Raymond Aron: Maquiavelo, Marx y el sacrificio de la realidad (por Jan Doxrud)

Raymond Aron: Maquiavelo, Marx y el sacrificio de la realidad (por Jan Doxrud)

El reputado intelectual francés, Raymond Aron (1905-1983), realizó, en su lecciones en el Collège de France en la década de 1970, una breve analogía entre la figura de Nicolás Maquiavelo y Karl Marx, dos personajes separados por un abismo temporal pero que guardaban ciertas semejanzas, así como algunos evidentes contrastes. Por un lado tenemos que ambos autores habían estado inspirados por un cierto “espíritu científico” y habían sido testigos y víctimas de la degradación de la ciencia, ya sean pseudociencia o en ideología. Maquiavelo es considerado un científico, en su acepción moderna del término debido a su neutralidad axiológica (valores) a la hora de llevar a cabo sus investigaciones.Por su parte, Marx aspira también a ser un científico puesto que llevó a cabo un riguroso análisis del régimen capitalistas y por su esfuerzo en exponer las contradicciones internas de este régimen de producción.

Cabe añadir que Marx, a diferencia de Maquiavelo, pretendió predecir, es decir, predicó (más bien profetizó) el advenimiento de una revolución necesaria que emergería de las mismas entrañas del capitalismo y que terminaría por sepultarlo. Ahora bien, Maquiavelo se había interesado principalmente en la política, mientras que Marx centró su interés en la economía. Como bien señala Aron, “El Capital” de Marx es básicamente un análisis del funcionamiento del régimen capitalista de producción y sus contradicciones internas que lo llevarían, a la larga, a su desaparición. En suma, el trabajo de Marx, el denominado “socialismo científico”, fue más bien, una “ciencia del capitalismo” y, para ser más preciso, una ciencia del capitalismo tal como operaba en la Inglaterra del siglo XIX.

Raymond Aron, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX.

Raymond Aron, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX.

Continuando con la analogía, Aron señala que Maquiavelo no abrigaba más esperanza que superar, por un tiempo – y con la complicidad de la fortuna – la inestabilidad esencial de los asuntos humanos. Marx, por otro lado, veía asomar en el horizonte – y más allá de las catástrofes fecundas – la reconciliaciónde la humanidad consigo misma. Maquiavelo creía en la naturaleza,  humana a la cual juzgaba sin indulgencia alguna, mientras que Marx depositaba su confianza en la historia, pero de cuyo final feliz no nos dice nada. En resumen, Aron llama a Maquiavelo el “consejero del príncipe”, mientras que a Marx lo bautiza como el confidente de la Providencia”. Maquiavelo, como “consejero del príncipe” se representael mundo y a los seres que habitan en este tal cual como son y como serán, y “conoce coyunturas singulares, objetivos definidos y accesibles: en función de la experiencia histórica y de generalidades más o menos establecidas (…) El consejero del príncipe, de tradición maquiavélica, conoce cómo funciona el mundo, las similitudes entre las situaciones, los resultados probables de la acción humana hic y nunc [aquí y ahora]”[1].

A diferencia del Marx como “consejero de la Providencia”, Maquiavelo “el consejero del príncipe” ignora el porvenir y si lo llegase a concebir, no lo imaginaba distinto del pasado. Por lo demás, “el consejero del príncipe” no pretendía cambiar el mundo aunque, en ocasiones, podía aspirar a lograrlo. Más que un sabio, Maquiavelo era un estratega que poseía la sapiencia necesaria para poder guiar al príncipe en la conducción de los asuntos de Estado. Aron va más allá y añade que Maquiavelo es el consejero de la acción.

De acuerdo con el autor, la originalidad de Maquiavelo radicaba en la radicalidad “con que planteaba el problema político en términos de acción. El título del famoso libro de Lenin, ¿Qué hacer?, podría servir de título a toda la obra de Maquiavelo. Desde el momento en que el problema de la acción domina todo el problema de la política, nos explicamos que ciertos aspectos del pensamiento maquiavélico hayan causado escándalo[2]. La razón de esto es que toda acción se propone un objetivo, es decir, la acción es teleológica, o lo que es lo mismo, apunta hacia un fin de manera que entran en juego no sólo el tema de los medios eficaces para conseguir un determinado fin, sino que también el tema de si tales medios son contrarios a la moral (y si acaso es tiene alguna relevancia cuando se trata de conseguir un fin determinado).

Al respecto, señala Aron:

“La causa última del debate sobre Maquiavelo (…) es que toda acción histórica, en el sentido fuerte del término, es una estrategia humana, estrategia de uno o de varios hombres respecto de otros hombres. La noción de estrategia, de origen militar, ha invadido desde entonces todas las ciencias sociales (…) El actor social, en la ciencia política o social del siglo XX, obedece a una estrategia; el homo economicus, perfectamente informado y racional, tenía un interés que trataba de llevar al máximo”[3].

