Lecturas complementarias
(1) Occidente: autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud)
(2) Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa (por Jan Doxrud)
1/2-Libro: La guerra contra Occidente de Douglas Murray (por Jan Doxrud)
En estos dos artículo examinaré algunos de los capítulos e ideas centrales planteadas en el libro de Douglas Murray titulado “La guerra contra Occidente. Cómo resistir la era de la sin razón”, publicadopor la editorial Península (2023). Este libro se inserta dentro de una interesante lista de libros que han sido publicados y que tienen en común la defensa del legado de la civilización Occidental u “Occidente” (que, a su vez, se ha nutrido de tradiciones como el cristianismo, de Greco, Romano, cultura germánica e incluso de intelectuales musulmanes). Junto con lo anterior, también se defiende el legado de la Ilustración que promueve el Estado laico, la tolerancia, la libertad de conciencia y de expresión, el pluralismo y el racionalismo científico entre otros elementos. Tales obras van dirigidas contra los “enemigos de Occidente” que incluye la denominada posmodernidad, la izquierda radical, el constructivismo radical, el idealismo, las políticas identitarias, estudios de género y poscoloniales. Como escribió el intelectual francés, Pascal Bruckner, el antioccidentalismo es una tradición europea que puede retrotraerse a Michel de Montaigne (1533-1592) pasando por la intelectualidad francesa donde destaca la figura de Sartre (1905-1980)
Dentro de estas publicaciones podemos mencionar (para que el lector pueda consultarlos) son: “La tabla rasa” (Steven Pinker) ,“En defensa de la Ilustración” (Steven Pinker), “racionalidad” (Steven Pinker), “la tiranía de la penitencia” (Pascal Bruckner), “Occidentalismo” (Ian Buruma y Avishai Margalit), “El espíritu de la Ilustración” (Tzvetan Todorov), “Más allán de las imposturas intelectuales” (Alan Sokal), “El miedo al conocimiento” (Paul Boghossian) y “Malcriando a los jóvenes estadounidenses” (Jonathan Haidt y Greg Lukianoff).
En cuanto al autor, Douglass Murray, es un periodista e intelectual público muy activo en los medios de comunicación, conferenciante y que ha trabajado para medios como el “The Sunday Times”, “The Spectator” y “The Wall Street Journal”. Murray también ha publicado otros tres libros: “La extraña muerte de Europa: identidad, inmigración, islam” (2019), “Masa enfurecida: cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura” (2020) y “Boisie: the tragic life of Lord Alfred Douglas (2000).
Pasemos a examinar el libro. Antes de comenzar sugiero al lector comenzar por mis artículos titulados “Occidente: Autoflagelo y el monopolio de la culpa” que dejaré al final del presente artículo. También dejaré otros de mis artículos que pueden complementar al presente artículo que está leyendo.
Entrando en materia, el autor ya en las primeras líneas de la introducción afirma que existe una guerra contra Occidente. Ahora bien, se trata de una guerra particular puesto que una de “carácter cultural y despiadada contra las raíces de la tradición occidental y contra todo lo bueno que esta ha dado de sí”. Esta guerra no busca solamente denunciar el pasado de las naciones occidentales, sino que también atacar su legado en diversos ámbitos. Esta oleada antioccidental, de acuerdo al autor, se remonta al menos al período de descolonización, es decir, al período post segunda Guerra Mundial cuando las colonias en Asia y África comenzaron a independizarse de los europeos
El punto es que Occidente recibe un “trato especial” puesto que se lo sienta en el banquillo de los acusados para que pueda expiar todos sus pecados pasados, presentes y, ¿por qué no?, futuros. Occidente carga así con la culpa de la esclavitud, el imperialismo, el genocidio y el racismo, lo que transforma a la civilización occidental en un verdadero monopolista de todo lo malo y aberrante que existe en el mundo. Por otro lado, y como señala Murray, hablar de manera crítica sobre cualquier otra sociedad o cultura que no sea occidental es algo que se ha vuelto inaceptable y políticamente incorrecto. Esa “otredad”, culturas y tradiciones que se encuentran fuera de las fronteras geográficas y mentales de Occidente deben ser dejadas en paz y recibir un trato privilegiado.
