El marxismo como religión secular (por Jan Doxrud)
“No hay pues, en este universo razón alguna para imaginar el fin de la historia. Y es, no obstante, la única justificación de los sacrificios exigidos en nombre del marxismo a la humanidad…El fin de la historia no es, pues, un valor de ejemplo y de perfeccionamiento. Es un principio de lo arbitrario y del terror”
(Albert Camus, El hombre rebelde)
En el cementerio de Highgate, al norte de Londres, se encuentra la tumba de quien fue quizás uno de los más influyentes personajes de la historia intelectual de Occidente, un verdadero titán del pensamiento decimonónico cuya labor intelectual ha logrado elevarse por sobre el espíritu de los tiempos. En el cementerio también puede observarse un monumento y un rostro cubierto por una tupida barba. Las personas que visitan aquel busto reciben una pequeña introducción al pensamiento de este pensador. En la placa se puede leer la tesis 11 sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo". Se este o no de acuerdo con el sistema de Marx, la verdad es que no puede negar que las ideas políticas, económicas y sociológicas del pensador alemán han logrado trascender la época que le dio origen, alcanzando un status de verdades atemporales, válidas (supuestamente) para cualquier época de la historia
Algún lector se preguntará por qué hablar de un personaje que falleció en 1883.
1-¿Por qué discutir ideas que nacieron en el contexto de la revolución industrial en la segunda mitad del siglo XIX?
2-¿Por qué en el siglo XXI aún se habla y se debate sobre Karl Marx y sus ideas?
3-¿Acaso el marxismo no estaba muerto y sepultado tras el final de la Guerra Fría?
4-¿Por qué hay quienes se niegan a aceptar esto y, a pesar de los fracasos de los socialismo reales, continúan desenterrándolo y sacándolo nuevamente a la luz presentándolo como la solución a los problemas actuales? ¿Acaso el fracaso de los socialismo reales significó también el fracaso del marxismo?
Independiente del espectro político al que se pertenezca, estamos sin duda ante un personaje fascinante dentro de la historia del pensamiento occidental. Se trata de una figura que no deja indiferente a nadie. Marx, junto a Engels, son los autores de un vasto metarrelato, una teoría general del mundo que proporciona sentido, linealidad, una utopía final y un plan de acción para alcanzar dicha meta. Desde este punto de vista no se diferencia de otros metarrelatos religiosos (monoteísmos) filosóficos (hegelianismo). El nombre y la obra de Karl Marx, profeta burgués y revolucionario como escribió Albert Camus, han estado en la cumbre de la historia del pensamiento para luego ser olvidado y sepultado por décadas, para que posteriormente vuelva a surgir, especialmente tras la última crisis financiera del año 2008. Para el historiador marxista Eric Hobsbawm el nombre de Karl Marx esta a la altura de los más grandes personajes históricos:
"Los únicos pensadores individualmente identificables que han alcanzado un estatus comparable son los fundadores de las grandes religiones en el pasado, y con la posible excepción de Mahoma ninguno ha triunfado a escala comparable con tanta rapidez. Ningún pensador laico se le puede equiparar en este aspecto”[1].
Con razón el filósofo Walter Kaufmann afirmó que Marx fue el “segundo judío de la historia al que casi medio mundo ha aceptado por mesías”. Pero a diferencia de Jesús, Marx rechazó su condición de judío, ya que lo identificaba con el capitalismo.
De lo que se trata es de examinar los fundamentos o bases del sistema de pensamiento que ha venido a conocerse como marxismo, comunismo y socialismo. El lector podrá preguntarse sobre la diferencia entre las “ideas de Marx” y el “marxismo”. Este es un tema que he abordado en otros artículos pero, por ahora, cabe señalar que el marxismo no necesariamente coincide con las ideas de Marx, ya que el marxismo es el conjunto de ideas que desarrollaron los sucesores de Marx y Engels. El marxismo, con el tiempo, siguió su propio camino, sufriendo ramificaciones, quiebres e interpretaciones antagónicas.
En cuanto al socialismo y el comunismo, debo precisar que dentro del pensamiento marxista el socialismo constituye una etapa que precede al advenimiento de la etapa final, esto es, el comunismo. De acuerdo a Engels el comunismo es la doctrina de las condiciones de la liberación del proletariado. El comunismo constituía para Marx la superación de la propiedad privada. También podemos leer en Marx y Engels que el comunismo era el movimiento real que anulaba y superaba el estado de cosas actual. Igualmente he dedicado un artículo sobre estos 2 conceptos donde el lector podrá leerlos con mayor detalle.
