13/15-Apuntes sobre Immanuel Kant. La Crítica de la razón práctica (por Jan Doxrud)
En resumen, he señalado que existen casos en que las máximas de una acción se pueden universalizar y, sin embargo, la acción es inmoral y otros casos en que las máximas no se pueden universalizar y, sin embargo, es lo que corresponde hacer. En cualquiera de estos dos casos es suficiente para invalidar el criterio de universalización de la máxima, ya que esta no puede admitir excepción alguna. Frente a esta moralidad abstracta se puede proponer, como lo hizo Frondizi, una universalidad situacional, debemos aceptar que en ciertos casos deben haber excepciones como la del campesino y su hijo pero eso no significa que debamos universalizar la falsa promesa. En palabras de Frondizi:
“Kant se halla prisionero de una psicología un tanto simplista. Su ética supone una psicología en que la personalidad se divide en sensibilidad, razón y voluntad. La voluntad contempla la lucha entre la sensibilidad y la razón. La sensibilidad tiende hacia el mal, y la razón señala el camino del bien”[1].
Pero como señala el mismo autor, los problemas morales no son tan sencillos. No es una especie de lucha entre el deber y las inclinaciones lo que da carácter dramático a las preocupaciones morales, sino el conflicto entre dos deberes. Para ejemplificar esto, tomemos el ejemplo real que nos da Frondizi sobre John y su reclutamiento para combatir en la guerra de Vietnam. El lector podría pensar en otras guerras, podríamos actualizar el ejemplo y proponer como escenario a Irak o Afganistán.
Resulta que John es un ciudadano norteamericano orgulloso de su patria, del bienestar y libertad que le proporciona. Un día recibe una notificación donde debe reclutarse en el ejército y que debe luchar en la ya invadida y ocupada Irak. Imaginemos que John no puede evadir esta responsabilidad. Piensa que Estados Unidos ha tenido un rol preponderante a lo largo de la historia como cuando intervino en la Primera y Segunda Guerra Mundial Pero en esos caos, piensa John, la causa de guerra eran legítimas. Los alemanes durante la primera guerra mundial declararon una guerra sin cuartel donde sus submarinos hundieron todo cuanto negaba a su paso, incluido cruceros con pasajeros como el Lusitania.
Pero lo principal es que la Alemania de Guillermo II representaba, por así decirlo, los antivalores de la nación estadounidense. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ayudó a vencer a un régimen nefasto para la humanidad. Ahora bien, esta guerra de Irak parecía ser algo diferente. Es verdad que durante años gobernó un dictador sanguinario que reprimió a cualquiera que osara oponérsele y que es conocido por su ataque con armas químicas a la población kurda.
Pero también es cierto que finalmente las causas por las cuales su país atacó Irak fueron inventadas, nunca se demostró que Irak tuviese armas de destrucción masiva ni el vínculo entre ese país y la red terrorista Al Qaeda. John sospecha que existían otros intereses detrás de esta invasión, quizá era el apoderarse de los yacimientos petrolíferos. ¿Habrían atacado Irak si este país no hubiese tenido petróleo? John se encuentra entre un mar de preguntas, acerca del justificativo moral que su país tiene de participar en la guerra y sobre los intereses que están en juego.
Si John llega a la conclusión de que es una guerra injusta, se encuentra ante un dilema moral y se vería en la necesidad de seguir a Thoreau, en el sentido de violar la ley cuando esta me obliga a convertirme en un agente de la injusticia. ¿Debe responder John al llamado de su patria cualquiera sean las circunstancias? ¿Acaso debe seguir el slogan “¿Mi patria, tenga o no razón”? ¿Qué valor puede tener esto para John? Es seguro que se burlaría si se tratase de elevar este slogan a un principio universal.