Este antioccidentalismo disfruta pintar un panorama dantesco en lo que respecta a la igualdad racial en los países occidentales, como si no se hubiesen logrado grandes avances en esta materia. Así, los países de occidente serían por definición racistas y todas las otras formas de racismo existente en países árabes, India, China o países del continente Africano, quedan fuera de la lupa inquisidora y enjuiciadora. Como bien señala el autor, se da la paradoja de que recibimos todos los días un informe de por qué en los países en donde hay menos racismo y en donde es más aborrecido, son los más racistas por antonomasia.
En suma este libro aborda, en primer lugar, lo que pasa cuando uno de los bandos – en este caso occidente junto a los principios que ha promovido – se rinde antes de tiempo ante su adversario. De acuerdo a esto, algunos países occidentales junto con sus políticos, intelectuales, académicos y personalidades del mundo del arte, han interiorizado esta culpa exclusiva que el adversario le ha atribuido una y otra vez. Sumado a esto tenemos a una contraparte que hace de la victimización una forma de vida a partir de la cual reclama derechos, privilegios, beneficios, y excepciones. En segundo lugar el autor aborda otro tema clave y es que los antioccidentalistas ofrecen como alternativa al paradigma occidental todo aquellos que no sea occidental, por ejemplo, las prácticas de pueblos nativos los cuales son absurdamente idealizados y romantizados.
Un caso emblemático es el de la académica y ex presidenta de la Convención Constitucional en Chile: Elisa Loncón. En una exposición y conversatorio en el Harvard Radcliffe Institute llama la atención el uso grotesco que hace la académica de los estereotipos y perjuicios. En pocas palabras Loncon nos presenta a los pueblos originarios como una suerte de comunidad espiritual y sabia, frente a un mundo occidental explotador y materialista. Pero no solo eso, ante la pregunta de por qué miembros de los pueblos originarios rechazaron la propuesta constitucional (que apoyaba Loncón) ella se limitó a responder que aquellas comunidades habían sido víctimas del pensamiento occidental lo que significó la pérdida de la “manera de pensar aborigen”. No está de más preguntarse si quizás no cabía la posibilidad de que a aquellas personas simplemente no les gustó la propuesta constitucional. Junto con esto habría que preguntarle a Loncón cuál por qué aceptar la propuesta constitucional estaría más cerca de una “manera aborigen de pensar” y qué significaría una “manera aborigen de pensar” que, al parecer ella sabe, y los demás no. Pero obviamente estas son preguntas retóricas, puesto que las palabras de Loncón son meras falacias en donde simplemente camufla sus preferencias políticas e ideológicas con ese manto del discurso indigenista y poscolonialista. En suma, Loncón cae en ese colectivismo en virtud del cual el individuo, por ejemplo un mapuche, debe pensar de una manera determinada (la que anhela Loncón), puesto que de lo contrario sería una suerte de traidor del colectivo indígena ya que no piensa “de manera aborigen”. La académica Elisabeth Roudinesco, en su libro "El yo soberano”, destaca cierta paradoja de los casos de Loncon y otros intelectuales antioccidentales. Esta consiste en que tales intelectuales acuden a universidades de elites en países extranjeros desde donde denuncian la supuesta opresión que sufren de aquello que denominan como Occidente. Haciendo cita las palabras del académico de la Universidad de París, Thomas Brisson:
“En efecto (…) llama la atención que los cuestionamientos más radicales no procedan de los individuos con más arraigo en su tradición original, sino de unos intelectuales occidentalizamos, formados en los centros de estudios y en lenguas europeas o afincados en las universidades de Europa y Norteamérica (…) Se perfila así una paradoja: en un contexto de descentramiento del mundo, son unos intelectuales instalados en pleno corazón de Occidente los que con más dureza lo critican”.
Tenemos pues que, por un lado, se demoniza al extremo a Occidente y, por el otro, se idealiza hasta el extremos a todas aquellas culturas que no sean consideradas como occidentales. Más grave aún, Murray afirma que las propias personas que habitan en el mundo occidental conocen muy poco de la historia de Occidente y poco saben también de lo que sucede en aquellos países que son considerados como no occidentales. Lo perjudicial de esto es que ayuda a que los enemigos de occidente ganen terreno y logren inculcar un sentimiento de culpa a las personas pertenecientes al mundo occidental. Otra idea importante del libro es que detrás de este odio de Occidente subyacen otros odios, como por ejemplo el anticapitalismo y el sesgo antilibre mercado los cuales son asociados con los países europeos y Estados Unidos. En palabras de Murray:
“Pero quienes odian a Occidente siempre odian el capitalismo occidental y están dispuestos a alabar o a hacer la vista gorda ante los fiascos de cualquier otro sistema económico; lo que sea con tal de presentar el capitalismo de libre mercado como un tentáculo más del colonialismo y la opresión de Occidente.”
