Adam Smith: división del trabajo, egoísmo y complejidad
Adam Smith (1723-1790), profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, es considerado, aunque algunos lo cuestionan, como el padre de del liberalismo económico. No es el objetivo de este escrito discutir sobre el status de Adam Smith dentro del desarrollo del liberalismo económico, ya que me centraré exclusivamente en el tema de las causas y consecuencias de la división del trabajo, así como la complejidad del proceso producción e de intercambio. La primera edición del libro de Smith “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” se publicó el día 9 de marzo de 1776 en dos volúmenes. En el capítulo I del Libro Primero Smith señala que el progreso más importantes de las facultades productivas del trabajo, la aptitud, destreza y sensatez que con que este se dirige, parecen ser consecuencia de la división del trabajo. La división del trabajo trae entonces consigo un aumento proporcional en las facultades productivas del trabajo. En cuanto al principio que motiva la división del trabajo, Smith aclara que no es producto de la sabiduría humana que prevé los beneficios de la división del trabajo o como diría muchos años después Friedrich Hayek, la división del trabajo es parte de aquellos fenómenos que son fruto de la acción humana pero no del diseño del ser humano. Por el contrario, la división del trabajo es una “consecuencia gradual, necesaria aunque lenta, de una cierta propensión de la naturaleza humana que no aspira a una utilidad tan grande: la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra. Esto último es una característica particular del ser humano ya que nadie ha visto todavía “que los perros cambien de una manera deliberada y equitativa un hueso por otro”.
En una sociedad el ser humano necesita de los demás seres humanos y esto es también así en lo que respecta a la economía, específicamente el intercambio de bienes y servicios. Aquí entramos en un tema que se ha prestado para muchas confusiones, incluso entre reputados economistas, y es el tema del egoísmo. En los intercambios comerciales las personas no apelan a la benevolencia del otro sino que a su egoísmo y es este egoísmo, que hay que entenderlo más bien como amor propio, el que en gran medida mueve la producción y posterior intercambio. Si el lector decidiera renunciar a su trabajo debido a que le dejaron de pagaro le rebajar el sueldo en un 50%, ¿sería correcto llamarlo egoísta? ¿Acaso debemos pensar que el vendedor callejero que vende bebidas o helados en un día caluroso sale motivado solamente por saciar la sed de los consumidores o quizás esté interesado en ganar dinero? Citemos el célebre pasaje de Smith al respecto:
“No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero lo que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo depende principalmente de la benevolencia de sus conciudadanos; pero no en absoluto. Es cierto que la caridad de gentes bien dispuestas le suministra la subsistencia completa; pero, aunque esta condición altruista le procure todo lo necesario, la caridad no satisface sus deseos en la medida en que la necesidad se presenta: la mayor parte de sus necesidades eventuales se remedian de la misma manera que las de otras personas, por trato, cambio o compra. Con el dinero que recibe compra comida, cambia la ropa vieja que se le da por otros vestidos viejos también, pero que le vienen mejor, o los entrega a cambio de albergue, alimentos o moneda, cuando así lo necesita. De la misma manera en que recibimos la mayor parte de los servicios mutuos que necesitamos, por convenio, trueque o compra, es esa misma inclinación a la permuta la causa originaria de la división del trabajo”[1].
Este aumento considerable en la cantidad de productos que un mismo número de personas puede confeccionar como consecuencia de la división del trabajo, procede, señala Smith, de tres circunstancias. En primer lugar de la mayor destreza de cada obrero en particular, es decir, la destreza del obrero aumenta la cantidad de trabajo que puede efectuar, ya que la división del trabajo permite al obrero especializarse en unaoperación sencilla y hacer de esta su única ocupación. Smith otorga el célebre ejemplo de la fabricación de alfileres. Sucede que un obrero queno ha aprendido tal clase de tarea y no esté capacitado para manejar la maquinaria, por más que trabaje con diligencia y esfuerzo, sólo logrará producir una reducida cantidad de alfileres. Pero la situación cambia cuando dentro de este rubro las distintas labores se encuentran divididas:
“Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado de limar el extremo donde se va a colocar la cabeza: a su vez la confección de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los alfileres…En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieciocho operaciones distintas, las cuales son desempeñadas en algunas fábricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres operaciones”[2].