Ser patriota no es ser un mero siervo obediente de su país sino que es evitar que este caiga en un error y que comprometa la seguridad de la nación y sus ciudadanos. ¿Podría la ética kantiana ayudar a John? Él podría aplicar el criterio de la universalización de la máxima, por ejemplo: “Cuando la ley jurídica me ordena algo, debo obedecer lo que me indica”. Podemos también hacer la contraprueba, donde la máxima diría: “Cuando la ley jurídica ordena algo que considero injusto, no debo obedecerla”.
Pero como Frondizi explica que esta máxima no se puede universalizar ya que todo el ordenamiento jurídico se vendría abajo. Por lo tanto, ¿debemos concluir que John debe ir al campo de batalla sin pensarlo? Desde el punto de vista legal, por supuesto que debe hacerlo, pero eso no es lo que le preocupa a John, su problema es de índole moral. Si para John la guerra es injusta, llega a la conclusión de que no debe participar porque no se debe matar injustamente, y esa máxima puede universalizarla.
¿A qué conclusión llegamos? A una muy extraña, que es que dos acciones incompatibles pueden ser universalizables. La doctrina de Kant deja a John en la más completa perplejidad. Así, es necesario encontrar otro criterio para determinar la superioridad de un deber sobre otro. Para esto es necesario examinar el problema axiológico (sobre los valores) para poder esclarecer este problema.
Otras críticas a la ética kantiana vinieron desde la psicología y la sociología, quienes consideran la moral como un fenómeno social. Tomemos el caso del distinguido sociólogo y antropólogo francés Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939). No entraré en detalle sobre este tema sino que me referiré a algunos aspectos fundamentales. Lévy-Bruhl repudia la moral teórica que se apoya en dos postulados que los asumieron como verdaderos sin llevar a cabo un previo examen.
El primer postulado consiste en suponer que la naturaleza humana es idéntica en todo tiempo y lugar, es decir, es inmutable. Los principios éticos de Kant se aplican a todo ser racional, su idea de naturaleza humana se fundamenta en una gnoseología racionalista, de acuerdo a la cual “sólo puede haber conocimiento de lo inmutable, general, eterno, como es una esencia, forma o idea en el sentido platónico”[2]. Estamos ante un hombre bastante específico: es el griego, no el bárbaro, es el hombre civilizado, no el primitivo. Pero como escribió Frondizi: “Pero el hombre europeo, blanco y civilizado, ha dejado de representar a la humanidad. El mundo se amplió geográfica e históricamente. La antropología comparada y la historia muestran hoy las diferencias entre los hombres y sus modos de vida”[3].
Lévy-Bruhl es partidario de sustituir las abstracciones y las especulación por el examen de la realidad. La moral es un hecho social que depende de otros hechos sociales, por lo que hay que estudiarla como un fenómeno empírico. El segundo postulado sobre el que se fundamenta la moral teórica es la concepción de una conciencia orgánica homogénea que forma un todo armonioso. En este caso se debe proceder de la misma manera, reemplazando al hombre abstracto por el hombre como una realidad concreta inserto en un medio específico.
De esto se sigue que en lugar de esa conciencia orgánica y homogénea, nos encontramos ante una masa heterogénea de ideas, creencias y actitudes que no tienen más unidad que el darse en una conciencia[4]. Lévy-Bruhl pretendió liberar a la moral del carácter mítico, religioso y oscuro de sus principios, para de esa manera transformarse en un fenómeno social. De esta manera reemplaza la “moral teórica” por una ciencia positiva de las costumbres, una física moral. Así como la física se fundamenta en las matemáticas, esta ciencia de las costumbres se fundamenta en las ciencias históricas.
Además de esta física moral debe haber un arte moral racional. Este último tiene la función de aplicar el conocimiento que se adquiere acerca de la moral como fenómeno social, el origen y las causas de los deberes y obligaciones. Pero este arte moral racional no tiene un carácter universal ya que la moral varía de una sociedad a otra.
