2/6-Apuntes sobre Aristóteles (por Jan Doxrud)

2/6-Apuntes sobre Aristóteles (por Jan Doxrud)

Regresemos a esta ciencia que estudia las causas y principios de lo que es en tanto que es, que  estudia el ser en general y no desde un punto de vista específico, como lo hacen las ciencias particulares. Tenemos, por una parte, una ontología general que estudia todos los existentes, mientras que cada ontología especial estudia un género de cosas o procesos como la física, las neurociencias, la química, la biología, etc. Como escribió el filósofo argentino, Alejandro Vigo:

“Aparece aquí formulada por primera vez de modo expreso la idea de una ciencia del ser u ontología (del griego on: lo que es), como se la nombró a partir del s. XVII (Goclenius), la cual resultó decisiva para toda la tradición filosófica posterior hasta Hegel, por lo menos, y que mantiene su influencia, frecuentemente mucho más poderosa de lo que se podría suponer a primera vista, incluso hasta nuestro día”[1].

Repitamos una vez más que para Aristóteles la filosofía es el estudio del ser en cuanto ser  ¿Qué significa el “ser”? Para Platón es lo que existe y lo que tiene ser son las ideas y las cosas físicas son meras copias del mundo suprasensible. Señalé que para Aristóteles era innecesario postular un dualismo ontológico y que ancló las Ideas a suelo firme. Rechaza la noción de ser de Parménides, es decir, el concebir el ser como uno e inmóvil. Aristóteles señala que tanto Parménides como Meliso hacen razonamientos erísticos, ya que comienzan de premisas falsas y sus conclusiones no se siguen.

Recordemos que Parménides no aceptó el devenir de Heráclito, así como tampoco el hecho de que una cosa sea y no sea al mismo tiempo, y por lo tanto rechazó también la coincidencia de los contrarios. Parménides apostó por el ser, rechazando el devenir ya que eso implicaba que el ser estaba constantemente dejando de ser para convertirse en otra cosa, lo cual era absurdo. Frente a este absurdo, Parménides establece un principio de razón: el ser es y el no ser no es. Es el principio de identidad (aunque ese nombre no se lo dio Parménides). Las cosas tienen un ser y ese ser es, pero ¿se puede explicar qué es ese ser?

Sobre el ser, se puede decir que es Uno, ya que si hay dos seres existiría una diferencia entre ambos, una diferencia que hace que uno es y el otro no es. El ser además era eterno, es decir, no tienen ni principio ni fin. Si el ser tuviese un principio entonces podríamos pensar que antes del principio había “no ser”. Si el ser tiene un fin entonces dejaría de ser y esto sería tan absurdo como lo anterior. El ser también era concebido como inmutable, ya que el cambio significa que el ser deje de ser lo que era para ser otra cosa (que no era).

El ser era también para Parménides inmóvil, ya que el moverse significa trasladarse de un lugar a otro. El ser también era concebido como lo más extenso, es decir, que no está ni aquí o allá producto de un supuesto traslado. Por último, tenemos que el ser mueve pero no es movido y es infinito, vale decir, no tiene límites, no está confinado dentro de límites.

Al respecto se pregunta Aristóteles:

¿por qué el Todo, si es uno, tiene que ser inmóvil? Si una parte del Todo que es una, como esta parte de agua, puede moverse en sí misma, ¿por qué no ha de poder hacerlo el Todo? ¿Y por qué no puede haber alteración?”

Añade además que el Ser no puede ser uno en cuanto a la forma, sino sólo en cuanto a la materia (tal como lo explican algunos físicos) ya que un hombre y un caballo son distintos en cuanto a la forma, y también lo son los contrarios entre sí. Aristóteles explica que las premisas de las que parte Parménides son falsas porque supone que «ser» sólo se dice en sentido absoluto, cuando en realidad tiene muchos sentidos.

Para Aristóteles existen muchas cosas, en diversos modos y grados de ser. El lector puede mirar a su alrededor y dependiendo de donde esté, podrá percatarse de que existen autos, árboles, montañas y por supuesto existe usted mismo, que percibe lo anterior. Pero también existe la voz de las demás personas, el olor del árbol, el ruido de los autos, el color de las montañas, la frialdad y el color blanco de las nieves eternas, etc. También es algo determinado el estar situado en una determinada localización, ya sea a la izquierda de un edificio, arriba en un avión respecto de la tierra o metros bajo el nivel del mar en un submarino.

