4/5-¿Sé feliz y mantente positivo? (por Jan Doxrud)

4/5-¿Sé feliz y mantente positivo? (por Jan Doxrud)

Pasemos a abordar el lado oscuro o tiránico de la felicidad que, en realidad, es un problema generado por nosotros cuando hacemos de la felicidad nuestro único objetivo. Se puede caer en el extremo y obsesionarnos con la felicidad, con el ser y parecer feliz y que, paradójicamente, suceda todo lo contrario: seamos más desdichados, estemos más ansiosos y de angustiados. Es aquí cuando la felicidad puede transformarse en una tiranía que nos autoimponemos y cuando vivimos bajo el lema: “tengo que ser feliz, tengo que parecer feliz ante los demás, de manera que si no soy feliz, al menos aparentaré serlo”.

El problema es que si alguien “quiere ser feliz” o “se propone ser feliz”, es porque carece de algo. Así, tenemos que la felicidad es consecuencia de una necesidad, de una carencia, de un “algo” que nos falta, un vacío que debemos llenar. El problema, como ya señalé, es cuando las personas se obsesionan con sí mismas y con el tema de la felicidad. La ensayista y bióloga, Barbara Ehrenreich (1941-2022), explica en su libro “Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo” que existen dos acepciones para el denominado “pensamiento positivo”. La primera es simplemente lo que dice estas dos palabras, es decir, creer que todo va a estar bien en el futuro.. Ahora bien, la autora hace un precisión importante: no se debe confundir pensamiento positivo con esperanza.

De acuerdo con Ehrenreich, la esperanza “es una emoción, un anhelo, un sentimiento que no depende enteramente de nosotros”. Por otra parte, el optimismo “es un estado cognitivo, una expectativa consciente, que cualquiera puede alcanzar, en teoría, solo con ponerse a ello”. La segunda acepción de pensamiento positivo hace referencia a una “disciplina” y a la práctica de pensar positivamente. La autora relata su experiencia personal con el cáncer de mama y cómo en ese ambiente parecía reinar una especie de tiranía del pensamiento positivo. Así, palabras tales como “paciente” y “víctima” eran políticamente incorrectas “por su resonancia de autocompasión y pasividad”.

Ni siquiera existía un nombre para aquellas que no lograron sanarse y fallecieron producto del cáncer. Pero lo que ciertamente llamó la atención de Ehrenreich fue una especie de idealización del cáncer, es decir, no solamente aceptar que se tiene esa enfermedad, sino que verla como algo bueno hasta casi deseable. La autora cita algunos testimonios del libro The First Year of the Rest of My Life:

“Puedo decir con la mano en el corazón que ahora soy más feliz que nunca en mi vida: incluso que antes del cáncer de mama”.

“Para mí, el cáncer ha sido como una buena patada en el trasero que ha hecho que me replantee mi vida”.

Como asevera Ehrenreich no hay atisbos de queja alguna acerca de “el tiempo perdido, sobre la libido evaporada, sobre la permanente falta de fuerza en los brazos por culpa de la radiación o de los nódulos linfáticos extirpados”. Más adelante comenta un artículo (1997) de Jane Brody, una de las redactoras de la sección de salud del New York Times. Si bien la columnista se refería a los males físicos y emocionales derivados del cáncer de mama, a Ehrenreich le llama la atención que el escrito fuese  “una verdadera oda a los efectos positivos del cáncer, sobre todo del de mama”. Obviamente la autora no aboga por adoptar una actitud fatalista frente a esta clase enfermedades, pero tampoco forzarse a evadir los aspectos negativos y permitirse solo sentir cosas “positivas”.

Pero hay otro tema importante relacionado con esto, y es creer que el cáncer de mama puede superarse manteniendo una “actitud positiva”. ¿Por qué es un problema? En primer lugar porque pareciera dejar el peso de la responsabilidad en la persona afectada (o bendecida dirán los optimistas) por el cáncer y, en segundo lugar, no hay un vínculo causal rígido, lineal y directo entre tener una “actitud positiva” y el cáncer. Ahora bien, es primer problema mencionado puede también constituir – tal como afirma Ehrenreich – un factor de atracción para quien padece cáncer.  En palabras de la autora, “el que haya un vínculo entre los sentimientos subjetivos y la enfermedad le da a la paciente de cáncer de mama algo que hacer”.

