Algunas palabras sobre el relativismo cultural
En este artículo me referiré al tema del relativismo cultural tal como lo han abordado los filósofos morales. Mi postura será que, a pesar de que efectivamente existen diferentes códigos morales que varían de acuerdo una sociedad, cultura y época, NO es correcto afirmar que NO existe una moral universal, que no existe progreso moral y que todas las morales son igualmente válidas. También rechazo la absolutización de la cultura, es decir, aquella postura que coloca la cultura por encima de la dignidad de las personas y que cualquier acto, por más inmoral que nos parezca, se justifica por una cultura particular. Cabe aclarar desde un comienzo que acá no me estoy refiriendo al tema del valor moral de un acto de acuerdo a las circunstancias. Por ejemplo, podemos decir que mentir es malo pero, dada ciertas circunstancias, mentir es algo deseable e incluso un deber, como puede ser el caso de una persona que miente al oficial nazi o al comisario comunista de que no esconde en su casa a un judíoo a un kulak. Así, la idea de que un mismo acto moral es “relativo a las circunstancias, es algo admitido dentro de la ética y este no es el caso abordado en el presente artículo. El tema aquí es el relativismo cultural. Existen autores que defienden esta postura. Tomemos el caso de Norbert Bilbeny, catedrático de ética en la Universidad de Barcelona. El autor señala que la “ética occidental” se ha ido ampliando a lo largo de la historia: se hizo transindividual con los griegos, se hizo transreligiosa con la ilustración y se hizo “transnacional” o “cosmopolita” en el siglo XX con las visiones modernistas de la ética y con las teorías a favor de la globalización “en clave neoliberal”. La ética occidental padecen de una concepción monocultural que expresa modos y contenidos de una cultura particular, lo que se traduce en que esta ética adopta una perspectiva “intracultural” y no “intercultural”. Esta intraculturalidad entraría en pugna con el supuesto “universalismo” de la ética occidental. Al respecto escribe Bilbeny:
“La situación dominante es paradójica hasta el extremo de que la ética universalista es, de un lado, particularista, sin dejar expresar, por otro lado, los particularismos con los que está reñida y que trata de superar. A una contradicción lógica se suma una práctica, por el hecho de que no se han podido o querido evitar los acentos localistas, el habla, aún, de la propia comunidad cultural, en un lenguaje, sin embargo, que se quiere común y sin límites ideológicos”[1].
De acuerdo al autor, la ética occidental no toma en consideración las creencias, costumbres y particularidades de raza, género, cultura y clase social. A esto añade que la ética occidental es arrogante y poco pluralista en el sentido de que enjuicia a las demás culturas. La éitca occidental pretende universalizar valores que en realidad son particulares y que no son compartidos por el resto del mundo. Ejemplos dados por Bilbeny: libre elección, individualidad, bienestar, conocimiento, crítica, autonomía, racionalidad, etc.
Crítica del relativismo cultural
Es preciso tener en consideración que se suele distinguir tres niveles de reflexión dentro de lo que denominamos como ética, para que el lector lo tenga en mente a medida que lea el artículo. El primer nivel es la ética descriptiva, que es una rama de la sociología y cuyo objetivo es describir las creencias morales vigentes en una sociedad dada. Esta es una ciencia de las costumbres (mores) y tiene una base empírica, es decir, en estudios de campo, tal como lo realizaron Margaret Mead (1901-1978), Claude Lévy-Strauss (1908-2009) o Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939). El segundo nivel de reflexión es la ética normativa que se ocupa de las normas y de los juicios, es decir, no se limita a describir como “son” las prácticas y creencias morales, sino que indican cómo estas “deben ser”. El tercer nivel de reflexión que es la metaética cuyo objetivo es encontrar un fundamento a la propuesta moral que ofrece la ética normativa, es decir, guarda relación con los fundamentos o cimientos de la moral.