Por lo tanto, hay que percatarse de que existen diversos modos de ser. Podemos decir que “somos”, en el sentido de que “existimos” y también decimos que “Juan es inteligente” o podemos decir que un juego “es” divertido o que X tiene “es” frío o extraño (Heidegger en su Ser y Tiempo realiza un análisis de estos usos del concepto de ser). Pero volviendo a nuestro ejemplo de arriba, podemos señalar que el color blanco, la frialdad, las voces, el ruido son realidades que ocurren en un sujeto o  más de un sujeto. Estos modos de ser dependen en su ser de los primeros mencionados, es decir autos, árboles, montañas y un hombre concreto.

Existen nueve modos o géneros de estas realidades dependientes mencionadas.  Estos modos son: cualidad (la nieve es blanca), cantidad (número atómico), relación (Schopenhauer era más pesimista que Condorcet), acción (Trotsky hablando ante los trabajadores), pasión (el gurú es venerado), tiempo (el psicoanalista asistió ayer a mi sesión), lugar (las ideas residen en un mundo suprasensible), situación (Freud están tendido en el diván) y posesión (Mahavira está desnudo). Estas realidades dependientes sumada con aquella primera que es independiente respecto de las otras y que es el objeto primario de la filosofía primera, la sustancia, (esencia, por ejemplo: Demócrito es un hombre)  conforman las diez categorías o modos de ser. Aristóteles distingue tres sustancias: la sensible corruptible, la sensible incorruptible y la no sensible.

Todo lo que es pertenece a alguna de estas diez categorías. Una categoría es un predicado, son los diferentes modos de atribuir un predicado a un sujeto y Aristóteles analizó todas las formas posibles de atribuir un predicado a un sujeto mediante el verbo ser y las diversas formas en cómo se utiliza el verbo ser. En cuanto a esa primera categoría mencionada más arriba, es decir la sustancias (ousía) individuales, lo que llamamos “cosas” u “objetos”, como el árbol, una montaña, un hombre, no ocurren a algún sujeto. El ser se dice de diversas maneras, pero fundamentalmente como sustancia y no ocurre en un sujeto sino que ello mismo es un sujeto.

La sustancia individual de acuerdo con Aristóteles es un compuesto de materia (hyle) y forma (morphé), de ahí procede el nombre “hilemorfismo”, que es la concepción aristotélica de la realidad que define los seres individuales como compuestos de materia y forma. La materia es en sí misma pura potencialidad y es determinada por la forma. Todo aquello que está sujeto a movimiento es un compuesto de materia y forma. El hilemorfismo ideado por Aristóteles tendrá repercusiones en la “filosofía escolástica” con su máximo exponente, Santo Tomás de Aquino y que en en el siglo XX continuó siendo (y en nuestro siglo XXI) una filosofía influyente, por medio de pensadores destacados como Jacques Maritain, Etienne Gilson, Edith Stein o Josep Piper.

El vocabulario aristotélico-tomista aún utilizado por numerosos pensadores. Por ejemplo, Juan de Dios Vial Larrain escribe lo siguiente sobre Aristóteles:

“Ser, sustancia, forma, acto: el logos en su despliegue. La inteligencia en su vida. Estas son las caras del saber de una nueva ciencia, de una filosofía primera que se llamará metafísica, a partir de la obra de Aristóteles y que hará inteligible la inteligencia, y por consiguiente, la naturaleza del hombre y la exitencia de Dios[2].

Pero existen otros filósofos que tienen un Aristóteles, por decirlo de alguna manera, “descristianizado”, es decir, carente del elemento tomista. Por ejemplo, Mario Bunge, defensor del materialismo emergentista (y admirador de Aristóteles) afirma que todo lo que existe es natural o son artefactos, de manera que no existen almas, espíritus o fantasmas. De esta manera, para muchos filósofos el hilemorfismo ya no se sostiene en nuestros tiempos, ya que la misma noción de materia ha cambiado drásticamente, el fisicismo, el materialismo reduccionista o vulgar ha sido dejado atrás. De acuerdo con esta perspectiva no existen compuestos de materia y forma (ideas), ya que, si así fuese, las ideas serían consideradas como autoexistentes y separadas de lo material, cuando en realidad son materiales.

