La Crisis económica de 1929 y la Gran Depresión (I) (por Jan Doxrud)
Introducción
En este y otro escrito abordaré la crisis económica de 1929 en Estados Unidos y la posterior depresión. Me centraré principalmente en los antecedentes, la crisis, la depresión y la desintegración de la economía mundial. Por lo tanto, dejaré para otro artículo el tema de cómo se salió de la Depresión y si realmente fue el New Deal el que sacó a Estados Unidos de la crisis o si, por el contrario, fue la Segunda Guerra mundial la que ayudó a reactivar la economía estadounidense. Para una mejor comprensión, el economista alemán, Hans Sennholz (1922-2007), dividió la crisis en 4 fases a saber:
a) El ciclo económico (1921-1929): la manipulación monetaria, para ser más preciso, l expansión artificial de la masa monetaria, por parte de la Reserva Federal (la Fed, creada en 1913).
b) La desintegración de la economía mundial (1929-1933): caracterizada por las medidas proteccionistas (Ley Smoot-Hawley) adoptadas por Estados Unidos (y emulada por los países europeos) de medidas proteccionistas. También menciona la política fiscal de Hoover y algunas de sus consecuencias como el alto desempleo.
c) El New Deal (1933-1937): política implementada por el Presidente Franklin D. Roosevelt (continuador del republicano Hoover) que significó el comienzo del intervencionismo estatal en Estados Unidos, con el consecuente aumento de impuestos, del gasto público, controles de precios, controles de salarios, controles de hora de trabajo y reducción de la oferta agrícola.
d) Ley Wagner o Ley Nacional de Relaciones Laborales (1941): “no aprender de los errores”, ya que el gobierno insistió en controlar distintos aspectos de la economía: salarios y precios, horas de trabajo. A esto hay que añadir el aumento del poder de los sindicatos.
Estamos ante un tema complejo (en el doble sentido de esta palabra) por dos razones que se encuentran íntimamente conectadas. En primer lugar es un tema “complejo” o “difícil” de explicar justamente por la segunda razón, esto es, por ser un tema “complejo” (en el segundo sentido de este concepto), es decir, un fenómeno que no se puede explicar de manera unicausal, ya que intervienen una serie de factores que operaron en distintos espacios del globo y en distintos tiempos. El ex Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en un artículo titulado “The macroeconomics of the Great Depression: A comparative approcach”, comienza señalando que entender la gran Depresión es el “Santo Grial de la macroeconomía”.
Añade Bernanke que este fenómeno no solamente es importante por dar origen a lo que hoy se conoce como “macroeconomía”, como una rama de estudio específica dentro de la economía, sino que también porque la experiencia de la década de 1930 continúa influenciando las creencias y políticas económicas de los economistas. A pesar de los avances en los estudios sobre la gran Depresión, especialmente los cambios en el marco teórico, el análisis histórico y el enfoque comparativista, Bernanke señala que aún los economistas no tienen en sus manos este grial.
Ni siquiera entre los estudiosos existe unanimidad en cuanto a las causas de la crisis y la posterior depresión. Monetarisas, keynesianos, post-keynesianos y austriacos tienen distintas visiones acerca de este fenómeno. El reputado historiador económico estadounidense y académico del Massachusetts Institute of Technology, Charles P. Kindleberger (1910-2003), a propósito de unos artículos aparecidos en 1979 en el Journal of Portfolio Managment sobre la crisis, cuyos autores eran Paul Samuelson (1915-2009), Milton Friedman (1912-2006) y Rose Friedman (1910-2009), escribió:
“Parece curioso que, cincuenta años después del suceso, los economistas todavía no entiendanla depresión mundial de los años treinta, o por lo menos no estén de acuerdo a propósito de ella”[1].
Kindleberger no se muestra de acuerdo con Samuelson en cuanto a que la crisis de 1929 fuera un suceso fortuito puesto que, de acuerdo a Kindleberger, las crisis financieras han tenido lugar con gran regularidad, al menos durante el siglo XIX y antes del final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): 1816, 1825, 1836, 1847,1857, 1866, 1873, 1890, 1907, 1921, 1929, 1937. En cuanto a Rose y Milton Friedman, Kindleberger (a diferencia de Bernanke) tampoco se muestra de acuerdo con su interpretación monetarista en virtud de la cual la depresión solamente fue causada por la política monetaria de la Reserva Federal (Fed). Al respecto escribió Milton Friedman:
“Resulta que (…) al reexaminarse la cuestión, la depresión aparece como un testamento trágico acerca de la efectividad de la política monetaria, no una demostración de su impotencia. Pero lo que importaba para el mundo de las ideas era, no la verdad, sino lo que se creía que era la verdad. Y en aquel momento se creía que la política monetaria, puesta a prueba, había fracasado”[2].
La crítica de Friedman y su colega, Anna Schwartz (1915-2012), fue que la mala política monetaria o, para ser más claro, la reducción de la cantidad de dinero de 1929 a 1933 había sido la causante de la prolongación de la depresión económica.
La gran responsable de esto fue la política instrumentada por la Reserva Federal que adoptó una actitud pasiva ante el pánico bancario por parte de los ciudadanos, los problemas de liquidez y solvencia de la banca, y su posterior quiebra. En palabras de Friedman:
“De 1930 a 1933, se dejo que siguieran su curso una serie de corridas y quiebras bancarias porque la Reserva Federal no aportó liquidez al sistema bancario, que era una de las principales funciones que los diseñadores del sistema de la Reserva Federal querían que cumpliera. Quebraron bancos porque el público, temiendo por la seguridad de sus depósitos, buscó convertirlos en moneda corriente (…) El sistema de la Reserva Federal fue creado en 1913 en respuesta al pánico bancario de 1907, primordialmente para aportar liquidez adicional en momentos de presión sobre los bancos”[3].
