¿Por qué el socialismo nunca funcionará? ¿Son las matemáticas la salvación? (por Jan Doxrud)
El problema fundamental con la idea de que el sistema económico debe y puede ser controlado en todos sus aspectos por el Estado es que se mueve u opera en un universo irreal, estático, en otras palabras, el modelo de planificación central es incompatible con el mundo económico real. Como explica Huerta de Soto, el problema esencial es quién ejercerá el método de la prueba y error. “Si la toma de decisiones en cuanto a la adopción de soluciones tentativas no es llevada a cabo por los agentes económicos concretos que poseen la información práctica, es claro que el método de prueba y error no llevará a ningún lugar…”[1].
Tenemos, por último, la idea de los “neosocialistas”, que consiste en que los empresarios, dentro de una comunidad socialista, actúen “tal como lo harían en una sociedad capitalista”, con la “salvedad” de que el fruto de su desempeño ( el lucro) enriquecerían a la sociedad y no a los accionistas. Hayek explica esta pseudocompetencia de la siguiente manera:
“La idea común fundamental es que deberían existir mercados y competencia entre empresarios independientes o directores de las distintas compañías, y que en consecuencia debería haber precios monetarios, igual que en la sociedad actual, para todos los bienes, intermedios o acabados, pero que estos empresarios no serían propietarios de los medios de producción que emplean, sino funcionarios asalariados del estado, que actuarían bajos las instrucciones de éste y producirían con fines no lucrativos sino justo para poder vender a precios que cubrieran los costes”[2].
Así tenemos que todo sigue exactamente igual, salvo la propiedad del capital que ha cambiado. En palabras de Mises:
“Lo que estos neosocialistas sugieren es realmente paradójico. Por un lado, desean suprimir la propiedad privada de los medios de producción, anular el mercado y acabar con los precios y con la libre competencia; pero al mismo tiempo quisieran organizar la utopía socialista de tal suerte que la gente actuase como si existieran estas instituciones. Pretenden que los hombres jueguen al mercado como los niños juegan a guerras, a trenes o a colegios. No advierten las diferencias que existen entre los juegos infantiles y la realidad que pretenden imitar”[3].
Además, añade Mises, estos autores conciben el capitalismo como un mero management o gestión, cuando en realidad es un sistema empresarial, es decir, la producción está dirigida por empresarios deseosos de obtener beneficios. La idea de un socialismo con mercado y precios de mercado es tan contradictorio como un cuadrado triangular, un verdadero oxímoron. Por lo demás en este ficticio escenario los sectores productivos actuarían como monopolios independientes, en el sentido que sólo pueden operar bajo la estricta aprobación y control del Estado, en otras palabras, no es un monopolio producto de la capacidad de innovación y la eficiencia del empresario. En pocas palabras, el monopolio perjudicial es el gubernamental y no el de mercado, y en la sociedad socialista prevalece el primero, no el segundo.
Pasemos ahora al argumento matemático, es decir, que el problema del cálculo económico en la sociedad socialista sólo consiste en una dificultad algebraica,en resolver sistemas de ecuaciones. Mises afirma que las ecuaciones nada nos dicen de las acciones humanas que provocaron la aparición del hipotético estado de equilibrio. Un sistema no puede alcanzar un estado de equilibrio en un mundo dinámico en donde la acción de los agentes impiden que se generen los movimientos que supuestamente llevarían al estado de equilibrio. A esto añade Mises:
“Pero ni los teóricos, ni los capitalistas y empresarios, ni los consumidores pueden, a la vista de la realidad presente, descubrir cuál sería, en su caso, ese precio de equilibrio. Ni necesitan ese conocimiento. Lo que impulsa a un hombre a provocar cambios e innovaciones no es la visión de unos precios de equilibrio, sino la anticipación de la cuantía de los precios de un número limitado de artículos tal como prevalecerán en el mercado cuando él se disponga a vender”[4].
Huerta de Soto se refiere al caso de Wilfredo Pareto y su influencia negativa en el sentido de haberse centrado en el análisis matemático del equilibrio económico
“en el que siempre se supone de partida que toda la información necesaria para formularlo se encuentra disponible, dando con ello pie a la idea, posteriormente desarrollada por Barone y repetida…hasta la saciedad por muchos otros economistas, de que el problema del cálculo económico en las economías socialistas podría ser resuelto matemáticamente…”[5].
Pero el economista español hace una importante aclaración, y es que Pareto, así como Barone, manifestaron la imposibilidad de solucionar el correspondiente sistema de ecuaciones sin disponer la información proporcionada por el mercado. Huerta de Soto cita las palabras de Pareto al respecto:
“en la práctica se encontraba más allá de la capacidad del análisis algebraico,…siendo en este caso necesario un cambio de roles, puesto que las matemáticas no podrían continuar ayudando a la economía política, sino que, por el contrario, la economía política sería la vendría en ayuda de las matemáticas. En otras palabras, incluso aunque todas las ecuaciones fuesen conocidas en realidad, el único procedimiento para resolverlas sería observar la solución real que el mercado ya hubiera dado”[6].
