La eficacia de una doctrina no proviene de su significado sino de su certeza. Ninguna doctrina, por profunda y sublime que sea, será eficaz a menos que se presente como la encarnación de la única y sola verdad. Debe ser la única palabra a partir de la cual todas las cosas son y todas las cosas Disparates burdos, sinsentidos triviales y verdades sublimes son Hablan aceptadas como la verdad única y eterna.
Eric Hoffer. El verdadero creyente
4) Fanáticos y Creyentes (por Jan Doxrud)
Como señalé más arriba, muchas veces es la vanidad propia e intereses egoístas lo que mueve esta clase de personas. Pero saben encubrir y racionalizar sus pulsiones en la forma de un proyecto emancipador en donde los intereses del “hombre de palabra” son, en realidad, los intereses de la humanidad. Digamos que el odio y el resentimiento pueden ser fácilmente racionalizados y ser convertidos en una doctrina salvífica que, paradójicamente, termina por cumplir las pulsiones destructivas del “hombre de palabra”.
Por ejemplo, tenemos el caso del marxismo-leninismo que, despojado de su aparato lingüístico y verborreas monotemáticas, es una ideología que se fundamenta en estereotipos reduccionistas, en un clasismo obsesivo y patológico, en la envidia y el odio entre seres humanos los cuales son engullidos por la abstracción denominada “clase social”.
Es por ello que el resentido y el envidioso encontrarán un confort en esta doctrina, puesto que convierte sus sentimientos en una doctrina bien construida y coherente. Los mismo sucede con ideologías como la hitleriana en donde la clase social que obsesiona al comunismo es sustituida por la raza. No es nada novedoso afirmar que la ideología es una proyección de la psicología del sujeto que la construye, el problema es cuando la psicología de ese sujeto falsea la realidad y camufla sus aspiraciones egoístas con una ideología salvífica para toda la humanidad. Federico Javaloy se refiere al pensamiento narcisista de estos fanáticos, marcado por la autoreferencia, lo que se traduce en que al fanático se le ama o se le odia, se está con él o contra él, no hay términos medios
Estos intelectuales fanáticos no buscan barrer el viejo orden con el objetivo de crear una sociedad de hombres libres e independientes, sino “para establecer uniformidad, anonimato individual y una nueva estructura de unidad perfecta”. Continúas señalando Hoffer:
“Por mucho que el irritable hombre de palabras se vea a sí mismo como el defensor de los oprimidos y los injuriados, el agravio que le anima es, con muy pocas excepciones , privado y personal. Su piedad normalmente se incuba en su odio por los poderes que existen”.
Este hombre de palabra resulta, por ende, crucial ya que es quien crea las narrativas o los relatos por medio de los cuales permite desacreditar el orden establecido y es quien está a cargo de formar el movimiento para llevar a cabo el cambio. Hoffer sintetiza en 4 puntos la manera en que el hombre militante de palabras prepara las bases pare el levantamiento de un movimiento de masas:
1) desacreditando los credos e instituciones vigentes y alejándolos de la obediencia del pueblo;
2) creando indirectamente hambre de fe en los corazones de los que no pueden vivir sin ella de forma que, cuando se predica la nueva fe encuentra una respuesta ávida entre las masas desilusionadas;
3) proporcionando la doctrina y las consignas de la nueva fe;
4) socavando las convicciones de la «gente buena» —aquellos que pueden estar bien sin fe— para que cuando haga su aparición el nuevo fanatismo, no tengan capacidad para resistirlo.
Hoffer trae a la palestra un pasaje de “The Second Coming” de William Butler Yeats en donde nos da a entender que el “Segundo Advenimiento” seguramente está cerca cuando los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de energía apasionada. De acuerdo a Hoffer es aquí cuando el escenario ya está listo para los fanáticos. Explica el autor que el “caos” es el elemento del fanático, es decir, se mueve en el caos como pez en el agua. Es en este contexto en donde el fanático da rienda suelta a su odio al presente, a las instituciones, normas, jerarquías, así como también su desprecio por el reformismo.