Kindleberger consideraba equivocada la explicación de Friedman sobre la depresión, ya que la consideraba “nacional” (provincial), es decir, creía que su origen estuvo en Estados Unidos. Además, la de Friedman era una concepción unicausal y “monetarista”, que ponía más énfasis en la política más que en la naturaleza de las instituciones o las funciones que las instituciones de la época desempeñaban. Continúa explicando Kindleberger que Friedman omitía otros factores: la dislocación estructural deEuropa antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la imposición del arancel Smooth-Hawley y la especulación en la bolsa. El economista español, Juan Ramón Rallo, ha también criticado el planteamiento monetarista.
Rallo, haciendo eco de las ideas del economista húngaro y académico de la universidad de Chicago, Melchior Palyi (1892-1970), deja en evidencia la estrechez de miras del monetarismo. Esta estrechez radica en que los monetaristas suponen que cualquier incremento de la oferta monetaria se iba a traducir automática y mecánicamente en un incremento de los préstamos de los bancos. En otras palabras, Rallo da a entender que, por mucho que se bajen los tipos de interés, esto no se traducirá necesariamente en un aumento de la demanda de crédito. Además, añade el mismo autor, el crédito puede utilizarse para refinanciar el antiguo crédito, pero no para acometer nuevas inversiones[4].
Regresando a Kindleberger, este tampoco se muestra de acuerdo con la interpretación de la Escuela Austriaca de Economía sobre la crisis, representada por el economista estadounidense Murray Rothbard (1926-1995). Ya tendremos o de volver a Rothbard, pero por ahora puedo decir que para este economista, quien sigue al economista austriaco Ludwig von Mises (1881-1973), la crisis económica se debió principalmente a los bajos tipos de interés y a la expansión artificial del crédito o la inflación de la oferta monetaria.
¿Qué propone Kindlberger al respecto? Para el economista estadounidense, la explicación de la Gran Depresión radicaba en que el sistema económico internacional se había tornado inestable debido a la incapacidad británica de ejercer un verdadero liderazgo como en tiempos pasados. Durante el siglo XIX Gran Bretaña había ejercido el liderazgo del sistema económico y monetario internacional, pero tal liderazgo había llegado su fin hacia 1931. A esto, Kindleberger añade otro factor: a la falta de voluntad de Estados Unidos de asumir la responsabilidad de estabilizarlo por medio del desarrollo de 5 funciones:
a) Mantener un mercado relativamente abierto para los bienes con problemas.
b) Proporcionar préstamos a largo plazo anticíclicos, o por lo menos estables.
c) Estructurar un sistema relativamente estable de tipos de cambio.
d) Asegurar la coordinación de las políticas macroeconómicas.
e) Actuar como prestamista de última instancia, proporcionando liquidez en las crisis financieras
En suma, Kindleberger resume como sigue su tesis:
“El tema de este libro es que parte de las causas de la duración, y el grueso de la explicación de la profundidad de la depresión mundial, radicó en la incapacidad de los británicos para continuar en su papel asegurador del sistema y en la mala disposición de Estados Unidos para desempeñar el mismo en 1936”[5].
Por su parte, el ya mencionado Murray Rothbard desecha algunas de la explicaciones sobre la Gran Depresión, de manera que citaré algunas de estas. En primer lugar esta la supuesta sobreproducción generalizada de mercancías. Para Rothbard esta idea está llena de sentido común, es decir, la idea de que las empresas exceden el límite y se quedan con existencias de bienes no vendidas. Pero Rothbard señala, irónicamente, que es un sinsentido ya que, fuera del Jardín del Edén, no existe el fenómeno de la sobreproducción. En cuanto a una supuesta falta de dinero para satisfacer necesidades insatisfechas, Rothbard señala que siempre existe algo de dinero y que los precios, en un mercado libre, caen lo suficiente como para “vaciar” el mercado y vender todos los bienes disponibles. Esto significa que el problema central no radicaría en la demanda agregada o en la sobreproducción, sino que el problema es de diferenciales entre costes y precios.
El fenómeno de la producción sólo se dio en bienes específicos, de manera que no fue un fenómeno generalizado. En segundo lugar, Rothbard rechaza la teoría del “subconsumo”. Para empezar, siempre persistirá un nivel de consumo, es decir, el atesoramiento no puede llegar a un nivel tal que elimine el consumo en su totalidad. Sumado a esto tenemos que, como ya señalamos anteriormente, en un mercado libre los precios disminuirán hasta adaptarse a la nueva situación imperante para que de esa manera se puedan vender las mercancías. Rothbard añade además que una de las funciones del empresario es anticiparse a la demanda de los consumidores, es decir, realizan predicciones acerca del comportamiento del consumidor y, a partir de estas, ajusta la estructura productiva. Una tercera explicación que deshecha Rothbard es aquella que atribuye el ciclo económico a oleadas psicológicas de optimismo y pesimismo.
Para el economista estadounidense, los empresarios no necesitan apoyarse en su psicología, ya que sus acciones las refieren a la objetiva prueba del indicador de ganancias y pérdidas, en donde las primeras indican que la decisiones dieron buenos resultados y las segundas que indican que se han cometido errores. Lo que sucede con esta teoría es que invierte la relación causal, vale decir, sostiene que el optimismo existente es la causa del boom, mientras que Rothbard afirma que el optimismo es el reflejo de los hechos objetivos que parecen ofrecer una prosperidad ilimitada. En otras palabras, son las expectativas las que se derivan de las condiciones económicas objetivas y no la inversa.
En lo que sigue, comenzaré con los antecedentes de la crisis, de manera que expondré brevemente la situación económica mundial posterior a la Primera Guerra Mundial, para luego entrar en la crisis y la posterior depresión.
…
Para facilitar la lectura el lector podrá encontrar al final de los dos escritos un breve glosario con algunos conceptos importantes.
