Apuntes sobre Hitler (por Jan Doxrud)
A continuación me referiré a algunos aspectos de la vida, personalidad e ideas claves de Adolf Hitler (1889-1945). Lo que aquí abordaré no es la vida del autor, sino que haré referencia a ciertos aspectos de su vida, para luego abordar el complejo asunto sobre la personalidad de Hitler y al tema de su nacionalismo y racismo.
Comencemos este escrito citando la pregunta que se plantea el historiador británico Ian Kershaw en su voluminosa biografía de Adolf Hitler:
“¿Cómo podemos explicar el que alguien con tan pocas dotes intelectuales y con atributos sociales tan escasos, alguien que no era más que un cuenco vacío fuera de la vida política, inaccesible e impenetrable incluso para los que formaban de su entorno íntimo, incapaz al parecer de amistad auténtica, sin los antecedentes que proporcionan los altos cargos, sin ninguna experiencia de gobierno antes de convertirse en canciller del Reich, pudo sin embargo llegar a tener un repercusión histórica tan inmensa, pudo hacer contener el aliento del mundo entero?”[1]
Ya regresaremos sobre la personalidad de Hitler. Tenemos que este dictador ha resultado ser un personaje que no le es indiferente a nadie y ha pasado a ser la misma encarnación del mal. Incluso políticos, como por ejemplo Angela Merkel, George W. Bush y el fallecido Ariel Sharon, han sido retratados con el característico bigote de Hitler, como una forma de crítica a sus políticas (lo cual es claramente absurdo, mal intencionado y producto de la ignorancia). Ni los dictadores comunistas como Stalin en Rusia, Mao en China, quienes, por lo demás, llevan a cuestas más muertes que el mismo Hitler, no han logrado hacerle sombra al dictador alemán.
Tras el final de la Segunda guerra Mundial (1939-1945) los horrendos crímenes de los nacionalsocialistas, así como la forma en que llevaron a cabo sus matanzas – una verdadera industria planificada racionalmente con el objetivo del exterminio físico – no sólo desviaron la atención de los crímenes comunistas (dejándolos impunes), sino que además estos últimos quedaron en el banquillos de los acusadores junto a los estadounidenses e ingleses. Un claro ejemplo de un régimen criminal acusando a otro régimen criminal.
El historiador francés, François Furet (1927-1997), en su diálogo con el historiador alemán Ernst Nolte, explicaba que, el hecho de que el nazismo y el comunismo no padecieran un desprestigio comparable, se podía explicar debido a que, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo había dejado en evidencia todos sus crímenes – documentos escritos y sobre todo visuales – , lo que permitió a la Unión Soviética situar al nazismo al margen de la humanidad y a ellos, en el bando de los vencedores. Añadía el historiador francés que las víctimas del comunismo soviético fueron pueblos que formaban parte integrante de su propio imperio, mientras que los nacionalsocialistas exterminaron sobre todo fuera de sus fronteras, por ejemplo en Polonia, siendo sus víctimas los judíos, pero también rusos, holandeses, franceses, etc. De esta manera señala Furet:
“El Occidente manifestó muy poca compasión para con los pueblos lejanos del Este europeo víctimas del comunismo, mientras que tuvo una experiencia concreta de la opresión nazi”[2].
No es un dato menor el que el protagonista de una de las mayores matanzas en masa, haya sido un país altamente industrializado y culto, que se destacaba por tener renombrados escritores, poetas, artistas y científicos de primer nivel. En un ejercicio de ficción, no sabemos cómo hubiese sido la reacción mundial si tales acontecimientos hubiesen sucedido en alguna región perdida en el continente africano.
El punto de Furet es que los crímenes de los nacionalsocialistas fueron tan universalmente visibles yt muy bien documentados, lo que generó una “obsesión” con respecto al nazismo que, si bien no imposibilitó el estudio y el análisis de los regímenes comunistas, sí los dificultó. El historiador francés Stéphane Courtois se refiere a lo avanzado que se encuentran los estudios sobre la Alemania nazi, los asesinatos perpetrados por los nacionalsocialistas, así como el estudio de personajes particulares que pertenecieron al régimen. Así, nombres como el de Himmler, Göring, Goebbels o Heydrich pueden resultar familiares, mientras que los nombres de Guénrij Yagoda, Nikolái Yeshov, Lavrenti Beria o Felix Dzerzhinsky parecen ser menos conocidos entre el público. Courtois también hace referencia a las razones que pueden explicar la falta de condena de los crímenes comunistas en comparación con los del nacionalsocialismo:
“El terror nazi ha sobrecogido las mentes por tres razones. En primer lugar, porque afectó directamente a los europeos. Además, al haber sido vencidos los nazis y juzgados sus principales dirigentes en Nüremberg, sus crímenes fueron señalados y estigmatizados de manera oficial como tales. Finalmente, el descubrimiento del genocidio perpetrado contra los judíos constituyó un trauma para las conciencias por su carácter en apariencia irracional, su dimensión racista y la radicalidad del crimen”[3].
