¿Por qué el socialismo nunca funcionará? la ilusión de la planificación central(por Jan Doxrud)
Pasemos ahora a examinar el cálculo económico en la sociedad socialista. En su análisis praxeológico del socialismo, Mises explica que en este sistema actúa una sola voluntad y no resulta relevante quién es el sujeto de esa voluntad. Escribe Mises:
“El director puede ser un rey ungido o un dictador que gobierna en virtud de su carisma; un führer o una junta de jerarcas designados por sufragio popular. Lo fundamental es que un solo agente control el destino que debe darse a todos los factores de producción Una sola voluntad elige, decide, dirige, actúa, ordena. Todos los demás se limitan a obedecer sus órdenes e instrucciones. Una organización y un orden planificado sustituyen a la «anarquía» de la producción y a las diversas iniciativas particulares. La cooperación social bajo la división se mantiene a base de vínculos hegemónicos que permiten al jerarca exigir absoluta obediencia a todos sus vasallos”[1].
Desde el punto de vista del análisis praxeológico poco importa el carácter ético o moral del director, o sus juicios de valor, ya que lo que en realidad importa saber es “si un hombre mortal, dotado de la estructura lógica de la mente humana, puede estar a la altura de las tareas que pesan sobre el director de una sociedad socialista”[2]. Tampoco se trata de valorarlos fines últimos del ente planificador. Tampoco importa si la gente apoya al director en sus planes, ya que de lo que se trata más bien es sobre los medios que el ente planificador habrá de emplear para alcanzar dichos fines. Mises ofrece el ejemplo de la construcción de un inmueble y se pregunta sobre el método que adoptará el director:
Explica el economista austriaco que le resultaría imposible reducir a un común denominador los diversos materiales y las distintas categorías de trabajadores que, según el procedimiento adoptado, sea preciso emplear de manera que no se encuentra en situación de establecer comparación alguna. Así este no puede traducir a datos numéricos ni estimar el tiempo que requerirá la obra (período de producción) ni la duración útil del futuro inmueble. Añade Mises
Es incapaz…de contrastar aritméticamente costes y resultados. Los proyectos que los arquitectos someten a su consideración contienen infinidad de datos sobre múltiples materias primas, acerca de sus características físicas y químicas, sobre el rendimiento de las diversas máquinas y herramientas y acerca de las múltiples técnicas de construcción. Pero son datos sueltos que no guardan relación alguna entre sí. No hay forma de ensamblarlos ni de dar sentido a su conjunto”[3].
Mises deja de lado el problema respecto a los bienes de consumo y se centra en los factores de producción que se van a obtener y emplear, así como los procedimientos y la variedad de sistemas de fabricación. El planificador central deberá también ocuparse del tamaño, emplazamiento y potencia de cada máquina que operarán en la fábrica. También debe preocuparse de las fuentes de energía que utilizará, cuál es la más conveniente y cual resulta más económica. Si es el carbón, debe saber donde están ubicadas las cuencas carboníferas y si estas son suficientes, y de no ser así, deberá buscar nuevos yacimientos y decidir entre distintos métodos de extracción y asegurarse de que el carbón sea de buena calidad. Podemos también señalar los problemas que tendrá el planificador a la hora deasignar precios a los productos.
Podemos imaginar una sociedad tal como la conocemos, salvo que ahora opera un sistema de planificación central y en donde no existirían naciones capitalistas fuera de sus fronteras que puedan servir como referencia para establecer los precios. ¿Qué precio se asignaría a la leche? El problema con lo anterior es se tendría que establecer una distinción entre leche descremada, entera, sin lactosa y aquellas saborizadas. Pero tenemos que no son solamente los hogares los que demandan leche, sino que también existen otros rubros que demandan leche como aquellos empresarios que venden quesos de distinta variedad. De acuerdo a lo anterior, tenemos que las familias, al demandar queso, están también demandando indirectamente leche, leche que tendrán que comprar los vendedores de queso.
Cabe entonces preguntarse acerca de cómo podría el planificador central asignar precios a los distintos tipos de quesos. Pero el panorama se complica cuando añadimos otras industrias que demandan leche como el rubro de los helados o quienes venden yogurt. Las personas, al demandar estos productos, están a su vez demandando indirectamente leche, y esto a su vez afectará las decisiones de quienes crían vacas lecheras. Además podemos preguntarnos los siguiente: ¿cómo sabe el planificador central qué es lo que la gente decide consumir? ¿Cómo podrá evitar que la asignación de precios no genere escasez o excedente de alguno de estos productos?