1-Antecedentes: La Posguerra
Antes de entrar a explicar las causas y consecuencias de la crisis, es necesario remontarse unos años atrás para comprender el panorama internacional tras finalizar la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La Gran Guerra dejó a Europa devastada desde todo punto de vista: político, económico, demográfico y psicológico. Desde el punto de vista geopolítico hubo cambios significativos. En primer lugar tenemos la desaparición de 4 imperios: Austria-Hungría, el Imperio Turco, el Imperio Ruso y el Imperio Alemán. El Imperio austro-húngaro gobernado por la dinastía de los Habsburgo se desmembró dando origen a Austria como nación independiente al igual que Hungría, pero además emergieron otros estados: la Segunda República de Polonia, Checoslovaquia, el Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios (Yugoslavia). El Imperio Turco (Califato) fue sustituido por una Republica bajo el liderazgo de Mustafá Kemal Atatürk. En cuanto al Imperio Ruso, la dinastía de los Romanov se extinguió con el fusilamiento de la familia real y el establecimiento de una dictadura socialista bajo el liderazgo de los bolcheviques. Por último, el Imperio Alemán (Segundo Reich) fue reemplazado por la nueva República de Weimar. A esto debemos añadir el surgimiento de los países bálticos: Estonia, Letonia y Lituania.
Para las distintas naciones de la Europa continental volver a la “normalidad” fue extremadamente complejo dada la escala de la destrucción de las industrias, específicamente el sector agrícola y ganadero. Tenemos que tener además en consideración que las naciones europeas era, tanto en lo político como en lo económico, muy disímiles entre sí. Como señala el historiador y economista español Francisco Comín, Europa podía segmentarse de la siguiente manera teniendo en consideración la renta per cápita y la estructura de la población activa:
a) Países industrializados, donde más del 40% de la población trabajaba en la industria mientras que la población agraria suponía menos del 30% (Reino Unido, Bélgica, Suiza, Holanda y Alemania).
b) Países cuya población activa estaba ocupada por tercios en la agricultura, la industria y los servicios (Francia, Checoslovaquia y Austria).
c) Países del sur de Europa, además de países como Irlanda y Hungría donde la mitad del empleo era agrario y el industrial representaba el 25%.
d) Países de Europa central y del este donde la población agraria constituía entre el 65 y 80% de la población.
Además, las economías debían regresar a su normal forma de operar, es decir, a como lo hacían en el período de pre-guerra. Para ser más claro, durante la Primera Guerra Mundial las distintas naciones habían adoptado una “economía de guerra”, es decir, una economía dirigida por el Estado. Lo anterior se tradujo en que la actividad económica, así como la asignación de recursos, tanto materiales como humanos, fueron movilizados y militarizados, de manera que las industrias civiles fueron reconvertidas para ser destinadas a la producción de armamentos y otros bienes que eran destinados a la guerra, siguiendo las órdenes del ministerio correspondiente. De esta forma, en el Reino Unido, el gasto público aumentó del 15 al 50% del PIB entre 1913 y 1917, mientras que los gastos militares aumentaron del 4 al 38% del gasto público.
En Alemania el gasto militar aumentó al 53% del gasto público total en 1917. En lo que respecta al gasto bélico, durante toda la guerra alcanzó los siguientes porcentajes frente a la renta nacional del año 1913: 136% en Alemania, 42% en Rusia, 115% en Francia, 144% en el Reino Unido, 22% en Estados Unidos. Esta “economía de guerra” implicó tambiénincurrir, por parte de los ministros de Hacienda, en una excesiva emisión de deuda pública (bonos), así como la creación de dinero, monetizando de esta manera el déficit por medio de la impresión de billetes. Es por esta necesidad de expandir la masa monetaria que los gobiernos suspendieron temporalmente el patrón oro, abandonando así los tipos de cambios fijos existentes entre la moneda nacional y el metal precioso, ya que resultó ser algo insostenible dada la política monetaria expansiva que demandaba la guerra. En suma, la planificación central del Estado sustituyó al mercado como mecanismo para la asignación de recursos escasos con usos alternativos, así como para la formación de los precios de los distintos bienes y servicios. El “qué”, “cómo” y “para quién” producir pasaron a ser temas de exclusiva responsabilidad del Estado.
Al finalizar la guerra los ministerios de Hacienda se encontraron con un panorama económico desolador: inflación y deudas públicas enormes que vencían a corto plazo. Hay que tener en consideración que esta situación se daba dentro de un contexto de destrucción total, en donde los gobiernos debían ahora destinar recursos a la reconstrucción de sus países, infraestructura, hospitales, fábricas, viviendas, puentes, gastos sociales, etc. Al finalizar el conflicto se dio una situación inédita: Europa se había convertido en un continente deudor y Estados Unidos en el gran acreedor del Viejo Continente. El punto central es que Europa debía ahora reconvertir su “economía de guerra” a una “economía de paz”, lo cual fue extremadamente complejo y lento, tal como lo explica Francisco Comín:
“Aunque algunas innovaciones técnicas y organizativas conseguidas en la economía de guerra fueron aprovechadas en las industrias civiles con posterioridad, las grandes inversiones del Estado en instalaciones y maquinaria de las industrias de guerra quedaron inservibles al finalizar el conflicto. Además, la reasignación de los recursos (capital físico y fuerza de trabajo) a las demandas de una economía en tiempos de paz fue lenta y difícil. ¿Por qué? Primero, porque, durante la guerra, el intenso intervencionismo estatal había acentuado la rigidez de los mercados y, en consecuencia, de los precios y los salarios. Segundo, porque el mayor poder negociador de los sindicatos obreros y las organizaciones empresariales (y de los carteles sectoriales) aumentó su control de los mercados, reforzando aún más la rigidez a la baja de los precios y los salarios, La guerra había consolidado la tendencia hacia la concentración empresarial y la crisis económica de la posguerra fomentó las colusiones y acuerdos monopolísticos entre empresas para controlar la oferta (las empresas acordaban restringir la producción y mantener los precios), con el fin de solucionar la crisis de sobreproducción”[6].