Un ejemplo emblemático es la del anarquista y nihilista ruso Serguéi Necháyev (1847-1882) y su “Catecismo Revolucionario” . En este breve escrito el ruso realiza un perfil de lo que deberia ser el verdadero revolucionario, el cual no es más que el perfil de un verdadero fanático. Necháyev señala que el revolucionario no tiene intereses personales, no tiene relaciones, sentimientos, vínculos o propiedades, ni siquiera tiene un nombre. Así, el buen revolucionario no es un ser humano sino que una entidad anónima y antisocial (en el sentido más extremo del término) que tiene sólo un fin: la revolución y todo queda subordinado a este fin. Para lograr ese fin el revolucioanrio no concoe más armas que la violencia sin límites y el engaño.
Pero esta entidad anónima, supuestamente, no puede ni siquiera tener emociones (algo imposible) ni sentimientos, pero la contradicción es clara y es que el anarquista ruso apela al odio como un motor que mueve al revolucionario. Por ende el revolucionario está lejos de ser, como señalaba Ernesto Guevara (una encarnación latina de Necháyev), una fría maquina de matar, puesto que es un ser apasionado, pero una pasión desmesurada por destruir. En palabras del ruso:
“Siendo severo consigo mismo, el revolucionario deberá ser severo con los demás. Todos los tiernos y delicados sentimientos de parentesco, amistad, amor, gratitud e incluso el honor deben extinguirse en él por la sola y fría pasión por el triunfo revolucionario. Para él sólo debe existir un consuelo, una recompensa, un placer: el triunfo de la revolución. Día y noche tendrá un solo pensamiento y un solo propósito: la destrucción sin piedad. Manteniendo la sangre fría y trabajando sin descanso para esa meta, estará listo para morir y para destruir con sus propias manos todo lo que le estorbe”.
Así, para el fanático revolucionario la revolución es un fin en sí mismo, y las personas no son más que medios para ser utilizados. Si estos “seres-medios” no terminan por “convertirse”, Necháyev es claro que tienen que ser exterminados sin mayor remordimiento. Una mentalidad similar tenía otro fanático al cual ya le he dedicado un artículo: Ernesto Guevara (1928-1967). Guevara fue un rápido converso al marxismo-leninismo lo que hizo de él un fanático entre fanáticos. Era un aventurero, un personaje intelectualmente mediocre, un fanático de la línea estalinista - maoísta (firmaba con “Stalin II”) De acuerdo a Guevara, se debía ser marxista con la misma naturalidad con que se era “newtoniano” en físico. Junto a esto opinaba que los revolucionarios prácticos, iniciando sólo cumplían leyes previstas por Marx el científico, de manera que los revolucionarios estaban simplemente ajustándonos a las predicciones del científico Marx.
Un fanático como Guevara era un desadaptado, puesto que no sabía desenvolverse en ambientes ordenados carentes de caos, es por ello que, con el pretexto de liberar a los subyugados, participó en incursiones bastante vergonzosas y sin sentido, como su inútil viaje al Congo donde, si bien no brilló por sus combates (no combatió) si brillo por sus comentarios racistas hacia los negros. Su fanatismo incluso lo llevó a un lugar como Bolivia, que era simplemente una misión suicida, puesto que no estaban dadas las condiciones objetiva como para que la guerrilla triunfara y menos tuviera un efecto dominó sobre el resto de América Latina. Pero los fanáticos de este personaje hacen caso omiso de esto, puesto que lo que importa es su idealismo, la idea de que dio su vida por una causa. El problema es que ser coherente con una causa no es un valor en sí mismo, puesto que Hitler fue también lo fue, al igual que los miembros del ISIS.
Finalmente los bolivianos, contradiciendo las órdenes de Estados Unidos, ejecutó al fanático argentino. Y como fanático que era, Ernesto Guevara cuenta en la actualidad con un masa de fanáticos que aún lo veneran como si fuese un personaje digno de ser admirado: pero esa es la magia del fanatismo, la ceguera total ante los hechos y la realidad objetiva.