En el capítulo 1, que aborda el tema de la raza, Murray centra su atención en la “teoría crítica de la raza” (TCR) y cómo fue penetrando en el mundo universitario a partir de la década de 1960. El punto no es la disciplina en sí misma sino su idea de que cualquier progreso en materia racial en los Estados Unidos es una ilusión. Como señala Murray, cuantos más rastros de “racismo invisible” más populares se volvían sus adherentes que, por lo demás, se transformaron en verdaderas sectas activistas. Con el tiempo este movimiento se volvió cada vez más dogmático y reduccionista en el sentido de su evidente obsesión por la raza y el poder, el analizar la sociedad en términos puramente raciales y el demonizar al “blanco” como un ser intrínsecamente maligno. Pero para estos activistas solo el blanco puede ser racista puesto que son los que detentan el poder de manera que solo estos podían ser racistas, comenta Murray.
Un caso emblemático fue el de una desconocida académica de nombre Robin DiAngelo (quien es “blanca”) la cual, en el año 2018 público un libro en donde compilaba varios artículos bajo el título de “Fragilidad blanca”: ¿Por qué es tan difícil para los blancos hablar sobre el racismo”. En este libro se denuncia una suerte de maldad intrínseca en el “hombre blanco” y los invita a realizar un autoexamen sobre lo que ha significado ser blanco en los Estados Unidos. Una falacia que comete la autora es el de generalizar o incurrir en la falacia de la composición a saber: inferir que lo que es verdadero para una parte del conjunto, lo es también para el conjunto.
Como señala Murray, la autora cree saber lo que los blancos piensan, creen y hacen. Peor aún, la misma autora es consciente de su generalización y parece no perturbarla. El punto es que la autora cree que los blancos son intrínsecamente racistas y que no existen fuera del sistema de la supremacía blanca. Esto es similar al análisis marxista en donde los individuos quedan engullidos en la “clase social” lo cual tuvo terribles repercusiones en la práctica como cuando Lenin, Stalin o Mao inventaban grupos sociales dentro de los cuales colocaban a sus enemigos para deshacerse de estos (pequeño burgués, kulak, etc).
Otro autor que aborda el libro de DiAngelo es el lingüista John McWhorter, en un artículo publicado en “The Atlantic” titulado “The Dehumanizing Condescension of White Fragility”. El autor también se refiere a las generalizaciones realizadas por DiAngelo y afirma que a pesar de esto la autora nada de aquello “parece haberla llevado a mirar hacia adentro”. Añade que la autora se ve a sí misma como “portadora de una sabiduría exaltada” que sus objetores no logran percibir, “cegados por su racismo interior”. Así, McWhorter califica a DiAngelo como una proselitista y, en lo que respecta al contenido del libro, el lingüista estadounidense afirma que se encuentra “repleto de afirmaciones que son simplemente incorrectas o extrañamente desconectadas de la realidad”. McWhorther nos proporciona el siguiente ejemplo sobre esto:
“Más adelante en el libro, DiAngelo insinúa que, cuando las mujeres blancas lloran al ser llamadas racistas, los negros recuerdan a las mujeres blancas que lloran mientras mentían sobre haber sido violadas por hombres negros hace eones. Pero, ¿cómo iba a saber ella? ¿Dónde está la evidencia de esta afirmación presuntuosa?
En relación con la población afroamericana, McWorther es tajante al afirmar que existen pocos libros sobre el tema racial en donde se infantiliza más a este sector como es el caso del de DiAngelo. O quizás, continúa señalando McWorther – y de aquí se explica el título del artículo – lo que hace DiAngelo es deshumanizar a los afroamericanos y, podemos añadir, la autora simplemente crea un estereotipo tanto de los afroamericanos así como también de los blancos que sea coherente con su narrativa que carece de evidencia.