Lo más lógico es optar por abordar el “socialismo” ya que el “comunismo” es una utopía o un “no-lugar”, y una utopía es por definición inmune a la crítica, ya que es perfecta tal como la de Tomás Moro, Francis Bacon o Tomasso Campanella. Contra una utopía que reina sólo en las mentes de las personas, poco y nada se puede hacer. Si bien las utopías solemos asociarlas a lugares ideales, la realidad es que la utopía es un “no-lugar” y en todos los casos donde estas han intentado materializarse degeneraron en distopias, ya que aquella sociedad ideal que se buscaba sólo era alcanzable por medio de una férrea disciplina, un igualitarismo absoluto, la abolición de la propiedad privada y el sacrificio del individuo en el altar del colectivismo.
La crítica al socialismo y al marxismo es en realidad parte de una crítica más amplia y que apunta a una particular forma de pensamiento que podemos denominar de varias maneras: pensamiento utópico, totalitario, planificacionista o constructivista. Esta forma de pensar no es nueva. Algunos de sus representantes han sido Platón, Henri de Saint-Simon, Auguste Comte y los defensores del erróneamente denominado socialismo “científico”. ¿Qué tienen en común estas formas de pensamiento? La respuesta es la siguiente: La creencia de que las sociedades pueden diseñarse hasta en sus más mínimos detalles y en todos sus ámbitos: político, económico, social y valórico.
A esto hay que añadir la idea de que sólo existe un grupo selecto de personas que puede llevar a cabo esta profunda transformación en las mentes y corazones de las personas. Como bien señala Mauricio Rojas el marxismo tuvo a su propio San Pablo (Lenin) que lleva la práctica la doctrina. A esto podemos añadir que los marxistas tuvieron sus propios libros sagrados que debían ser interpretados de acuerdo a la ortodoxia soviética, de manera que los herejes heterodoxos debían ser aislados o sacrificados , como sucedió con Trotsky o Tito en Yugoslavia. En el Occidente libre durante la Guerra Fría nadie fue perseguido por hacer lecturas "heterodoxas" de Adam Smith, Ludwig von Mises o Friedrich Hayek.
El destacado filósofo francés, Pierre Hadot (1922-2010), en su examen del fenómeno de la “conversión”, se refirió a este como un “ giro” y “cambio de dirección”. El autor habla de la conversión como un cambio de dirección en el sentido de una vuelta al origen o hacia uno mismo. La conversión la concibe como “metanoia”, es decir , un “cambio de pensamiento”, sugiriendo la idea de mutación y renacimiento. Al respecto escribe Hadot:
“Puede decirse que la idea de conversión supone uno de los conceptos constituyentes de la consciencia occidental: en efecto, cabe representarse la historia de Occidente como un intento siempre renovado deperfeccionamiento de las técnicas de «conversión», es decir, de las técnicas destinadas a transformar la realidad humana ya sea aproximándola a su esencia originaria (conversión-retorno) o modificándola de manera radical (conversión-mutación)”.[2]
Esta es una observación profunda y verdadera, ya que a lo largo de la historia occidental han surgido una serie de personajes que han intentado llevar a cabo una “conversión” de la realidad, conversión que sólo puede lograrse mediante la conversión de los individuos por parte de una elite selecta que ya ha logrado experimentar tal conversión. Así no debe extrañarnos que cada cierto tiempo surjan individuos que desean crear una sociedad radicalmente nueva, crear un “hombre nuevo” e intenten para ello subordinar absolutamente todos los ámbitos en los que se desenvuelven los seres humanos a alcanzar dicho objetivo. De acuerdo a esto, escuchamos a menudo en boca de estos personajes la palabra “politización de las relaciones sociales” y la preocupación constante por modificar de raíz la cultura y la educación, en otras palabras, organizar una “contrahegemonía” que destruya la hegemonía predominante que constituye un obstáculo para el proyecto de conversión radical. Hadot señala que la filosofía platónica supone antes que nada una teoría de la conversión política. En palabras del filósofo francés:
“…a fin de cambiar la ciudad es necesario transformar a los individuos, pero sólo el filósofo está realmente en disposición de lograrlo porque él mismo es ya, en cierta manera, un «convertido»”[3]. Este filósofo converso es aquel que “ha sido capaz de apartar su mirada desde las sombras del mundo sensible y de dirigirla hacia esa luz que emana de la idea del Bien. Y toda educación implica una forma de conversión”[4].
