(1) Innovación, destrucción creativa y la Revolución Industrial en Inglaterra (por Jan Doxrud)
La palabra innovar siempre ha generado, en la historia humana, incertidumbre, escepticismo y hasta rechazo por parte de quienes quieren conservar el orden establecido. Después de todo, “innovar” consiste en “alterar algo, introduciendo novedades”, por lo que el innovador es un revolucionario que introduce cambios que alteran el orden y, por ende, introducen cierto desorden inicial que, con el tiempo, se transformará en un nuevo orden imperante para posteriormente ser nuevamente alterado y transformado producto de la introducción de una nueva innovación. Algunos ejemplos ayudan a clarificar este punto.
El imperio turco otomano bajo el sultán Bayezid II se cerró a la posibilidad de experimentar los beneficios de la introducción de la imprenta. El sultán, por medio de un edicto, prohibió imprimir en árabe. Sólo en 1727se permitiría la introducción de la primera imprenta en tierras del imperio, pero bajo un estricto control , tal como lo dejó en evidencia Ibrahim Müteferrika, cuya producción estaba controlada por los eruditos religiosos.
El mismo Müteferrika era consciente de que los europeos avanzaban a pasos agigantados y el imperio otomano se quedaba atrás y aquello se debía al sistema político europeo que garantizaba derechos y libertades, y al racionalismo y la revolución científica. En cambio, el progreso (la educación y alfabetización) del imperio turco había quedado hipotecado debido al fundamentalismo religioso y a la ley islámica. La secularización de la sociedad era un paso necesario para la revolución científica. Ahora bien, también no debemos perder de vista que la imprenta (y en nuestros días twitter e internet) son innovaciones que no gustan a los regímenes totalitarios y dictatoriales tales como Corea del Norte y Cuba, puesto que propagan ideas que pueden ser consideradas como “subversivas” y que atentan contra la integridad del Estado opresor junto a su elite civil y militar. Es más fácil y seguro que el conocimiento no esté disperso sino que centralizado en una única institución para que se puedan formar conciencias homogéneas y acríticas. No es de extrañar que los regímenes totalitarios y autoritarios intervengan inmediatamente la educación como manera de ganarse la lealtad acrítica de la población.
El conservadurismo y el miedo al cambio también se vio en el plano militar. Las tropas de jenízaros se negaban a recibir la influencia militar de los occidentales, al igual que lo hicieron los samurái del agonizante Japón de los Tokugawa (como lo representa la película “El último samurái”). El resultado fue el mismo, tanto los jenízaros como samuráis renegados fueron asesinados.
En Europa hubo miedo a la revolución industrial, temor a todos los cambios que esta generaba y que trascendían el ámbito propiamente económico. Por ejemplo, Francisco I y José II fueron el paradigma de líderes conservadores a los cuales les repelía lo nuevo y se esforzaron por mantener regímenes autoritarios, intolerantes, carente de libertades y en donde el imperio de la ley no existía. En suma, los Habsburgo se encontraban a gusto con su sociedad agrícola, su sistema de monopolios, aranceles y el predominio de los gremios en las zonas urbanas que obstaculizaba la entrada de profesionales y competencia. Francisco I quería evitar a toda costa la concentración excesiva de trabajadores en las zonas urbanas ya que representaban un potencial peligro para su poder (la organización de las masas). Para ello, el emperador prohibió la creación de nuevas fábricas en Viena puesto que así mantendría a raya cualquier revolución. Para tales fines, Francisco I también demostró su hostilidad hacía los ferrocarriles y vías férreas.