“El arte moral racional no pretende cambiar la moralidad de toda la humanidad.. En primer lugar porque la sociología no estudia el fenómeno moral universal, sino el de las sociedades secretas. En segundo término porque cada sociedad tiene…una moral distinta, como tiene una lengua o un arte distintos”[5].
Dejemos a Lévy Bruhl. Otros críticos de la ética de Kant fue el filósofo alemán Max Scheler (1874-1928). El error fundamental de Kant de acuerdo a Scheler, consiste en que para el primero toda ética material sólo tiene validez inductiva, empírica y a posteriori. Esto lleva a Scheler a preguntarse si acaso no existen intuiciones éticas materiales. Scheler llega a la conclusión de que la identificación de lo a priori y lo formal es un error básico de la doctrina kantiana. Sólo dejando atrás ese prejuicio se puede construir una ética material a priori.
Kant deja de lado aspectos que para Scheler son fundamentales como la fenomenología del valor y la fenomenología de la vida, que también deben considerarse como un dominio de objetos e investigaciones autónomas e independientes de la lógica. De esa manera Scheler propone una ética material de los valores que es formal o a priori. Para lograr esto, Scheler tuvo que introducir una suerte de cuña entre el mundo inteligible y sensible: el mundo de las tendencias y de la intuición intelectual. Scheler también criticó fue el que Kant pensase que toda ética material ha de ser forzosamente ética de bienes y fines.
Para el primero existe una región ontológica o ámbito de los valores y no por ello pierde su a prioridad. En parte, la ética de Scheler tenía como objetivo superar el relativismo historicista que predominaba en Europa. Si no se disponía de un ámbito axiológico puro, de acuerdo a nuestro filósofo, resultaría imposible toda suerte de crítica del mundo bienes existentes en cada época. La obra de Scheler es compleja y para quienes quieran profundizar en ella pueden leer su obra El formalismo en la ética y la ética material de los valores, donde critica el enfoque ético formal de Kant.
En resumen, el imperativo categórico de Kant no es la famosa regla de oro que dice que tratemos a nuestros congéneres de igual forma a como quisiera ser tratado yo. Mientras el imperativo categórico se abstrae de las contingencias, la regla de oro depende de hechos contingentes, por lo que puede variar de acuerdo a las circunstancias. Entonces, ¿cómo es posible que lleguemos todas las personas, provenientes de diferentes lugares, a un mismo imperativo categórico? Sucede que la ley moral no es escogida como los individuos de acuerdo a nuestros propios intereses, sino que la escogemos como seres racionales que somos, que participamos de la razón práctica pura.
De esta manera, a medida que ejercitemos la razón práctica pura, vamos a llegar a las mismas conclusiones. Esto fue, como señalé anteriormente, lo que criticaba Lévy-Bruhl, ya que Kant, como antropólogo de salón, creía que toda la humanidad llegaría a los mismos imperativos categóricos. En relación a la libertad, Kant reconoce que como seres humanos pertenecemos por un a parte al mundo sensible y, por lo tanto, estamos sujetos a las leyes de la naturaleza.
Pero, por otra parte, también pertenecemos al mundo inteligible, sujeto a leyes que se fundamentan en la razón, independientes de la naturaleza. ¿Habrá vivido Kant fiel a su propia ética? En una ocasión se vio en una situación comprometedora cuando sus escritos sobre religión estuvieron bajo la lupa de Federico Guillermo II y sus censores. En respuesta, el filósofo prusiano escribió que él, como fiel súbdito de Federico Guillermo II, desistiría por completo de toda disertación pública o publicación escrita sobre religión. Sucedió que poco después el monarca falleció y Kant se vio libre de su promesa. ¿Actuó mal Kant? De acuerdo con él no, ya que dejo claro que no escribiría sobre religión, mientras fueses fiel súbdito de su Majestad.
[1] Ibid., 104.
[2] Ibid., 114.
[3] Ibid.
[4] Ibid., 115.
[5] Ibid., 119.