Barbara Ehrenreich

Ehrenreich cita el trabajo del psicooncólogo James Coyne (1947-2024) de la Universidad de Pensilvania, quien cuestiona, por la falta de evidencia, la relación entre la “actitud positiva” y el estado emocional con el cáncer. Para Coyne el bienestar emocional no tiene un efecto en el resultado del cáncer, por lo que la supervivencia a esta enfermedad es un tema  biológico. De acuerdo con esto las intervenciones de índole psicológicas no prolongan la supervivencia del enfermo. Lo anterior es importante si consideramos la presión generada sobre los enfermos de cáncer, vale decir, ese deber de tener que mantener una “actitud positiva”. El lado oscuro de esto es que, quienes padecen cáncer, comiencen a sentirse culparse por ser pesimistas e incluso asumir la culpa si la enfermedad no desaparece.

Esta conclusión puede resultar ser difícil de digerir, puesto que la idea de que nuestros estados emocionales influyen en el cáncer otorga a quien lo padece un margen de acción para influir en la evolución de la enfermedad. Pero, lamentablemente, no hay que confundirse con “sentirse bien”, ya sea asistiendo a psicoterapia o asistiendo a grupos de apoyo, con creer que ese estado emocional ejercerá algún tipo de influencia sobre mi enfermedad.

Otra académica e investigadora citada por Ehrenreich es Penelope Schofield, quien dirige el “Behavioural Science in Cancer” del Peter MacCallum Cancer Institute.  La psicóloga se pregunta si tiene algún  valor fomentar el optimismo en un paciente si eso implica que este tenga  que disimular su angustia pensando equivocadamente que así vivirá más. Junto con esto añade: “Si un paciente se siente generalizadamente pesimista […] es importante reconocer que esos sentimientos son válidos y aceptables”.

Ehrenreich también cita las palabras de Cynthia Rittenberg – enfermera de oncología – para quien la exhortación de “pensar positivo” pone una carga más en el paciente que ya está sobrepasado. Lo mismo  afirmaba una de las fundadoras del campo de la psicooncología, Jimmie C. Holland (1928-2017) para quien se estaba llevando a cabo un proceso de “culpabilización de la víctima”. Ehrenreich cita las siguientes palabras de Holland:

“Hace unos diez años empecé a ver claramente que la sociedad estaba arrojando otra carga injusta e inoportuna sobre los pacientes, una carga que parecía venir de las creencias populares sobre la conexión cuerpo-mente. Los pacientes empezaban a venirme con historias sobre amigos bienintencionados que les habían dicho: ‘He leído todo lo que se ha escrito sobre esto, y si tienes cáncer es porque debes de haberlo deseado’. Y todavía era más estremecedor que algunos te dijeran: ‘Sé que tengo que ser positivo en todo momento, y que es la única forma de enfrentarse al cáncer… pero me resulta tan difícil… Sé que si me entristezco o tengo miedo o estoy alterado, estoy haciendo que el tumor crezca más rápido y acortando mi vida’”.

Ehrenreich, en su libro, aborda también como este fenómeno del pensamiento positivo ha permeado la sociedad en general, especialmente la estadounidense. La autora nos recuerda que existe toda una tradición al respecto, por ejemplo (y sin ir más lejos) tenemos el caso de Napoleón Hill y el libro que hasta nuestros días se venden en las librerías: “Piense y hágase rico” (1937). El lector puede dar una mirada solamente al índice y verá que poco hay de economía y disciplina financiera y más de pensamiento mágico en donde los pensamientos prácticamente ejercen un poder enorme sobre la realidad.

En el libro se nos dice que los pensamientos son cosas y que el “deseo” (ardiente)y la visualización juegan un papel primordial a la hora de ser ricos. El único problema con el libro es que carece (al igual que el de Byrne que veremos a continuación) de lo mismo que carecen los columpios: respaldo.

 A esta creencia en el poder del pensamiento positivo subyace toda una visión de mundo, así como también una antropología (visión del ser humano) bastante particular (por ejemplo, un dualismo radical entre mente y cuerpo).  La autora trae a la palestra a Rhonda Byrne y su popular libro “El Secreto” y la idea de la existencia de una “ley de la atracción” y la fe en que si deseamos algo y decretamos tenerlo, con el tiempo se dará. El lector puede consultar el sitio web de la autora y de entrada se encontrará con la siguiente frase:

¿Puede algo tan simple cambiar tu vida? Sí, puede. Decide ahora mismo que te vas a sentir bien. Proponte sentirte bien hoy y mañana. Visualízate sintiéndote bien. Y cada vez que pienses en ello, recuérdate sentirte bien ahora. ¡Eso es todo, tu vida ha cambiado!