Continuemos con Aristóteles y la sustancia. La forma sustancial es la realidad que determina la potencialidad de la materia. La sustancia es lo que no cambia, es el soporte de los accidentes:

“La sustancia es lo que nunca está en otra cosa como en un sujeto diferente de ella misma, por oposición a los accidentes, que sólo pueden existir como algo que inhiere en un sujeto diferente”[3].

La sustancia puede estar sujeta a cambios, pero ninguno de estos le es imprescindible. Por ejemplo un árbol puede sufrir un cambio accidental, como el de perder sus hojas en el otoño, pero el árbol seguirá siendo lo que es. No porque de un momento a otro te odien, dejaras de ser un ser humano.

No porque ganes más dinero dejará de ser lo que eres, puede que cambie algunos aspectos de tu personalidad, gustos, pero sigues siendo un ser humano. Si nos amputan los brazos ¿dejaremos de ser seres humanos? ¡Por supuesto que no! A este sujeto que sustenta los accidentes, que es sujeto y jamás predicado, se le denomina sustancia primera, que es la que “ni está en un sujeto ni se dice de un sujeto, que corresponde al caso de lo particular dentro de la categoría de sustancia…”[4]. La sustancia, entendiéndola como un sustrato permanente, es necesaria presuponerla en el cambio, incluso en el cambio sustancial.

La hipótesis contraria conduce a la necesidad de aceptar la posibilidad de la generación de un objeto nuevo a partir de la nada y a su posterior corrupción que lo llevaría nuevamente a la nada. De acuerdo a Alejandro Vigo tal suposición pondría en crisis la posibilidad de dar cuenta de la continuidad como característica esencial de los procesos.

La sustancia segunda, por su parte, son las especies y géneros. Por ejemplo, el hombre es un animal racional, que pertenece al género animal y a la especie racional que es lo que nos hace diferentes del resto de los animales. Especie y géneros son los modos por los que el individuo es lo que es, pero también lo que tiene en común con los demás individuos. La sustancia segunda, “es la que no está en ningún sujeto, pero se predica de la sustancia primera como de un sujeto”[5]. La sustancia primera otorga el sujeto del cual se predica su especie, así como de la especie se predica el género. 

Existe una prioridad de la sustancia primera por sobre la sustancia segunda, siendo la sustancia primera es la que amerita tal denominación. El doble criterio de sustancialidad, en primer lugar, “el criterio del ser sustrato, expresado por el requisito de impredicabilidad, y el criterio de ser algo dotado de existencia independiente y formalmente determinado, expresado por el requerimiento de separabilidad y determinación”[6].

Como explica Alejandro Vigo, esta independencia de la sustancia con respecto a las determinaciones accidentales y el hecho de que los accidentes no puedan existir independientes de la sustancia implica que la sustancia tenga una prioridad ontológica. Junto a esta prioridad ontológica tenemos también la prioridad lógica, la prioridad gnoseológica y la prioridad temporal. En palabras de Vigo:

“La prioridad lógica de la sustancia alude al hecho de que ésta puede y debe ser definida sin incluir  ninguna referencia a sus accidentes, mientras que,  en todo intento por definir algo que pertenece a una categoría accidental, se tendrá que hacer, más tarde o más temprano, referencia a una sustancia o un tipo de sustancia”[7].

La prioridad gnoseológica consistiría en dos tesis. En primer lugar que el conocimiento de aquello que es esencial constituye algo que es prioritario respecto del conocimiento de aquello que es accidental, “en el sentido de ser más genuinamente conocimiento, y ello en el ámbito de cada una de las categorías…”[8]. En segundo lugar, esta prioridad del conocimiento de lo esencial supone la prioridad gnoseológica de la sustancia en relación con las categorías accidentales.

En cuanto a la prioridad temporal, se debe entender la sustancia como aquello que perdura y mantiene su unidad, y su autenticidad a través de las sucesiones de determinaciones. En palabras de Vigo:

“La sustancia es lo que permanece en el cambio procesual y funda así la posibilidad de una sucesión, mientras que los accidentes se corresponden, más bien, con las fases sucesivas del proceso de cambio”[9].