Otro problema que se les presentó a las naciones europeas fue el cambio del panorama económico tras finalizar la guerra: se había abandonando el patrón oro, los países habían adoptado el proteccionismo económico (imposición de aranceles y cuotas de importación) lo que se tradujo en la restricción de los movimientos de trabajadores y de capital. Lo anterior significó que los países no encontraron salida para sus mercancías, vale decir, no podían exportar sus productos manufacturados tal como lo habían hecho durante el período anterior a la guerra, lo que generó una escasez de divisas que financiaban las importaciones. Todo esto generó un escenario en donde la demanda internacional de materias primas, manufacturas y alimentos disminuyó.
Otro fenómeno, no nuevo, pero sí inédito, desde el punto de vista de intensidad, fue la inflación. Sabemos que la inflación es el aumento generalizado del nivel de precios, pero es sólo una parte de la historia, ya que la otra parte nos tiene justamente que contar cómo se genera ese aumento de los precios. La respuesta está en las políticas monetarias expansivas por parte de los bancos centrales. Este fue un problema que, en parte, pudo ser controlado durante la guerra por medio de controles de precios, pero al terminar la guerra los precios literalmente se dispararon. Un caso célebre de hiperinflación fue el de Alemania que se puede explicar por las siguientes razones:
a) Monetización del déficit de la guerra. La monetización de la deuda, en palabras simples, significa que el Estado pide prestado dinero al Banco Central (que posee el monopolio de la emisión de billetes) para cubrir su déficit. Esto trae consigo consecuencias nefastas: inflación y depreciación de la moneda. Ahora bien, como explcia Comín, mientras las potencias victoriosas de la guerra tuvieron acceso a los mercados internacionales donde podían colocar sus bonos, los poderes centrales como Austria y Alemania no contaron con esa ventaja, por lo que tuvieron que colocar su deuda pública en sus propias bolsas de valores en Viena y Berlín.
b) La errónea política fiscal del gobierno alemán que no aumentó los impuestos para financiar el crecimiento del gasto público, especialmente aquel derivado de los reajustes salariales que buscaban disminuir las tensiones con los sindicatos de la administración pública.
c) Las consecuencias de la guerra, la inestabilidad política interna y los cuantiosos pagos impuestos por las potencia vencedoras, especialmente Francia. Como señala Comín, la hiperinflación de la posguerra puede interpretarse como la bancarrota del Estado alemán frente a la deuda interna y la deuda externa. Las reparaciones de guerra que tenía que pagar Alemania triplicaba la renta nacional del país en 1921. Al respecto escribe Kindleberger:
“El Tratado de Versalles había sido incapaz de fijar una cantidad para las reparaciones alemanas. Cualquiera cantidad que se estableciese habría parecido demasiado grande a los alemanes (…) y demasiado pequeña a los franceses. El tratado de limitó a intentar establecer principios generales para el pago en activos extranjeros, en especie (por ejemplo, exportaciones), y en moneda extranjera, creando a su vez un Comité de Reparaciones que estudiase las cantidades en detalle”[7].
Cuando Alemania suspendió sus pagos, Francia, en represalia, invadió la zona del Ruhr, lo cual resultó ser infructuoso puesto que los empresarios y trabajadores alemanes sabotearon la producción y la distribución, por medio de una resistencia no violenta.
Alemania tuvo que adoptar una política monetaria expansiva con el objetivo de depreciar su moneda y hacer así más competitivas sus exportaciones de manufacturas. En cuanto a la hiperinflación mencionada, Kindleberger señala que existe desacuerdo en cuanto al momento en que la inflación llegó a convertirse en una hiperinflación. Para algunos fue en mayo de 1921, después del informe del Comité de Reparaciones, para otros fue en enero de 1923 con la ocupación franco-belga de la zona del Ruhr. John Maynard Keynes escribía en su “Breve Tratado sobre la reforma monetaria” que el colapso monetario de Alemania había sido fruto del aumento de la tasa de inflación a un nivel casi prohibitivo para las transacciones diarias y destructivo para la moneda de curso legalcomo unidad de medida. Más adelante añadía Keynes:
“La historia reciente de las finanzas en Alemania se puede resumir como sigue. El recurso de gravar por medio de la inflación, aunque extremadamente productivo para el Departamento del Tesoro en las primeras etapas (…) debilitó gradualmente el marco como unidad de cuenta utilizable, lo que dejó improductiva buena parte del resto de la máquina recaudatoria – porque la mayor parte de los impuestosera necesariamente determinada concierta antelación a su recaudación”[8].
Así, la inflación era un impuesto confiscatorio ya que mermaba el poder adquisitivo de la moneda, pero tenía la particularidad de ser un impuesto encubierto, tal como lo planteaba Keynes:
“En Inglaterra, cuando el inspector nos entrega los recibos del impuesto sobre la renta, nosotros los arrojamos al cesto de los papeles; en Alemania los denominan billetes y los colocan en carteras; en Francia los llaman rentes y son guardados en la caja de seguridad de la familia”[9].
Estos y otros acontecimientos, según algunos estudiosos, venían a probar el fracaso de la diplomacia post-Primera Guerra Mundial. Keynes, en “The economic consequences of peace” (1919) escribió en relación trato dado a la derrotada Alemania:
“The policy of reducing Germany to servitude for a generation, of degrading the lives of millions of human beings, and of depriving a whole nation of happiness, should be abhorrent and detestable – abhorrent and detestable even if it were possible, even if it enriched ourselves, even if it did not sow the decay of the whole civilised life of Europe. Some preach it in the name of justice. In the great events of man’s history, in the unwinding of the complex fates of nations, justice is not so simple. And if it were nations are not authorised, by religion or by natural morals, to visit on the children of their enemies the misdoings of parents or of rulers”[10].
