Reflexión en torno al Yo (2) (por Jan Doxrud)
Continuemos con esta segunda parte. Ahora pasaré a abordar el tema desde el punto de vista de la filosofía de la mente, a través de uno de sus representantes más emblemáticos (entre otros): John Searle. El filósofo estadounidense se pregunta: ¿qué quería decir Descartes con la primera persona singular del “pienso luego existo”? Los que rechazan el dualismo cartesiano (mente-cuerpo/espíritu-materia) igualmente deben hacer frente a la pregunta acerca de qué es el Yo. Searle presenta dos ejemplos. El primero supone que el trasplante de cerebro es algo real en la sociedad y que mi cerebro es trasplantado al cuerpo de otra persona. Desde mi punto de vista es innegable, escribe Searle, que una vez realizada esta intervención voy a ser la mismo persona, pero las demás personas no estarán tan convencidas de ello, independiente que desde mi punto de vista me vea como el mismo individuo. El otro ejemplo, más desconcertante, es el de una bisección cerebral. “Imaginemos que todas mis capacidades mentales se realizan de igual manera en ambos lados del cerebro. Imaginemos a continuación un caso de bisección cerebral y el trasplante de cada uno de los hemisferios en un cuerpo diferente”[1]. La pregunta que se hace a continuación es: ¿Cuál de las personas resultantes corresponde a mí? De acuerdo a Searle hay “iguales razones para decir que soy el número uno o el número dos; o más probablemente digamos que ahora hay dos personas, cuando antes había una sola”[2].
Nos encontramos ante dos problemas: el de simplemente aceptar el Yo humeano o postular otra alternativa a su planteamiento. Searle se pregunta si además de la secuencia de experiencias y el cuerpo en el cual estas ocurren, no hay nada que pueda llamarse Yo. En palabras del filosofo: “…por añadidura a mi secuencia de pensamientos y sentimientos reales y en el cuerpo en el cual estos ocurren, ¿es necesario postular una cosa, una entidad, uno yo (I) que sea el sujeto de todos esos sucesos?”[3]. En otras palabras, Searle pregunta si hay que detenerse y simplemente aceptar y conformarnos con lo afirmado por Hume. Su respuesta es negativa, puesto que existen ciertos criterios de identidad personal, como la continuidad espacio-temporal. Yo experimento modificaciones a través del tiempo y mi cuerpo no es el mismo que hace 10 años. Incluso a nivel subatómico las partículas elementales están en constante cambio y, sin embargo, me considero la misma persona. “Mi” cuerpo sigue siendo mi cuerpo debido a su continuidad espacio-temporal. La memoria por su parte, une la secuencia continua de estados conscientes constituyéndose así lo que John Locke denominó como consciencia. Thomas Hobbes Y Hume criticaron esta tesis, en el sentido de que las relaciones de la memoria son intransitivas, tal como lo ejemplifica Searle: “…el viejo general podría recordar acontecimientos ocurridos cuando era un joven teniente y el joven teniente podría recordar sucesos de su infancia, pero el viejo general quizás hubiera olvidado la niñez”[4]. Pero frente a esto, en palabras del autor, el hecho de que olvidemos cosas no constituye una refutación a la idea de que desde el punto de vista de la primera persona la secuencia de los estados conscientes unidos por la memoria es esencial para discernir nuestras existencias individuales.
Searle cree que hay que postular algo por añadidura a mis experiencias y al cuerpo en que estas suceden, y no simplemente aceptar el escepticismo de Hume con respecto a la existencia de una experiencia unificadora que da origen al Yo. El filósofo estadounidense postula la existencia de un “yo formal”. Los argumentos que le llevan a postular esta noción formal del yo tiene que ver con las nociones de racionalidad, libre elección, toma de decisiones y razones para la acción. De acuerdo a Searle, para poder explicar las acciones racionales libres hay que suponer la existencia de una entidad X. Hume tenía razón de que no se tiene experiencia de esta entidad X, pero esto no impide que podamos postular o proponer la existencia de este yo formal. Para aclarar más esta noción de yo, Searle propone una definición:
“Debe ser una entidad tal que, en su singularidad, tenga conciencia, percepción, racionalidad, la capacidad de lanzarse a la acción y la de organizar percepciones y razones a fin de llevar a cabo acciones voluntarias bajo un supuesto de libertad. Si tenemos todo eso, tenemos un yo”[5].
