Las Elites en el poder: marxismo y realismo político (por Jan Doxrud)
Otro sociólogo marxista (¿ex-marxista?), el sueco Göran Therborn, explica que el debate entre los teóricos del «pluralismo», de la «élite del poder» y de la «clase dominante» – enfoques no marxistas – no parece tener fin y que el debate pluralismo/elitismo se reduce a señalar que, cuando el poder está en manos de muchos, la situación es buena, mientras que cuando el poder está en manos de unos pocos, entonces la situación es mala. Además tales enfoques no marxistas pasan por alto el análisis de la historia y sus cambios a lo largo del tiempo. En palabras de Therborn:
“Al ignorar o evadir el problema del «poder para», los enfoques no marxistas tienden a ser incapaces de dar cuenta del cambio social histórico. Es sintomático que los teóricos clásicos del elitismo, que realmente reflexionaron bien sobre las consecuencias de sus análisis, sostuvieran que la sociedad no cambiaba básicamente en absoluto. Esto es aplicable a todos ellos: Gumplowicz, Mosca, Pareto, Michels. Como alternativa al cambio, ellos describen un ciclo eterno de aparición, dominación, degeneración y caída de las élites, y tienden a reducir, en último término, el pueblo y la sociedad a la biología. Pero aunque los hombres son, desde luego, organismos biológicos, es un hecho evidente que la sociedad humana ha cambiado en el curso del tiempo y ha adoptado una serie de formas diferentes. La tarea de la ciencia social debe ser analizar esas variantes históricas y sus procesos de transformación, y esta tarea no podrá cumplirse si se toman como punto de partida la psique, la voluntad y los intereses de los sujetos del poder. Hay que poner a estos sujetos en relación sistemática con el contexto histórico social en el que dominan”[1].
El enfoque subjetivista es aquel que intenta localizar al sujeto del poder, por lo que las preguntas que se plantea son las siguientes: ¿Quién tiene el poder? ¿Quién gobierna este país? ¿Cuántos tienen el poder? Otra crítica del autor es que tales enfoques tienen como punto de partida la concepción liberal de la democracia, de manera que se limitan a investigar si las manifestaciones contemporáneas de la democracia en un país dado se corresponden o no con unas normas ideales. Therborn destaca las ventajas de otro enfoque, el del materialismo histórico (MH), inspirado en los escritos de Karl Marx y Friedrich Engels. El punto de vista del MH no es el “punto de vista del actor”, sino que el de los procesos sociales de reproducción y transformación, es decir, el MH busca definir la naturaleza del poder y no su sujeto – el quién – o su cantidad – el cuánto –. De esta manera, explica el sociólogo que el MH se plantea preguntas tales como: democracia, ¿de qué clase? dictadura, ¿de qué clase? De acuerdo a Therborn, Marx abrió una salida al impasse pluralismo/elitismo, algo que ha pasado desapercibido por los sociólogos. A esto añade el autor:
“La radical novedad del enfoque marciano parece haber quedado casi sumergida por los tratamientos y las reinterpretaciones subjetivistas. Marx mantenía que el estudio de una determinada sociedad no debe centrarse sólo en sus sujetos o en su estructura, sino también, y al mismo tiempo, investigar sus procesos de reproducción. La producción capitalista, por tanto, bajo su aspecto de proceso conectado y continuo, no sólo crea mercancías y plusvalor, sino que produce y reproduce la propia relación del capital: «por un lado, el capitalista; por el otro, el asalariado»”[2].