En suma, en Alemania la inflación empeoró con los excesivos gastos públicos así como por la baja recaudación impositiva. La expansión monetaria causó que la moneda nacional se depreciara a tal punto que los ciudadanos fueron perdiendo confianza en el marco alemán, puesto que su poder adquisitivo era, literalmente, cada día menor.
En relación al patrón oro, las naciones fueron gradualmente adoptándolo, comenzando por Estados Unidos que regresó a la convertibilidad del dólar en oro. En el caso de Europa, fue en la Conferencia Internacional en Génova (1922) en donde formalmente los países acordaron regresar al patrón oro aunque, cabe añadir, que el nuevo patrón monetario permitía a los bancos tener como reservas otras divisas a parte del oro. Este nuevo sistema en donde se complementaba el oro con divisas se conoce bajo el nombre de patrón de cambio-oro. En el Congreso realizado en Génovase dieron instrucciones a los bancos centrales de los países que asistieron para que no realizaran prácticas nocivas como subir los tipos de interés para de esa manera atraer mayores cantidad e de oro al país
En la práctica, la adopción del patrón oro por parte de las naciones europea se dio de manera lenta. Recién en 1925 el Reino Unido y Bélgica habían retornado al oro. El hecho de que el ministro de Economía y Hacienda de aquel entonces, Winston Churchill, se decidiera por volver a fijar la paridad de la libra esterlina con el oro al nivel de 1914 (Gold Standard Act) resultó ser una batalla perdida para John Maynard Keynes. Ahora bien, Keynes tendría su revancha en su escrito “The economic consequences of Mr Churchill” donde critica al el actuar del ministro británico. Dinamarca e Italia regresaron al patrón oro en 1926, mientras que Francia lo restauró en 1928.
De acuerdo a Comín, hacia finales de 1928 el patrón oro había sido adoptado por 31 naciones. Si entramos a examinar algunos casos específicos sobre este retorno al oro tenemos que el Reino Unido intentó recuperar su poder financiero estabilizando la libra esterlina ala paridad existente antes de la Primera Guerra Mundial lo que significó una sobrevaloración del 10% en relación a su cotización en el mercado de divisas. El problema con esto fue que el gobierno británico, para mantener la libra sobrevalorada, tuvo que mantener unos tipos de interés elevados lo cual perjudicó la actividad económica y aumentó el desempleo. Otro personaje, llegado al poder en 1922, siguió una ruta similar, me refiero al líder fascista Benito Mussolini.
Como buen ultranacionalista, la fortaleza de una moneda era el reflejo del poderío del país, de manera que Mussolini también mantuvo la lira sobrevalorada. Similar política siguió Primo de Rivera en España, quien revaluó la peseta entre diciembre de 1924 y diciembre de 1926. No todos los países siguieron esta ruta de sobrevalorar sus monedas manteniendo unos elevados tipos de interés, por ejemplo Francia y Bélgica retornaron al patrón oro con sus divisas devaluadas. El Presidente Poincaré decidió estabilizar el franco a una paridad que era un 80% inferior a la de 1914.
Si bien el patrón oro podía imponer cierta disciplina monetaria en los bancos centrales, en la práctica el sistema resultó no beneficiar al comercio internacional y a las economías nacionales debido a que la restauración del patrón oro se realizó sin coordinación, vale decir, cada país adoptó la paridad que le era más conveniente: Reino Unido, Italia, Dinamarca y Noruega mantuvieron una paridad que significó la sobrevaloración de su moneda, mientras que Estados Unidos, Francia y Bélgica infravaloraron sus divisas, potenciando de esa manera sus exportaciones. De acuerdo a Comín el regreso al patrón oro tuvo 3 consecuencias:
a) La obligación de mantener una paridad entre la moneda nacional y el oro, limitó la capacidad de los gobiernos para implementar políticas monetarias expansionistas.
b) El sistema de tipos de cambio fijos aumentó los flujos financieros entre los países europeos.
c) Los países que tenían un superávit en la balanza básica (balanza por cuenta corriente y movimientos de capital a largo plazo) no mantuvieron su compromiso con el régimen del patrón oro, lo que acentuó los desequilibrios internacionales. Sucedía que el sistema monetario no imponía obligaciones ni penalizaba a los países con superávit en la balanza básica para adoptar políticas monetarias expansivas. Esto significó que países como Estados Unidos y Francia atesoraran más de la mitad de las reservas mundiales de oro. Al respecto escribe el académico de la universidad de California (Berkeley), Barry Eichengreen, las reservas de oro del Banco de Francia se duplicaron con creces entre 1926 y 1929. A finales de 1930, se habían triplicado y a finales de 1931 se habían cuadruplicado. Francia se convirtió en el principal depositario de oro monetario después de Estados Unidos[11].
Por otro lado estaban aquellas naciones cuyas exportaciones se vieron perjudicadas y que, por ende, vieron mermadas sus reservas de oro y un déficit en su balanza básica. Como explica Comín, las naciones deficitarias reaccionaron subiendo los tipos de interés con el objetivo de evitar una “fuga de capitales” a países que ofrecieran una mayor rentabilidad. Así, como en otras épocas, Comín señala que las naciones adoptaron las mismas políticas que los estados mercantilistas de antaño: la importancia de acumular metales preciosos, el proteccionismo y la concepción del comercio internacional como un juego de suma cero.