Debemos entonces ir elucidando si el relativismo opera o no en estos tres niveles señalados. Bilbeny tiene puntos interesantes en su libro, pero no concuerdo con su ideas centrales. Tenemos un hecho irrefutable y es que cada cultura tiene sistemas morales diferentes. Así los han explicado los antropólogos en losestudios de distintas culturas. Por ejemplo, los tibetanos son conocidos por los “entierros celestiales” o disección ritual, donde el cuerpo del fallecido es dispuesto en la cima de un monte, donde una persona corta tejidos y músculos del cadáver, y este último queda así expuesto así a los elementos de la naturaleza y para que sea devorado por los buitres. En Indonesia las mujeres se amputan un dedo cada vez que muere un miembro de su familia. Los esquimales es sabido que, debido al rigor del medio en que viven, abandonan a sus ancianos y cometen infanticidio (principalmente con las niñas).
La tribu Yanomamö en Sudamérica es conocida por la práctica del endocanibalismo, es decir, consumen la carne de algún miembro fallecido de la tribu. El filósofo James Rachel (1941-2003) nos recordaba aquel relato de Heródoto donde el rey Darío de Persia se sintió impactado por la variedad de culturas de las que fue testigo durante sus viajes. Por ejemplo los calacios, tribu ubicada en India, tenían la costumbre de comer los cadáveres de sus padres, mientras que los griegos practicaban la cremación como una forma de deshacerse de sus muertos. Darío quiso contrastar estas distintas costumbres y mandó a llamar a su presencia a unos griegos quienes, al escuchar sobre la práctica de los calacios, quedaron horrorizados, y que por ningún motivos podrían ellos ser persuadidos de cometer tal aberración. Por otro lado, los calacios se mostraron igualmente horrorizados por la práctica de cremar los cuerpos tal como lo hacían los griegos.
De acuerdo a lo anteriormente señalado, la conclusión obvia es que no existen sistemas morales universales y, por lo tanto, todas las morales son válidas. En otras palabras, no existe un punto de vista privilegiado o neutral, un criterio independiente desde el que podemos juzgar un práctica como moralmente buena o mala, ya que las morales dependen de la cultura o sociedad donde se practican y es desde ahí donde se deben evaluar. En un comienzo esto puede parecer lógico, pero en realidad existe un error de razonamiento. Por lo demás, como afirma el filósofo canadiense Pierre Blackburn, el relativismo cultural puede ser seductor para muchas personas ya que se presenta como una postura inconoclasta e o tolerante hacia otras culturas. En otras palabras, presentarse como un “relativista cultural” sería sinónimo de ser una persona de horizontes abiertos, “mente abierta”, consciente de la diversidad cultural, que elude el etnocentrismo o el eurocentrismo y así también, la prepotencia de juzgar a otras culturas desde la propia (cultura que sería supuestamente, desde un punto de vista moral, superior). James Rachels añade otras razones que explican el adherencia al relativismo cultural y guarda relación con la renuencia por parte de alguna personas a criticar otras culturas utilizando como criterio su propia cultura.
“Primer, hay un comprensible nerviosismo acerca de ‘interferir en las costumbres sociales de otros pueblos’. Los europeos y sus descendientes culturales en América tienen una nefasta historia de destrucción de culturas aborígenes en nombre del cristianismo y de la Ilustración. Disgustados por esta historia, algunas personas se niegan a emitir cualquier juicio negativo acerca de otras culturas, especialmente de culturas que se parezcan a las que fueron agraviadas en el pasado”[2].
Continúa explicando Rachels:
“La gente también siente, con toda razón, que debe ser tolerante con respecto a otras culturas. Sin duda, la tolerancia es una virtud: una persona tolerante está dispuesta a vivir en cooperación pacífica con quienes ven las cosas de otro modo”[3].
Pero como añade el mismo autor, no existe nada en la naturaleza de la tolerancia que exija afirmar que todas las creencias, todas las religiones y todas las prácticas sociales son igualmente admirables. Sin duda la tolerancia es deseable, pero no siempre, así ser tolerante con un Hitler, un Stalin o con el denominado Estado Islámico, ciertamente no tendrá consecuencias beneficiosas. Sobre el tema de la tolerancia escribió el intelectual austriaco, Karl Popper:
“Menos conocida es la paradoja de la tolerancia: La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Cono este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si se necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrarío, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos”[4].
Tenemos entonces que efectivamente los valores morales varían de una cultura a otra y estos sistemas han variado a lo largo de la historia. Como explica Blackburn, la argumentación de relativismo moral se nos presenta de la siguiente manera:
1-Las morales predominantes no son las mismas de una cultura o de una época a otra.
