(1) Ideología y sospecha (por Jan Doxrud)
El concepto de ideología se encuentra vinculado con el concepto de “sospecha” y “escepticismo”. Sospechar implica desconfiar, recelar y dudar, y el escepticismo implica examinar y observar con detenimiento. Ahora bien, tal sospecha puede o no fundamentarse tanto en evidencias verdaderas como en meros prejuicios infundados pero convenientes. Por otro lado tenemos que la ideología y los ideólogos se centran en el estudio de las ideas que predominan en un momento dado. Esto nos viene a decir que las ideas (formas, apariencias, aspecto) que las personas consideran como “naturales” o “normales” son en realidad construcciones humanas que cumplen una función específica y sirven a intereses particulares.
Las ideas serían entonces siempre ideas de alguien o de algún grupo que busca establecer o mantener un orden social que los favorezca. Pero lo medular es que tal idea o conjunto de ideas deben parecer como ideas NO impuestas y NO pertenecientes a ningún grupo social, es decir, deben aparecer como neutrales y fruto de una suerte de consenso que en realidad nunca se llevó cabo, una especie de contrato social que se lleva a cabo cada cierto tiempo pero del que en realidad nadie participa.
Paul Ricoeur denominó como “filósofos de la sospecha” a Marx, Nietzsche y Freud. Pero tal tradición de la sospecha se remonta más atrás en el tiempo con Platón y su mito de la caverna, Sócrates y su búsqueda de la verdad y a los escépticos griegos. La tradición escéptica tiene como característica el someter a crítica el universo conceptual de una sociedad existente. Regresando a los tres autores mencionados, algo que tuvieron en común fue su crítica. a la religión y a la idea de que la realidad estaba falseada de alguna manera. Para Marx, por ejemplo, la religión era el opio del pueblo, para Freud era una mera ilusión y de acuerdo a Nietzsche, Dios, considerado como fundamento último había muerto. En estos tres autores las energías primigenias del ser humano se encuentran de alguna manera reprimidas por la sociedad, las convenciones y las leyes. Así, por ejemplo, el espíritu dionísiaco (Nietzsche), el espíritu revolucionario (Marx) y el espíritu hedonista (Freud) se encuentran fuertemente reprimidos por fuerzas externas.
La sospecha ya no se limita solamente a la religión sino que también se amplía para incluir a la ética, la política y la educación entre otras. La sospecha se ha centrado especialmente en esta última, ya que es por medio de la educación como la “clase dominante” disemina de manera no coercitiva sus ideas. El espíritu de sospecha es una característica de Occidente y es lo que ha hecho de esta una civilización dinámica y cambiante. Una sociedad donde los individuos carecen del espíritu escéptico sólo se estancan y tienden a perecer material e intelectualmente. La actitud de sospecha y el escepticismo (moderado, no pirrónico) son actitudes saludables y necesarias. El dinamismo de Occidente se refleja en las transformaciones políticas, económicas y sociales que ha experimentado en un comienzo Europa. Si algo que ha caracterizado al occidente europeo es el cambio y la impermanencia: República romana, Imperio Romano, Imperio otónida, feudalismo, monarquías absolutas, revolución francesa, revolución rusa, repúblicas democráticas, fascismo, nazismo, comunismo, democracias.
Ni siquiera la religión católica evadió los cuestionamientos en su interior, y un monje agustino como Lutero terminó por resquebrajar la unidad de la cristiandad europea. También existió una tradición escéptica en otras culturas como por ejemplo Al-Ghazali en la cultura islámica, la escuela Cārvāka en India y los místicos buddhistas e hinduistas quienes buscaban trascender lo que denominaban como “maya” y atisbar la naturaleza última de las cosas. De manera que tenemos variadas formas de escepticismo pero al que nos referimos en este escrito ciertamente no es de los místicos. Un punto importante es que el escepticismo y la sospecha no debe ser absoluta o radical. Como señala Mario Bunge, el escéptico radical terminaría por dudar de todo por igual, es decir, colocaría todas las hipótesis ya sean científicas o no, en el mismo nivel por lo que el escéptico terminaría por fomentar la credulidad frente a cualquier creencia.