Incluso se nos informa del último lanzamiento de Byrne que son las “Tarjetas de Manifestación Secreta”, consistente en un conjunto de barajas con 65 enseñanzas sobre la “Manifestación”. Dentro de este mundo de “El Secreto” la “Manifestación” – se nos dice –  es el “arte de atraer intencionalmente a tu vida aquello que deseas”. ¿Cómo? Muy simple, aprovechando la ley más poderosa del universo: la “Ley de la Atracción”.  

En su libro “El Secreto más Grande”, Byrne nos da a entender que, con la lectura de su obra, se nos guiará por el camino para “salir de la negatividad, de los problemas y de todo aquello que no quieres (…)” para así poder encaminarnos “hacia una vida de felicidad y gozo perpetuos”. Hoy en día abundan los coach o “entrenadores” (no suena muy atractivo en español) que te enseñan cómo ser feliz, ya sea en tu vida personal o laboral. Podemos encontrar sitios web con nombres tales como “mereces ser feliz”, “la alegría de ser feliz”, “Happiitude”, etc.

Pero el tema de la felicidad no solo ha sido capitalizada por motivadores, coach y autores “New Age”, puesto que también pasó a ser un tema central en la psicología. Esto daría origen a la denominada “psicología positiva” (PP) cuyo principal referente es el académico de la Universidad de Pensilvania, el psicólogo Martin Seligman. Como explican Edgar Cabanas y Eva Illouz en su libro “Happycracia” esta rama surgió oficialmente en el 2000 con el “Manifiesto introductorio a una psicología positiva” de Seligman y que fue publicado en el American Psychologist.

Aquí el psicólogo relata la “epifanía” que dio origen a la PP cuando su hija de 5 años, tras un regaño de parte de Seligman, le dio a entender que ella había decidido dejar de quejarse y que él también podía dejar de gruñir. Como destacan los Cabanas e Illouz, Seligman afirmaba que él no había escogido a la PP sino que esta última la que lo había llamado, de la misma manera en que la zarza ardiendo había llamado a Moisés. La ya mencionada Sonja Lyubomirsky explica en el prólogo de su libro “La ciencia de la felicidad”, que la psicología positiva pretende ir más allá del “enfoque tradicional” centrado en superar puntos débiles y curar patologías.

Por su parte, el catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, Marino Pérez-Álvarez, nos aporta algunos en lo que respecta al origen (y oitros muchos más sobre el lado negativo de la psicología positiva que veremos más adelante). En su paper titulado “La psicología positiva: magia simpática”, nos relata como Seligman – electo presidente de la APA en 1997 – comenzó a recibir millonarias donaciones, entre las cuales destaca la Atlantic Philantropies, John Templeton Foundation, Annenberg Foundation Trust, Mayerson Foundation y la Gallup Organization.

Añade el mismo autor que en el año 2011 Seligman dio un giro con la publicación de “La vida que florece”, puesto que puso en el centro ya no la felicidad, sino que la teoría del bienestar centrada en el crecimiento personal. Los elementos del bienestar son 5: emoción positiva, la entrega o el fluir, el sentido, los logros y las relaciones. Como comenta Ehrenreich, el nacimiento de esta rama de la psicología tuvo muchos beneficiarios más allá de la disciplina misma:

“Para cualquier conferenciante motivacional sin carrera, coach o profesional autónomo de la autoayuda, aquello fue como una bendición: ya no había que andar invocando figuras divinas ni fuerzas paranormales como la ley de la atracción, para explicar que los pensamientos positivos tienen un vínculo con que las cosas salgan bien; ya podían apoyarse en ese leitmotiv del discurso racional y objetivo: “Hay estudios que demuestran(…)”.

Por su parte, Cabanas e Illouz también comentan sobre los beneficiarios de este auge de la industria de la felicidad:

“Toda la esfera no académica de profesionales psi que se habían hecho un hueco importante en el mercado terapéutico durante las décadas anteriores, incluyendo autores de libros de autoayuda, especialistas del coaching, conferenciantes motivacionales y formadores y consultores de empresas, también sacaron partido de la situación”.

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