Luego de ver la prioridad de la sustancia primera, regresemos a la pregunta acerca de “qué es lo que tiene ser” y la respuesta es: lo que tiene ser en otro, esto es, el ente accidental que no existe en sí mismo, como el color (color, la belleza, el sabor también conocidas como propiedades segundas, representadas por los predicados que son representaciones internas, pertenecientes al sistema nervioso y no al mundo exterior) y, en segundo lugar, lo que existe por sí mismo, es decir, la sustancia primera.  En palabras de Aristóteles:

“Porque ninguno de estos modos tiene por sí mismo una existencia propia; ninguno puede estar separado de la sustancia…Es evidente que la existencia de cada uno de estos modos depende de la existencia misma de la sustancia”[10].

Por lo tanto, podemos decir que Aristóteles se ocupa del estudio de estos modos dependientes e independientes de ser. Cabe añadir también la existencia absoluta que es Dios, sustancia primera, incorporal, principio de todo.

La sustancia, como ya señalé, es un compuesto de materia y forma (hilemorfismo), de manera que examinaremos esta idea. El mundo, el universo, está constituido por cosas, de sustancias primeras, que es lo que percibimos. Posteriormente advertimos que existen relaciones y cualidades, es decir, que estas sustancias están situadas en distintas partes, a cierta distancia unas de otras, otras sufren cambio a través del tiempo, etc.

Si damos un paseo por la ciudad, nos encontramos con artefactos, es decir, objetos creados por el hombre, desde máquinas hasta símbolos. Estas cosas  son por arte y no por naturaleza (silla, cuadro, autos, etc). Estrictamente hablando Aristóteles llama sustancias primeras a las que son por naturaleza, pero para efectos didácticos y prácticos, recurre al mundo del arte para ilustrar sus ideas.

Cuando preguntamos qué existe, respondemos la sustancia, y sabemos que lo que existe es por ejemplo, un auto, un colisionador de hadrones o una estatua. Tomemos el caso de una mesa, que está hecha de una materia determinada, digamos madera, está pintada con un color determinado y tiene una forma determinada y una finalidad. Lo que constituye su “ser mesa” no es el color de la mesa, no es el estilo, su largo, su ancho, la calidad de la madera, ya que puedo tener en mi casa una de la mitad del tamaño de la primera, de color rojo, de forma redonda y aun así es una mesa.

Tenemos que la sustancia primera, en este caso la mesa, está compuesta de dos principios que la determinan a ser algo real. Estos principios son la materia y la forma. El carpintero tiene los materiales a mano, se propone construir una mesa, es decir, tiene la intención de hacerla y seguramente ya tiene en mente cómo la va a fabricar. Corta la madera y comienza a clavar unas partes con otras hasta que al final le va dando forma a la mesa. A medida que el carpintero trabaja le va dando forma a la materia y esa materia termina por transformarse en una mesa y es precisamente esa forma la que hace que la mesa sea lo que es.

Tenemos que la materia de los entes naturales y manufacturados cobran visibilidad por la forma, su límite interno, pero también abandona este límite interno para convertirse en otra cosa, por ejemplo, el hierro puede fundirse, la madera puede potencialmente convertirse en cenizas o apolillarse. Digamos entonces que es la unión de materia y forma la que constituye el ser de la sustancia primera. Esta pareja de materia-forma no es rígida, en el sentido de que la materia en un sentido puede ser forma en otro y lo que es forma en un sentido, es materia en otro. 

A la pareja forma-materia corresponde otra que es la de real-posible. Pero de ninguna manera esta última pareja coincide exactamente con la primera pareja materia-forma. No hay que caer en la confusión de pensar que lo real es la forma y lo posible la materia. En palabras de Manuel García Morente:

“No. Sin duda la materia tiene posibilidad y la forma imprime realidad. Pero la materia no tiene posibilidad más que en tanto en cuanto recibe forma; es un posible, por decirlo así; es un posible que no es posible sino en tanto en cuanto está de antemano apeteciendo, mirando hacia la forma. Y del mismo modo lo real no es real sino en tanto en cuanto procede de lo posible. En Aristóteles la pareja de conceptos real y posible tiene, pues, un sentido lógico, predominantemente lógico. De lo posible puede predicarse, pues, una cosa por lo menos: la no contradicción. Es muy poco, pero al fin puede de lo posible predicarse eso. No es posible lo contradictorio”[11].