Por su parte, el historiador norteamericano John Lukacs escribió:
“Los alemanes que Hitler heredó eran el pueblo más cultivado del planeta. No se puede decir lo mismo de los pueblos sobre los que Stalin imperó. Esa es la razón de que el fanatismo y la brutalidad y los crímenes masivos ordenados por Hitler y ejecutados por los alemanes resultasen, y sigan resultando, más sorprendentes e inesperados que las brutalidades y asesinatos ordenados por Stalin y perpetrados por sus subordinados; y esa es la razón también de que Hitler siga siendo una personalidad más interesante y extraordinaria que la de Stalin (como el nacionalsocialismo lo es más que el comunismo)”[4].
…
Hitler y el nacionalsocialismo aún despierta interés y fascinación (e incluso una obsesión) entre las personas. Las biografías sobre este personaje son numerosísimas y las visiones sobre su persona son igualmente variadas. Unos describen a Hitler como un mero oportunista que carecía de cualquier principio, salvo el ampliar su propio poder. Otros lo consideraban como una figura demoníaca y como un fenómeno inexplicable, es decir, Hitler vendría a ser un fenómeno ahistórico y ahumano. También ha sido presentado Hitler como un locoy malvado, que hacía difícil la labor realizar cualquier estudio serio sobre su persona y sus políticas. Por último tenemos la errónea y ya desechada interpretación comunista, que nos presenta a un Hitler títere de los grandes capitalistas alemanes.
Ahora pasaré a examinar brevemente algunos pasajes de la vida Hitler, para luego abordar el tema de la personalidad del dictador alemán. Examinemos brevemente sus orígenes familiares. El padre de Hitler se llamaba Alois (1837-1903), quien fue hijo ilegítimo de Maria Anna Schicklgruber. Posteriormente Anna se casó con Johann Georg Hiedler, matrimonio que duró tan solo 5 años. Tras la muerte de ambos, el huérfano Alois pasó a ser cuidado por su tío Johann Nepomuk Hiedler, hermano de Johann Georg Hiedler. Alois abandonaría el apellido Shicklgruber para adoptar el de “Hitler”. Este apellido, que significa “propietario rural”, tenía varias formas: Hüttler, Hütler, Hiedler, Hietler y Hitler, y fue este último el adoptado por Alois. La carrera de Alois fue meteórica, teniendo en consideración sus orígenes, llegando a ser inspector aduanero. Se casó tres veces y entre sus esposas figuró la que fue su criada y prima de segundo grado: Klara Pölzl (1860-1907).
Klara quedó embarazada mientras la anterior esposa de Alois agonizaba, dando a luz en 1889 a Adolf Hitler en la localidad de Braunau am Inn, en la frontera entre Austria y Alemania. Así, la familia llegó a estar compuesta por Alois, Klara, Alois hijo y Ángela (hijos del segundo matrimonio) y, finalmente Adolf y su hermana Paula. A pesar de llevar una vida material de clase media acomodada, la vida familiar fue compleja debido al autoritarismo y violencia de Alois. Dentro de este contexto, la madre representó el elemento compensatorio, es decir, era la que entregaba el cariño y afecto a sus hijos Paula y Adolf, con los que fue muy protectora. Quizás el acontecimiento más traumático en la vida de Hitler fue la muerte de su madre, prueba de ello fue la descripción que el doctor Bloch, el médico judío que trató a la madre de Hitler, hizo del devastado hijo:
“¡En mis casi cuarenta años de profesión nunca había visto a un joven tan herido y apenado como el joven Hitler! ¡Tuve la impresión de que frente a mi había un hombre de cuya existencia, de cuyo corazón, había sido arrancado un pedazo! […]”[5].