Otro ejemplo de creyentes e idealistas son los miembros de la banda terrorista Baader-Meinhof, quienes pretendieron, por medio de la violencia extrema en Alemania occidental, volver a crear una nueva Alemania con una también nueva sociedad libre de la opresión capitalista. La banda estaba integrada por un delincuente y desadaptado como Andreas Baader, y otras figuras más cultivadas y con estudios universitarios como la periodista de izquierda Ulrike Meinhoff, Gudrun Ensslin o Holger Meins. Jean Paul Sartre, quien visitó a Baader en la cárcel, no tuvo muy buenas palabras sobre su personalidad y nivel intelectual. Ahora bien como afirma el periodista Stefan Aust, los verdaderos líderes era Baader y Ensslin, y que el nombre de Meinhof fue más bien utilizado para darle un cierto status intelectual al grupo así como también para tejer contacto con grupos externos y también como polo de atracción para nuevos reclutas. Así el grupo debió llamarse Baader-Ensslin, señala Aust.
Si bien predicaban el anticapitalismo y su aversión hacia la autoridad y el “sistema”, tampoco sus miembros no se mostraban favorables a la URSS y llegaron incluso a colaborar con grupos terroristas en Medio Oriente (de hecho algunos miembros se entrenaron en guerrilla en Jordania). Incluso se efectuó el secuestro del vuelo 181 de Lufthansa junto junto al Frente Popular para la Liberación de Palestina. También colaboraron con la Stasi. Pero este idealismo y exhibicionismo revolucionario, si bien logró el asesinato de personajes publico de relevancia, terminaron por ser atrapados. Meinhof se suicidó en 1976 en la cárcel al igual que (aunque hay versiones que lo cuestionan) de otros miembros como Baader y Ensslin en 1977. Otros miembros que se exiliaron en la Alemania comunista gracias a la ayuda de la Stasi tuvieron que hacer frente a ese trauma psicológico que fue. no sólo la caída del Muro, sino que las reformas de Gorbachov en Rusia y el proceso de unificación alemana.
Al verdadero fanatismo no se le combate con tolerancia ni con diálogos. Lo anterior solamente es caer en una ilusión bienintencionada que sólo beneficiará al fanático quien, a la larga, impondrá su sistema de pensamiento por todos los medios que tenga disponible. Estos medios pueden ser activos, como lo es el ejercicio directo de la violencia, o pasivo, es decir, aprovechándose de la ingenuidad y excesiva tolerancia de su enemigo, tal como sucedió, por ejemplo, con la política de apaciguamiento hacia Hitler en la década de 1930. El fanático siempre quiere más y mientras más se ceda ante sus pretensiones y demandas, entonces más demandas realizarán.
Por ende nos encontramos aquí ante una dialéctica de intolerancias: la del no fanático y la del fanático. La diferencia es que una de estas dos intolerancias busca impedir la imposición de un pensamiento único por medio de la violencia, mientras que el otro busca lo contrario: quiere moldear a la fuerza tanto el mundo y a los individuos a su imagen y semejanza. El primero ejerce la intolerancia en nombre de un pluralismo ideológico, pero en donde las diversas ideologías se sometan a uno estándares éticos mínimos. Es por ello que Karl Popper nos advertía que una intolerancia sin límites solo tendría como consecuencia el fin de la tolerancia.
Fin Parte 4
Artículos complementarios
Breve reflexión en torno al concepto de “racionalidad” (por Jan Doxrud)
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(III) El marxismo como religión secular (por Jan Doxrud)
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(2) Konrad Löw, ¿por qué fascina el marxismo? (por Jan Doxrud)
(3) Konrad Löw, ¿por qué fascina el marxismo? (por Jan Doxrud)
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4) Tribalismo, victimización y emocionalidad tóxica: abandonando la tribu (por Jan Doxrud)
6) Tribalismo, victimización y emocionalidad tóxica: ¿qué es la Identidad? (por Jan Doxrud)
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