Una crítica que esgrime contra Hume es que este filósofo creía que las experiencias llegaban a nosotros en unidades discretas que denominaba impresiones e ideas. En contraposición a esto Searle señala que tenemos un campo consciente total y unificado, y que en él nuestras experiencias se organizan tanto en cualquier momento dado como a lo largo del tiempo en estructuras muy ordenadas y complejas. Ahora bien, Searle reconoce que este es un tema complejo y está lejos de estar resuelto. Lo que postula él, es sólo un comienzo de la discusión del yo
Ahora continuaré explicando el tema del el Yo desde el punto de vista de la neurociencia. El neurocientífico Francisco Mora explica que el Yo no existe en un lugar específico del cerebro donde convergerían todas nuestras percepciones, sentimientos y pensamientos. El Yo es para Mora un "estado mental que genera el cerebro". Mora, al igual que los demás autores como Varela, Dennett o Searle, también hace alusión a la definición dada por Hume ya que sigue siendo para la neurociencia cognitiva una “introducción iluminadora”. La definición dada por Hume hace más de doscientos años se impone ante otras concepciones como la de Popper y Eccles. Citemos el célebre fragmento de Hume:
«Cuando entro más íntimamente en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con alguna percepción determinada, de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo sin percepción, y nunca puedo observar más que la percepción (jamás al supuesto sujeto que la piensa o percibe).»
La neurociencia ha demostrado estar más del lado de Hume o de William James que de Popper o Eccles, o incluso de la filosofía buddhista que influenció Francisco Varela. Veamos lo que dice Mora sobre el yo. En primer lugar este no existe como una entidad localizada en una parte física del cerebro. El yo no existe como algo en sí mismo y por sí mismo, sino que dependen se una serie de causas y condiciones para que este pueda “emerger”. Además al yo tampoco hay que concebirlo como algo inmutable.
El Yo es un estado mental, tal como afirma el neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás. La subjetividad estaría generada en un sistema talámico-cortical activado en la vigilia que relaciona los estímulos sensoriales del mundo externo con la actividad cerebral interna (memoria). De esta manera este proceso une en una fracción de tiempo, escribe Linás, los componentes fraccionados de la realidad externa e interna en un único constructo que es lo que denomina el sí mismo. Hay una interacción entre “dos ruedas” tálamos corticales, escribe Mora, que tiene como resultado la emergencia del yo. Una constituida por núcleos activos durante la vigilia y otra rueda que proveé al cerebro de la información sensorial del mundo externo que lo engarza con la actividad del mundo interno (complejo ventrobasal talámico). Una rueda gira durante la vigilia y la otra está constantemente activa, y el Yo emerge cuando hay un engranaje entre las dos ruedas activas, lo que lleva a Llinás a señalar que existe una unión entre el mundo interno y el externo, y luego soy.