Teniendo esto en consideración, tenemos que Marx se inserta perfectamente dentro de esta tradición, ya que aspiraba a una transformación radical de la sociedad que permitiría al ser humano terminar con su estado de alienación producto del régimen capitalista de producción. August Comte, Henri de Saint-Simon, comunistas, ecologistas radicales (biocentrismo radical) y fundamentalistas religiosos también están insertos dentro de esta tradición de conversión forzosa de la realidad. Otra característica de esta mentalidad es el dogmatismo, esto es, la creencia de que sus proposiciones constituyen principios innegables e irrefutables, a pesar de que tanto la realidad como la ciencia señalen exactamente lo contrario.
Lo anterior convierte a estas ideas en “ideologías” en el sentido negativo del término, esto es, una visión de mundo rígida, inmutable, incompatibles con la realidad y la naturaleza. Lo anterior explica el porqué los adeptos a esta clase de creencia son reacios a la crítica, ya que cuando se intenta cuestionar algún aspecto de su doctrina, lo que se está cuestionando en realidad es una particular visión de mundo. Esta clase de mentalidad junto a su visión de mundo ha tenido como hilo conductor la idea de que, frente a la incertidumbre y la complejidad, las sociedades deben y pueden ser diseñadas en su totalidad de acuerdo a un plan preestablecido. Esto fue lo que el pensador austriaco, Friedrich Hayek, denominó como “arrogancia fatal” (fatal conceit).
Estamos entonces ante sistemas de pensamiento caracterizados por el dogmatismo, que tienen uno o un conjunto de principios medulares que se consideran verdaderos, incuestionables e inmutables en el tiempo, a pesar de que contradigan o choquen con la realidad o que no sean confirmados por la ciencia. A lo anterior se añade el fanatismo, la irracionalidad, la pasión desmesurada combinada con la prepotencia y un moralismo represor que raya en el ascetismo, en la negación de la propia individualidad.
Es desde este punto de vista que se debe entender mi afirmación de que el capitalismo de libre mercado o mejor dicho, la catalaxia, no constituye la contraparte del comunismo, es decir, los socialistas han estado luchando con el enemigo equivocado. Dicho sea de paso, por catalaxia se entiende aquel orden que emerge por el ajuste recíproco de muchas economías individuales en un mercado, tal como lo entendieron Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. La idea que defiendo es que, en primer lugar, la contraparte o el enemigo del comunismo y el marxismo no es otro sistema económico, sino que es la libertad (al igual que el enemigo de cualquier fundamentalismo religioso no es el capitalismo concebido como una ideología igualmente omniabarcante.
En segundo lugar, tenemos que la catalaxia no es una ideología omniabarcante, es decir, no es un sistema de pensamiento que pretende regular la vida de las personas ni de la sociedad y menos imponer un conjunto de valores sobre la sociedad con el objetivo de alcanzar una meta predefinida. Es importante esta precisión ya que por lo general la mentalidad utópica-totalitaria tiende a percibir a otras ideas tal como se percibe a sí misma. Pero el hecho es que la catalaxia nunca pretendió erigirse en un sistema totalizador como piensan algunos teóricos socialistas.
Para dejarlo más claro, nadie ha levantado las banderas con los rostros deAdam Smith o Jean Baptiste Say para imponer por la fuerzas y la violencia la idea de que las personas pueden ser más felices eligiendo libremente su forma de vida y que pueden interactuar libremente por medio del mercado para satisfacer sus necesidades. En ese sentido se podría decir que los rivales del comunismo son los demás sistemas de pensamiento utópicos y totalitarios, como las diversas versiones fundamentalistas de las religiones, ya sea el cristianismo, el Islam, el judaísmo o cualquier otro tipo de pensamiento dogmático.
[1] Eric Hobswawm, Cómo cambiar el mundo (Argentina: Crítica, 2011), 349
[2] Pierre Hadot, Ejercicios espirituales y filosofía antigua (España: Ediciones Siruela, 2006),178.
[3] Ibid., p. 179.
[4] Idem.