El economista anarco-capitalista estadounidense, Murray Rothbard en su “Historia del Pensamiento Económico” critica varios aspectos del pensamiento económico de Marx. Al igual que los economistas austriacos Carl Menger, Böhm-Bawerk y Mises, Rothbard rechaza la teoría del valor trabajo de Marx y, en general, cualquier teoría que considere que existe un valor objetivo para los bienes finales o factores de producción (consulte mi artículo sobre la teoría del valor). Carece de sentido el proceder de Marx en lo que se refiere a igualar dos bienes que son intercambiados y buscar “algo en común” en ambos, es decir el valor contenido en ambos. En el desarrollo de su teoría del valor, Marx cometió el error de enfocarse en el objeto material y no en los individuos que son los que deciden hacer el intercambio y los que realizan las valoraciones subjetivas de los bienes que se intercambian en el mercado (y no buscar un supuesto valor objetivo basado en en la cantidad de trabajo incorporado).
Rothbard también critica el concepto vago y reduccionista de “trabajo socialmente necesario” (trabajo que toma como referencia para determinar el valor de lo s bienes) . Marx tampoco especifica bien qué significa producir un artículo en condiciones “normales” de producción y con un nivel “medio” de cualificación e intensidad imperante en cierto momento. El economista norteamericano se refiere también a la incapacidad por parte Marx de dar una respuesta al problema de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Siguiendo a Marx, en aquellas industrias donde existiese una composición orgánica (consulte mi artículo sobre este tema) del capital más alta, (mayor uso de bienes de capital que trabajo humano) tendrían una menor tasa de ganancia que aquellas que son más intensivas en trabajo humano o trabajo vivo (que es lo que crea el valor de los bienes). Tal situación sólo podía darse en la mente de Marx, en sus escritos y seguidores, pero no en la vida real. En palabras de Rothbard:
“Böhm -Bawerk planteó con claridad y nitidez la grave contradicción interna de la teoría marxiana: Marx defendía que los bienes se cambian en el mercado según la proporción de las cantidades de trabajo incorporado a ellos (es decir, que sus valores son determinados por la cantidad de horas de trabajo que se requieren para producirlos), y también admitió que las tasas de beneficio de todos los bienes tendían a ser iguales. Ahora bien, si la primera cláusula es verdadera, las tasas de beneficio disminuirían sistemáticamente en proporción a la intensidad de la inversión de capital, y aumentarían en proporción al grado de intensidad de trabajo en la producción”[1].
Marx nunca llegó a explicar esto y tampoco sus seguidores, y fue Böhm-Bawerk quien evidenció que Marx no tuvo otra alternativa que ceder ante las contradicciones en las que había caído y reconocer que en el mercado, las tasas de beneficio se igualan y que los precios no eran proporcionales a la cantidad de horas de trabajo invertida en la producción de los distintos bienes. La supuesta solución de que los precios estaban determinados por los costes de producción (o precios de producción) más la tasa media de beneficio sólo significaba que se había abandonado la teoría del valor-trabajo.
El libro tercero de El Capital no resolvió las contradicciones en las que incurrió Marx. El economista italiano, Achille Loria (1857-1943) calificó la obra como “mistificación” y añadió que este volumen (Libro III de El Capital) constituyó la ruina teórica del sistema marxista, la “campaña rusa” napoleónica contra el sistema marxista. Marx nunca dio una respuesta clara a una pregunta tan simple: ¿por qué los capitalistas actuarían de tal manera, por ejemplo aumentando la proporción de capital constante y dejando cada vez más trabajadores desempleados para que estos posteriormente se rebelaran y expropiaran a los numerosos capitalistas? Si el trabajo humano es el que realmente incorpora valor, entonces ¿para que sustituir mano de obra humana por bienes de capital? No existe una explicación convincente de este comportamiento autodestructivo de los capitalistas. El capitalista guiado por el espíritu de tánatos, invierte para percatarse de que su tasa de beneficio cada vez es menor, pero la competencia lo lleva a continuar en el camino de su propia destrucción.