La segunda circunstancia es el ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una ocupación a otra: “Un tejedor rural, que al mismo tiempo cultiva una pequeña granja, no podrá por menos de perder mucho tiempo al pasar del telar al campo y del campo al telar”[3]. La tercera circunstanciaes la construcción de un gran número de máquinas que facilitan y abrevian el trabajo. El ser humano, escribe Smith, va adquiriendo una mayor aptitud para descubrir nuevos métodos para reducir el tiempo de producción de distinta clases de bienes. Así, muchas de las máquinas utilizadas en las manufacturas fueron en un comienzo invento de los artesanos que se ocupaban de esa específica labor, pues hallándose estos ocupados en una operación sencilla, “toda su imaginación se concentraba en la búsqueda de métodos rápidos y fáciles de ejecutarlas”. Pero añade Smith que mucho de estos progresos se deben también al ingenio de los fabricantes que han convertido la producción de máquinas en un negocio en sí mismo. También destaca el autor a aquellos “filósofos” u “hombres de especulación” que son aquellos “cuya actividad no consiste en hacer cosa alguna sino en observarlas todas y, por esta razón, son a veces capaces de combinar o coordinar propiedades de los objetos más dispares”[4]. Claro está que no basta con tener trabajadores especializados y un gran número de maquinarias ya que se precisa de un buen uso y combinación de los factores de producción: tierra, trabajo, capital y las habilidades empresariales. Años más tarde surgiría y aplicaría el denominado “taylorismo”, nombre que deriva de Frederick W. Taylor (1856 – 1915) quien llevó a cabo un estudio científico de la organización y producción con el objetivo de minimizar e idealmente eliminar todos aquellos movimientos del obrero considerados improductivos e inútiles para así aumentar la destreza del trabajador por medio de la especialización y sus conocimientos técnicos y bajar los costos de producción, estandarizar las tareas, medir la productividad del trabajador y remunerarlo de acuerdo a este criterio. Posteriormente alrededor de la década de 1970 surgiría el denominado “toyotismo” o “Toyota Production System” (TPS) que también apuntó, entre otras cosas, a disminuir costes y gastos, por ejemplo, en transporte, sobreproducción, inventarios, etc.
Tenemos entonces que la división del trabajo, la especialización, el ahorro de tiempo y la inversión en bienes de capital son cruciales para que una economía crezca y pueda producir mayor cantidad de bienes y servicios. Es la inversión en bienes de capital y, por supuesto, el ahorro previo como condición necesaria para cualquier proyecto de inversión a largo plazo, la clave para que una sociedad sea más rica. En otras palabras las sociedades no son más rica manteniendo bajos tipos de interés y expandiendo la masa monetaria, ya que eso sería pensar que dinero y riqueza son sinónimos, lo cual es una peligrosa confusión. Escribe Smith: “La gran multiplicación de producciones en todas las artes, originadas en la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada, a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo”. Pero en este proceso que por lo general las personas lo dan como algo normal, obvio y casi como algo dado, en realidad no es así, ya que cualquier política que interfiera con este proceso puede llevar a un país a una ruina económica, a la escasez de bienes y servicios, a una inflación creciente y al eventual empobrecimiento de la sociedad en su conjunto, tal como sucede en países como Venezuela, Corea del norte o Cuba. No hay que olvidar aquella famosa lección del economista francés Frederic Bastiat (1801-1850) sobre aquello que se ve y lo que no se ve:
“En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante”.
Nosotros como consumidores sólo vemos el queso y otros lácteos en las estanterías, pero no pensamos en todo el complejo proceso que hay detrás del mercado de los lácteos, es decir, hacer un ejercicio de retroceso desde las estanterías del supermercado, pasando por las lecherías hasta llegar a las vacas lecheras, sin entrar a considerar las tierras que hay que dejar para que estas se alimenten, las inversiones en analizadores de leche, artículos de limpieza y desinfección, bombas para descargar la leche, etc. A la vez estos equipos requieren de piezas que son fabricadas por otras industrias lo que viene a complejizar aún más el panorama. Esta misma complejidad la describió Leonard E. Read con su célebre "I, Pencil: My Family Tree” donde explicaba lo complejo que resultaba producir un lápiz grafito. Esta explicación sería posteriormente popularizada por Milton Friedman.