La historia posterior de Hitler es conocida: un artista fracasado que fue rechazado por la Academia de Bellas Artes en Viena. Hitler fue uno de 113 candidatos que a través de una serie de filtros no llegó a quedar entre los 28 seleccionados. Estando en Münich se enroló en el ejército para luchar en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Al finalizar la guerra, la derrotada y humillada Alemania estuvo sumida en un caos. Hitler, que estaba en sus treinta, regresó a un Münich que se encontraba en un convulsionada, donde se enfrentaban nacionalistas y comunistas por el poder y en donde el ministro-presidente de la República de Baviera, Kurt Eisner, sería asesinado. Posteriormente la República de Baviera experimentó un breve régimen al estilo soviético, que fue finalmente destruido por las tropas de defensa o Reichswehr. Hitler fue testigo de todo ello, así como del sentimiento de humillación que sintieron muchos alemanes ante las duras condiciones impuestas por los vencedores de la Primera Guerra Mundial: desmilitarización, pago de cuantiosas indemnizaciones y pérdida de territorios, así como la pérdida sus posesiones coloniales. El Segundo Reich de Guillermo II había sucumbido y en su reemplazo se erigió una nueva república en Alemania, cuya Constitución fue aprobada en Weimar, que duraría alrededor de 14 años.
El veterano de guerra Hitler se desempeñó en un comienzo como soplón o “agente de inteligencia” sobre la actividades de grupos subversivos. Hitler se vio atraído por el Partido de los Trabajadores Alemán y las ideas de su líder Anton Drexler, quien era un ferviente nacionalista, anti-marxista y anti-capitalista. En 1919 Hitler ingresó en las filas del partido, ya que Drexler había notado las habilidades retóricas del austriaco. Posteriormente el partido cambió su nombre al de Partido Nacional Socialista de los obreros alemanes (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei o NSDAP) y Hitler iría ganando cada vez más poder con la ayuda de su amigo Ernst Röhm y sus tropas SA (Sturmabteilung). Hitler también comenzó a relacionarse con la elite social alemana, ya que veían en el austriaco algunasideas afines. En 1923 Hitler llevó a cabo un fallido golpe o “Putsch” en Münich, que le valió ser enjuiciado y encarcelado en la cómoda prisión de Landsberg. Este episodio fue muy fructífero en término de propaganda para Hitler. El austriaco se defendió solo en el juicio y prácticamente se ganó al público, así como la simpatía de los jueces, ya que se declaraba culpable de querer recuperar el honor de Alemania. Finalmente su condena fue de un año y Hitler aprovechó su estadía en prisión para redactar sus memorias: “Mein Kampf” o “Mi lucha”.
Una vez fuera de prisión, Hitler se empeñó en reorganizar el NSDAP y consolidar definitivamente su poder. Además decidió que en adelante, alcanzaría el poder por la vía legal, es decir, abandonó la vía violenta. Hitler contaba con un fuerte apoyo de los altos círculos sociales alemanes y los nacionalsocialistas tenían cada vez más representantes en el Parlamento o Reichstag. El Presidente de la República de Weimar y héroe de guerra, Paul von Hindenburg (1847-1934), no tuvo otra alternativa que designar al “cabo austriaco” como Canciller en 1933. Sólo faltaba que el viejo héroe de guerra falleciera para que Hitler fusionara el cargo de Presidente y Canciller, transformándose así en el conductor o nuevo “Führer” de Alemania. Pero existía otro obstáculo. Resulta que Hitler había abandonado la vía de la violencia y esto constituyó una de las causas de enemistad con su antiguo amigo (el único que lo trataba por su nombre) y líder de las SA: Ernst Röhm (1887-1934). Finalmente Hitler terminaría deshaciéndose de las insubordinadas SA – que, por lo demás pretendían constituirse en el nuevo ejército de Alemania – deteniéndolos y ejecutándolos en lo que se llegó a conocer como la “Noche de los cuchillos largos”. Röhm fue asesinado a tiros. Finalmente Hindenburg muere y Hitler se transforma en el líder de la nación y las fuerzas armadas realizan un juramento de fidelidad hacia la persona de Hitler.