Otra critica de Rothbard apunta a la idea de la concentración del capital, esto es, la tendencia de las empresas a aumentar su tamaño para ampliar la escala de su producción. Rothbard señala que si bien no se sabe a ciencia cierta cuál debe ser el tamaño óptimo de una empresa, sólo pueden ser los empresarios quienes determinen esto teniendo en consideración una serie de factores. Pero lo que sí se puede descartar es la amenaza del establecimiento de un“gran cartel” ya que, a la larga, el mercado pone ciertos límites a la dimensión de la empresa. Siguiendo a Ronald Coase (1910-2013), las empresas existen porque ahorran costes de transacción. La pregunta que podríamos hacernos es ¿por qué razón no se forma una sola gran empresa de producción mundial tal como podría haberlo concebido Marx? En palabras de Jesús Huerta de Soto:
“…desde la óptica del argumento original de (Ludwig von) Mises, es claro que la posibilidad de organizar eficientemente una empresa se encuentra inexorablemente limitada por el tamaño de la misma: siempre existirá un determinado tamaño crítico, a partir del cual el volumen y tipo de información que necesite el órgano gestor para dirigir eficientemente su empresa será tan grande y complicado, que sobrepasará con mucho sus capacidades interpretativas y de comprensión, por lo que cualquier crecimiento adicional tenderá a ser ineficiente y redundante”[2].
De acuerdo a Huerta de Soto, la tesis de Mises viene a complementar a la de Coase en el sentido de que la “organización empresarial, no sólo tendría beneficios decrecientes y costes crecientes, sino que además, supondría un coste prohibitivo tan pronto como el mercado para determinados factores de producción comenzase a desaparecer”[3]. En realidad, como explica Rothbard, ha sido sólo en el socialismo donde el peligro de un “gran monopolio” se ha hecho realidad, un cartel creado y mantenido por el Estado. En palabras de Rothbard:
“Quienes abogan por la «planificación central» socialista, pretendiendo que es el método de producción más eficiente en lo que respecta a satisfacer las necesidades del consumidor, tienen que contestar la siguiente pregunta: Si esa planificación central es realmente más eficiente, ¿por qué no ha sido establecida por los individuos que persiguen ganancias en el mercado libre? El hecho de que jamás se haya constituido voluntariamente UN CARTEL ENORME y que se requiera el poder coercitivo del Estado para formarlo demuestra que no habría posibilidad alguna de que fuera el método más eficiente para satisfacer las exigencias de los consumidores”[4].
Siguiendo a Ronald Coase podemos afirmar que una empresa tenderá a crecer hasta que los costes de la organización de una transacción adicional dentro de la empresa se igualen a los costes de realización de la misma transacción por medio de un intercambio en el mercado abierto, o a los costos de su organización en otra empresa. Explicaba Coase que, en la medida en que una empresa se hace más grande, existen rendimientos decrecientes de la función del empresario, vale decir, los costos de organizar una transacción adicional dentro de la empresa puede subir.
En resumen, la idea de la concentración del capital resulta ser falsa y, por lo demás, debemos precisar qué pretendemos decir cuando hablamos de monopolio, ya que el verdadero monopolio existe ahí donde existen barreras de entradas para otros productores y donde existen privilegios para ciertas empresas por parte del Estado. En el capitalismo, si bien hay empresas que logran perdurar en el tiempo, existen otras que si no están constantemente innovando, entonces se van a quiebra o pierden poder dentro del mercado, tal como sucedió con Blockbuster frente a Netflix o Kodak frente a las cámaras digitales. Si uno examina, por ejemplo, el Índice Industrial Dow Jones puede percatarse de los cambios en las industrias que integran aquel índice desde 1894 hasta la fecha. En nuestros días los Rothschild, los Carnegie o los Rockefeller han dejado de ser la “gran amenaza monopolista”. Como explica Rothbard, si la ley de la concentración del capital no es en absoluto cierta, entonces la tesis que le sigue, la ley de la centralización del capital, resulta ser más endeble. Nadie es capaz de predecir por donde soplarán los vientos de la competencia, de la creación y el declive, de la innovación y la decadencia. No cabe duda de que una de las tendencias del capitalismo es hacia una gran variedad y gama en la calidad de los productos, y esta tendencia promueve la “descentralización” y no la centralización marxista.
[1] Murray N. Rothbard, Historia del pensamiento económico, vol. 2, 448.
[2]Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, 196
[3] Ibid., 198-199.
[4] Murray N. Rothbard, Historia del pensamiento económico, vol. 2, 162.