Murray cita el caso del libro de Ibram X. Kendi titulado “Bebé antiracista”. Este fue el mismo autor que hizo noticia cuando atacó – por medio de Twitter – a la abogada y jueza asociada de la Corte Suprema de los Estados Unidos, Amy Coney Barret. ¿La razón del ataque? Sucede que la jueza conservadora tiene 7 hijos y, al parecer, lo que perturbó a Kendi es que 2 de estos sean haitianos. Kendi homologó a Barret con los “colonizadores blancos” que también adoptaban niños afrodescendientes y que los civilizaban para que asumieran una forma de vida propia del hombre blanco. Añadía paralelamente eliminaban a sus padres biológicos de la imagen de la humanidad. Luego continuaba explicando en esta red social que no se trataba de que fuera la jueza Barret sino que de un fenómeno general en donde el blanco cree que, por el hecho de adoptar a un niño afrodescendiente, entonces no era racista.
Afortunadamente el autor fue criticado pero, más allá de este caso particular, lo relevante son las lecciones que podemos sacar de este caso. En primer lugar esta esta obsesión por la raza y el poder, y el visualizar la sociedad únicamente a través del prisma de la raza, como antaño lo hacían los marxistas, pero usando el prisma de la clase social con la ya mencionada consecuencia: encerrar al individuo dentro de una categoría étnico-racial que lo obliga a pensar de una manera determinada. Sobre este aspecto comenta Murray:
“Una y otra vez, el mundo se divide de manera clara y rotunda entre estos dos únicos tipos de persona, Todos somos racistas o antirracistas. Todos nos esforzamos por ser racistas o por ser antirracistas”.
Esto también lo podemos apreciar en el movimiento Black Lives Matter que pretende presentarse como uno que aboga por la defensa de los afroamericanos en Estados Unidos (lo cual no tienen nada reprochable). Pero sabemos que este es en realidad un movimiento político y con una ideología política clara, al menos entre sus fundadoras. Por ende, un afroamericano, para los miembros de este colectivo, debe comulgar con estas ideas de lo contrario estaría atentando contra su propia raza (como el pensar como aborigen de Elisa Loncón). De la misma manera, en el pasado (incluso hoy) se pretendía diseminar la idea que el obrero debía ser de izquierda, de lo contrario sería un “desclasado” o un traidor a su propia clase. Es por ello que movimientos como este no necesariamente representan a todos los afrodescendientes (lo mismo sucede con los diversos movimientos feministas), al igual que los diversos grupúsculos feministas no pueden pretender ser las representantes de todas las mujeres.
En segundo lugar queda en evidencia que, una persona afrodescendiente como Kendi, puede darse el lujo de emitir comentarios racistas, pero sucede que para personas como Kendi, solo los blancos pueden ser racistas. También el autor comparte un rasgo común con DiAngelo en el sentido de que se presenta como una suerte de coach que nos viene a enseñar a ser antirracista. De hecho uno de sus libros se titula “How to be an antiracist”. Murray señala que el autor no da una definición clara de racismo. Por ejemplo , en el capítulo 1 Kendi señala que racista es “alguien que respalda una política racista mediante sus acciones o inacción, o que expresa una idea racista”. Y es el mismo Kendi quien, en el ya mencionado libro “Bebé antirracista” pretende educar– en 9 puntos – a los blancos y sus pequeños hijos. Murray también cita al ya mencionado John McWhorter quien califica a este nuevo “antirracismo” como una nueva religión en donde ser blanco (ya sea en el pasado, presente o futuro) constituye un pecado original, donde hay excomuniones por medio de cancelaciones en redes sociales o en las universidades. Pero ¿cómo puede un autor como Kendi pretender transformarse en un educador antirracista cuando su misma obra es racista y su conceptualización del término es tan precario? En relación con esto Murray escribe:
“Mucho depende aquí de qué se entiende por racista y que se entiende por antirracista”. Sin embargo, se mire por donde se mire, la obra de Kendi deja claro que racista significa cosas que no le gustan, mientras que antirracista significa cosas que sí le gustan. En la paleta de colores de Kendi no hay tonos grises. Solo hay supremacistas y nacionalistas blancos, o personas blancas que están de acuerdo con él”.