Por otro lado Marx, como “como confidente de la Providencia” “conoce mejor el conjunto de los detalles, anuncia el porvenir invocando un conocimiento superior al del ente vulgar o al del conservador”, de manera que Marx – al igual, que August Comte – pedía a la ciencia el “secreto de la totalidad”. Pero el marxismo, al menos el “marxismo de Marx”, no se quedó solamente en la teoría pura y en la profecía. Lenin fue un conocido estratega y hombre de acción quien no esperó a que se dieran las condiciones objetivas para que explotase la revolución: él, Lenin, aceleró este proceso….si la revolución no llega, entonces Lenin y los bolcheviques la harían llegar. En palabras de Aron:

“Los marxistas, y Lenin por encima de los demás, desde el momento en que, en vez de esperar la inevitable revolución, quieren acelerar o provocar su advenimiento, se transforman en estrategas, en técnicos de la organización del partido y jefes de la guerra de clases”[4].

Pero en el proceso de dirigir estratégicamente la revolución por parte de la “vanguardia” – revolucionarios profesionales, grupo de avanzada, la elite del partido, los iluminados – la realidad es sometida a un fuerte violencia, puesto que esta, junto a todos los individuos, deben amoldarse a lo que la ideología dictamina (la ideología es perfecta, sólo son imperfectos quienes la implementan):

“Es permisible oponer la técnica de la organización partidaria y la dirección de la lucha de clases; aquella, manipulación de los hombres como si fueran instrumentos; ésta, acción de un individuo o de un grupo ante otros individuos y otros grupos: en los grupos revolucionarios de nuestro tiempo, la estrategia de los revolucionarios implica una estrategia tanto en la creación del instrumento, el partido, como en el manejo de este instrumento”[5].

Así, para Aron el marxismo no sólo se vuelve maquiaveliano sino que también maquiavélico, puesto que toma literalmente la fórmula de la lucha de clases y le atribuye las características propias de las guerras civiles y las guerras entre Estados.  En esta guerra – verdadera lucha final que se asemeja al “Ragnarok” de los mitos escandinavos – la “moral revolucionaria”, la superioridad moral de la causa socialista habilita al revolucionario a emplear cualquier medio disponible para eliminar cualquier obstáculo que se presente a la consecución del fin último: la sociedad sin clases.

 En palabras de Aron:

“El valor absoluto del objetivo – una sociedad sin clases – justifica y casi sacraliza la indiferencia axiológica en la elección de los medios. El maquiaveliano admite la inmoralidad posible de los medios necesarios en un mundo violento, destinado a seguir siendo violento. El marxismo, tal como lo interpretaron mucho tiempo los marxistas-leninistas, ordena, en nombre de un objetivo absoluto de la moralidad superior de la devoción al partido y a la causa, la elección resuelta de todos los medios eficaces”[6].

Pero el proceso revolucionario esta en constante movimiento – es un gerundio, nunca un participio – de manera que la lucha siempre continúa y el enemigo aún sigue rondando, de manera que la violencia revolucionaria termina por dirigirse contra sus propios hijos, contra los Trotsky (1940), Bujarin (1938), Zinoniev (1936), Kámenev (1936), Gayibova (1938) y Meyerhold (1940) (todos víctimas del georgiano Stalin). Tras los “procesos de Moscú” y debido al hecho de que varios líderes bolcheviques confesaran haber traicionado a la causa comunista, en Occidente comenzó una verdadera reflexión acerca de estas confesiones: ¿eran realmente culpables del crimen ideológico que confesaron? Autores franceses como Maurice Merleau-Ponty se preguntaban sobre el mecanismo psicoólogico que subyacía a estos actos.

Victimas del stalinismo: La pianista azerbaiyana Khadija Gayibova; Grigory Zinoniev (arriba derecha); Director de teatro Vsevolod Meyerhold (abajo izquierda) y Lev Kámenev.

Victimas del stalinismo: La pianista azerbaiyana Khadija Gayibova; Grigory Zinoniev (arriba derecha); Director de teatro Vsevolod Meyerhold (abajo izquierda) y Lev Kámenev.

¿Cómo era posible que esos bolcheviques comprometidos y fanáticos hubiesen cometido semejante crimen? ¿Acaso no representó su último (auto) sacrificio y testimonio de fidelidad a la causa socialista? Aron explica una de las explicaciones a las que llegaron ciertos intelectuales:

“(…) cuando se está en prisión y se medita sobre la propia suerte, se da uno cuenta de que si ya no se está en el partido, en el movimiento revolucionario, se ha dejado de existir. Los revolucionarios de la primera generación eran políticos de arraigadas convicciones, para quienes la verdadera existencia era la existencia política. Una vez despojados de su identidad política, ya no tenían nada, y por ello querían seguir hasta el fin al movimiento al que pertenecían, al que habían consagrado su vida. Consentían entonces en prestar un últimos servicio eventual al movimiento, transformándose en kamikazes revolucionarios; es decir, se suicidaban moralmente para prestar un último servicio al partido, para simbolizar el hecho de que no habían salido del movimiento comunista; que a pesar de sus faltas personales era al régimen comunista al que habían consagrado su vida. Por ello, se podía reconocer una especie de voluntad o de consentimiento semivoluntario en las confesiones de los condenados”[7].

