industrial. En tercer lugar tenemos a los comerciantes que son fundamentales para que los capitalistas puedan vender las mercancías que se producen y mientras más eficiente sea el comerciante, es decir, que no pase un tiempo considerablemente largo entre la producción y la venta de la mercancía, más eficiente será. Pero el comerciante no pagará el valor que realmente costó al capitalista producir la mercancía, por lo que el capitalista abonará un pago para que se lleve a cabo la compra de las mercancías, para que luego el comerciante las venda y obtenga un beneficio de la diferencia entre el precio de compra y el precio de venta. Tenemos también los ingresos que recibe el Estado en concepto de impuestos, los ingresos de los dueños de las tierras, esto es, la renta, y los ingresos que reciben los accionistas en concepto de dividendos.
La teoría marxista busca explorar y analizar, es decir, descomponer los gastos capitalistas para examinar donde se destina el plusvalor extraído del obrero y así entender el concepto de ganancia desde la óptica de la teoría marxista. Así tenemos que “Y” el ingreso total, “g” son los gastos y los subindices indican respectivamente los fondos que fluyen (de su fuente “pv” o plusvalía) a las denominadas “clases subsumidas”:
1) dueños de la tierra (renta)
2) prestamistas (banca)
3) managers (salarios)
4) managers (acumulación, compra de capital constante [c] y capital variable [v]),
5) comerciantes,
6) Estado (impuestos) y
7) accionistas (dividendos).
Los autores señalan que comúnmente la ganancia se describe como los ingresos recibidos de la venta de las mercancías menos los costes, es decir, lo que se conoce como ganancia neta. Pero las oficinas estadísticas y corporaciones no realizarán un análisis de clase, de los costos, por ejemplo c + v (capital constante + variable) sino que también incluyen g1 + g2 + g3 + g5 que representan porciones de plusvalía apropiada y distribuida a estos. Para los autores, la “ganancia” sería entendida en los siguientes términos:
Y = g
Si desgregamos lo anterior tenemos:
Y = g1 + g2 + g3 + g4 + g5 + g6 + g7
Así desde la óptica de la teoría marxista las ganancias de la empresa serían, considerando sus gastos (g) ingreso (W):
W – (c + v + g1 + g2 + g3 + g5 )
W – (c + v) = pv
pv – (g1 + g2 + g3 + g5)
Quienes realmente se ven más beneficiados son los que no aparecen en las ecuaciones, esto es, los managers y los accionistas principalmente. Así una caída de las ganancias puede explicarse por una disminución de pv o a un aumento en el pago a las “clases subsumidas”, es decir, a una mayor extracción de plusvalor por parte de estas. No me extenderé más en esto, pero quedará claro para cualquier estudiante de economía ortodoxa pasará por alto todos estos factores de clase que son fundamentales para el teórico marxista. Así el lector se encontrará en las ideas de Marx un enfoque diferente sobre la economía que probablemente no esté familiarizado.
Por su parte, Fernández y Alegre también critican el actual estado en que se encuentra disciplina que conocemos como economía. Sus dardos se centran en primer lugar al uso de modelos matemáticos, gráficas y ecuaciones. Sin dejar reconocer la brillantez de las construcciones matemáticas, el problema radica es la relación que estos guardan con el mundo real. Al parecer los economistas académicos carecen de un enfoque realista acerca de cómo funciona la economía y tienden a enclaustrarse en modelos matemáticos quedan completamente la espalda al mundo real. Fernández y Alegre escriben al respecto:
“…no es en absoluto sorprendente la fascinación que tales construcciones suelen despertar, pues se trata, ni más ni menos, de la fascinación que inevitablementeprovoca cualquier construcción matemática. Ahora bien, no basta con construir modelos matemáticos para asegurarse de que ya se ha introducido a la economía por el «seguro camino de la ciencia». Si el modelo matemático termina resultando incapaz de dar cuenta de ningún proceso real, incapaz de hacerse cargo de ningún contenido empírico posible, entonces resulta que el único interés científico que le resta al modelo es el punto interés que tuviera para las matemáticas. Es precisamente su absoluta esterilidad en el terreno empírico – y no su carácter abstracto – lo que hace de esos modelos puras ensoñaciones apriorísticas”[1].
En relación con la creciente matematización de la economía, los autores citan un pasaje bastante ilustrativo del matemático y precursor de la cibernética, Norbert Wiener (1894-1964):
“…tal como los pueblos primitivos adoptan los modos occidentales de un vestir desnacionalizado y del parlamentarismo en virtud de un vago sentimiento de que estos ritos mágicos y estas vestiduras los pondrían definitivamente en posesión de la cultura y técnicas modernas, así los economistas han contraído el hábito de envolver sus ideas más bien imprecisas en el lenguaje del cálculo infinitesimal”[2].
Estos autores también cuestionan otras nociones dentro del mainstream, como la del individuo que maximiza su utilidad en base a un cálculo de costos y beneficios, la supuesta racionalidad que guía a los individuos en sus elecciones, la inexistente probabilidad de las crisis, queparecen ser más bien una anomalíaque no puede ser ser previstas. Otras críticas apuntan al mercado como aquel ámbito de cooperación entre individuos, donde unos ofrecen y otros demandan bienes y servicios. Crirtican también la invasión, por parte de la ortodoxia económica, de ámbitos ajenos a la propia economía.
Por ejemplo, el lector puede examinar a los trabajos de Gary Becker de la Universidad de Chicago, quien ha sido uno de los máximos exponentes de esta tendencia, en donde la economía aborda temas como el matrimonio, elección de parejas, educación, crimen, discriminación, drogas, etc. La lógica es que si el mercado es el ámbito ideal donde el individuo puede desenvolverse libremente, así como interactuar con otras personas e intercambiar bienes y servicios, ¿no sería lógico extenderlo cada vez más e ir eliminando cualquier elemento perturbador de este? En palabras de Fernández y Alegre:
“¿Qué es, entonces, lo que, supuestamente, se debe hacer? Extender los mecanismos de mercados hasta los últimos recovecos y suprimir cualquier intento de regulación que pudiese distorsionarlo. En efecto, el mercado no sería más que la realización de este modelo de comportamiento racional…Ciertamente, lo que define a un mercado como tal es precisamente la desvinculación de todos sus miembros entre sí y el postulado de que en el contacto que establecen unos con otros, todos buscan obtener el máximo beneficio individual…El objetivo sería…suprimir todos los elementos de «irracionalidad» que perduren en la sociedad (es decir, purificar la realidad para que se vaya pareciendo progresivamente al modelo) y eso se logra, ciertamente, extendiendo el sistema de mercado a aquellos ámbitos donde no hubiese llegado…”[3].
[1] Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, El orden de El Capital, 131-132.
[2] Ibid., 132.
[3] Ibid., 137.