(6) Thomas Piketty y el Capital en el siglo XXI: palabras finales sobre el impuesto global (por Jan Doxrud)
Ahora examinemos su propuesta de un impuesto progresivo al capital. Para Piketty se hace necesario regular el capitalismo patrimonial globalizado del siglo XXI y que la democracia logre retomar el control del capitalismo financiero globalizado, por lo que hay que reactualizar el programa social demócrata y fiscal liberal del siglo pasado, es decir, el Estado social y el impuesto progresivo sobre el ingreso. Pero también se requiere inventar instrumentos nuevos que consiste en un impuesto mundial y progresivo sobre el capital aunado a una enorme transparencia financiera internacional. A pesar de que Piketty considera esto como una utopía debido a los rechazos que tal propuesta pueda despertar en los distintos países, resulta ser una utopía útil que puede ser establecida de manera gradual y progresiva. El economista cree necesario añadir este impuesto progresivo al capital como complemento a los otros dos, esto es, al ingreso ysobre las sucesiones. Escribe el autor:
“…el capital sencillamente parece ser un mejor indicador de la capacidad contributiva de las personas más acaudaladas que su ingreso anual, el cual suele ser difícil de cuantificar. El impuesto sobre el capital permite así complementar el impuesto sobre el ingreso para todas aquellas personas cuyo ingreso fiscal es manifiestamente insuficiente en comparación con su patrimonio”[1].
En lo que se refiere al problema de los incentivos, Piketty afirma que la lógica del impuesto sobre el capital es “precisamente obligar a quien utiliza mal su riqueza a deshacerse de ella progresivamente para pagar sus impuestos y ceder así sus activos a poseedores más dinámicos”[2]. El autor explica que un impuesto sobre el capital puede incitar a los poseedores de riquezas a obtener el mejor rendimiento posible. Por ejemplo, señala que un impuesto igual a 1 o 2% del valor de la fortuna es relativamente bajo para un creador de empresas muy rentables, que puede obtener un rendimiento del 10% anual sobre su patrimonio. Por el contrario, Piketty nos dice que tal impuesto sería muy pesado para alguien que no hiciera gran cosa con su fortuna, obteniendo, por ejemplo, un 2% o 3% anual, o incluso un rendimiento nulo. Desde este punto de vista, el impuesto sobre el capital crearía un incentivo positivo en esta segunda persona que no hace un buen uso de su fortuna. La iniciativa que más se ha acercado a la propuesta del economista francés es la ley estadounidense conocida como “Foreign Account Tax Compliance Act” (FATCA), que entró en vigor el 1 de enero de 2013 aunque con algunos plazos adicionales en el 2014 y en el 2015 para ciertos temas específicos. La promulgación y puesta en vigor de esta ley se tradujo en la creación de nuevas reglas de cumplimiento en materia de cuentas o inversiones fuera de Estados Unidos. Lo que busca esta ley es identificar a residentes fiscales norteamericanos que tienen ingresos o ciertos activos financieros fuera de su país. En otras palabras, los bancos extranjeros se ven obligados a transmitir al fisco estadounidense informes completos sobre las cuentas, ingresos e inversiones mantenidos y percibidos por los contribuyentes en el extranjero.
A pesar de ser una iniciativa más ambiciosa que las iniciativas en Europa, resulta ser insuficiente. En primer lugar, Piketty señala que su redacción es imprecisa y poco sistemática, lo que permitiría que ciertos activos financieros, especialmente aquellos mantenidos por medio de fondos fiduciarios y de fundaciones, pudieran eventualmente evadir legalmente la obligación de transmitir la información de manera automática. En segundo lugar afirma que las sanciones previstas (una sobretasa impositiva de 30%) son también insuficientes. Por lo demás, a pesar de que estas sanciones forzarían a los bancos a apegarse a la ley, sólo sería para aquellos bancos que no pueden evitar tener actividades en territorio estadounidense, lo que podría fomentar el resurgimiento de pequeños establecimientos bancarios especializados en la gestión de carteras extranjerasque no realizan inversiones en Estados Unidos. De acuerdo a esto, Piketty recomienda que las sanciones sean aplicadas no solamente a los bancos sino que también a los países que se negasen a extender a su legislación interna las obligaciones de transmisión automática a cualquier banco localizado en su territorio. Lo central es que la ley FATCA no ha tenido como objetivo establecer un impuesto progresivo al patrimonio global. A pesar de las limitaciones de la ley FATCA, Piketty le reconoce el mértio de haber formulado el debate en términos de sanciones concretas e ir más allá de discursos grandilocuentes pero inútiles.