…
¿Qué se puede afirma respecto a la personalidad de este personaje? Un agudo observador, el periodista alemán exiliado en Inglaterra, Sebastian Haffner (1907-1999), escribió en 1940 (en plena guerra y cuando Hitler aún era aliado de la Unión Soviética) uno de los primeros retratos de Hitler. Haffner no se anda con rodeos y trata a Hitler de fracasado, resentido, marginado social y una persona incapaz de establecer lazos con las personas. Así es, el hombre que podía cautivar a las masas con su retórica era incapaz de establecer relaciones con personas a nivel personal. Haffner ni siquiera ve en Hitler como un “alemán normal”, sino que era una especie bastante ajena al alemán promedio: “Hitler, insensible, colérico y sumamente antipático, con su odio permanente, su vegetarianismo, su miedo al alcohol, al tabaco y a las mujeres”[6]. Por otra parte, Haffner no ve a Hitler como un hombre de Estado, sino que ve en él a un embustero enmascarado de hombre de Estado. Su política no estaba orientada ni por la raza alemana, ni el espacio vital (lebensraum), ni por el antibolchevismo. A Hitler, de acuerdo al periodista alemán, lo único que le interesaba era su propia grandeza:
“Hitler no persigue ninguna idea, no sirve al pueblo, no tiene ningún concepto de lo que es un hombre de Estado, sino única y exclusivamente satisface su ego. Sus motivos son un terco amor propio, la exasperación y una imaginación propia”[7].
En otro pasaje, Haffner escribió con cierta clarividencia:
“Hitler es el suicida potencia por excelencia. Su única atadura es su ego, y si éste se tambalea, se libra de toda preocupación, carga y responsabilidad. Hitler se halla en la posición privilegiada de un hombre que no ama nada, salvo a sí mismo. Le es completamente indiferente el destino de los Estados, los hombres y las comunidades cuya existencia pone en juego”[8].
Efectivamente en sus últimos días de vida en el búnker, Hitler culpó al pueblo alemán de su propia desgracia y acusó a sus oficiales de incompetencia y traición, evadiendo así cualquier responsabilidad sobre la debacle que se avecinaba. Tenemos, pues, que la única constante en la política de Hitler no era más ni menos que el mismo Hitler, su grandeza. Hitler, escribía Haffner, era el mismo resentido y acomplejado social, y sólo una sola cosa había cambiado a partir de 1933: su poder. En adelante, Haffner señala que Hitler tendría solamente tres objetivos a futuro: 1) Conservar y ampliar su poder; 2) Vengarse de todas las personas e instituciones por las que siente odio, que son muchas; 3)Representar las escenas de las óperas de Wagner y las pinturas al estilo de Makart, en los que Hitler sea el protagonista principal. Una vez en el poder, Hitler comenzaría algo nuevo, es decir, nunca se le pasó por su cabeza llamar al Kaiser Guillermo II exiliado en Doorn (Países Bajos), para que retornase al trono.
En lo que respecta a cómo un personaje mediocre como Hitler pudo llegar a la cumbre más alta del poder en Alemania, en parte se puede explicar entendiendo la mentalidad alemana en ese entonces, dispuesta a obedecer y seguir a un líder despreocupadamente.
Como explica Haffner, los alemanes han tenido una historia política en donde se destaca el patriarcalismo y el deseo de una autoridad fuerte, ya sea en la figura de un Kaiser, príncipe o un Führer. Al respecto escribe el autor:
“Con el transcurso de los siglos, el alemán ha aprendido que la renuncia a la autodeterminación política, para la que no está suficientemente dotado, no significa renunciar a la dignidad humana, aunque otras naciones puedan interpretarlo así; ha aprendido que ni siquiera se le arrebata la libertad que de verdad desea, es decir la libertad de su esfera privada, y por último, que así se las arregla bastante bien”[9].
De esta manera, si bien Hitler tuvo a su favor circunstancias históricas, como el malestar fruto de la crisis económica, el miedo al comunismo, la indignación y sentimiento de impotencia por el trato recibido tras la guerra, el dictador se encontró con una disposición psicológica favorable por parte de personas que no querían saber nada del inoperante sistema parlamentario de la República de Weimar. Uno de los biógrafos de Hitler, el alemán Joachim Fest (1926-2006), escribió:
“Una y otra vez debe hacerse hincapié en que la subida al poder de Hitler sólo fue posible por la extraordinaria conjunción de unas condiciones previas individuales y colectivas, asó como por la difícilmente comprensible correspondencia entre el hombre y su época. Esta íntima unión aleja a Hitler, al mismo tiempo, de todas las interpretaciones que pretenden atribuirle unas facultades sobrehumanas. No fueron las facultades demoníacas las que hicieron posible su camino, sino unas ejemplares y al mismo tiempo «normales» facultades…En realidad, el fue más la imagen devuelta por un espejo que la gran contradicción de su tiempo”[10].