No todos los países sufrieron con la misma intensidad los efectos de la guerra. Estados Unidos, por ejemplo, fue una nación que entró directamente en la guerra recién en 1917 y tuvo la ventaja adicional de que no luchó en su propio territorio de manera que no tuvo que hacer frente al problema que sí enfrentaron los europeos: reconstruir sus economías. Tras finalizar la guerra Estados Unidos, a pesar de regresar a su política aislacionista, se transformó en el gran prestamista de Europa y exportador de alimentos hacia el Viejo Continente. Como explica Jeffrey A. Frieden, posterior a la guerra, Wall Street sustituyó a Londres como centro financiero mundial y las empresas estadounidenses establecían cada vez más sucursales en varias partes del mundo.
Añade el mismo autor que Estados Unidos había volcado más de 15 millardos de dólares en inversiones en el extranjero, casi la mitad en créditos y la otra mitad en inversiones directas de corporaciones multinacionales. A esto se debe añadir las cuantiosas sumas que los países europeos habían contraído con Estados Unidos. Entre 1919 y 1929, señala Frieden, salieron de Nueva York más de mil millones de dólares al año en préstamos y en los años de mayor auge había en Wall Street casi una cuarta parte de los bonos extranjeros. Continúa explicando Frieden:
“Entre 1924 y 1928 los estadounidenses prestaron en promedio cada año 500 millones de dólares a Europa, 300 millones a Latinoamérica, 200 millones a Canadá y otros 100 millones de dólares a Asia. Los estadounidenses parecían tener un interés inagotable en financiar negocios en países de los que pocos habían oído hablar una década antes; 36 bancos de inversión estadounidenses competían por el privilegio de sacar a la bolsa los bonos de la ciudad a de Budapest, 14 competían por los de Belgrado, y a un pueblo de Baviera que deseaba un crédito de 125.000 dólares lo convencieron para que se endeudara en 3 millones de dólares”[12].
Los créditos e inversiones directas de Estados Unidos en Latinoamérica hicieron que este último creciera rápidamente. En la década de 1920 Latinoamérica creció más de un 50% más rápido que Europa occidental y Norteamérica.
Existe otro aspecto interesante en que Estados Unidos superó a Europa y es el ámbito de los negocios. Alejandro Gómez destaca la falta de inversión en investigación, desarrollo y marketing, en un mundo cada vez más competitivo donde la norma sería el ingenio, la creatividad y la innovación. Al respecto explica Gómez:
“Paradójicamente, los británicos no prestaron tanta atención a este aspecto del mundo de la empresa. La educación que formaba a la elite se entendía como una educación basada en los estudios clásicos y humanistas, prestando muy poca atención al mundo de los negocios. En general era visto como una pérdida de tiempo dedicarse a estudiar este tipo de cuestiones, las cuales quedaban relegadas a personas con poca imaginación”[13].
Continúa explicando el autor que el surgimiento de las escuelas de negocios, es decir, la educación ejecutiva, se desarrolló principalmente en las zonas industriales de Estados Unidos. Gradualmente las principales universidades estadounidenses fueron sus propias escuelas de negocios “con el objetivo de sistematizar académicamente la enseñanza en torno al comercio, los negocios y la gestión empresarial”[14]. Ejemplos de lo anterior fue la creación de la “Wharton School”, fundada en 1881 por el hombre de negocios, Joseph Wharton (1826-1909) y que dependía de la Universidad de Pennsylvania. Posteriormente, en 1898 y gracias a aportes privados de Sears y Rockfeller, la Universidad de Chicago creó el “College of Commerce and Administration”. En 1900 se fundó la “Tuck School of Business” (dependiente del Dartmouth College) que fue pionera en entregar programas avanzados y masters en negocios, convirtiéndose de esta manera en la primer “Graduate Business School”. El principal promotor de esta escuela fue el banquero y financista Edward Tuck (1842-1938). Un último ejemplo es el de la Universidad de Harvard que en 1908 fundó la “Harvard Business School”.
Así, los tiempos cambiaban y la célebre “destrucción creativa” del economista austriaco Joseph A. Schumpeter (1883-1950) era un realidad. La empresa familiar dio paso a grandes sociedades anónimas dirigidas por profesionales. En lo que respecta a la producción, como lo destaca Frieden, la integración vertical fue fundamental. Si antes las empresas sólo controlaban un proceso industrial limitado, ahora esto había cambiado en el sentido de que las empresas comenzaron a integrar fases anteriores en el proceso de producción, para de esa manera poder controlar los suministros de insumos menos acabados. También se ejerció el control sobre fases posteriores para así controlar la distribución y ventas de sus productos. Continúa explicando Frieden:
“Esa integración vertical significaba que un fabricante de automóviles podría tener divisiones que se ocuparan de la extracción del mineral de hierro y carbón, de la fabricación de acero, de construir chasis y piezas, del diseño y montaje de los automóviles, de distribuirlos luego por todo el país (en ferrocarriles propiedad de la compañía), de la publicidad y venta en redes de la propia empresa y de financiar su compra”[15].
Dentro de Estados Unidos comenzó una fuerte actividad especulativa en la bolsa donde participaban no sólo los entendidos en ese ámbito, sino que también gente común y corriente que compraba acciones de empresas sobre las cuales no tenía mayor conocimiento y muchas de estas acciones las compraban endeudándose. Aquellas personas simplemente se guiaba por la creencia de que el precio de las acciones no dejaría de aumentar. Los ciudadanos estadounidenses comenzaron a comprar una serie de bienes y servicios que antes no habrían podido imaginar, como por ejemplo los electrodomésticos y, especialmente, el automóvil: el modelo Ford modelo T de Henry Ford. Al respecto escribe Jeffry Frieden:
“Las nuevas economías de escala eran obvias en el sector del automóvil. Las más importantes se introdujeron cuando Henry Ford estableció una línea de montaje móvil en 1913, diez años después de crear su Ford Motor Company y cinco años después del lanzamiento del modelo T. Tenía como modelo las cadenas de despiezado de los carniceros de Chicago, a lo largo de las cuales se descarnaban los animalesa medida que salían con sus propias patas de los furgones para volver a ellos enlatados, empaquetados y embalados. La cadena de montaje reducía el trabajo a una simple repetición de gestos mecánicos, afinaba la velocidad de montaje y convertía el proceso de fabricación en una producción en masa”[16].