2-No hay una moral reconocida por todos.
3-Las morales son tan (o tan poco) válidas unas como otras, pues no se fundamentan sobre una base objetiva.
Por su parte, James Rachels también distingue los distintos pasos en el razonamiento del relativista cultural de la siguiente manera:
1-Diferentes sociedades tienen diferentes códigos morales.
2-El código moral de una sociedad determina lo que es correcto dentro de esa sociedad; esto es; si el código moral de una sociedad dice que una cierta acción es correcta, entonces esa acción es correcta, por lo menos dentro de esa sociedad.
3-No hay un criterio objetivo que se pueda emplear para juzgar el código de una sociedad como mejor que el de otra.
4-El código moral de nuestra propia sociedad no tiene una categoría especial; es sólo uno entre muchos otros.
5-No hay una “verdad universal” en ética; esto es, no hay verdades morales que valgan para todos los pueblos en todas las épocas.
6-Es pura arrogania de nuestra parte tratar de juzgar la conducta de otros pueblos. Debemos aceptar una actitud de tolerancia hacia las políticas de otras culturas.
En el caso de Blackburn este señala que la línea de razonamiento contiene una falla. Tenemos que la primera premisa es aceptable y la prueba está en las diferentes culturas existentes junto a sus prácticas, así como los numerosos estudios en el campo de la antropología. En cuanto al nexo existente entre la primera y la segunda premisa también es aceptable. El problema está en el nexo entre la segunda premisa y la conclusión. No sería válido el paso que se da desde la premisa “No hay una moral reconocida por todos” a la conclusión “Las morales son tan (o tan poco) válidas unas como otras, pues no se fundamentan sobre una base objetiva”. James Rachels escribió:
“El relativismo cultural empieza con la valiosa intuición de que muchas de nuestras prácticas son como ésta: sólo productos culturales. Pero luego se equivoca al inferir que, como algunas prácticas son así, todas deben serlo”[5].
Tanto Blackburn como Rachels consideran como errónea la línea de razonamiento del relativismo cultural ya que la conclusión no se sigue de la premisa. Que existan diversas personas o culturas con distintos sistemas morales no significa que todos los sistema morales sean igualmente válidos. Así hubo un tiempo en que personas pensaban que la Tierra era plana y otros que era más bien “esférica”, pero significa esto que ambas visiones son igualmente válidas. La tierra no era cuadrada ni plana incluso antes de que se corroborara científicamente.
Pero señalar que como distintas culturas poseen distintas visiones sobre la tierra, entonces todas son igualmente válidas, es un rotundo error, ya que daríamos pie para pensar que existiría una geografía o astronomía europea, egipcia, hopi, mapuche, etc. La ciencia (como defienden algunos sociólogos del conocimiento) no sería más que una discurso o narrativa más entre otras, carente de cualquier pretensión de objetividad. En palabras de Rachels: “No hay razón para pensar que si el mundo es redondo todos deben saberlo. De igual manera, no hay razón para pensar que si hay verdades morales todos deben conocerlas. El error fundamental en el argumento de las diferencias culturales es que se trata de sacar una conclusión sustantiva acerca de un tema del mero hecho de que hay un desacuerdo acerca de él”[6].
Tenemos que en Irán o en el “Estado Islámico” donde se condena a muerte a personas por ser homosexuales (los cuelgan o los arrojan amarrados desde edificios de altura). ¿Acaso debemos abstenernos de emitir cualquier juicio moral apelando a que no podemos criticar de manera arrogante los valores ajenos a nuestra cultura? Pero, ¿acaso no existe un valor supremo y transcultural que es respetar la vida y la libertad de las personas?
Pasemos a revisar algunas consecuencias que se desprenden al aceptar el argumento falaz del relativismo cultural. En primer lugar, señala Rachels, no podríamos afirmar que las costumbres de otras sociedades son inferiores a las nuestras. Si en algunas culturas, como en Afganistán, existe una institución como “el bacha bazi”, donde los niños son prostituidos y vendidos como objetos sexuales, nosotros no podríamos criticar tal práctica ancestral, pelando a que sería mejor que el niño pudiese elegir su propio proyecto de vida, educarse y trabajar. Esto último sería una muestra de arrogancia “occidental” o “eurocéntrica”. Tampoco podríamos criticar la precaria situación de la mujer en algunos países islámicos donde, por ejemplo, cuando una mujer es violada esta es deshonrada y rechazada por su familia, por lo que la mujer desamparada termina casarse con su propio violador. No podríamos criticar los ataques con ácido a las mujeres en India o los “asesinatos por honor” en Pakistán.