Los marxistas también se insertaron dentro de esta tradición de la sospecha y el escepticismo, pero la utilizaron con el objetivo de denunciar todo lo que no concordara con sus ideas, esto es, la ideología. Este último concepto debe entenderse como un velo ideológico que cubre y distorsiona la verdad, de manera que la ideología es siempre la de los otros y, tras el velo de esta ideología, se encontraba la verdad última: el comunismo. Caemos así en una espiral sin fin ya que el escéptico, aquel que sospecha, buscará solamente desenmascarar una “ideología” para poder erigir e implantar la suya, y así vendrá otro persona o grupo de personas para desenmascarar a esta última para imponer su propia ideología que reclaman como la verdadera y así sucesivamente.
No es ningún secreto que las costumbres, creencias, sistemas políticos y económicos, son históricos, son creados a lo largo de cientos de años, condicionados por una época y que, por lo tanto, evolucionan y cambian a lo largo del tiempo. Para cada época existe una pluralidad de ideologías dominantes, es decir, no existe “una” ideología que predomina y que sirve los intereses de una clase particular. Existen una pluralidad de ideologías, donde algunas comienza a entrar en su fase de decadencia y otras que están recién tomando forma. Otro punto es que el exceso de sospecha, el creer que todas las ideas que predominan en la sociedad han sido fruto del cuidadoso diseño y planificación por parte de una elite dominante para ejercer el control sobre una mayoría carece de fundamentos.
Esta actitud se asemeja a la mentalidad del teórico conspiracionista para quien el mundo no es más que una gran conspiración. Por ahora convengamos en que el concepto de ideología va siempre ligado a una actitud específica que es la de sospecha y escepticismo y que siempre es deseable que en una sociedad exista tal actitud, ya que refleja que existen individuos con pensamiento crítico y comprometidos por mejorar las sociedades en donde habitan. También señalamos que en ausencia de una actitud crítica las sociedades se petrifican, no cambian, no evolucionan y tampoco progresan. Por último, el escepticismo y la sospecha no deben perseguir reemplazar una ideología por otra. Para quienes piensen que toda verdad es elativa y que cualquier sistema de creencia es tan válido como otro, entonces el juego de desenmascaramientos de ideologías no tiene fin.
Debemos entonces reconocer que si bien no existen sistemas de creencias perfectos (mentalidad utópica) que beneficien a todas las personas por igual, sí existen sistemas de pensamiento que son más deseables que otros ya que logran promover un mayor bienestar en la población. Por ejemplo, la democracia es más preferible que un régimen totalitario nazi o comunista. Estados Unidos con todas sus imperfecciones es un país donde el nivel de vida, las libertades y el desarrollo de las capacidades de las personas supera al de un régimen como el de Corea del Norte, Irán, Rusia o Arabia Saudita.
En el pasado, el comunista desenmascaraba lo que este consideraba como la ideología dominante para reemplazarla por su propia ideología, esto es, la idea perfecta de un comunismo que sólo existía en estado de utopía. Como ya hemos señalado anteriormente, los sistemas de creencias reales deben contrastarse con otros sistemas de creencias también reales y no ideales (no compara el comunismo utópico inexistente con los capitalismos realmente existentes (e imperfectos). Entenderé, por ende, por ideología en un sentido negativo, es decir, como un conjunto de ideas que intentan imponerse a la realidad, violentándola y sometiéndola y que, a medida que la realidad desacredita la veracidad de tales ideas, la ideología correspondiente la violentan aún más. Furet ofrecía otra definición que se aplica al marxismo, pero que representa el sentido positivo de la ideología (todos tenemos una): “…por ideologías yo entiendo aquí aquellos sistemas de explicación del mundo por medio de los cuales la acción política de los hombres adquiere un carácter providencial, con exclusión de toda divinidad”[1].
Por su parte Göran Therborn señala que las ideologías operan moldeando la personalidad de las personas y sometiendo “la líbido amorfa de los nuevos animales humanos a un determinado orden social y los cualifica para el papel diferencial que habrán de desempeñar en la sociedad”[2]. Continúa explicando el sociólogo sueco que en el proceso de sometimiento, las ideologías, en general, interpelan al individuo de tres formas. En primer lugar, las formaciones ideológicas señalan al individuo: quiénes son, cómo es el mundo, qué relación existe entre ellos y el mundo, de manera que a los individuos se les proporciona “diferentes tipos y cantidades de identidad, de confianza, de conocimientos para la vida ordinaria”[3]. En segundo lugar la ideología señala a los individuos lo que es posible, proporcionando a estos distintos tipos y cantidades de autoconfianza, ambición y niveles de aspiraciones. En tercer lugar la ideología señala “lo que es justo e injusto, lo bueno y lo malo, con lo que determina no sólo el concepto de legitimidad del poder, sino también la ética del trabajo, las formas de entender el esparcimiento y las relaciones interpersonales, desde la camaradería al amor sexual”[4].