Como bien señala el historiador y académico argentino, Alejandro Gómez, Ford llevó a cabo el proceso inverso al que se implementaba en las carnicerías. Ahora bien, el éxito de Ford no se debió exclusivamente a la cadena de montaje sino que más bien, como señala Gómez, al aprovechamiento de la economía de escala y la integración vertical de la producción, lo que posibilitó un ahorro en materias primas y sustituir los proveedores externos por la fabricación interna. La fábrica de montaje instalada en Highland Park en 1913 logró reducir el tiempo necesario para fabricar el chasis de un auto modelo T de más de doce horas-hombre a una y media. En 1924 Fordfabricó el Ford modelo T número 10 millones en la planta de Highland Park. Ford no tuvo que esperar mucho por la competencia ya que General Motors, creada por Bill Durant (1861-1947).
Fue en 1918 cuando Durant fusionó United Motors con General Motors. Aquí entró en escena un nuevo accionista y ejecutivo de GM, el ingeniero del MIT Alfred Sloan Jr (1875-1966). Por lo tanto la actividad empresarial y la existencia de un entorno favorable al libre emprendimiento favoreció el surgimiento de personalidades como Sloan y Ford, que introdujeron cambios revolucionarios, en la administración de recursos humanos en el caso de Sloan y en la producción en masa en el caso de Ford.. Ambos personajes, como explica Alejandro Gómez, tenían estilos diferentes, en el sentido de que a Ford le costaba trabajo delegar tareas en sus colaboradores, mientras que Sloan otorgó más independencia sus gerentes. En palabras de Gómez:
“El plan de Sloan se basaba en dos principios fundamentales: primero, mantener la independencia de los gerentes de cada división para que pudieran explotar al máximo su capacidad emprendedora; segundo, crear un sistema adecuado de seguimiento central de cada una de las divisiones. Si bien ambos principios parecen contradecirse, Sloan sabía que en el adecuado balance de ambos principios estaría el éxito de su sistema multidivisional y de GM. La nueva idea no se basaba en la subjetividad de una persona (como había sido el caso de Henry Ford) sino en la objetividad de la organización. Había aprendido la lección, la subjetividad de Ford de querer controlar su gran imperio casi lo lleva a la ruina a finales de la década de los veinte”[17].
Como resultado, las personas no sólo podrían aspirar a comprar un Ford modelo T, sino que podrían adquirir también un Chevrolet Modelo K que venía en colores y con la cabina cerrada. Charles P. Kindleberger explica que el boom en Estados Unidos surgió en el sector del automóvil, pero este no se limitó solamente a la manufactura de vehículos, sino que también de otros elementos relacionados: neumáticos, carreteras, estaciones de servicio, refinerías y garajes. Kindleberger describe este boom como importante pero no frenético.
Por su parte, Murray Rothbard señala que durante la década de 1920 los precios se mantuvieron estables e incluso cayeron levemente. Pero el autor hace una observación importante y es que existían dos grandes fuerzas operando durante esa década. En primer lugar estaba la inflación monetaria que impulsaba los precios al alza. Por otro lado estaba el incremento de productividad, que tuvo como consecuencia la reducción de los precios y los costes, lo que mejora el nivel de vida de las personas. Pero sucedió que tal no fue el caso de Estados Unidos. Al respecto escribe Rothbard:
“En una sociedad puramente libre, el incremento de la productividad incrementa la oferta de bienes y reduce los costes y los precios (…) Pero esta tendencia fue contrarrestada por la inflación monetaria, que sirvió para estabilizar los precios. Esta estabilización fue y es una meta deseada por muchos pero a) impidió que ese mejor nivel de vida se esparciera tanto como debería haberlo hecho en un mercado libre y b) generó el auge y la depresión del ciclo económico. Entonces, una marca distintiva de los auges inflacionarios es que los precios son más altos de lo que lo habrían sido en un mercado libre y no intervenido”[18].
La inflación monetaria fue, por así decirlo, encubierta por el incremento de la productividad, pero igualmente los precios existentes no eran el reflejo del aumento de esa productividad, justamente por esa inflación monetaria cuyo último responsable era la Fed. En lo que respecta a la inflación de la oferta monetaria (1921-1929), Rothbard explica que durante todo el boom económico esta se incrementó en 28 mil millones de dólares, esto es, un 61,8% de aumento para el período de 8 años. Ahora bien, cabe aclarar que el total de la expansión monetaria tuvo lugar en los sustitutos monetarios, que constituyen los productos de la expansión crediticia. Esto significa que sólo un porcentaje menor de tal expansión fue el resultado de la compra de bonos del gobierno estadounidense, siendo más bien los préstamos privados y las inversiones en bonos corporativos (préstamos al comercio) los que tuvieron mayor relevancia. El punto de Rothbard es que la inflación no es precisamente la oferta monetaria total, sino que consiste en el incremento de la oferta monetaria que no consista en el aumento de la cantidad de oro.