Haffner por su parte, destaca alguno de los temas recurrentes de los discursos de Hitler y que encontraban una recepción favorable entre el público: “la infamia de Versalles”, “la conspiración mundial judía contra Alemania” o “la plutocracia inglesa”. No hay que desmerecer las dotes retóricas de Hitler y cómo electrificaba al público, donde cada individuo de la masa sentía como si Hitler le hablase personalmente. El historiador George L. Mosse (1918-1999) explicaba que Hitler estaba influido por los estudios sobre la psicología de masas de Gustave Le Bon (1841-1931), en virtud de la cual el líder debía constituir una parte esencial de la fe compartida.
Otro aspecto que destaca Haffner era la tendencia a lo teatral por parte del dictador alemán. Hitler, el artista, tenía una gran preocupación por la estética y así lo dejó ver en sus retratos donde nada era dejado al azar, por ejemplo, nunca se dejó fotografiar usando anteojos. Sentía fascinación por la ópera, por la ilusión que creaba y por lo que la música lograba transmitir, y cada año, como lo atestigua el arquitecto Albert Speer en sus memorias, asistía a las representaciones del primer ciclo de los Festivales de Bayreuth, donde se presentaban las óperas de Richard Wagner. Como afirma John Lukacs, Hitler fue un populista moderno y no un anticuado demagogo. El dictador nunca dejó a apelar a esa tan manoseada palabra: el pueblo o volk.
En lo que respecta a la política, esta se encontraba estrechamente vinculada al arte, al nacionalismo, a la religión (secular) y a la liturgia, tal como puede apreciarse en los congresos de Nuremberg. En su estudio sobre la política de masas y la política como religión secular, George L Mosse escribió:
“Ante la concentración de Núremberg de 1935, Adolf Hitler declaró que a la historia no le parece realmente valiosa ninguna nación que no levante sus propios monumentos. Por monumentos no sólo entendía los actos de su propio régimen, sino la liturgia política del nacionalismo, como única política de masas viable. El nacionalsocialismo se erigió sobre el desarrollo del culto nacional que se había prolongado durante más de un siglo antes de la fundación de ese movimiento”[11].
Al final del capítulo dedicado al dictador alemán, Haffner señala que la única manera de romper el hechizo de Hitler era tratarlo precisamente por lo que él realmente era: un mentiroso y no un Hombre de Estado. Añadía que acabar con Hitler no se limitaba a su desaparición física, ya que cabía la posibilidad de que pasara a la historia como un mártir. A Hitler había liquidarlo también en lo político y lo moral.
…
Pasemos a examinar otros aspectos en Hitler: su racismo. Hitler era racista tal como lo eran muchas personas en aquella época. Ahora bien, como indica Lukacs, su racismo no fue muy consistente, ya que Hitler, cuando la ocasión lo exigió, pactó con los japoneses, comunistas rusos (eslavos), árabes, rumanos, etc. Hitler no desarrolló una teoría de la raza, de manera que no estaba ni siquiera claro qué era exactamente la raza aria. En este sentido, Hitler no se asemejaba a otros racistas dogmáticos como Heinrich Himmler o Alfred Rosenberg. Aseveraba que el pueblo alemán no debía ser identificado con una raza, ya que el “Pueblo” se componía no de una raza, sino que de dos, tres, cuatro o cinco núcleos raciales diferentes. Lukacs concluye que Hitler era más nacionalista que racista, claro que un nacionalismo que, en virtud de la lengua y cultura, podía ser más excluyente que el racismo. Añade el autor que Hitler no era un patriota. Tal como explicaba a George Orwell, el patriotismo era de carácter defensivo, basado en la tierra y era tradicionalista. En cambio, el nacionalismo era agresivo, se fundamentaba en el mito del “Pueblo” y era populista. El mismo Hitler dejó claro en Mein Kampf que no era un patriota, sino que un nacionalista.
En lo que respecta al tema de los judíos, aquí Hitler sí se diferencia de los demás antisemitas existentes en Alemania, ya que no sólo los despreciaba sino que consideró que ni siquiera tenían derecho a existir. Esto es lo que el historiador Daniel Jonah Goldhagen denominó como “antisemitismo eliminacionista” en virtud del cual la influencia destructiva de los judíos podía ser eliminada de forma irrevocable. Sin embargo, esta tesis de Goldhagen no ha sido aceptada en el sentido de que no da cuenta de la eliminación, por parte de los nacionalsocialistas, de los discapacitados, homosexuales, gitanos y testigos de Jehová.