Una ideología que considero potencialmente perjudicial es aquella versión estructuralista del marxismo, defendida por marxistas posteriores como por ejemplo Louis Althusser (1918-1990) y Nicos Poulantzas (1936-1979), donde el individuo desaparece y cobran en cambio vida las estructuras anónimas. Debo decir que existen quienes no consideran a Althusser como estructuralista, como es el caso de la socióloga chilena Marta Harnecker. Poulantzas señalaba que la ideología consistía en un conjunto con coherencia relativa de representaciones, valores, creencia. Para Poulantza la ideología concernía al mundo en que viven los hombres, a sus relaciones con la naturaleza, con la sociedad, con los otros hombres, con su propia actividad.
Añadía el autor que la ideología estaba hasta tal punto presente en todas las actividades de los agentes que esta no podía diferenciarse de su experiencia vivida. De esa manera las ideologías fijaban en un universo relativamente coherente no sólo una relación real, sino también una relación imaginaria, una relación real de los hombres con sus condiciones de existencia investida en una relación imaginaria. La ideología tenía para Poulantzas una función contraria a la de la ciencia, es decir, esta ocultaba las contradicciones reales y reconstruía en el plano imaginario un discurso relativamente coherente. En lo que respecta a la ideología burguesa dominante, su función era la de ocultar de una manera totalmente específica la explotación de clase en la medida en que toda huella de dominio de clase estaba sistemáticamente ausente de su lenguaje propio. Continúa explicando Poulantzas:
“La ideología, deslizándose en todos los pisos del edificio social, tiene esa función particular de cohesión estableciendo en el nivel de lo vivido de los agentes relaciones evidentes- falsas, que permiten el funcionamiento de sus actividades prácticas… La ideología, al contrario que la noción científica de «sistema, no admite en su seno la contradicción y procura resolverla eliminándola. Con esto se dice que la estructura del discurso ideológico y la del discurso científico son fundamentalmente diferentes”[5].
Siguiendo a Paul Ricoeur, esta línea de interpretación marxista (estructuralista) presenta una serie de características. En primer lugar, lo que está detrás de una ideología no es un individuo, sino que una estructura de la sociedad. En segundo lugar, la base real de la historia se encuentra expresada en una interacción entre fuerzas y formas, de manera que una historia de la sociedad es posible sin hacer referencia al individuo. Por ejemplo, Marx asigna gran importancia a las colectividades por sobre los individuos cuando se refiere a la oposición entre “campo y ciudad”, oposición que es fruto de la división del trabajo, o cuando habla de la “gran industria”, del “capital”, este último como si fuese una masa homogénea de cosas. En tercer lugar tenemos el énfasis en que la lucha política no se da entre individuos sino que entre clases. Marx escribe en el prólogo a la primera edición del libro primero de El Capital:
“No presento las figuras del capitalista y del terrateniente, en modo alguno, de color de rosa. Pero aquí tratamos de personas solo en la medida en que son personificación de categorías económicas, exponentes de determinadas relaciones e intereses de clase. Desde mi punto de vista, que enfoca el desarrollo de las formaciones económicas de la sociedad como un proceso natural e histórico, con menos razón que desde otro cualquiera, se puede hacer responsable a un individuo de relaciones de la que é les producto social, por más que se alce subjetivamente sobre ellas”[6].
[1] François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX (México: FCE, 1996), 22.
[2] Göran Therborn, ¿Cómo domina la clase dominante? Aparatos de Estado y poder estatal en el feudalismo, el capitalismo y el socialismo (México: Siglo XXI Editores, 2008), 206.
[3] Ibid., 207.
[4] Ibid.
[5] Nicos Poulantzas, Poder político y clases sociales en el Estado capitalista (México: Siglo XXI Editores, 2007), 265.
[6] Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía política tomo 1, Proceso de producción de capital (Santiago: LOM Ediciones, 2010), 20.