Pero lo que nosotros vemos es simplemente una caja de leche y suponemos que esta estará siempre disponible en el supermercado, lo damos por hecho. Sobre este mismo tema explica Adam Smith:
“…la chamarra de lana…que lleva el jornalero, es producto de la labor conjunta de muchísimos operarios. El pastor, el que clasifica la lana, el cardador, el amanuense, el tintorero, el hilandero, el tejedor, el batanero, el sastre, y otros muchos, tuvieron que conjugar sus diferentes oficios para completar una producción tan vulgar. Además de esto ¡cuantos tratantes y arrieros no hubo que emplear para transportar los materiales de unos a otros de estos mismos artesanos, que a veces viven en regiones apartadas del país!”[5].
Aquí entra en escena esa famosa metáfora de Smith de la "mano invisible" (Libro IV, Cap. II). Con esta metáfora podemos decir que Smith deja ver, en primer lugar, que el complejo proceso de mercado, la coordinación entre productores y entre productores y consumidores no es diseñada ni controlada por “alguien”, sino que es dejada al arbitrio de la oferta y la demanda. Nadie es lo suficientemente inteligente, ni siquiera una poderosa computadora logrará nunca hacerse con toda la información dispersa en la sociedad, menos fijar precios arbitrarios a bienes de consumo, bienes de capital y los distintos servicios que ofrecen las personas. Esa es la gran paradoja del mercado: tiende a funcionar mejor en ausencia de interferencias, lo cual no significa que el Estado debe desaparecer, todo lo contrario, Smith reservaba una serie de funciones como defensa, obras públicas y hacer respetar las leyes. El célebre filósofo francés, Michel Foucault (1926-1984) explicaba en una de sus lecciones en el Collège de France que no existía soberano en la economía y que era el rol de la mano invisible el descalificar al soberano político, así como a la posibilidad misma de un soberano económico. Además la mano invisible venía más bien a liberar al soberano de un peso tremendo que es el de controlar el proceso económico. Escribía Foucault haciendo eco de las ideas de Adam Smith:
“...el soberano no puede sino sentirse muy bien, pues queda «liberado de una tarea que no podría tratar de cumplir – la vigilancia de todos los procesos económicos – sin exponerse infaliblemente a ser engañados de mil maneras«...si el soberano, que es un hombre solo y que está rodeado de consejeros más o menos fieles, se propusiera la tarea infinita de vigilar la totalidad del proceso económico, resultaría sin duda engañado por administradores y ministros infieles”[6].
Asi, Foucault correctamente comprendió, a diferencia de muchos intelectuales franceses, que en economía no puede erigirse ningún dictador o soberano ya que el resultado será la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Concluye Smith que si nos detenemos a pensar en toda esta cadena de procesos interconectados e interdependientes, podemos percatarnos de que sin la asistencia y cooperación de millares de seres humanos, la persona más humilde no podría disponer de aquellas cosas que son consideradas como necesarias e indispensables, de manera que a la economía y el proceso de mercado no hay que concebirlo como un juego de suma cero, donde los que ganan solamente lo hacen aplastando a los demás, donde la riqueza de uno es a costa de el empobrecimiento de otros. En cuanto a los límites de la división del trabajo, Smith explica en el capítulo III estos son impuestos por la extensión del mercado, de manera que cuando este último es muy pequeño, entonces, nadie se anima a dedicarse por entero a una sola ocupación, por lo que la división del trabajo será menor. A medida que las sociedades crecen y se complejiza, la división del trabajo también experimenta un alto nivel de ampliación y complejización, ya que, por ejemplo, ahora ya no se trata de fabricar un arado de madera, sino que fabricar arados modernos que a su vez son tirados por tractores. No hay que ser economistas para percatarse que el sistema de producción del tractor y un arado moderno es más complejo y amplio que la fabricación de una arado de madera. La ingeniería agraria actual está a años luz de la rudimentaria técnica agraria en época de los romanos. Ahora bien con la implementación de nuevas tecnologías, el desarrollo naviero, la construcción de barcos de vapor, carreteras, vías férreas, ferrocarriles, túneles que atraviesan montañas y aviones, el mercado se amplía cada vez más.
Como puede apreciarse, siempre es útil regresar a los “clásicos” de la literatura económica ya que se pueden rescatar algunas lecciones que han sido olvidadas con el transcurso del tiempo.