Una segunda consecuencia que destaca Rachels es que sólo podríamos decidir si una acción es o no correcta consultando a los criterios de esa sociedad en particular. Esto está conectado con los ejemplos que dados más arriba. De acuerdo a esto, no podríamos pronunciar objeción alguna al régimen de esclavitud en Estados Unidos, la persecución de judíos en Alemania o el régimen del Apartheid en Sudáfrica. El “sociocrentrismo moral” nos impediría juzgar tales prácticas ya que sólo podemos evaluarlas desde la sociedad misma en que se practica. Una tercera consecuencia de aceptar el relativismo cultural es el rechazo de la idea de “progreso moral”. En otras palabras sería negar o subestimar los avances logrados por ejemplo: derechos de la mujer o derechos de los afroamericanos.
Personajes como Mary Wollstonecraft, Olympe de Gouges, Etta Palm, Martin Luther King, Malala Yousafzai, Suzette Jordan (1974-2015) no habrían tenido una mayor relevancia dentro de la historia moral de la humanidad, ya que el progreso moral en la historia humana no existiría. Para qué hablar del tema del derecho de los animales, se han dado importante pasos aunque aún queda mucho por hacer (para comenzar la prohibición de las corridas de toros). La idea de que no existe progreso moral me parece completamente errónea y si una persona realmente pensases eso entonces consideraría que la situación de la mujer no ha variado a lo largo de la historia.
Junto con el rechazo del argumento del relativismo moral, también defiendo la idea de que existen valores que podemos considerar transculturales. Decir la verdad es un valor que toda sociedad debe tener sino la misma posibilidad de la existencia de una sociedad sería imposible. Los hechos y normas morales existen y, como afirma Mario Bunge, estas normas morales no pueden estar escindidas de su contexto (tal como señalé en el comienzo de este escrito), ya que las normas morales deben ser utilizadas en la vida real. El filósofo español, Jesús Mosterín, establece una distinción importante entre moral y ética. La moral se refiere a un conjunto de normas y se encuentran condicionadas por una serie de factores. Escribe Mosterín:
“Las normas morales que uno tiene en ciertos momentos son convenciones que uno ha adoptado hasta ese momento, procedentes de fuentes diversas. Algunas normas nos las damos a nosotros mismos tras un proceso de reflexión, análisis y elección racional; otras las recibimos culturalmente de las modas, propaganda y predicaciones presentes en nuestro entorno; otras, finalmente, las absorbemos a través de la educación, el adoctrinamiento y el lavado de cerebro a que somos sometidos durante la infancia…”[7].
En lo que respecta a la ética, Mosterín explica que esta es una meta-moral, ya que la ética constituye el intento filosófico de iluminar racionalmente el proceso de deliberación moral. La ética entonces juega un rol fundamental en el desarrollo de una moral que pueda elevarse por encima de las particularidades culturales. Escribe Mosterín: “La ética introduce en nuestra reflexión moral valores de segundo orden, tales como la consistencia entre las máximas y la universalización relevante. Si dos de nuestras reglas morales se contradicen, hemos de renunciar al menos a una de ellas, o a las dos…”[8].
No se aboga aquí por la construcción de una ética científica ya que, como bien señala Mario Bunge, las verdades morales no se asemejan a las verdades científicas, ya que las primeras son contextuales, situacionales o relativas. Pero insistamos que en este carácter situacional no significa llegar a la conclusión de que todos los sistemas morales existentes son igualmente aceptables. La razón de esto es que Bunge defiende tanto el “realismo axiológico” (existen valores objetivos tanto como subjetivos) y el “realismo ético” (existen hechos morales y verdades morales). Al respecto escribe Bunge:
“Sin embargo, esta dependencia del contexto propia de las verdades morales no es absoluta: no implica la relatividad total defendida por los relativistas antropológicos y los constructivistas sociales. La razón de ello es que todos los códigos morales viables comparten ciertos principios, tales como los del respeto por los otros y la reciprocidad. En otras palabras, algunos derechos y deberes son fundamentales y por ende, transculturales y no negociables, en tanto que otros son secundarios y, por lo tanto, locales y negociables. El derecho a una vida que no sea dañina y pueda ser disfrutada, así como el deber de ayudar al necesitado cuando nadie más puede hacerlo, son absolutos y universales…”[9].