Lo que el MH toma en consideración no es al capitalista o al obrero singular, sino que a la totalidad, esto es, a la clase capitalista y a la clase obrera. El MH no se limita a investigar quién o quiénes tienen el poder, vale decir, si se encuentra en una elite unificada y estable o grupos dirigentes en competencia. Lo que realmente importa, señala Therborn, son los efectos del Estado en la producción y la reproducción de determinados modos de producción. Añade el sociólogo que el proceso de reproducción social se encuentra constituido por un conjunto de procesos económicos, políticos e ideológicos, y en cada uno de estos se encuentran previstas las sanciones que se llevan a la práctica cuando el proceso en cuestión se desvía del curso previsto. Estas sanciones las denomina como “mecanismos de reproducción” que, a su vez, se pueden descomponer en: coacción económica, violencia y excomunión ideológica. El enfoque marxista se interesa en un tema crucial que consiste en la relación entre las clases y el poder del Estado, siendo concebido este último como una institución material en la que se concentra y se ejerce el poder social. En opinión del sociólogo marxista Nicos Poulantzas (1936-1979) la contradicción económica fundamental radicaba, por un lado, en el carácter social de la producción, y por otro lado, la apropiación privada del producto excedente. Esta contradicción entre producción social y apropiación privada, traía como consecuenciala amenaza de la unidad de la clase obrera y una fragmentación al interior de la clase capitalista debido a la interminable competencia por obtener excedentes y mayores tasas de ganancia. Ante esta situación, el Estado desempeña el papel de mediador con el objetivo de atenuar esta amenaza planteada por la clase obrera, generando la fragmentación al interior de esta y, por otra parte, garantizando los intereses de la clases dominantes en el largo plazo.
Otros dos autores que abordan el tema de las elites en el poder son los académicos Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith[3]. El enfoque de la política de los autores es uno de tipo realista que toma distancia de aquellos autores que enfocan el tema desde el punto de vista de lo que “debería ser”. Desde este enfoque realista y apegado a los hechos, Bueno de Mesquita y Smith señalan que la lógica de la política y del poder no son para nada complejas. Comienzan explicando que es necesario deshacerse de aquella idea que nos dice que los dirigentes mandan por sí solos. Con esto no se limitan sólo a los dirigentes dentro de un régimen democrático, sino que también a los grandes dictadores que han existido a lo largo de la historia: Mussolini, Hitler, Stalin y los dictadores norcoreanos. Incluso Luis XIV tuvo que someter a la aristocracia tradicional, a la nobleza de la espada, creando un nuevo grupos social que estuviese en deuda con él. Lo anterior lo logró llevando a las cúpulas de poder a nuevos sujetos provenientes de estratos sociales inferiores. La idea detrás de esto es que el líder logre forjar una relación simbiótica con su círculo más íntimo, de manera que el destino del líder se encontrase atado al destino de su círculo íntimo. La conclusión de los autores es que nadie gobierna solo y lo único que varía es con cuántas personas tendrá el líder que jugar al toma y daca. Llegamos así a la parte central del libro de los autores y consiste en que, desde el punto de vista de los dirigentes, el panorama político puede dividirse en tres grupos de personas: el selectorado nominal (SN), el selectorado real (SR) y la colación ganadora (CG). Así, en lugar de utilizar el concepto de elite, utilizaremos en adelante el concepto de coalición ganadora.