El planificador central tendría también que ocuparse de los salarios y calcular cuanto ganaría un tenista, un futbolista, un golfista o un rugbista. También deberá asignar precios a un balón de fútbol, una pelota de tenis, una pelota de rugby, basketball, baseball, etc. Pero al fijar los precios de estos últimos, a su vez afectaría a aquellas industrias que producen las materias primas de las que están hechos esos productos. El planificador central tendría un trabajo complejo en fijar el precio de los automóviles, salvo que decretara que existiese solo un tipo de automóvil para alivianar su tarea. Estas cuestiones no son meros escenarios fantásticos, y tendremos oportunidad de ver que en la Unión Soviética el escenario era bastante similar. Los burócratas tenían que ocuparse de fijar millones de precios y las consecuencias no fueron las mejores.
Volviendo a Mises, la lección de esto es que la planificación constituye una verdadera paradoja puesto que esta, al imposibilitar el cálculo económico, impide también la planificación. En palabras del economista austriaco:
“La llamada economía planificada puede ser todo menos economía. Significa caminar a tientas en la más densa oscuridad. Impide averiguar cuáles, entre los múltiples medios, son los más idóneos para alcanzar los objetivos deseados. Bajo la denominada planificación racional, ni la más sencilla operación puede practicarse de un modo razonable y reflexivo”[4].
Mises rechaza todas las nuevas tentativas de cálculo socialista, como el de llevar a cabo el cálculo económico no en términos monetarios sino que en especie, utilizar la hora-trabajo como unidad de medida y cálculo, midiendo una cierta cantidad de utilidad, creando así un cuasi mercado, utilizando ecuaciones diferenciales o mediante la prueba y el error. Para Mises, resulta evidente que el cálculo en especies es complicar innecesariamente el funcionamiento de la economía, ya que no se pueden sumar ni restar magnitudes de órdenes distintos, es decir, cantidades heterogéneas. Habría que buscar una unidad de medida que sirviera para calcular cuánto costaría construir una central hidroeléctrica y calcular cada una de las materias primas necesarias para su construcción. Además tal unidad de medida, que ya no es el dinero, debería igualmente tener las propiedades de este: ser divisible, ser reserva de valor, ser una unidad de medida y fácilmente transportable.
Esta idea es completamente inviable, y propia de la mentalidad y tradición utópica que, dentro de sus fines, siempre está la abolición del dinero y la propiedad. Como explica Jesús Huerta de Soto, quienes defendían esta idea creían que el Estado podía definir las necesidades de las personas en función de criterios objetivos y que los respectivos departamentos o sectores productivos, guiándose por estudios estadísticos, podría saber cuantos bienes de consumo producir, para posteriormente distribuirlos de manera equitativa a cada ciudadano. En realidad Mises considera esta idea tan disparatada que no merece mayor análisis, pero como fue defendida por eminentes figuras pertenecientes al positivismo lógico como Otto Neurath (1882-1945), quien creyó necesario hacer las aclaraciones pertinentes. Neurath y otros autores creyeron que la organización económica bajo tiempos de guerra había demostrado que la planificación central era superior al sistema competitivo. Hayek escribe al respecto:
“…es una obra de Otto Neurath publicada en 1919, en la que el autor intenta demostrar que las experiencias de la guerra habían probado la posibilidad de prescindir de cualquier consideración sobre el valor en la administración del suministro de bienes de consumo y que todos los cálculos de las autoridades de la planificación central debían y podían llevarse a cabo in natura, es decir, que los cálculos no tenían por qué efectuarse con arreglo a una unidad de valor común, sino que podían realizarse en especie”[5].
En cuando al valor hora del trabajo, Huerta de Soto explica que la solución propuesta por los mencionados teóricos, en resumen, consiste en que el órgano director siga la pista del número de horas trabajadas por cada trabajador. Después,añade el economista español cada trabajador recibirá del órgano de control un determinado número de cupones, correspondiente al número de horas trabajada y que podrá utilizarse para obtener a cambio de los mismos una predeterminada cantidad de los bienes y servicios de consumo producidos.
A esto añade
La distribución del producto social se efectuaría estableciendo un registro estadístico del número de horas de trabajo requeridas por la producción de cada bien y servicio, y asignando éstos a aquellos trabajadores que estuvieran dispuestos a entregar a cambio los correspondientes cupones representativos de las horas trabajadas por cada uno de ellos. De esta manera, cada hora de trabajo daría derecho a obtener el equivalente en bienes y servicios de consumo a lo producido durante la misma”[6].