Puede resultar impactante que no exista ninguna evidencia escrita de que Hitler haya ordenado poner en marcha la matanza de judíos, lo cual aventuró algunas hipótesis como que Hitler no había ordenado esas matanzas o que el extermino de judíos fue hecho a sus espaldas por parte de sus subalternos. Sobre este tema, escribe Lukacs:
“…la razón por la que Hitler no dio la orden por escrito debería ser obvia. Sabía lo que significaban esas medidas, y también sabía cómo conmocionarían a la gente de todo el mundo – incluida Alemania – las pruebas de éstas. Al igual que otras decisiones a lo largo de su carrera, la Solución Final tenía que ser un secreto de Estado (y permanecer como tal); hay abundantes pruebas de órdenes en ese sentido…el exterminio masivo de judíos era un secreto de Estado del Reich, que no debía ser admitido al mundo y ni siquiera al pueblo alemán en general…”[12].
Añade Lukacs que incluso esto fue un secreto para el mismo Hitler, en el sentido de que este nunca se interesó por saber sobre los detalles de las matanzas y se mostraba reticente a leer o escucha informes, así como a ver imágenes. Hitler incluso se mostró reticente a ver imágenes de ciudades alemanas bombardeadas y a ver las fotografías de las ejecuciones de los conspiradores de 1944, que casi le cuesta su vida.
Regresemos al tema del antisemitismo. El término antisemitismo es poco adecuado si se quiere dar a entender con éste el odio a los judíos. La razón de esto es que el concepto de “semita” hace referencia a un conjunto de pueblos que incluye tanto a judíos como árabes. Lukacs opta, en el caso de Hitler, por utilizar el concepto de “judeofobia”, debido a que su obsesión con los judíos era más profunda y consistente que su racismo. La razón de esta judeofobia propia de Hitler no tiene una respuesta clara. Se han barajado numerosas teorías, como que Hitler era descendientes de judíos de manera que la eliminación de estos era una forma de eliminar este elemento de su propio ser. También se quiso ver en el doctor Bloch, médico judío que trató a su madre, la razón del odio de Hitler hacia los judíos. Pero para Lukacs, la fuente de la judeofobia de Hitler no pueden ser determinadas, ni tampoco pueden ser reducidas a un acontecimiento específico.
Cabe preguntarse si Hitler siempre odió a los judíos, o si tal odio lo desarrolló posteriormente y evolucionó en el tiempo hasta transformarse en una verdadera obsesión y fobia. Por ejemplo, en un comienzo Hitler, a través del Acuerdo de Haavara (1933), permitió la migración de judíos hacia Palestina, de manera que el exterminio no habría sido la primer opción o el plan original, por lo que cabe preguntarse si la idea del extermino fue posterior, o por el contrario, fue una idea concebida desde los comienzos de su gobierno. Lo que sí parece ser verosímil es que el estallido de la guerra (1939) influyó en las políticas de Hitler hacia la población judía y más aún, con el comienzo de la guerra contra la Unión Soviética (1941).
Las batallas en el frente oriental fueron despiadadas y tras el avance de la Wehrmacht (ejército alemán) marchaban los temibles escuadrones, me refierolos Einsatzgruppen, que eliminaban a todos los elementos “indeseables” de manera sumaria, aunque a veces la misma población local, como fue el caso de Lituania, linchaba a los judíos ante la mirada de las tropas alemanas. No se debe olvidar que 1941 fue clave ya que, tras el ataque a Pearl Harbor por Japón, Estados Unidos entra a la guerra contra las potencias del Eje y Hitler estaba convencido de que los judíos eran los que manipulaban al presidente Franklin D. Roosevelt. Así, de acuerdo a Hiltler, los judíos no sólo estaban asociados a la cultura material y superficial del capitalismo, sino que además asociaba a los judíos con los comunistas rusos (el bolchevismo judío), dos ideas que son imposible de entender y conciliar. En Mein Kampf Hitler afirma que el marxismo el espécimen de la aspiración judía, que busca anular la personalidad y sustituirla por el número de la masa.