El SN incluye a todas aquellas personas que poseen alguna influencia, al menos legal, en la elección de sus dirigentes. Por ejemplo, todos los ciudadanos pueden votar a partir de los dieciocho años, pero sucede que su voto individual tiene escasa influencia sobre el resultado de quién gobernará el país. El SR lo conforma el grupo que realmente elige al dirigente, como es el caso de el Partido Comunista en China o los miembros de la monarquía saudí en el caso de Arabia Saudita. La CG es un subconjunto del SR y está compuesta por aquellas personas cuyo apoyo es esencial para que un dirigente se mantenga en el puesto. Es este enfoque el que sirve a los autores para analizar el funcionamiento de la política de todas las organizaciones, desde países hasta las grandes empresas. Lo que en los distintos países varía es la cantidad de intercambiables (SN), influyentes (SR) y esenciales (CG), y el conocimiento de esto es fundamental para el dirigente, ya que lo que busca es conservar el poder y éste último sólo puede mantenerse cuando se cuenta con el apoyo de otros, de manera que debe saber quienes son esos otros. Los autores enumeran cinco reglas básicas que los líderes deben seguir si quieren conservar su poder en cualquier organización. La primera consiste en procurar que la coalición ganadora sea lo más pequeña posible, ya que permite al líder depender de un reducido número de personas para mantenerse en el poder, como es el caso de los líderes norcoreanos. La segunda regla señala que se debe procurar que el selectorado nominal sea lo más grande posible, ya que de esa manera será más fácil reemplazar a cualquier elemento no deseado dentro de la coalición. El SN provee de un inagotable número de seguidores suplentes, por lo que permite mantener a los esenciales díscolos controlados. La tercera regla establece que se debe controlar el flujo de ingresos y repartirlo de manera óptima entre el SN, SR y la CG, para mantenerse en el poder. La cuarta regla señala quese debe pagar a los seguidores sólo lo suficiente para mantener su lealtad, tal como lo hace Robert Mugabe con el ejército, y podríamos añadir también la Venezuela de Nicolás Maduro. Por último, la quinta regla establece que no se debe sacar dinero del bolsillo de los seguidores para mejorar la vida de la gente o el “pueblo”. En otras palabras, esta quinta regla es el reverso de la cuarta regla, es decir, no hay que ser excesivamente tacaño con tus seguidores y ser excesivamente benevolente con el pueblo, ya que es tu colación y no el pueblo la que permite que el líder se mantenga en el poder. El pueblo hambriento difícilmente puede derrocar al dirigente, mientras que los miembros de la CG sí. Por ejemplo, los autores señala que la caída del dictador egipcio, Hosni Mubarak, se debió principalmente a que el ejército permitió las manifestaciones y las tomas de calles. Sumado a esto estaba el recorte de la ayuda económica estadounidense y la crisis económica, lo que habría generado un descontento entre los militares y las cúpulas del ejército.
En síntesis tenemos que, de acuerdo al elitismo clásico, el poder, independiente del régimen de gobierno del que hablemos, se encuentra concentrado en una minoría. Mosca, Pareto y Michels optan por utilizar el concepto de elites y no clase dominante como una forma de tomar distancia del marxismo. El lector podrá advertir que para estos autores la filosofía de la historia de Marx que concluye con el advenimiento de una sociedad comunista carente de estado y sin divisiones sociales sólo podía ser una ilusión. Estos autores también tomaron distancia de la interpretación materialista de la historia en virtud de la cual las relaciones de producción y las fuerzas económicas resultaban ser la clave para la interpretación de las dinámicas sociales. De acuerdo a lo anterior, las elites no serían meros epifenómenos de la dinámica entre clases sociales. Por último cabe señalar que estos autores centraron su atención en las minorías y no en las clases sociales como clave explicativa de los cambios en la sociedad. Lo anterior se traduce en que ni siquiera el régimen democrático es capaz de evitar el dominio de una minoría sobre una mayoría. Otras teorías posteriores introdujeron algunos matices, principalmente en relación a la supuesta homogeneidad y estabilidad de las elites. Joseph A. Schumpeter, abordando el tema desde el punto de vista de la democracia procedimental, señalaba que las elites estaban sometidas a una competencia por el poder. Por su parte, vimos con Mills que el poder se distribuía entre los tres grandes que mantienen una estrecha relación e intereses. Ahora bien, surgieron críticas a las teorías de las elites anteriormente señaladas por parte de los teóricos democrático-pluralistas que no concebían a la elite como un bloque monolítico o una masa homogénea que ejercía un control total de la sociedad – aunque este no fue el caso de Mills –. En la práctica, existe una pluralidad de elites, lo que tampoco nos puede llevar a pensar que esto garantiza una competencia libre por parte de actores autónomos que llegan a un equilibrio que satisface a la mayor parte de la población, tal como lo advertía Mills. Los marxistas criticaron a Mills su omisión del papel de las clases sociales, omisión en la que no habían incurrido autores no marxistas como el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920).
[1] Göran Therborn, ¿Cómo domina la clase dominante? (México: Siglo XXI editores, 2008) 157-158.
[2] Ibid., 162.
[3] Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, El manual del dictador (España: Ediciones Siruela, 2013).