La misma actitud mostró Nicolás I de Rusia quien también quería evitar la formación de grandes aglomeraciones de trabajadores en la ciudad puesto que, potencialmente, podían constituirse en una fuerza social disruptiva del orden imperial. Capitalismo, propiedad privada, libre competencia, libre empresa y libre actividad empresarial chocaban radicalmente con los sistemas políticos represivos de la época. Como escribió Matt Ridley:
“Por lo tanto, para explicar la economía global moderna se necesita explicar de dónde viene su máquina de innovación perpetua. ¿Qué fue lo que arrancó el creciente rendimiento? No fue planeado, ni dirigido, ni ordenado; surgió, evolucionó, desde abajo, a partir de la especialización y el intercambio. El intercambio acelerado de ideas y personas hecho posible por la tecnología impulsó el cada vez más rápido crecimiento de la riqueza que ha caracterizado al último siglo. Los políticos, capitalistas y oficiales son restos que flotan río arriba después del maremoto de la invención”[1].
Este proceso de cambio constante es lo que el economista austriaco, Joseph A. Schumpeter, denominaba como “destrucción creativa”, el sello del sistema económico capitalista y fobia de muchas elites conservadoras. De acuerdo a Schumpeter el capitalismo era por naturaleza una forma o método de transformación económica no estacionario, puesto que el impulsoque ponía y mantenían movimiento a este sistema era la creación de nuevos bienes de consumo, nuevos métodos de producción y transporte, nuevos mercados y nuevas formas de organización industrial que creaba la empresa capitalista. De esta manera, continuaba explicando Schumpeter, la estructura económica sufría constantemente una mutación desde dentro lo cual tenía como consecuencia la destrucción ininterrumpida de lo antiguo y la creación de las condiciones para el surgimiento de lo nuevo. Ahora bien, la innovación no se limita solamente al ámbito económico, puesto que también podemos extrapolarlos a otros ámbitos como la física, química, biología o la astronomía. Pero en este escrito me centraré principalmente al ámbito económico: cómo la innovación siempre ha causado temor y rechazo por parte de las elites políticas y económicas. Tras examinar lo anterior, me referiré a ejemplos concretos de cómo las instituciones son fundamentales en la creación de condiciones e incentivos para dar nacimiento a sistemas económicos prósperos que ayuden al progreso material de las naciones. Tras revisar esto, me centraré brevemente en una de las grandes revoluciones que cambió radicalmente la vida de las sociedades: la revolución industrial.
El economista Daron Acemoglu (MIT) y el politólogo y economista James A. Robinson (Harvard) han desarrollado extensamente el tema acerca de la relevancia de las instituciones políticas y la sinergia existente entre estas y los sistema económicos. Si bien la geografía, la cultura y la religión son relevantes a la hora de intentar dar una explicación de por qué algunas naciones son más prósperas que otras, Acemoglu y Robinson insisten en que las instituciones políticas son la clave. Para ser más precisos, en aquellas sociedades donde imperan sistemas extractivos, centralmente planificados por el Estado y en donde una pequeña elite política se beneficia de la prosperidad (por medio de la extracción de riquezas de la sociedad civil), tal sociedad no prosperará. Cuando hablamos de “institución” simplemente nos referirnos a un sistema social y cooperativo creado en un momento determinado de la historia y, como fenómeno histórico, está sujeto a infinitos cambios o mutaciones. Cuando Acemoglu y Robinson hablan de “política” se refieren específicamente al proceso mediante el cual una sociedad elige las reglas que la gobernarán. Por su parte, el histporiador económico Niall Ferguson destaca seis complejas instituciones complejas desarrolladas en Occidente y que la difrenciaron del resto sdel mundo: competencia, ciencia Derechos de propiedad (imperio de la ley), medicina, sociedad consumo y ética del trabajo.