Al respecto, Mises señala que esto no sólo elude el problema de la valoración de los factores de producción originarios, sino que también al tema sobre la capacidad productiva horaria de las personas e incluso de la misma persona en distintos momentos. ¿Qué sucede con aquellos recursos naturales cuyo valor no puede derivarse de las horas de trabajo? ¿Qué sucedería con los precios del petróleo, del oro, o de las obras de arte? Además, tendríamos que hacer establecer un común denominador entre los diversos tipos de trabajo. Pero como señala Huerta de Soto, no existe “un factor trabajo” que queda comprimido en una función de producción donde el capital también sería de carácter homogéneo Y = f (K, L).
“En efecto, no existe un «factor trabajo», sino innumerables categorías y clases distintas de trabajo que, en ausencia del denominador que constituyen los precios monetarios establecidos en el mercado para cada tipo de trabajo, no pueden ser sumadas o restadas dado a su carácter esencialmente heterogéneo”[7].
En cuanto al cálculo económico en unidades de utilidad, Huerta de Soto señala que constituye una propuesta más absurda que la anterior, ya que la utilidad es un concepto estrictamente subjetivo, por lo que estos teóricos socialistas caen en lo que podríamos denominar “falacia cuantificacionista”, es decir, que todos los fenómenos pueden ser objeto de medición, desde un kilo de pan hasta el amor entre personas. Al respecto escribe Huerta de Soto:
“No cabe medir la utilidad, sino tan sólo comparar lo que se derive de diferentes cursos de acción a la hora de tomar una decisión. Y tampoco cabe observar la utilidad en los diferentes individuos (ello exigiría que pudieramos introducirnos en las mentes de las personas y fundirnos con sus personalidades, valoraciones y experiencias)”[8].
En cuanto a la aplicación del método de la prueba y el error, Huerta de Soto explica que este consiste en encontrar una serie de soluciones hipotéticas hasta que se dé con una que se ponga de manifiesto que es la correcta. Continúa explicando el economista español que los defensores de este enfoque pretendían que los gerentes y responsables de los distintos sectores productivos, empresas e industrias, transmitieran al órgano central de planificación sus conocimientos relativos a las distintas circunstancias de la producción en general y, en particular, sobre las distintas combinaciones de los factores productivos. De acuerdo a lo anterior, el órgano de planificación estaría constantemente recibiendo información que utilizaría para calcular un precio para los distintos bienes y transmitirlo posteriormente a los gerentes a cargo de la producción.
El órgano central podría recibiría un feedback que le permitiría ir ajustando sus planes acorde a los resultados de sus decisiones tomadas en el pasado. La escasez o excedente de productos serían señales útiles para el órgano planificador, ya que a partir de esta información podría ir ajustando sus planes hasta llegar a la situación deseada. Frente a esto, Mises afirma que el mercado libre pone continuamente a prueba a los empresarios y las empresas que no innovan van quedando fuera del mercado, tal como sucedió con Kodak o Blockbuster hace algunos años.
Por lo demás, este enfoque es erróneo porque pasa por alto que el hecho de que el mundo cambia constantemente, es decir, no existe un estado de cosas ideal al que se pueda llegar por medio de constantes ajustes de parte del órgano planificador, lo que significa que este último estaría persiguiendo una meta que es elusiva, que se le escapa constantemente. Además, como señala Huerta de Soto, no existe una “guía” o un punto de referencia “objetivo” que el planificador central pueda utilizar, y las circunstancias tampoco son objetivas. En palabras del economista español:
“…como ya hemos visto, tales guías ni son objetivas ni indican inequívocamente lo que hay que hacer, las mismas surgen como un resultado endógeno de la aplicación del propio método de prueba y error, por lo que no constituyen ninguna guía objetiva de referencia objetiva, sino tan sólo las sucesivas manifestaciones, arbitrarias y aleatorias, de un proceso circular de descoordinación e ineficacia que no converge hacia nada”[9].
[1] Ibid., 821.
[2] Ibid.
[3] Ibid., 823.
[4] Ibid., 826.
[5] Friedrich Hayek, Socialismo y Guerra, 93.
[6] Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 203-204.
[7] Ibid., 205.
[8] Ibid., 207.
[9] Ibid., 241.