El problema, más bien, hay que encontrarlo en la inflación de dólares no respaldados por oro que, para Rothbard, son falsificaciones. De acuerdo al autor, el total de dólares (en millones de dólares) en junio de 1921 era de 44,79, mientras que las reservas de oro eran de 2,60, lo que significa que la cantidad de dólares sin respaldo era de 42,10. En cambio, en junio de 1929 el total de dólares era de 71,80, mientras que el total de reservas de oro era de 3,00, lo que significa que la cantidad de dólares sin respaldo era de 68,80. En resumen el incremento de dólares no respaldados entre junio de 1921 y junio de 1929 tuvo un incremento del 63,4%. Toda esta expansión ocurrió en los depósitos bancarios y otros créditos monetarios. ¿Quién fue el culpable de todo esto? Rothbard afirma que el elemento más importante de la oferta monetaria es la base de crédito de los bancos comerciales, de manera que una política correcta habría sido imponer restricciones monetarias a estos bancos para contrarrestar así la expansión crediticia. Por lo tanto, a la pregunta sobre el responsable de esto, tenemos que no fueron los bancos comerciales, sino que fue responsabilidad de la Fed.
Fin del artículo (I)
Algunos conceptos importantes:
Depresión económica: fase económica subsiguiente a la crisis. Se caracteriza por ser una situación donde la demanda agregada disminuye, los precios se desploman, crece el paro y disminuye la producción.
Inflación e Hiperinflación: la inflación es la pérdida de poder adquisitivo de la moneda producto de la expansión de la masa monetaria. También se suele definir la inflación como el aumento generalizado del nivel de precios. La hiperinflación es una inflación acelerada, es decir, cuando la tasa de inflación supera el 50% mensual. Ante el deterioro del poder adquisitivo de la moneda, las personas tienden a deshacerse de esta (mientras puedan) para cambiarlas por otra divisa o algún metal preciosos.
“Inyectar liquidez”: esta expresión se utiliza para dar a entender que el Banco Central ha inyectado dinero en el sistema, por ejemplo, a través de una subasta pública de obligaciones. En nuestros días escuchamos el concepto de “Quantitative Easing” o “flexibilización cuantitativa” que consiste en la compra de activos bancarios por parte del Banco Central, mejorando la liquidez del banco comercial “X”.
Patrón cambio-oro: Sistema similar al patrón oro, pero con la particularidad de que las reservas internacionales de los países podían adoptar la forma de monedas extranjeras convertibles, así como también de oro.
Inconvertibilidad: situación en la que una moneda no podía intercambiarse por oro (en un régimen de patrón oro) o por divisas.
Dinero fiduciario: anteriormente los billetes utilizados tenían respaldo, por ejemplo, podía ser cambiado por una cantidad determinada de oro. En cambio, el dinero fiduciario no tiene respaldo y pasa ser más bien un pasivo del Banco Central. Si antes, al cambiar nuestros billetes por oro nos permitía “escabullirnos del sistema”, ahora, con el dinero fiduciario es imposible, ya que no se puede cambiar por nada de valor, salvo otro billete.
Proteccionismo: concepto que se utiliza para describir una política económica que busca proteger la industria nacional de la competencia extranjera. Para ello, se pueden implementar una serie de medidas: aranceles (impuestos) a las importaciones, subsidios a la industria nacional, cuotas de importación (barrera no arancelaria o restricción cuantitativa del comercio por medio del establecimiento de un límite a la cantidad total de importaciones).
Índice bursátil: es un promedio calculado de precios de acciones seleccionadas que representan un mercado o un sector concreto. Por ejemplo, en España, el IBEX35 refleja la media ponderada de las cotizaciones de las 35 empresas más importantes de la bolsa de Madrid. En Alemania, el DAX es la media ponderada de 30 compañías que cotizan en la bolsa de Frankfurt.
Política monetaria: constituye el ámbito de acción de los bancos centrales. Esta política busca, por medio de la manipulación de los tipos de interés, controlar la cantidad de dinero que circula en la economía, para mantener así la estabilidad de los precios. La política monetaria puede actuar a través de la inversión privada y los costes de financiación. En términos simples, cuando se considera que la economía crece por debajo de su potencia, entonces el Banco Central disminuye el tipo de interés. En caso de que la economía crezca por encima de su potencia, entonces el Banco central, ante la amenaza de un aumentó de la inflación, aumentará el tipo de interés.
[1] Charles P. Kindleberger, La crisis económica, 1929-1939 (España: Capitán Swing Libros S.L, 2009), 33.
[2] Milton Friedman, La economía monetarista (España: Gedisa, 2008), 17.
[3] Ibid., 22.
[4] El lector puede consultar dos artículos de Juan Ramón Rallo: 1)Contra Milton Friedman (fuente: http://www.libertaddigital.com/opinion/juan-ramon-rallo/contra-milton-friedman-49798/) 2) El error monetarista en torno a la Gran Depresión (fuente: https://www.juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/el-error-monetarista-en-torno-la-gran-depresion)
[5] Charles P. Kindleberger, op. cit., 48.
[6] Francisco Comín, Historia económica mundial. De los orígenes a la actualidad. (Madrid, Alianza Editorial, 2011), 498.
[7] Charles P. Kindleberger, op. cit., 60.
[8] John M. Keynes, “Breve Tratado sobre la reforma monetaria” (México: FCE, 1996), 77.
[9] Ibid., 78.
[10] John M. Keynes, The economic consequences of peace (libro en línea: http://socserv2.socsci.mcmaster.ca/econ/ugcm/3ll3/keynes/pdf%26filename%3Dpeace3.pdf)
[11] Barry Eichengreen, La globalización del capital. Historia del sistema monetario internacional (España: Antoni Bosch, 2000), 92.
[12] Jeffry A. Frieden, Capitalismo global. El trasfondo económico de la historia del siglo XX (España: Editorial Crítica, 2007), 190-191.
[13] Alejandro Gómez, Creadores de riqueza. Emprendedores que cambiaron nuestras vidas (Unión Editorial y FPP, 2012), 161.
[14] Ibid., 163.
[15] Jeffry A. Frieden, op. cit.., 220.
[16] Ibid., 216.
[17] Alejandro Gómez, op. cit., 174.
[18] Murray N. Rothbard, op. cit., 80.