A lo largo de la historia los seres humanos se han organizado de diversas maneras, desde las bandas de cazadores-recolectores hasta vastos imperios. Sólo en Europa podemos dar cuenta de diversas formas de organización político-social: ciudades-estado en Grecia, república romana, imperio romano, feudalismo atomizado, monarquías absolutas, monarquías parlamentarias, imperios coloniales, regímenes totalitarios y sistemas democráticos de diversa índole. Pero sería el siglo XVIII el testigo de un cambio radical como resultado de la revolución industrial que afectaría todos los ámbitos de la vida humana: política, social, científica y cultural. Tal cambio no se originó en cualquier nación, sino que comenzó en Europa, específicamente en Inglaterra. La pregunta que sigue es ¿por qué? Por mucho tiempo la civilización china e islámica mostraron niveles superiores de desarrollo que el de la Europa occidental, pero este escenario cambió drásticamente con la revolución industrial. El resultado fue que Europa dejaría completamente rezagadas a las demás civilizaciones “no occidentales”. Pero este “despegué” europeo no fue para nada fácil puesto que las elites gobernantes se mostrarían reacios a abrazarnuevas ideas y las nuevas tecnología y demás innovaciones. En este sentido, Acemoglu y Robinson son claros y directos al señalar que el temor a la “destrucción creativa” constituyó la principal razón por la que no hubo un aumento sostenido del nivel de vida de los seres humanos entrela revolución neolítica y la revolución industrial. La razón por la cual Inglaterra se transformó en el escenario, o mejor dicho, el laboratorio en donde se llevaría a cabo la revolución industrial, obedece a una serie de cambios políticos experimentados con anterioridad. Un primer acontecimiento fue la imposición, en 1215, de la Carta Magna por parte de los barones al rey Juan, documento que constituyó un primer intento de establecer límites al poder del monarca. Posteriormente Juan haría que el Papa anulase la Carta Magna, aunque sus efectos perduraron. Con el paso de los siglos, el poder del monarca experimentaría nuevos ataques por parte de la nobleza y a favor de un acrecentamiento del poder del Parlamento.
Si bien este no fue un proceso lineal y progresivo a favor del Parlamento, a la larga lo que terminaría prevaleciendo en Inglaterra sería una monarquía parlamentaria. Un proceso paralelo a esta tensión entre la monarquía y los nobles fue la progresiva centralización política iniciada por la Dinastía Tudor, la elite vencedora en la célebre “Guerra de las Rosas”. Enrique VII las emprendió contra la aristocracia local desarmándola y desmilitarizándola, a la vez que expandía el poder del Estado. Posteriormente Enrique VIII continuaría esta labor de centralización y cortaría lazos con Roma, dando origen a una nueva religión cristiana nacional independiente: el anglicanismo. La Dinastía Estuardo sucesora de la dinastía Tudor (siendo la última representante Isabel I) continuó con el proceso de centralización política y la ampliación de los poderes del Estado monárquico. Bajo tal régimen la economía se caracterizó por ser conservadora, es decir, cerrada ante cualquier innovación y cambio. Por ejemplo, se mantuvo y reforzó el sistema de monopolios concedido por la Corona inglesa: ladrillo, vidrio, carbón, hierro, jabón, cinturones, encajes, botones, tintes, mantequilla, etc. Estos eran verdaderos monopolios puesto que su control total del mercado no era fruto de la eficiencia y la competencia, sino que se debía a la concesión otorgada por el Estado monárquico a privados.
El siglo XVII sería testigo de una guerra civil en Inglaterra que terminaría con la muerte (decapitamiento) de Carlos I (1649) y el inicio de la dictadura de Oliver Cromwell. Al ser restaurada la monarquía, Inglaterra fue escenario de otro evento de suma relevancia: la “revolución gloriosa” de 1688 que significó la deposición del católico y absolutista Jacobo II y la ascensión al trono del protestante Guillermo de Orange y María II, quienes contaban con el apoyo del Parlamento, de manera que Inglaterra se dirigía hacia la consolidación definitiva de la monarquía parlamentaria. Con Guillermo se establecería la denominada “Bill of Rights” (Declaración de Derechos). En adelante, el monarca no podría suspender ni deshacerse de leyes y se reafirmaba lo establecido en 1215: la ilegalidad del cobro unilateral y arbitrario de impuestos.