Volvamos a la pregunta sobre el yo. Mora ofrece una serie de aproximaciones que, al menos, deja claro que el Yo no es algo concreto. En palabras del autor: “Hoy sabemos que el yo es una serie de procesos mentales producidos por circuitos neuronales diferentes distribuidos en muchas áreas diferentes del cerebro”[6]. Se refiere al yo como un constructo del cerebro que da unidad al ser humano con el mundo. El Yo no tendría sólo una realidad interna, sino que su realidad aparecería cuando esta actividad interna se acopla a la actividad generada por el mundo externo. El Yo, como señalamos más arriba, no es el mismo siempre:
“el yo único de cada persona es un constructo siempre cambiante pero hecho sobre el funcionamiento de circuitos neuronales distribuidos y utilizando códigos de tiempo en ambos hemisferios cerebrales. Códigos que reclutan la información requerida en cada momento y para cada situación almacenada en áreas múltiples y diferentes del cerebro. Por eso, el yo no es el mismo cuando discutimos sobre experimentos en el laboratorio o sobre un negocio en las empresas que cuando jugueteamos socialmente con un chico o una chica en una fiesta. El yo siempre se recompone alrededor de una situación y cada mañana tras el sueño”[7].
Por su parte, Rodolfo Llinás escribe que el Yo no es algo tangible, sino que una entidad abstracta, el sí mismo es una estructura muy importante y útil. “El yo…es tan sólo un término útil, referente a un evento tan abstracto como lo es el concepto del Tío Sam respecto de la realidad de algo tan complejo y heterogéneo como son los Estados Unidos”[8].
Varela, por su parte, escribió que el yo (con minúscula) “es una manera cómoda de aludir a una serie de acontecimientos y formaciones mentales y corporales, que tienen un grado de coherencia causal e integridad en el tiempo”[9]. Parece coincidir con Llinás en cuanto a concebir el yo como una forma cómoda para designar una realidad más compleja. El “Yo” (con mayúscula), de acuerdo a Varela, es la sensación de que aquellas formaciones transitorias ocultan una esencia inmutable, por lo que uno se aferra a este Yo ya que nos da una sensación de estabilidad y continuidad. Varela ve una semejanza de esta distinción y la del científico cognitivo Marvin Minsky, quien hace referencia al “self” (minúscula) y el “Self personal”, que sería unmisterioso sentido de identidad personal. Pero la diferencia entre el enfoque de Minsky y la de Varela es que el primero no integra la experiencia humana (y carece de cualquier influencia religiosa), lo que lleva a a afirmar a Varela que las ciencias cognitivas aun no toman en serio sus propios hallazgos sobre la falta de un Yo. El filósofo estadounidense Daniel Dennett compara al Yo con un centro de gravedad de un objeto, de manera que el Yo solamente sería un objeto abstracto. El Yo sería más bien una ficción bien definida, de manera que el yo tampoco sería algo físicamente detectable, sino que un centro de gravedad narrativo, una ficción útil.
En esta breve exposición se planteó, a través del trabajo de algunos autores, lo problemático que resulta ser el tema del yo, así como también cómo este ha sido un problema que ha trascendido las culturas. Es un tópico complejo tanto para las personas que lo abordan desde el ámbito científico como los que lo han abordado a través de otros medios como la meditación o el análisis lógico. En lo que al parecer hay un acuerdo, es que el Yo no es un entidad que está localizada en un área específica de nuestro cerebro, sino que está distribuido en circuitos neuronales a lo largo del cerebro. Lamentablemente la prematura muerte de Varela dejó un espacio difícil de llenar. Su propuesta era novedosa e interesante. Al parecer el autor quería establecer una “vía media” entre el objetivismo y el subjetivismo, además de querer introducir la experiencia humana en las ciencias. Esto y la influencia del buddhismo no estuvieron exentas de críticas, ya que era considerado como algo que estaba de más (por ser religioso), agregado del cual se podía prescindir, de manera que el único enfoque válido es el científico y no la introspección.
[1] John Searle, La mente. Una breve introducción, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2006, p.349.
[2] Ibid, p.348.
[3] Ibid, p.344-345.
[4] Ibid, p.351.
[5] Ibdi, p. 362.
[6] Ibid, p.82.
[7] Ibid, p.100-101.
[8] Rodolfo Llinás, El cerebro y elmito del yo. El papel de las neuronas en el pensamiento y el comportamiento humano, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2003, p. 149.
[9] Varela, Thompson y Rosch p.152.