Por lo tanto, afirmemos junto a Bunge que desde la perspectiva del realismo axiológico, existen efectivamente algunos valores subjetivos, pero otros son objetivos debido a que se encuentran arraigados en necesidades biológicas y culturales (seguridad, paz, cohesión), de manera que la moral, a diferencia de la belleza, no está en el ojo del observador. La ética debe apuntar a solucionar problemas reales de la sociedad, es por ello que la indagación de la naturaleza, origen y función de los valores y la moral, pertenecía a la llamada filosofía práctica. Bunge considera esta última como una “tecnología filosófica” compuesta por cinco disciplinas normativas: axiología (teoría de los valores), praxiología (teoría de la acción), la ética (filosofía moral o teoría de la moral), la filosofía política y la metodología (o gnoseología normativa).
Bunge considera como tecnologías a estas cinco disciplinas debido a que se encuentran más relacionadas con el hacer que con el ser o el conocer, y con el hacer lo que es bueno y correcto a la luz del mejor conocimiento fáctico disponible. Otro conocido filósofo, me refiero a Hillary Putnam, también defiende la tradición de John Dewey, donde el eticista debe tener como objetivo contribuir a la solución de problemas prácticos y no elaborar un sistema. Ahora bien, Putnam defiende la idea de una ética sin metafísica. De acuerdo a lo anterior, afirmar que una aseveración moral es subjetiva u objetiva sobre una base metafísica es completamente vacía, ya que se deja de lado los detalles de la vida moral práctica.
No es lugar para discutir esta idea, pero basta señalar que aquí que rechazo esta perspectiva de Putnam y me adhiero a la de Bunge, es decir, no podemos prescindir de una metafísica entendida como aquella disciplina filosófica que trata de las características más generales de la realidad. Bunge no habla de una metafísica lúgubre como la de Hegel o cualquier otra desconectada con el mundo real, sino que nos habla de una metafísica compatible con el conocimiento científico, de manera que la metafísica vendría a ser una ontología o, como señala el filósofo argentino, una versión secular de la metafísica que estudia las características generales de la realidad: el cambio, el tiempo, la causalidad, la mente y la vida. Por esta razón considero que resulta problemático edificar una ética prescindiendo de la metafísica.
Palabras finales
En resumen, existen sin duda una pluralidad de sistemas de creencias, prácticas, costumbres y sistemas morales, pero tal dato no es un argumento para afirmar que los valores objetivos y transculturales no existen y que la moral sería algo completamente subjetivo, de manera que no podemos pronunciarnos sobre prácticas realizadas por otras culturas (menos enjuiciarlas) y no podríamos afirmar que en la historia humana han habido una serie de conquistas beneficiosas para la humanidad (desde el punto de vista moral), lo cual nos permitiría afirmar que ha habido un progreso moral en la historia humana.
Finalicemos con las siguientes palabras de Jesús Mosterín:
“La tradición puede explicar sociológicamente la existencia de ciertas normas o costumbres (mores) en un grupo social determinado, pero la tradición tiene valor nulo como justificación ética de nada. Las salvajadas más execrables son tradicionales allí donde se practican”[10].
[1] Norbert Bilbeny, Etica intercultural (España: Ariel, 2004), 16.
[2] James Rachels, Introducción a la filosofía moral (México: FCE, 2009), 56-57.
[3] Ibid., 57.
[4] Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos (España: Paidós, 1981), 512.
[5] James Rachels, op. cit., 59.
[6] Ibid., 44.
[7] Jesús Mosterín, Ciencia, filosofía y racionalidad (España: Editorial Gedisa, 2013), 69.
[7] Ibid., 70.
[8] Ibid., 70.
[9] Mario Bunge, A la caza de la realidad. La controversia sobre el realismo (España: Editorial Gedisa, 2007), 368.
[10] Ibid., 70.