Otro año clave fue 1942, año en que se llevó a cabo la Conferencia de Wansee, donde no participó Hitler, pero sí sus más cercanos colaboradores como Heinrich Himmler (1900-1945) y Reinhard Heydrich (1904-1942), donde se discutió sobre la “Solución Final” (exterminio) al problema judío en Europa. Sin embargo, las matanzas sistemáticas de judíos ya se habían iniciado con anterioridad. A tal reunión. Fue también en entre los años 1941-1942 que se construyeron los campos de exterminio más terribles (que posteriormente fueron destruidos por los nazis), destinados exclusivamente al exterminio físico de los judíos-polacos, como el caso de Belzec, Sobibor y Treblinka.
Tenemos, por lo tanto, que existió una evolución en lo que se refiere a la política del nacionalsocialismo con respecto a los judíos, pero sin duda el inicio de la guerra y la guerra iniciada contra la unión Soviética, marcaron un punto de inflexión. En su voluminoso y detallado estudio de la destrucción de los judíos en Europa, el historiador Raúl Hilberg escribió:
“A primera vista, la destrucción de los judíos quizá tenga la apariencia de un acontecimiento indivisible, monolítico e impenetrable. Observada más de cerca, se revela como un proceso de pasos secuenciales dados por iniciativa de los incontables responsables de la toma de decisiones de una máquina burocrática extensa. Una característica que subyace a este cataclismo es, por consiguiente, su estructura: una lógica de desarrollo, un mecanismo de toma de decisiones, y una organización implicada en la acción administrativa diaria. El proceso de destrucción se desplegó siguiendo un patrón definido. Sin embargo, no procedió según un plan básico. En 1933, ningún burócrata podría haber predicho qué tipo de medidas se tomarían en 1938, y en 1938 tampoco era posible predecir la configuración que tomaría la empresa en 1942. El proceso de destrucción fue una operación realizada paso a paso, y el administrador rara vez veía más allá del paso siguiente”[13].
Hilberg establece una serie de medidas, expuestas en orden cronológico, que fueron parte del proceso de exterminio de los judíos. En primer lugar se debía definir el concepto de judío. En segundo lugar se continuó con las expropiaciones de los bienes de estos (además de despidos e impuestos especiales). En tercer lugar vino la concentración de los judíos en ghetos. Por último, vino la fase del exterminio.
Hitler, sin duda, continuará siendo un personaje central en la historia de la barbarie humana y su imagen, que encarna a estas alturas una especie de mal metafísico, nos seguirá acompañando en el futuro. Incluso en la actualidad hay quienes reivindican la figura de Hitler y lo conciben como un gran líder y estadista, un nacionalista genuino que deseaba lo mejor para su pueblo. Incluso están aquellos historiadores que exaltan la figura de Hitler, siendo el caso más famoso el del inglés David Irving, para quien Hitler fue un gran hombre y un gran europeo (hay que decir que la salud mental de David Irving es bastante cuestionable en la actualidad). Grupos fundamentalistas islámicos también reivindican la figura del alemán debido a su política de exterminio de judíos, al igual que grupos de ultra-nacionalistas en Europa. En la actualidad la figura de Hitler ha tomado nuevamente un primer plano en Alemania con la reimpresión de Mein Kampf (prohibido desde la Segunda Guerra Mundial) acompañada de comentarios por parte de especialistas).
[1] Ian Kershaw, Hitler (I), 1889-1936 (España: Ediciones Península, 2002), 28.
[2] François Furet y Ernst Nolte, Fascismo y Comunismo (España: FCE, 2007), 103.
[3] Stéphane Courtois, ed. , El libro negro del comunismo, 29.
[4] John Lukacs, Junio de 1941, Hitler y Stalin (México: FCE, Turner, 2007), 55.
[5] John Lukacs, El Hitler de la historia. Juicio a los biógrafos de Hitler (España: FCE, 2003), 161.
[6] Ibid., 32
[7] Sebastian Haffner, Alemania: Jekill y Hyde. 1939, El nazismo visto desde adentro (España: Ediciones Destino, 2005), 31.
[8] Ibid., 26.
[9] Ibid., 34.
[10] Joachim Fest, Hitler. Una biografía (España: Editorial Planeta, 2005), 26-27.
[11] George L. Mosse, La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimiento de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich (Argentina: Siglo XXI Editores), 237.
[12] John Lukacs, op. cit., 159.
[13] Raul Hilberg, La destrucción de los judíos europeos (España: Ediciones Akal, 2005), 67.