¿Qué escala tributaria propone Piketty? En el caso de Europa, el autor propone aplica r una tasa igual a 0% para patrimonios por debajo de un millón de euros. Pero más adelante señala que sería congruente integrar estos patrimonios en el mismo impuesto progresivo sobre el capital, de manera que se podría aplicar una tasa de 0,1% para aquellos por debajo de 200.000 euros de patrimonio neto y una tasa de 0,5% sobre la fracción comprendida entre 200.000 y un millón de euros. Para los patrimonios que se encuentren entre un millón y cinco millones de euros se aplicaría una tasa de 1%, y de 2% para patrimonios situados por encima de cinco millones de euros. Ahora bien, Piketty señala que no hay razón para limitarse a una tasa de 2% para aquellos patrimonios superiores a cinco millones, ya que a partir del momento que los rendimientos reales de las grandes fortunas llegan a 6 o 7% anual, no sería extravagante que las tasas aplicadas por encima de 100 millones o de lo1000 millones de euros fuese de 2%. Pero Piketty tampoco descarta la posibilidad de aplicar tasas más elevadas como de 5% sobre los patrimonios más importantes e incluso e incluso de 10% o más para los multimillonarios.
En resumen, Thomas Piketty considera que su propuesta de un impuesto progresivosobre el capital es una idea nueva y que es parte de un proyecto que busca adaptar el Estado social a las características de la economía del siglo XXI. Los demás impuestos existentes en el pasado jugaron un rol importante en su momento, pero eran insuficientes ya sea porque eran de carácter proporcional y con una tasa baja, o porque se trataba de garantizar por sobre todo el derecho de propiedad según una lógica de derecho de registro, y no de redistribución de las fortunas. Como ya lo mencionamos, Piketty destaca lo que considera como el gran acontecimiento del siglo XX en materia fiscal: la revolución del impuesto progresivo.
“En resumen, el impuesto sobre el capital es una idea nueva que debe reconsiderarse por completo en el contexto del capitalismo patrimonial globalizado del siglo XXI, tanto en términos de las tasas impositivas como en sus modalidades prácticas, con el objetivo de pasar a una lógica de intercambio automático de informes bancarios internacionales, de declaraciones prellenadas o borrador, y de valores de mercado”[3].
Quisiera finalizar la exposición sobre Piketty con el tema de la deuda pública. Frente a las dos formas principales en que el Estado financia sus gastos, es decir, impuestos o deuda, Piketty claramente se inclina por los impuestos. Teniendo en consideración lo s altos niveles de endeudamiento de los gobiernos, el impuesto excepcional sobre el capital privado es considerado por el economista francés como el más justo y eficiente para reducir la deuda pública. Escribe Piketty:
“El mundo rico es rico; son sus gobiernos los que son pobres. El caso más extremo es el de Europa, que es a la vez el continente con los patrimonios privados más grandes del mundo y al que le cuesta más trabajo resolver su crisis de deuda pública. Extraña paradoja”[4].
De acuerdo a esto, el autor señala que la deuda pública guarda relación con la distribución de la riqueza, en particular, entre actores públicos y privados, y que no es un asunto del nivel absoluto de riqueza. Tras rechazar las políticas de austeridad, Piketty acepta que la inflación puede desempeñar un papel útil en la reducción de la deuda. Tenemos que la deuda pública tiene dos rasgos a destacar.