Para Aristóteles este es el principio básico que no puede ser deducido de otros principios. No podemos decir algo y luego decir lo contrario. Un loco dice que Dios es inmortal” y otro loco dice “Dios ha muerto”. Este el fundamento de todo discurso racional y argumentación. Esta pareja materia-forma corresponde también a otra pareja de conceptos: potencia y acto que, al igual que la otra pareja de conceptos, no hay una coincidencia exacta. Esta nueva pareja de la que hablamos fue introducida por Aristóteles para explicar la estructura del movimiento, (así como a través de la pareja materia-forma explicó la estructura de la sustancia) para resolver el problema del movimiento y el cambio en la realidad.

Parménides sólo concebía el ser en acto, de manera que no existía ningún tipo de conexión entre lo que es y lo que no es. Queda planteada la siguiente pregunta: ¿cómo una semilla se convierte en árbol? Tendría que dejar de ser algo para convertirse en otro, esto es, pasar del ser al no ser para luego ser. Pero Parménides hablaba de lo que es, ya que el cambio era considerado una ilusión. Cada movimiento es el paso de la potencia al acto, por ejemplo, la semilla puede llegar a ser árbol, en otras palabras, es un árbol en potencia. Otro ejemplo: “estoy escalando”, ¿Qué quiere decir esto? Significa que estoy actualizando (haciendo presente-actual) una capacidad (potencia) que tengo, de estar sentado o de pie concentrándome, para luego comenzar a escalar.

El lector también habrá escuchado “usted tiene un potencial artístico o musical que tiene que desarrollar”. Cuando la semilla se convierta efectivamente en árbol, será un árbol en acto. El niño es un adulto en potencia.  La materia es potencia, es el principio de todo cambio y transformación de la sustancia primera. La materia posee en potencia las formas que poseerá en acto. La forma es el fin, el acto al que tiende el organismo. Hoy en día la palabra potencia se ha popularizado por sobre la de acto, así podemos escuchar que el ser humano es “pura potencialidad”, que no puede ser limitado por nada”. El ser humano vendría a ser un “gerundio” no un “participio” como decía Ortega y Gasset.

El filósofo y epistemólogo italiano Ludovico Geymonat escribió:

“Un primer punto esencial de esta concepción es el dinamismo que introduce en el mundo: cada sujeto, al ser siempre potencia que tiende a actuar de cierta forma,  es una substancia que deviene; pero es una substancia individual, que no se encuentra inmersa en un fluir genérico o indeterminado de tipo heraclíteo, sino que tiende hacia una dirección precisa, o sea que es potencia de un acto preciso. Un segundo punto fundamental es éste: en la relación potencia-acto, el acto posee una absoluta preeminencia. En otros términos: no hay un pasaje de la potencia al acto si no ya hay un acto preexistente. Más bien este acto es el motor que lleva a esa potencia a transformarse en acto. Toda forma se realiza por vía de una forma  ya realizada”[12].

El segundo punto es importante ya que, si la preeminencia está en el acto y no en la potencia, esto nos lleva a pensar que tiene que haber en la cadena de causa y efecto algo que sea acto, algo que sea causa de sí mismo, un primer motor que necesariamente debe ser un Ser superior, incorruptible, es decir, llamémosle, Dios. La estructura general para que exista cambio y movimiento, en primer lugar, demanda que exista un sujeto que cambie o se mueva.

En segundo lugar, es necesario que exista algo externo a este sujeto, en acto, que lo ponga en movimiento. En tercer lugar, en todo cambio y movimiento debe existir un punto de partida y un punto de llegada, así se encontrará en potencia antes del punto de partida, se encontrará en cambio entre la partida y el punto de llegada, y finalmente se encontrará en acto en el punto de llegada.

[1] Alejandro Vigo, op. cit., 131.

[2] Vial Larraín, op. cit., 85.

[3] Alejandro Vigo, op. cit., 150.

[4] Ibid.

[5] Ibid., 150.

[6] Ibid., 157.

[7] Ibid., 159.

[8] Ibid., 160.

[9] Ibid., 159.

[10] Mertafísica, 139.

[11] Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía.

[12] Ludovico Geymonat, op. cit., 88.