Los monopolios comenzaron a ser paulatina y progresivamente desmantelados. También se efectuaron reformas tributaria, la reorganización de los derechos de propiedad (y el respeto de estos mismos) y la creación del Banco de Inglaterra (1694) que operaría como fuente de fondos para las industrias, lo que constituiría, de acuerdo a Acemoglu y Robinson, en una verdadera revolución financiera. Un cambio importante fue el perfeccionamiento y optimización del cobro de impuestos. Para ello se perfeccionó y capacitó a la burocracia estatal a cargo de esta labor para que llevasen los registros e información contable sobre el pago de impuestos. Por lo demás, hay que destacar que en Inglaterra, a diferencia de Francia, no existía esa rígida estructura estamental que otorgaba privilegios como el no pago de impuesto.
El ineficiente sistema tributario francés sólo tuvo consecuencias perjudiciales para su propia economía. En cuanto a los derechos de propiedad se legisló con el objetivo de que estos derechos no fuesen transgredido por medio de expropiaciones arbitrarias (como las que hacían los monarcas). Ahora bien, estas reformas perjudicaron a los pequeños campesinos que se vieron privados de sus tierras comunales fruto del cercamiento o división de las tierras comunales en parcelas privadas. Tales personas pasaron a engrosar las filas de trabajadores asalariados que se dirigieron en busca de empleos a la ciudad y también en las zonas rurales
Acemoglu y Ropbinson citan el ejemplo del proyecto de hacer navegable el rio Salwerpe, que quedó a cargo de la familia Balwyn la cual invirtió seis mil libras esterlinas. Como resultado de esta inversión, la familia logró obtener los derechos de cobro por navegar en el río (1662). En 1693 se presentó un proyecto de ley en el parlamento para transferir dicho derecho de cobro a dos nobles. Sir Timothy Baldwyn protestó señalando que tal proyecto de ley expropiaba los derechos de su padre, esto es, arrebataba su trabajo, tiempo e inversión destinada al proyecto del río Salwerpe. Finalmente el proyecto de ley fracaso y la familia Baldwyn no se vio afectada.
No hay que ser un economista experto para percatarse de los incentivos negativos que se generan en una sociedad donde los derechos de propiedad no se respetan y en donde la estatización es la norma. El resultado es que nadie querrá esforzarse e invertir capital en proyectos que posteriormente serán expropiados. Estas nuevas ideas políticas y económicas, como señala Niall Ferguson se las llevarían consigo los inmigrantes ingleses a las nuevas tierras de Norteamérica: los derechos de propiedad, protestantismo militante y la ilegalidad de la imposición arbitraria de impuestos sin el consentimiento del Parlamento.
Fueron, a su vez, estas ideas las que causaron que el reino absolutista español siguiera un camino hacia la decadencia, a diferencia del reino de Inglaterra. Hacia 1898 España perdió su última colonia (Cuba) y ya había pasado a un segundo plano, perdiendo así su antiguo status de gran potencia europea. Es por ello que Ferguson señala que mientras Inglaterra se inclinó hacia las ideas del liberal John Locke, España (y Latinoamérica) se inclinó hacía el paradigma político de Thomas Hobbes. El liberalismo económico y el progreso material son más compatibles con el Estado liberal que con el Estado absolutista y omnipresente de Hobbes.
Fin parte 1
[1] Matt Ridley, El optimista racional ¿Tiene límites la capacidad de progreso de la especie humana? (España: Taurus, 2011), 246-247.
Libros consultados
D. Acemoglu y James A. Robinson: ¿Por qué fracasan las naciones?
Niall Ferguson, Civilización, Occidente y el resto.
Joseph A. Schumpeter, ¿Puede sobrevivir el capitalismo?
Matt Ridley, El optimista racional ¿Tiene límites la capacidad de progreso de la especie humana?