En primer lugar, es un activo nominal, vale decir, un activo cuyo precio se fija de antemano y no depende de la inflación. Como explica Piketty, los activos nominales son aquellos cuyo valor se fija en función del valor nominal inicial, como por ejemplo, el dinero invertido en cuenta de cheques, una cuenta de ahorro o un bono no indexado a la inflación. Tenemos entonces que los activos nominales se encuentran expuestos a un fuerte riesgo inflacionario, lo que significa que, por ejemplo, que 5.000 dólares no tienen el mismo poder adquisitivo hoy que en 10 años más.
En segundo lugar, y desprendiéndose de lo anterior, la deuda pública no es un activo real, esto es, no es un activo cuyo precio evoluciona según la situación económica, en general cuando menos a la misma velocidad que la inflación. Los activos reales se relacionan con una actividad económica real, como por ejemplo, los bienes inmuebles para las viviendas o acciones, cuyo precio evoluciona consecuentemente en relación con esa actividad. El precio de estos bienes pueden crecer tan rápido como el índice de precios al consumidor.
De acuerdo a lo anterior, a estos activos reales no se les deduce la inflación de las rentas o de los dividendos percibidos cada año, pero sí hay que añadir a menudo a tal rendimiento anual la plusvalía en el momento de la reventa del activo. Mediante la inflación, como la de Francia, que superó el 50% anual de 1945 a 1948, efectivamente se puede reducir la deuda a niveles mínimos. El problema, señala Piketty, es el riesgo de desbocamiento, es decir, el riesgo de una espiral inflacionaria que escape de todo control.
No está de más decir que los acreedores y ahorradores se ven seriamente perjudicado con la inflación. A esto debemos también añadir la pérdida de poder adquisitivo que sufre la moneda, violándose así el “no taxation without representation” ya que la inflación pasa a convertirse en un impuesto encubierto. Frente al argumento de que la inflación, en su versión idealizada, tiene el mérito de penalizar a quienes tienen su dinero “ocioso”, esto es, a los que mantienen liquidez en sus cuentas bancarias, Piketty guarda cierta distancia. Si bien acepta que tal punto tiene algo de verdad, a la larga no cumple con su cometido ya que la inflación “no impide que los patrimonios importantes y bienes diversificados obtengan un muy buen rendimiento, sin importar las implicaciones personales, simplemente por su magnitud”[5].
En resumen, para el economista francés, la inflación no es sino un sustituto imperfecto del impuesto progresivo sobre el capital, que puede traer una serie de efectos secundarios poco deseables. Piketty califica de fantasiosa e ingenua la opinión de que la inflación constituye un instrumento casi ideal de redistribución de riqueza. En lo que respecta a la política monetaria, Piketty reconoce el importante rol de los bancos centrales como prestamistas de última instancia y afirmar lo contrario significaría no haber aprendido de las desastrosas consecuencias que tuvo la crisis económica de 1929. En esto, Piketty concuerda con Anna Schwartz y Milton Friedman quienes en su “Monetary History o f the United States”[6] afirman que la política restrictiva de la Reserva Federal (la FED) fue la que transformó el colapso bursátil en una crisis de crédito, sumiendo a la economía norteamericana en la deflación y una recesión. Con lo que no concuerda Piketty es con la opinión de Friedman de que el New Deal era innecesario y que sólo bastaba con un buen banco central. El hecho es que los Nbancos Ncentrales tienen ahora un papel infinitamente mayor en comparación con aquellas época en que predominaba el patrón oro que en realidad era una suerte de grillete para estos, ya que les impedía expandir la masa monetaria a voluntad. Al respecto escribe Piketty: “El hecho es que desde hace décadas todos los economistas, monetaristas, keynesianos o neoclásicos, y todos los observadores, sin importar su tendencia política, convienen en que los bancos centrales deben desempeñar el papel de prestadores de última instancia y tomar todas las medidas necesarias para evitar el colapso financiero y una espiral inflacionaria”[7].
[1] Ibid., 587.
[2] Ibid., 588.
[3] Ibid., 598.
[4] Ibid., 605.
[5] Ibid., 612-613.
[6] Milton Friedman and Anna Schwartz, A Monetary History of the United States, 1867-1970 (USA: Princeton University Press, 1971).
[7] Ibid., 615.