Recordemos algunas de las palabras que Bujarin escribió a su mujer, Anna Larina (1938), quien sólo pudo responderla en 1992 (tras la apertura de los archivos soviéticos)

“Te escribo ya en la víspera del juicio y te escribo con un fin determinado, que subrayo tres veces: a pesar de lo que puedas leer o escuchar, no importa lo terribles que sean las circunstancias, a pesar de todo lo que me dirán y de lo que yo podré decir, sobrelleva todo con valor y tranquilidad. Prepara a nuestros seres queridos, ayúdales a todos. Temo por ti y por los demás, pero especialmente por ti. No te enfurezcas por ningún motivo. Recuerda que la gran causa de la URSS está viva y esto es lo que es importante, mientras que los destinos individuales son transitorios y miserables en comparación. Una gran prueba te espera. Te ruego, querida mía, que hagas todo lo que puedas, aprieta los cordones de tu alma, pero no permitas que los rompan...”

Separados por el terror staliniano: Nikolai Bukharin (1888-1938) y Anna Larina (1914-1996)

Separados por el terror staliniano: Nikolai Bukharin (1888-1938) y Anna Larina (1914-1996)

Pero, al margen de estas especulaciones en las que podría haber un grano de verdad en algunos casos, lo cierto es que la realidad fue más cruda. El mismo sucesor de Stalin, Nikita Kruschev, en su discurso contra el exdictador soviético, se encargó de dar a entender que ninguna persona confiesa voluntariamente crímenes que no ha había cometido. El único crimen que habían cometido fue uno inventado por Stalin: ser “enemigos del pueblo”

Dentro del totalitarismo – amparado por la moral revolucionaria socialista –  el control y la planificación se vuelven elementos indispensables. Ya no se suprime solamente la propiedad privada, sino que la misma intimidad de las personas desaparece. El individuo libre es sacrificado en nombre de ese nuevo ideal: el hombre nuevo, el superhombrede Trotsky  (Literatura y Revolución) por el cual él mismo fue sacrificado. Recordemos la palabras de Trotsky:

El espíritu de construcción social y la autoeducación psicológica se convertirán en aspectos gemelos de un solo proceso. Todas las artes -la literatura, el teatro, la pintura, la escultura, la música y la arquitectura- darán a este proceso una forma sublime. 0 más exactamente, la forma que revestirá el proceso de edificación cultural y de autoeducación del hombre comunista desarrollará hasta el grado más alto los elementos vivos del arte contemporáneo. El hombre se hará incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodioso. Las formas de su existencia adquirirán una cualidad dinámicamente dramática. El hombre medio alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx. Y por encima de estas alturas, nuevas cimas se elevarán”[8].

Al respecto comenta Aron:

“En el régimen socialista, ambas dimensiones – económica y social – son, en teoría, indiscernibles, confusas. La construcción del socialismo es al mismo tiempo la formación de un hombre nuevo”[9].

La antropología maxista-leninista concebía al ser humano como una entidad infinitamente plástica, es decir, podía ser modificada por medio de la modificación del entorno, de la propaganda y de la ideología. La naturaleza humana era sólo un invento burgués que había que desterrarla por completo. Pero la realidad termina por destrozar a la ideología y quedó en evidencia que el homo sovieticus o el hombre nuevo soviético fue una mera ficción que nunca se materializó desde la instauración de la dictadura comunista en Rusia en 1917. Como bien señala Aron, el ser humano “no se deja manipular como si fuera un material (…) el ingeniero social, por tiránico que sea, no transforma a los leones en borregos, ni a las bestias en ángeles, ni a los ángeles en bestias” 

Si bien Marx no fue sólo un profeta sino que también un hombre que llamó a la acción, hay que tener presente las palabras de Aron en cuanto a que el cambio que Marx efectuó en el mundo fue menos por su obra científica y más por su “poder del profetismo” y por la fascinación que sus ideas en ciertos personajes , debido a los nuevos horizontes que prometía abrir. Concluye Aron: “La obra que se pretendía científica ejerció una función de mito o de religión; mito o religión de una época que se vanagloriaba de ser científica[10]”.

Muchos se identifican con las ideas de Marx, aunque nunca hayan siquiera leído los “Grundrisse” o “El Capital”. La persistencia de las ideas de Marx se explican porque sus argumentos apuntan más a los sentimientos y deseos de las personas que a la lógica, de manera que muchos aclaman al Marx del Manifiesto Comunista, al Marx combativo y panfletario, y no al Marx que explica la “composición orgánica del capital”, la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” o la “tasa de plusvalía”. Son las consignas simples las que trascienden y no las fórmulas áridas.

[1] Raymond Aron, Lecciones sobre la historia.  Cursos del Collège de France (México: FCE, 1996), 402.

[2] Ibid., 403.

[3] Ibid., 404.

[4] Ibid., 405.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Ibid., 73.

[8] León Trotsk, Literatura y Revolución, Capítulo VIII (1924) (obra en línea: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1920s/literatura/indice2.htm)

[9] Raymond Aron, op. cit., 413.

[10] Ibid., 405.