Independiente de los límites económicos y epistemológicos que Pareto establece, el hecho es que tanto él como Barone crearon escuela, y muchos economistas posteriores continuaron con aquel paradigma que tales autores iniciaron. Para Huerta de Soto, el análisis matemático del equilibrio sólo tiene un valor interpretativo, “pero no añade un ápice a la posibilidad de solucionar teóricamente el problema que se plantea atodo órgano director que pretenda hacerse con la información práctica necesaria para planificar y coordinar coactivamente la sociedad”[7].
Murray Rothbard emprende una crítica más fuerte al uso de las matemáticas en economía. El uso de ecuaciones matemáticas describen una situación estática y de equilibrio, y no la economía como realmente funciona. Tales ecuaciones son útiles en la física, que se ocupa de movimientos regulares como los observados en las partículas. Pero aplicar la matemática a la acción humana es un error, es decir, desde el punto de vista de la praxeología, las matemáticas nada tienen que decir sobre la conducta humana. En la acción humana no hay constantes ni relaciones cuantitativas, y de existir leyes, estas son de carácter cualitativas. Continúa explicando Rothbard:
“Las ecuaciones matemáticas, por lo tanto, son apropiadas y útiles allí donde hay relaciones cuantitativas constantes entre variables inmotivadas , pero son singularmente inapropiadas en la praxeología y la economía. En estos campos, el método apropiado es el análisis verbal y lógico de la acción y sus procesos a través del tiempo. No es sorprendente que los principales esfuerzos de los «economistas matemáticos» hayan sido dirigidos hacia la descripción del estado de equilibrio final, haciendo uso de ecuaciones, pues en ese estado, dado que las actividades simplemente se repiten así mismas, parecería haber mayor campo de acción para la descripción de las condiciones por medio de ecuaciones funcionales. Sin embargo, estas ecuaciones no pueden hacer otra cosa que describir ese estado de equilibrio, en el mejor de los casos”[8].
Rothbard también critica el concepto matemático de función, que lo considera inadecuado para una ciencia que estudia la acción humana. Una función se refiere a la relación de dependencia de dos variables o cantidades (Dirichlet). Si dos elementos x e y están relacionados por la función f, tenemos entonces que y = f (x) Las funciones matemáticas equivalen al proceso lógico común que se expresa como “depende de”. Así, por ejemplo, podemos afirmar que la distancia recorrida por un cuerpo es función de su y del tiempo. En economía tenemos, por ejemplo, la función de producción: Y = f (L, K, T, H)
La acción, señala Rothbard, no es función de cosa alguna, ya que el concepto de función implica determinación y regularidad mecánica. Por lo demás, de acuerdo a la función de producción, el capital (K) sería alg homogéneo, lo mismo sucede con el trabajo (L), la tecnología (T) y las habilidades empresariales (H). Además el elemento temporal queda completamente excluida, y la producción se limita a una combinació dada de factores productivos. En un libro más reciente sobre el caos y la complejidad, el físico y divulgador científico, Philip Ball dedica varias páginas al tema económico. Ball afirma que, siguiendo los pasos de Francis Edgeworth (1845-1926),
“la mayoría de los economistas académicos empezaron a construir modelos matemáticos más elegantes y abstractos en los que no había sitio para el desorden y el alboroto del mundo real”[9].
Edgeworth consideraba a los agentes individuales de la sociedad como átomos que interactuaban en el vacío.“Francis Edgeworth empezó a vislumbrar una economía que tratara a las personas como «la multitud de átomos que constituyen las bases de la uniformidad en física»”[10]. El autor también critica el concepto de homo economicus y la hipótesis de los mercados eficientes, esto es, la idea de que los precios de una acción siempre reflejan toda la información posible sobre la empresa, por lo que sería imposible “ganarle a la bolsa”. En palabras de Ball:
“…los precios de los activos sólo cambian cuando los fundamentos cambian, esto es, cuando se dispone de nueva información. Y puesto que esta información está a disposición de todos y como todos los agentes saben cuál es el modo más fácil de maximizar sus utilidades, nadie puede explotarla en detrimento de los demás”[11].
La hipótesis de los mercados eficientes se basa en “actos de fe”, señala Ball.
[1] Ibid., 243.
[2] Friedrich Hayek, Socialismo y Guerra, 123.
[3] Ludwig von Mises, La Acción Humana, 833.
[4] Ibid., 838.
[5] Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 162.
[6] Ibid.
[7] Ibid., 164.
[8] Murray N. Rothbard, El hombre, la economía y el Estado, vol.1, 324.
[9] Philip Ball, Masa crítica. Cambio, caos y complejidad (México: FCE, Turner, 2010), 246.
[10] Ibid., 243.
[11] Ibid., 247.